Que
podrá rezarse en cualquier tiempo del año, principalmente en la octava de
Pentecostés, o antes de emprender algún negocio de trascendencia, y también
para alcanzar de Dios el remedio en alguna vicisitud. Su contenido en su mayor
parte, está extractado de la obra del ABATE GAUME sobre el Espíritu Santo y
ordenado por un sacerdote del Arzobispado de México, y Profesor del Seminario.
Gobierno
Eclesiástico del Arzobispado de México. — México, 7 de Abril de 1903. —Concedemos
ochenta días de indulgencias a todos los fieles de nuestra Diócesis, por cada
día que, con las disposiciones debidas, recen la Novena al Espíritu Santo,
presentada a este Gobierno Eclesiástico para su censura y aprobación por el Sr.
Pbro. Dr. D. Manuel Estraguez. El Hmo. Señor Arzobispo así lo decretó, y de
ello doy fe. —Gerardo M. Herrera, Secretario.
DECRETO DEL PAPA LEON
XIII
Sobre
la novena del Espíritu Santo.
Decretamos
y mandamos que, por todo el orbe católico, en este y en los años sucesivos, se
rece una novena antes de Pentecostés en todas las parroquias, y, si los
ordinarios lo creyeran oportuno, en las demás iglesias y oratorios.
Indulgencias papales:
Concedemos
a todos los que recen dicha novena, y pidiendo a Dios por nuestra intención,
una indulgencia de siete años y siete cuarentenas, una vez al día; además, una
indulgencia plenaria, en cualquier día de la Novena, en el día de Pentecostés o
en alguno cualquiera de la Octava, con tal que se hayan recibido los
Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, y se pida según nuestra intención.
Queremos,
por otra parte, que todo los que estuvieren legítimamente impedidos de asistir a
la Novena, o que se hallen en lugares donde, a juicio del ordinario, no se puede
convenientemente practicar la Novena en alguna Iglesia, puedan ganar las mismas
indulgencias, rezándola privadamente y con tal que se cumpla con las otras
condiciones.
Por
último: concedemos gustosa y perpetuamente, del Tesoro de la Iglesia, al que,
durante la Octava de Pentecostés hasta la Dominica de Trinidad INCLUSIVE,
ofreciere también, pública ó privadamente, algunas oraciones de su devoción, al
Espíritu Santo, y cumpliere con las precitadas condiciones, que gane por
segunda vez cada una de las indulgencias ya expresadas. Y concedemos, que las
mismas indulgencias sean aplicables en sufragio de los difuntos.
LEON
XIII PAPA.
De
la Encíclica, publicada 9 de Mayo de 1897.
DEDICATORIA A NUESTRA
MADRE SANTISIMA DE GUADALUPE
¡A Tí, celestial princesa, más graciosa y bella que todas
las hijas de Sión! A Tí, Augusta Reina del Tepeyac, Emperatriz
excelsa del Universo y tutelar soberana de este nuevo mundo, Esposa divina de Dios
Espíritu Santo: Tú, que hiciste con este pueblo mexicano la mayor de las
maravillas, al obsequiarle con tu mismísimo retrato en tu aparición portentosa al
bendito Juan Diego, en cuyo prodigio creo y creeré hasta el postrer aliento de
mi vida: á Tí, digo, y postrado con rendimiento ante tu soberana presencia, te
ruego é imploro que te dignes bendecir este pequeño trabajo y que bondadosa lo
aceptes como un pequeño tributo del amor filial que te profeso y en parcial
recompensa de los mil favores que yo te debo.
Bendice también, Madre mía Santísima,
a todos aquellos que rezaren esta novena con piadoso y devoto espíritu, y alcánzales
de tu divino Esposo Dios Espíritu Santo, las gracias que por tu intercesión le
pidieren; y haz, Señora, que se aumente la devoción, hoy día tan decaída, hacia
la tercera persona de la Trinidad Santísima, para que triunfe la fe, y la sociedad
actual se vea libre de los males que la amenazan, con la impiedad y malicia de
los descreídos y las falsas teorías del siglo en que vivimos. Así sea.
Acto de contrición,
ofrecimiento, himno y oración. (Para todos los días).
Creo en Dios Padre, mi Creador; creo en Dios Hijo, mi Redentor; creo en
Dios Espíritu Santo, mi Salvador: tres personas distintas y un solo Dios,
verdadero: en
Él espero como verdad infalible en sus promesas; a Él amo como a la suma
bondad, más que a todas las cosas y criaturas y me pesa de todo corazón de
haberle ofendido; no sólo por ser tan bueno, sino también por su justicia, y
por el temor del infierno y de perder el cielo. Así ofrezco a mi Dios todo
cuanto en mi vida hiciere y padeciere en satisfacción de mis culpas. A Vos, oh
Espíritu Santo, dispensador de todas las gracias, una os pido ahora en
particular, que es: la de hacer como debo y quiero esta santa Novena, que a
honra y gloria vuestra dedico, a la de la Agustísima Trinidad y de vuestra
divina Esposa, la Inmaculada Virgen María, y pido en ella el aumento de vuestro
culto; por la intención del Romano Pontífice, por su salud y prosperidad y por
la de los demás Obispos, sacerdotes y fieles; por el triunfo de la fe católica,
conversión de los infieles herejes y pecadores; por la salud de los enfermos,
redención de los cautivos, alivio de las almas del purgatorio y por el bien
espiritual y temporal de todos mis deudos, bienhechores, amigos y enemigos; por
la prosperidad y acierto de los gobernantes y por todos los demás fines que
pide la Santa Iglesia. Amén.
HIMNO SAGRADO (para todos los días).
Venid,
¡oh Santo
Espíritu!
y
desde el cielo enviadnos,
con
su fulgor espléndido
un
rayo abrasador.
¡Oh
Padre de los míseros!
dispensador
de bienes,
venid,
y vuestras ráfagas
den
luz al corazón.
Consolador
magnánimo,
del
alma dulce huésped,
sed
Vos el refrigerio
que
calme nuestro afán.
En
las fatigas horridas
Vos
sois nuestro descanso,
templáis
las estaciones
y
el llanto mitigáis.
¡Oh
luz del cielo fúlgida!
llenad
los corazones
de
vuestros fieles siervos
con
vivo resplandor.
Sin
Vos ni somos átomos,
el
hombre es ser impuro,
y
nada en él existe
si
no viene de Vos.
Regad
todo lo árido,
purificad
las manchas
y
aquello que está enfermo,
sanad,
Señor, sanad.
Doblad
todo lo rígido,
calor
dad a los hielos,
y
lo que está desviado
dignaos
enderezar.
A
vuestros fieles súbditos,
que
en vos tienen confianza,
el
sacro septenario
de
vuestros dones dad.
De
la virtud el mérito,
de
la salud la gracia,
de
Vos tengamos todos,
y
el goce perennal.
Amén.
¡Aleluya!
Venid,
Espíritu Santo, llenad los corazones de vuestro amor.
Enviad,
¡oh Señor, vuestro Espíritu y renovaréis la faz de la tierra.
ORACIÓN
¡Oh Dios!, que
habéis iluminado é instruido el corazón de los fieles con la luz del Espíritu
Santo, haced, Señor, que en el mismo Espíritu sepamos siempre apreciar el bien
y ser llenos de vuestros consuelos divinos, por Cristo Nuestro Señor. Amén.
CONSIDERACIÓN
PARA EL PRIMER DÍA
Venid,
Padre de los pobres.
PUNTO PRIMERO.
Considera, alma
piadosa, la
tierna expresión de Padre con la que hoy invocamos a Dios Espíritu Santo. No
hay atributo, dice un gran santo, que mejor corresponda a la bondad de Dios,
que el llamarle Padre. Por eso, al dictarnos nuestro divino Maestro, la oración
dominical, que es la más sublime que conocemos, comenzó por la palabra Padre,
diciendo: PADRE NUESTRO QUE
ESTAS EN LOS CIELOS, etc.
etc. Así también, cuando Jesús, salud y vida nuestra, nos quiso dar a
comprender la suma bondad y misericordia de Dios para con él pecador
arrepentido, nos trazó la parábola del Hijo Pródigo. “¡Padre!”, le
dijo aquél: “pequé delante del
cielo y contra ti” y
al instante le abrazó su padre, le vistió de gala y le dispuso un convite. ¡Ah! cuántos favores alcanzaría yo
del Espíritu Santo, si lo invocara con fervor, con afecto de hijo y con un
“¡pequé de corazón!”
PUNTO SEGUNDO.
Considera luego, cómo
la Santa Madre Iglesia invoca al Espíritu Santo con el título de PADRE DE LOS POBRES.
Y en efecto: Dios Espíritu Santo es el Padre de los
pobres pecadores: pobres de méritos, pobres de virtudes y miserables como yo.
Pero mía es en verdad la culpa. Dios Espíritu Santo me había enriquecido con
sus siete dones cuando recibí el Santo Bautismo, la Confirmación y otros
sacramentos que me administró la Iglesia; mas todo lo he perdido por el pecado,
me he desterrado a tierra extraña y entre enemigos, que me han despojado
dejándome más andrajoso, pobre y miserable, que lo que otro tiempo, al Hijo
Prodigo.
PUNTO TERCERO.
Considera, en tercer lugar, cómo el
Espíritu Santo es la síntesis del amor divino, puesto que procede del amor
mutuo entre Dios Padre y Dios Hijo. Así es que no hay amor comparable con el
amor del Espíritu Santo para con sus devotos, ya justos, ya pecadores
arrepentidos: procura, pues, corresponderle de igual
modo, volviendo amor por amor que es el lema de los que de verás se aman y
corrígete por amor suyo, hasta de las faltas más leves.
ORACIÓN
¡Oh Dios Espíritu Santo, el más rico y
bondadoso padre del hijo más ingrato y necesitado: yo soy aquel hijo sin
entrañas, que desprecié vuestros dones y malversé la gracia que de Vos recibí
en el Santo Bautismo! Yo
desprecié vuestras caricias, desoí vuestras inspiraciones, me afilié en el
bando de vuestros contrarios, y me he hecho indigno de vuestro amor. Pero
vuelvo arrepentido, y aquí me tenéis a vuestros pies implorando el perdón de
todas mis culpas. ¡Perdonadme, Padre mío! y
derramad sobre mí la luz de vuestros dones para que conozca mis yerros, haga
penitencia y no me aparte jamás de Vos. Amén.
—Se
rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad.
—Tres
veces Santo, Santo, Santo y
divino Espíritu, Dios Inmortal.
—Y se
responderá: Líbranos siempre de todo
mal.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA.
¡Oh dulcísima María, Esposa del Espíritu
Santo; Hija del Padre y Madre del Hijo,
Reina soberana de los ángeles y de los hombres!, que
siendo concebida en gracia y enriquecida con los dones de vuestro divino
esposo, concebisteis a nuestro Redentor Jesucristo; os suplicamos que nos alcancéis el don de Sabiduría y el
santo temor de Dios para que nunca le ofendamos, nos arrepintamos de nuestras
culpas y le sirvamos fielmente hasta la hora postrera. Amén.
—Se reza
una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
VENI CREATOR
HIMNO
POR: MONSEÑOR GAUME
Ven, Creador Espíritu,
Visita nuestras almas,
Llenando a tus criaturas
De gracia celestial.
Consolador benéfico,
Del Altísimo dádiva,
Viva fuente, amor,
fuego,
Y unción espiritual.
De la paterna mano
Promesa soberana,
Los labios enriqueces
Con ciencia de verdad.
Ilustra los sentidos,
De amor el pecho
inflama,
Fortaleciendo el cuerpo
Con virtud perennal.
Ahuyenta al enemigo
Y paz infunde al alma:
Siendo Tú nuestro guía
Huiremos todo mal.
Logremos por ti al Padre
Y al Hijo venerar
Y a ti, de ambos
Espíritu,
Creer en toda edad.
A Dios Padre la gloria
Y al Hijo sea dada,
Y al Paráclito Espíritu
Por Una eternidad. —Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
SEGUNDO DÍA
—Acto
de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
Venid,
Dispensador de dones.
PUNTO PRIMERO.
Considera, cristiano carísimo, como
el Espíritu Santo, compadecido de la caída
de nuestros primeros padres y de las miserias ocasionadas por ella a todo el
género humano, coopera eficazmente a la creación de la segunda Eva, madre y
guía de los mortales, que ha vencido a la serpiente; le aplastó su cabeza, y
confundió el poder y astucia del ángel de las tinieblas. Pondérese
aquí el don de tan inmenso valor que ese divino Espíritu nos prepara, y cuán
grande sea la dicha de los hijos de la nueva Eva y los poderosos motivos que a
todo cristiano obligan a tributar gracias, culto y homenaje a la tercera persona
dé la Trinidad Beatísima.
PUNTO SEGUNDO.
A considerar la
magnitud del beneficio que recibimos conviene también ponderar la suma bondad y
grandeza de aquel de quien se recibe los motivos que le mueven a concederlo.
Así el Espíritu Santo es la misma grandeza
de Dios, la bondad por excelencia e igual en todo al Padre y al Hijo, de
quienes procede según la fe. Y siendo Dios Trino, todo candad, según el apóstol
San Juan, ésta se derrama sobre nosotros por el mismo divino Espíritu, según
nos dice San Basilio: TODO CUÁNTO POSEEN LAS
CRIATURAS DEL CIELO Y DE LA TIERRA EN EL ORDEN NATURAL Y DE LA GRACIA LES VIENE
DEL ESPÍRITU SANTO. Altísimo don de Dios, lo titula la Santa
Madre Iglesia. Y así como Él procede del Padre y del Hijo por amor, por el
mismo atributo derrama sobre nosotros, el divino Espíritu, todas las gracias
que recibimos, comenzando por enviarnos a la segunda Eva, María Santísima
amparo, consuelo y Madre de todos nosotros.
PUNTO TERCERO
Considera, lector carísimo, cómo
y de qué manera el Espíritu vivificador, riega y fecundiza los campos yermos y
estériles de nuestras almas, restaurándolas a la vida de la gracia por medio de
los Santos Sacramentos, y las convierte en vergeles divinos y templos de sí
mismo. Pondera como esos siete dones, de que nos habla Isaías, han fecundado
toda la tierra a manera de caudalosos ríos, como aquellos que regaban el
Paraíso, durante la inocencia de nuestros primeros padres. ¿Cuántas almas subieron al cielo, que en
este mundo practicaron virtudes de todo género, desde los patriarcas y profetas
de la antigua ley hasta los mártires, vírgenes y confesores de la ley de
gracia? Lee y relee las crónicas de los justos, la
vida de los santos y los triunfos de los mártires en toda la redondez del
globo, para que más y más comprendas el influjo del divino Espíritu, lo ames,
le sirvas y le veneres como Dios dispensador de todos los dones.
ORACIÓN:
¡Oh Dios Espíritu Santo:
fuente de todas las gracias y centro del amor divino! Mil
veces me confundo al considerar mi extremada miseria, necedad y tibieza. Siendo
Vos tan rico y generoso, yo me olvido de Vos y perezco en la inercia, tedio y
pobreza de las virtudes. ¡Ah! cuán diferente,
Dios mío, fué la conducta de los santos y santas que escalaron el Paraíso,
siendo de la misma naturaleza que yo, y quizá tuvieron que vencer mayores
obstáculos para salvarse. No, divino Espíritu, no
permitáis que, se pierda mi alma. Concededme, os ruego, la gracia de vuestros
dones; y un amor eterno hacia Vos y hacia vuestra divina Esposa, la Virgen
María, para que, valido de vuestro divino auxilio, os sirva como los santos y
os vea y posea eternamente. Amén.
—Se
rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad.
—Tres
veces Santo, Santo, Santo y divino
Espíritu, Dios Inmortal.
—Y se
responderá: Líbranos siempre de todo
mal.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA
Sacratísima Virgen y Madre mía María: yo,
la más vil, ingrata y necia de todas las criaturas, quiero en este día hacer un
pacto con Vos. Desde que el Espíritu Santo os eligió para ser el terror del
infierno, segunda Eva y Madre del género humano, creo firmemente que Vos sois la
Reina más poderosa del Universo y la abogada más portentosa de los mortales.
Quiero pues, de hoy en adelante, ser vuestro en el tiempo y en la eternidad: y
que Vos seáis mi Madre, mi Reina y Soberana, después de Dios. Os lego así mi
alma, vida y corazón, únicas prendas que poseo. Alcanzadme de Vuestro divino Esposo la gracia que necesito
para cumpliros mis promesas y seros fiel hasta la muerte. Amén.
—Se reza
una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—HIMNO VENI
CREATOR.
TERCER DÍA
—Acto de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
Vend luz de los corazones.
PUNTO PRIMERO
Considera,
alma mía, como
el divino Espíritu es luz de los corazones. Él
es quien, con los rayos de celestial luz ilumina no sólo nuestra vida sensible,
como al pueblo hebreo a la salida de Egipto: sino que ilumina principalmente,
la vista del alma, de nuestro entendimiento oscurecido por el pecado. ¿Qué sería del
género humano, que, tan a menudo, rodeado de la densa noche de nuestras
pasiones, navega entre las encrespadas olas del piélago proceloso de nuestra
vida, sembrado de escollos, si no fuera por la mística luz del Espíritu Santo,
que nos guía y advierte los peligros? Seguro, nos pasaría lo que, al
Apóstol San Pablo, cuando perseguía a los
fieles de Cristo, por el camino de Damasco; o lo que a San Agustín cuando
pecador; nos precipitaríamos a mil abismos que nos preparan el mundo, el
demonio, y la carne. ¡Considera cuan distinta fué la conducta
de los santos, iluminados con la luz del Espíritu Santo! Y ¿quién, en toda la creación, será tan sabio como lo
fueron ellos?
PUNTO SEGUNDO.
Pondera luego, cuan
grandes desatinos cometen los hombres sin la luz divina, y atenidos sólo a la
razón, viciada ésta y ciega por las pasiones sin freno. Causa espanto ver, como
unos deifican la misma razón humana, otros a la naturaleza insensible, a los
ídolos, al mismo Satanás; otros dudan de todo, se desesperan, pierden el juicio
o se dan la muerte con el tósigo o con un dardo mortal. ¡Jesús bendito! a qué abismo de horrores se precipita el
desgraciado, que fía en su vana sabiduría y sin la luz sobrenatural. ¡Qué tempestad tan
desecha de males infinitos se le espera al infeliz, que así vive y así muere!
Esa vana presunción, esa obstinación y soberbia, son a menudo,
pecados enormes contra el Espíritu Santo, que, sin un previo y eficaz
arrepentimiento, no se perdonan en esta ni en la otra vida, como dice San
Marcos en su Evangelio.
PUNTO TERCERO
Considera en tercer
lugar, cuál
sea la eficacia de la luz del Espíritu Santo y
los maravillosos efectos que su divino influjo causa como en los doce
Apóstoles; que, siendo hombres tan rudos y tan tardíos en entender el lenguaje
de Jesucristo, tan pronto como les tocó un rayo divino del Espíritu Santo
alcanzaron el don de lenguas y de sabiduría en tan alto grado, que parecieron
oráculos de la Deidad, y admiraban al mundo con su elocuencia prodigiosa, y
exponiendo el sentido de las Santas Escrituras con tal facilidad y acierto que
confundían a los sabios de la Sinagoga y a los filósofos de aquel tiempo.
Pondera bien el cambio tan asombroso que experimentaron ellos; antes tan rudos;
ahora tan elocuentes; antes tan cobardes; ahora tan esforzados; antes tan
tibios y débiles en la fe; ahora desafían a los tiranos y sellan con el
martirio las verdades que predican por todo el mundo. Pídele
pues, al divino Paráclito, que derrame sobre tu alma un rayo de luz celestial.
ORACIÓN
¡Oh divina luz de
los corazones y médico sapientísimo de nuestras almas! Derramad sobre mí un rayo de esa luz
celestial y en el acto alcanzaré la verdadera sabiduría, adquiriré la virtud de
la fortaleza en los trabajos y la constancia en el bien obrar; hollaré los
respetos humanos, emprenderé impávido la senda de mi salvación, cueste lo que
costare, y triunfaré de los engaños y sutilezas de la humana sabiduría para
alcanzar la de los santos y santas que moran en el cielo. Amén.
—Se
rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad.
—Tres
veces Santo, Santo, Santo y divino
Espíritu, Dios Inmortal.
—Y se
responderá: Líbranos siempre de todo
mal.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA
¡Virgen Santísima, tierna madre
mía, refugio de pecadores arrepentidos y trono de la sabiduría! alcanzadme
de vuestro divino Esposo un rayo de aquella luz que ilumina, fortalece y da la
gracia para el bien obrar. Pedíselo Vos, madre mía. Judit venturosa, Raquel
hermosa, divina Esther; y lo lograré de seguro. Yo, rodeado de tosquedad,
rudeza y miseria no sé cómo ni lo que debo pedir; siendo Vos la única y
predilecta Esposa del divino Asuero lograréis cuanto quisiereis en favor mío.
Ea pues, mostrad que sois mi madre, que así os lo pide vuestro hijo. Amén.
—Se reza
una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—HIMNO
VENI CREATOR.
CUARTO DÍA
—Acto de contrición,
ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
¡Oh!
consolador óptimo.
PUNTO PRIMERO
Considera, alma devota del divino Espíritu, como en Él hallamos
nuestro mayor consuelo. Cuando perdemos la paz del espíritu, bien porque
carecemos de alguna virtud cardinal, o porque nos domina alguno de los vicios
capitales, turbada nuestra alma por negra pesadumbre, busca consuelo y no lo
halla. Lo busca en los pasatiempos mundanos en la falsa amistad, en las
tertulias y frivolidades, pasadas las cuales se queda ella aún más perpleja y
desolada, o tal vez, más lejos de Dios. Nuestras inquietudes nacen también, a
veces, de nuestra poca fe y desmayamos luego cuando Dios nos prueba,
privándonos por algún tiempo de aquello que más anhela nuestro amor sensible;
así como privó a Job de sus hijos y salud corporal; a Tobías de la vista y á
Abrahán de su hijo Isaac. Mas la fe de aquellos patriarcas, no sólo
les consoló luego, sino que aquella pasajera vicisitud se convirtió en mayor
gozo y alegría y les atrajo del cielo mayor número de mejores bienes.
PUNTO SEGUNDO
Isaías llama Espíritus
a los dones del divino Consolador: y
Santo Tomás les titula, soplo de siete formas,
que mueve y atrae todas las virtudes. De
la misma manera se expresa San Antonio cuando dice: el espíritu de temor echa al de soberbia; el de piedad al de envidia;
el de ciencia al de ira; el de consejo al de codicia; el de fortaleza vence al
de pereza: el de inteligencia modera la gula y el de sabiduría refrena la
lujuria. Considera,
bien, cristiano, cómo estos espíritus viciosos, son, comúnmente, la causa de
nuestro tedio, de nuestros remordimientos y de las congojas de nuestras
pobrecitas almas; y que sólo hallamos consuelo y socorro invocando
fervorosamente a los espíritus del bien, que son los dones del Espíritu Santo,
el que nos conforta, en Él lo podemos todo, como nos dice el Apóstol San Pablo.
Y ¿quién pasó tantas tribulaciones por mar y tierra como ese santo
que así nos habla?
PUNTO TERCERO
Considera, en tercer lugar, cuan
a menudo nos confundimos, los hijos de Eva, al obstinarnos en seguir el impulso
de la propia voluntad. La voz del divino Espíritu y el ángel de nuestra guarda
nos amonestan interiormente a fin de que nos abstengamos de gustar las frutas
prohibidas, esto es: los goces ilícitos, el rencor, la murmuración, el orgullo,
la vanidad y la vanagloria; mas nosotros no cesamos de mirarlas, dando oídos al
tentador y acallando la voz de la conciencia: resultado, que comemos aquellas
frutas y participamos de ellas a los demás, pero pronto experimentamos la
desnudez de la gracia, quedamos turbados, tristes y pesarosos. Muy diferente
es, por cierto, la norma de las almas justas y que temen a Dios: renuncian,
desde luego, la voluntad propia; se miran como inferiores a los demás, cierran
las puertas a los sentidos y moderan los ímpetus de las pasiones, invocando la
presencia de Dios y la Gracia del Espíritu Santo. ¿Por
qué, pues, no he de hacer lo mismo que las almas buenas, que me sirven de
ejemplo y viven en paz aún en medio de las borrascas?
ORACIÓN
¡Oh Espíritu
consolador! heme aquí, triste y desconsolada mi alma. Busco la paz entre
las criaturas y no la hallo, entre las diversiones de los mundanos y bienes
terrenos y tampoco la alcanzo, porque veo que todo pasa como la sombra y que
todo lo he de dejar. ¡Ah, cuan necio soy, triste de
mí, y falto de entendimiento! Pero, Señor, os diré con San Pablo ¿qué queréis que yo haga, tan falto de virtudes como
ciego del alma? El bien que quiero hacer no lo hago, ni evito el mal que
evitar quisiera porque mi propia voluntad me desvía de la senda que vos, Señor,
me habéis trazado y sigo por otra llena de escollos y precipicios y por donde
los espíritus del mal me asaltan a cada paso. ¿Quién,
pues, me abrirá los ojos, me dará la gracia y la paz en mi alma? ¡Vos, oh Espíritu consolador! Vos podéis concederme
ese gran beneficio. Hacedlo, pues, así os lo ruego por
intercesión de vuestra divina Esposa: iluminad mi entendimiento, guiad mi alma
para que yo haga siempre vuestra divina voluntad y no la mía y así hallaré la
paz. Amén.
—Se
rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad.
—Tres
veces Santo, Santo, Santo y divino
Espíritu, Dios Inmortal.
—Y se
responderá: Líbranos siempre de todo
mal.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA
¡Virgen, Madre y Reina mía! Miradme a vuestras plantas
como el hijo más triste y desconsolado; obstinado en hacer mi propia voluntad y
terco en mis caprichos, he perdido la paz de mi alma y no hallo tranquilidad. A
Vos acudo, que sois el consuelo del afligido. Alcanzadme
de vuestro divino Esposo la gracia de los siete dones, en particular el de
entendimiento, con que yo sepa vencer mi propia voluntad y ajustarla a la
divina. Así en algo os deseo imitar a Vos, y hallaré la paz y el consuelo del
divino Espíritu consolador, y de que tanto necesito. Amén.
—Se reza
una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. — ¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—HIMNO
VENI CREATOR.
QUINTO DÍA
—Acto
de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
Amado
huésped del alma.
PUNTO PRIMERO.
Considera alma y alcázar del amor divino,
como el Espíritu Santo es, no solo el huésped de las almas, sino también la
misma vida de ellas por la gracia que les comunica con cada uno de los siete
dones, como nos lo dice San Cipriano. Siendo el divino Espíritu, puro fuego y
luz celestial, ilumina el alma de tal manera, que realza su hermosura sobre
estado en que la creó Dios Padre. De la misma manera, dice Santo Tomás que el Espíritu Santo embellece, graba nuevos primores a las demás
obras de la creación, tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Un ejemplo, por
excelencia, lo tenemos en los Apóstoles, a quienes creó
Dios Padre; los redimió Dios Hijo y los instruyó en la celestial doctrina; mas
el Espíritu Santo perfeccionó la obra allá en el Santo Cenáculo al
manifestárseles en lenguas de fuego, transformándolos, de rudos y cobardes que
eran, en verdaderos sabios y héroes que confundían a los sabios del mundo y
desafiaban hasta la misma muerte.
PUNTO SEGUNDO
Considera, además, cómo
los dones que este divino huésped nos comunica nos alcanzan los doce frutos, a
saber: caridad, gozo espiritual, Paz, paciencia
longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y
castidad. Mas estos frutos disponen el alma a practicar gustosa las obras
heroicas comprendidas en las bienaventuranzas, que constituyen en sí la
perfección de la vida cristiana y elevan el alma a lo sobrenatural. Bien puede
el infierno levantar tinieblas, borrascas y tempestades, cuando las apacigua y
disipa el divino huésped, constituyéndose nuestro defensor, consejero y guía. Con su don de consejo obramos con acierto, y proseguimos sin
tropiezo la senda de nuestra santificación y salvación eterna. El don de
consejo nos hace discernir, dice S. Antonio, los mejores medios de llegar al
cielo.
PUNTO TERCERO
Consideremos, en tercer
lugar, cuánto
nos interesa el tener siempre en nuestra alma a este huésped dulcísimo, que nos
colma de tantos bienes. Siendo El fuego nos enciende y abrasa en el amor divino
y disipa nuestra tibieza y negligencia; siendo sapientísimo nos aconseja y saca
de las dudas cuando se lo pedimos fervorosamente. El mismo nos amonesta por
Tobías, cuando nos dice: «hijo mío, pide
siempre consejo al sabio. Y
añade San Agustín: AUN CUANDO CORRIERAS
TU A GRAN PRISA, MAL CORRERÁS SI NO SABES HACIA DONDE. San Agustín se lamenta de
las almas que, heladas por la tibieza, no medran en el camino de la virtud, lo
que equivale a volver hacia atrás. Mas, así como hay luz artificial,
que, a la vez ilumina y pone a los cuerpos en movimiento, así también el divino
huésped, que es luz y fuego, nos ilumina y nos pone en movimiento en la senda
de la virtud y caminamos con paso firme hacia el cielo.
ORACIÓN
¡Oh huésped amabilísimo de mi alma, Santo y
divino Espíritu! heme aquí en vuestra
presencia, yerto como un cadáver y sin avanzar en manera alguna por el camino
de la virtud. Comunicadme el fuego del amor divino para ponerme en movimiento;
aguijoneadme como al buey perezoso para que ande, trabaje y cultive el campo y
logre frutos de vida eterna. Regad y fecundad Vos esta
tierra estéril, con las fuentes de vuestros dones, y concededme en especial el
don de consejo para que yo sepa elegir la senda segura que conduce al cielo,
donde os pueda alabar y bendecir por los siglos de los siglos. Amén.
—Se
rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad.
—Tres
veces Santo, Santo, Santo y
divino Espíritu, Dios Inmortal.
—Y se
responderá: Líbranos siempre de todo
mal.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA
Reina celestial y esposa de mi divino huésped, alcanzadme de Él el don de
consejo para que yo sepa escoger el medio más cierto y seguro para agradar a
Dios y salvar mi alma. Enseñadme, maestra celestial, cómo debo tratar al amado
huésped de mi alma para que El me la enriquezca con sus divinos dones, prenda
de los doce frutos y bienaventuranzas. Y así como Él os enriqueció a Vos desde
el primer instante en que fuisteis concebida, y os eligió por Esposa suya,
ejerced también ¡oh Madre mía! Vuestro
poderoso influjo a favor mío, bien seguro de que nada os negará un esposo tan
dadivoso y tan bien correspondido de Vos. Amén.
—Se reza
una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—HIMNO
VENI CREATOR.
SEXTO DÍA
—Acto
de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
Mi suave
refrigerio.
PUNTO PRIMERO
Considera, devoto cristiano, en
qué sentido debemos llamar refrigerio a Dios Espíritu Santo, puesto que templa
nuestra sed y calor, o nos da la gracia para soportarlos, infundiendo en el
alma el don de fortaleza, con el cual se acometen grandes empresas para gloria
de Dios y las llevamos a cabo venciendo todos los obstáculos. Según opina Santo
Tomás de Aquino, es el don de fortaleza superior en eficacia a la virtud
cardinal, que así se llama, pues da mayor fuerza para emprender cosas arduas y
difíciles y hasta contrarias a todos los instintos de nuestra naturaleza, como
el negarnos a nosotros mismos, sufrir las afrentas con alegría, practicar los
consejos evangélicos y hasta para sufrir el martirio. Así se comprende cómo los
Santos le pedían a Dios penas y trabajos. Padecer o
morir, decía
Santa Teresa de Jesús; padecer y no morir
decía Santa
Magdalena de Pazzis; padecer y ser
despreciado por Dios fué
la aspiración constante de San Juan de la Cruz.
PUNTO SEGUNDO.
Considera atentamente
la gigantesca empresa, que todos los mortales debemos acometer si queremos
escalar el cielo por la senda que la practicaron muchos santos y santas: pondera el cúmulo de obstáculos que nos presentan, el
demonio con su astucia, odio y porfía; la carne con el fuego de las pasiones,
el amor impuro, los goces sensuales, el orgullo, la vanidad, la tristeza del
bien ajeno, el tedio, el hastío, la desesperación, la gula, la ira, la
venganza, el ímpetu la osadía, el miedo, la terquedad, etc.; el mundo, esa
turba loca y desenfrenada de chocarrerías, máximas, lujo, banquetes, teatros,
modas, blasfemias, herejías, impiedad, bailes, cantos, sátiras, novelas,
espectáculos inmorales, etc., y con todos conspira contra nosotros y nos
pone obstáculos en la senda de la virtud. De ahí nace la necesidad que
todos tenemos del don de fortaleza para que podamos resistir tantos obstáculos
y vencer a nuestros numerosos enemigos.
PUNTO TERCERO.
Considera, en tercer lugar, las
empresas el valor, que mediante el don de fortaleza, hombre y mujeres han
alcanzado realizar en todo tiempo: Moisés arguye y
reprocha al terrible Faraón; Sansón mata a miles de filisteos él solo y sin
armas; Gedeón vence y destroza un poderoso ejército con trescientos soldados;
Judit corta la cabeza al poderoso Holofernes; David mata un león, a un oso y
al gigante Goliat; Judas Macabeo
atraviesa el caudaloso Jordán y persigue a un ejército diez veces más numeroso
que el suyo; los tres niños alaban a Dios en el horno de Babilonia, Daniel entre
los leones y la madre de los macabeos entre los verdugos de sus siete hijos. Y
mediante el mismo don de fortaleza, millones de nuestros hermanos
han sufrido los tormentos más inauditos de fuego y sangre que inventar pudieron
los verdugos paganos y herejes; así, por fin, los Apóstoles alcanzaron la palma
del martirio y en todo tiempo han tenido imitadores en todas las partes del
mundo.
ORACIÓN
¡Poderosísimo
Espíritu Santo, que, siendo lazo de amor divino entre el Padre y el Hijo, os llama
la iglesia suave refrigerio para aliento de los mortales, concededme el don de
fortaleza para emprender y llevar a término todo género de empresas que me
exijan la gloria de Dios, y para triunfar de todos los enemigos que me acechen
para perderme y llenar de escollos el camino de mi eterna salvación! Guiadme,
pues, por el camino que debo seguir, para que pueda llegar sin tropiezo al
cielo, donde Vos habitáis. Amén.
—Se
rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad.
—Tres veces
Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
—Y se
responderá: Líbranos siempre de todo
mal.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA
Portentosa
Virgen María, ejemplo de valor y
fortaleza, por los lances de vuestra vida más gloriosos y por la gracia alcanzada
de vuestro divino Esposo, con la cual vencisteis los mayores obstáculos y
pudisteis resistir los mayores trabajos, alcanzadme de vuestro divino
Esposo el don de fortaleza, para que, a imitación vuestra, pueda y sepa
triunfar de todos los peligros y tentaciones, con que me persiguen el mundo,
demonio y carne. Amén.
—Se reza
una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R.
— ¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—HIMNO
VENI CREATOR.
SEPTIMO DÍA
—Acto
de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
Tú,
descanso en mis trabajos.
PUNTO PRIMERO
Considera, alma cristiana, que
entre los siete dones del Espíritu Santo es eminente el de ciencia. Esta es
considerada por Salomón como el mayor de todos los bienes; todo lo demás, según
él, no es más que vanidad de vanidades y aflicción de espíritu. La ciencia es
un don del Espíritu Santo, que perfecciona el juicio y nos hace discernir lo
verdadero de lo falso. Este don sólo se adquiere del Espíritu Santo, y no por el
estudio, por la observación ni por el discurso. Con el don de ciencia
interpretaban los Apóstoles y Santos Padres el verdadero sentido de las santas
Escrituras, y con él saben distinguir los santos la verdadera ciencia de las
falsas teorías del siglo. Cada uno de los siete dones se opone a alguno de los
siete vicios capitales, y así el don de ciencia se opone al vicio de la ira,
que es el que más pronto ofusca la razón. El don de
ciencia, dice
el Doctor angélico, es semejante a la
ciencia de Dios, aunque no es la misma, y comunica al entendimiento una luz y
claridad tales, que hace ver las cosas como Dios las ve o las ha previsto. ¡Pondera
cuánto te importa alcanzar tú, este don del Espíritu Santo para que lo pidas y
lo poseas!
PUNTO SEGUNDO
Considera lo que sería del mundo y
del género humano si nadie poseyera el don de ciencia, que el divino Espíritu
reparte de cuando en cuando a aquellos que lo piden con fe y constancia. ¿Qué de
atrocidades y desatinos no han cometido los sabios del gentilismo, con su
filosofía, costumbres y sacrificios humanos? Ni en nuestros días
espantan menos los monstruosos errores de todo género, que propagan los hombres
sin fe, y sin temor de Dios. Unos pregonan el
comunismo otros la impiedad, otros el racionalismo, el escepticismo, el
anarquismo, el duelo, el suicidio o, en fin, el caos hacia el cual camina una
gran parte de la sociedad actual, la que, por otra parte, tiene mil
pretensiones de sabia e ilustrada. Conque, pondera pues, la
necesidad que tienen los hombres de poseer la verdadera ciencia, la que sólo se
alcanza con la gracia de Dios, la fe y el don del Espíritu Santo.
PUNTO TERCERO
Discurre, cristiano carísimo, en tercer lugar, cómo el don de ciencia
aligera y suaviza las cruces y penas de esta vida. Con
el auxilio del Espíritu Santo sobrellevamos sin inquietud los trabajos más
arduos y dificultosos, porque Él constituye en ellos nuestro descanso; Él nos
da resignación en las privaciones y pérdidas que sufrimos de nuestros padres,
de nuestros hijos, de nuestros amigos o de nuestros bienes, de nuestra salud,
de nuestra honra, etc., etc., y además, nos da fuerza para resistir nuestras
enfermedades, el calor, el frío, la sed y el cansancio, porque en todas estas y
otras fatigas de la vida, es Dios Espíritu Santo nuestra ayuda y nuestro
descanso. Procura pues, hermano carísimo, pedir el
auxilio del divino Espíritu en todas las pruebas y cruces que Dios te envíe.
ORACIÓN
Oh
benignísimo Dios Espíritu Santo,
que
inseparablemente obráis con el Padre y con el Hijo, y la Iglesia os llama
descanso en nuestras fatigas, dignificad, os ruego, el mérito de mis
acciones y concededme el don de ciencia para mejor conocer el modo de serviros
con toda mi voluntad y agrado vuestro, y ayudadme a llevar la cruz de mi estado
y demás penas de la vida, para que merezca llegar a poseer un día las delicias
inefables de la gloria. Amén.
—Se
rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad.
—Tres
veces Santo, Santo, Santo y
divino Espíritu, Dios Inmortal.
—Y se
responderá: Líbranos siempre de todo
mal.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA.
Benditísima
Madre mía, vos,
Madre del Salvador, Esposa de Dios Espíritu Santo y llena también de dolores,
habéis experimentado más que ninguno la eficacia del auxilio de estos dones. ¿Quién, como vos, fué agobiada de cruces o traspasada con
tantas espadas de dolor, tanto en la profecía de Simeón, como en la huida a
Egipto, la pérdida del Niño Dios, la calle de la Amargura, las tres horas al
pie de la Cruz, el sepulcro de Vuestro Hijo y en vuestra soledad? Vuestras
pruebas y amargas fueron capaces de causaros la muerte; mas vuestro divino
Esposo os confortó en medio de vuestras penas. Alcanzadme
pues, Madre mía, la gracia que necesito para saber sufrir y llevar con paciencia
y resignación cristianas las penas y cruces que se me esperan en este valle de
lágrimas, para que os imite en esta vida y os vea en el cielo. Amén.
—Se reza
una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. — ¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—HIMNO
VENI CREATOR.
OCTAVO DÍA
—Acto
de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
Tú moderas
el calor.
PUNTO PRIMERO
Considera, alma fiel y
devota de Dios Espíritu Santo, lo
que simboliza el número siete, sagrado en las santas Escrituras, en la antigua
y nueva ley. Los siete dones del Espíritu Santo son realmente otros tantos
auxilios de que necesita el alma para elevarse a Dios, mediante el cumplimiento
de los diez mandamientos. Observa que nuestra corrompida naturaleza, agravada
por nuestras culpas, nos atrae siempre hacia el abismo, así como el plomo sigue
siempre las leyes de gravedad. Mas nuestra alma fué creada bajo otras leyes,
para que siga un curso distinto, y se eleve a lo sublime hasta juntarse, con
los demás espíritus que circundan el trono del Señor. Luego nuestra senda está
trazada hacia arriba y sólo cumpliendo los diez mandamientos desde el primero
hasta el último, que son como otros diez peldaños, seremos conducidos a la
cumbre del monte Sión. Pero nos será imposible si fiamos en nuestras propias
fuerzas. Sin mí nada podéis hacer nos
dice Jesucristo. Luego necesitamos de auxilios
sobrenaturales como lo son los Santos Sacramentos y los siete dones del
Espíritu Santo. Los primeros para que nos aligeren el peso
de nuestras culpas; los segundos para que nos den aliento y valor para subir la
cuesta y nos sirvan de luz y guía en una senda tan llena de enemigos y cercada
de precipicios.
PUNTO SEGUNDO.
Considera, en segundo
lugar, que
los siete dones del Espíritu Santo nos son tan necesarios como el cumplimiento
de los diez mandamientos, si queremos pertenecer al número de los santos, que
es el estado más perfecto que los justos alcanzan en esta vida. Si quieres salvarte, dijo
Jesús, al sabio en la ley, guarda los
mandamientos; más si quieres ser perfecto vende tus bienes terrenos, da el
precio a los pobres y ven en pos de mí. Esto
es: si nada más pretendes que alcanzar la vida eterna, observa los diez mandamientos
y esto te será bastante; pero si aspiras a ceñir la aureola de los santos o
héroes del cristianismo, será preciso entonces que, como lo hicieron ellos, te
renuncies a ti mismo, cedas a la mía tu propia voluntad y observes los demás
preceptos y consejos evangélicos. Así serás santo, serás héroe, y como tal,
serás coronado allá en el cielo. Más
conviene tengas presente que para ello necesitas el auxilio de los siete dones
del Espíritu Santo, como
lo advierte San Agustín.
PUNTO TERCERO.
Considera, en tercer lugar, cómo
el número siete se tiene por sagrado en las santas Escrituras: siete fueron los días que el Creador asignó a la semana;
de siete dones dotó al hombre: entendimiento, memoria y voluntad a su
semejanza; materia, forma y libertad y un ángel para su guía; siete fueron los
objetos que Faraón vio en sueños: siete los sacerdotes que por orden de Josué,
derribaron a Jericó, así como los siete dones del Espíritu Santo derribaron las
siete cabezas del dragón inmundo; siete coros acompañan el arca de la alianza
cantando David siete veces al día las divinas alabanzas; en siete años se
construye el templo de Salomón, ayuna el rey siete días y en otros siete lo
consagra a Dios; siete ojos tiene grabados la piedra angular del templo, como
los siete dones forman la piedra angular de la Iglesia militante y triunfante:
a siete leones fué Daniel arrojado y por Dios libertado, como el Espíritu Santo
nos libra de los siete demonios que nos cita el Evangelio: siete panes
alimentan a cuatro mil hombres en el desierto y siete diáconos son elegidos por
los Apóstoles para practicar obras de caridad espiritual y corporal. San Juan
escribe a siete Iglesias y ve al hijo de Dios rodeado de siete candeleras de
oro; siete ángeles tocan la trompeta y se oyen siete truenos y el mundo
delincuente es herido con siete plagas. Profecías terribles sobre los últimos
días. Por último, siete son las palabras de Cristo moribundo; siete los
principales dolores de María Santísima; siete las virtudes que hemos de tener,
tres teologales y cuatro cardinales y siete son los Santos Sacramentos de la
Iglesia, así como siete son los dones del Espíritu Santo. Admira
pues, cristiano, los símbolos y significado de este número tan repetido, para
que logres los siete dones del Espíritu Santo y te defiendas del dragón fiero
de siete cabezas con siete ojos, símbolo de los siete pecados capitales, que
nos dañan en el cuerpo y en el alma.
ORACIÓN
¡Oh Dios Espíritu Santo! que
consagrasteis el número siete al beneficio del género humano por medio de
vuestras divinas operaciones, y con la eficacia de vuestros siete dones
defendéis a vuestros devotos del poder de los siete espíritus malignos, y los
eleváis en la senda de la perfección; defendedme a mí también de los
lazos del mundo, demonio y carne. Desbastad, divino Espíritu, con el fuego de
vuestros encendidos rayos, el peso de mis pecados que me arrastran hacia el
abismo. Santificadme con vuestros siete dones; dadme alientos para volar como
paloma hacia el cielo y defendedme de las asechanzas del dragón inmundo, que,
con sus siete cabezas, quiere devorarme y encadenar mi alma para hacerme
difícil la observancia de la divina ley e imposible el cumplimiento de los diez
mandamientos, sin lo cual nadie puede llegar al cielo. Amén.
—Se
rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad.
—Tres
veces Santo, Santo, Santo y
divino Espíritu, Dios Inmortal.
-Y se
responderá: Líbranos siempre de todo
mal.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA
Oh Virgen
Santísima, mi augusta y dolorida Madre, Esposa de Dios Espíritu Santo: por los siete dolores que
padecisteis alcanzadme de vuestro divino Esposo la gracia de los siete dones
para poder triunfar de los siete espíritus del mal, que no cesan de
perseguirme. Haced, oh Madre mía, que el divino Espíritu, disipe con el calor
de sus rayos, el fuego de mis pasiones, que me detienen sin medrar en el camino
de mi salvación. Sí, Madre atribulada al pie de la Cruz, renovad en mí a cada
instante el recuerdo de vuestros siete dolores y alcanzadme
por vuestros méritos la asistencia del Espíritu Santo para hacerme sufrido y
resignado en mis penas y que me sirvan de estímulo para merecer el cielo. Amén.
—Se reza
una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. — ¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—HIMNO
VENI CREATOR.
NOVENO DÍA
—Acto
de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
Consuelo
en la aflicción.
PUNTO PRIMERO
Considera, alma
cristiana, cuál
sea la excelencia de los dones del Espíritu Santo, por medio de los cuales nos
inclinamos a la práctica de todas las virtudes, de un modo tan fácil y
agradable, que desde esta vida experimentamos el principio de dicha de los
bienaventurados. Los actos de virtud de esa manera ascienden, y los llama Santo
Tomás, actos beatíficos o que comprenden las bienaventuranzas. Estas, que San Mateo hace llegar a
ocho, Santo Tomás, San Agustín,
San Antonino y algunos concilios las reducen a compendio o número de siete, cuantos son
los dones del Espíritu Santo. Pondera bien la dicha dé los justos o
bienaventurados ya en esta vida, y el gusto con que sufren por Dios los
trabajos que Él envía: las Privaciones, el calor, la sed el hambre, las
persecuciones y las penas que ellos mismos se imponen para seguir la senda de
la gloria, como San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara, Santa Teresa y
tantos otros, que le piden al Señor más trabajos, o padecer o morir; mientras
que los menos virtuosos y los mundanos se afligen y se les hacen insoportables
aún las más ligeras y triviales penas.
PUNTO SEGUNDO.
Pondera, cristiano carísimo, con
qué constancia el pobre labrador trabaja y sufre los rigores del sol, del frío
y del cansancio para ver luego reverdecer sus campos con lozanas mieses,
objetivo de sus legítimas esperanzas; contento va al trabajo y cantando vuelve
de él; saborea gustosa el bocado de frugal cena, en su humilde, pero risueña
choza; se acuesta en el duro suelo y duerme como un santo. Mas esto no es sino
un pálido reflejo de la dicha del justo, que trabaja, sufre y alaba a Dios en
medio de las cruces y pesadumbres de la vida, y lleno de amor y de esperanzas
porque experimenta el influjo benéfico de las bienaventuranzas. Viniendo
a suceder que sus actos de virtud no sólo son meritorios, sino que también en
ellos experimenta ya el principio de la recompensa, como el mismo Santo Tomás
lo consigna.
PUNTO TERCERO
Hemos contemplado,
piadoso cristiano, como
resultado de los siete dones, los auxilios virtudes y bienaventuranzas para el
justo. Mas a todos esos bienes debemos añadir otros como último triunfo en la
vida presente. Glorioso es el fruto
de los buenos trabajos, dice
el Espíritu Santo. Y en verdad, mientras el labrador cultiva sus campos con la
perspectiva de lograr su recompensa, esa no la obtiene sino hasta que recoge
sus frutos. De un modo parecido, los frutos del Espíritu Santo son el epílogo y
colmo de todas las gracias que Él nos ha concedido. Y en esto se diferencian
los frutos del Espíritu Santo, de las bienaventuranzas, y en que aquéllos
resultan en mayor número. Los frutos del
Espíritu Santo, dice
San Pablo, son la caridad, gozo,
paz, paciencia, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y
castidad.
Considera estos frutos cómo el complementó de la gracia que en este mundo se
alcanza. Por medio de ella han triunfado los mártires y alabaron a Dios en
medio de los más atroces tormentos, y por medio de ella el justo se habitúa en
el amor perfecto de Dios de tal suerte que ni las cárceles, persecuciones, ni
suplicios son capaces de separamos de su amor, como decía el mismo apóstol. ¡Considera,
por fin, cristiano, cuál sea la eficacia del amor y devoción al Espíritu Santo
y lo mucho que te importa alcanzar sus dones, y sus frutos para que pertenezcas
al número de los bienaventurados allá en el cielo!
ORACIÓN
¡Oh divino y paráclito Espíritu! Gracias infinitas os
tributamos; os alabamos y bendecimos por habernos permitido terminar esta
Novena dedicada a honor y gloria vuestra y provecho de nuestras almas. Dignaos,
os suplicamos, por intercesión de vuestra purísima Esposa y Madre del divino
Verbo, concedernos el favor de vuestros siete dones para que practiquemos las
virtudes cristianas, alcancemos las bienaventuranzas y los frutos de vuestro
divino Ser y nos inscribáis en el número de vuestros santos y elegidos. ¡Concedednos vuestra gracia, para que siempre os amemos y
veneremos como a la tercera persona de la Trinidad Beatísima y os proclamemos
igual al Padre y al Hijo, de cuyo mutuo amor procedéis, con igualdad perfecta
de atributos!
No permitáis, oh Dios Espíritu Santo, que
jamás nosotros, ni nuestros prójimos provoquemos la ira de la divina justicia
contra aquellos que os blasfeman, que desesperan o se jactan de salvarse sin
buenas obras porque sois bueno, o se obstinan en el error, envidian los bienes
espirituales del prójimo o se hacen impenitentes hasta la muerte, contra los
cuales recae aquel anatema tan terrible del Hijo de Dios. ¡Ah! cuánto de temer es que Dios castigue hoy al
mundo, por tantos extraviados que impugnan las verdades divinas para pecar con
mayor desenfreno y libertad, lo que es también gravísimo pecado contra el
Espíritu Santo. Salvad, divino Espíritu, al mundo; difundid un rayo de vuestra
divina luz sobre los incrédulos y sus prosélitos, que tan ciega y tenazmente
impugnan la verdad revelada, persiguen a la Iglesia, extravían sus almas, roban
su patrimonio y aprisionan al Vicario de Jesucristo. Asistid,
Dios Espíritu Santo, al Sumo Pontífice defendedle de sus enemigos, á El y a
todos los Obispos y sacerdotes, y concededles vuestros dones en abundancia para
que triunfe la Santa Iglesia, la gobiernen con acierto y se salven las almas en
el mundo entero. Amén.
—Se
rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad.
—Tres
veces Santo, Santo, Santo y
divino Espíritu, Dios Inmortal.
—Y se
responderá: Líbranos siempre de todo
mal.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA.
¡Oh Emperatriz soberana de los cielos, Reina del Universo y sacratísima
Esposa de Dios Espíritu Santo!
Por
el misterio augusto de vuestra Concepción Inmaculada, alcanzadnos de vuestro
divino Esposo, los dones, frutos y demás gracias, que necesitamos para
salvarnos. ¡Compadeceos, oh Madre de misericordia, de
la ceguedad y temeridad de los hombres de la época actual, que tanto se
obstinan en el error, combaten la verdad revelada, se ensañan contra la Iglesia
y con sus pecados contra el Espíritu Santo, provocan la ira de Dios! Unos
pierden la fe ilusionados por las ciencias modernas y fementidas, otros pierden
la esperanza y se suicidan locamente; mientras que un gran número de
extraviados se entrega a los vicios más detestables y mueren en la impenitencia
final. Apiadaos, pues, Esposa y Madre divina, de tantos males, salvad el mundo
con vuestros ruegos, convertid a los pecadores. Rogad por el Romano Pontífice,
hoy día tan afligido, por los que persiguen a la Iglesia y se condenan
miserablemente. Interceded, Virgen Santísima, eficazmente
ante la Santísima Trinidad y pronto nos venga el remedio que tanto necesitamos. Amén.
—Se reza
una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. — ¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—HIMNO
VENI CREATOR.
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