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Breve historia de los cataros - David Barreras

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Historia de una secta herética que supo aprovechar su momento histórico para
crear una nueva religión basada en el cristianismo primigenio desde una
doble óptica: la perspectiva francesa y el punto de vista catalano-aragonés.
David Barreras & Cristina Durán
Breve historia de los cátaros
Breve historia: Pasajes - 18
ePub r1.4
Titivillus 21.07.2019
Título original: Breve historia de los cátaros
David Barreras & Cristina Durán, 2012
 
Editor digital: Titivillus
Reporte de erratas: Izcalli, pamonal_, jaad34
ePub base r2.1
 
 
El catarismo presenta ciertos elementos que son comunes a las corrientes
gnósticas y las religiones mistéricas. Entre estas últimas destaca el culto a los
dioses de la antigua Grecia, cuyos fieles sentían especial predilección por
Athenea, la divinidad de la sabiduría. Algo similar nos ocurre a nosotros, ya
que poseemos un panteón muy particular en el que una pequeña deidad,
llamada Athenea Barreras Durán, ocupa un lugar privilegiado, motivo por el
cual queremos dedicarle esta obra.
AGRADECIMIENTOS
A nuestros tíos Antonio y Marie-Thérèse Barreras por su afecto paternal y la
hospitalidad mostrada durante nuestras estancias en París para la realización
de esta obra.
 
A nuestros amigos Ana Aznar, José Sanabria, Nicolas Issaly, Beatriz Casinos
y Salvador Genovés por haber colaborado en la obtención del material
gráfico que forman parte de este libro.
INTRODUCCIÓN
Cátaros. Esta simple palabra, nada más ser pronunciada o escrita, emerge
rodeada por un halo de misterio. ¿Cuál es el motivo para que un solo vocablo
inspire tan enigmática curiosidad? No cabe la menor duda de que todo
aquello que está relacionado con la tenebrosa Edad Media, período histórico
considerado erróneamente oscuro, ha cobrado un ingente protagonismo en los
últimos años, sobre todo gracias a la edición de algunos best-seller de la
literatura, en muchas ocasiones llevados también al cine, que ambientan sus
relatos en esta interesante época. De esta forma, los cátaros, junto a
templarios, merovingios, constructores de catedrales, caballeros cruzados,
miembros pertenecientes a sociedades secretas, brujas, herejes, inquisidores,
y un largo etcétera de este tipo de personajes, han alcanzado una gran
popularidad. Pero no sólo la novela histórica y el celuloide son responsables
de la enorme difusión lograda entre lectores y espectadores por todos estos
arquetipos medievales. También las publicaciones de carácter esotérico se
han encargado de acrecentar la leyenda, en muchas ocasiones «leyenda
negra», de los cátaros y demás personajes contemporáneos a estos. Cierto es
que sobre el catarismo no se ha rodado ninguna exitosa película pero, sin
embargo, han corrido auténticos ríos de tinta que han intentado aproximarnos
a su herejía. No obstante, las novelas son simplemente relatos de ficción y su
objetivo es única y exclusivamente entretener al lector. Paralelamente, las
publicaciones de carácter ocultista existentes sobre el catarismo emiten todo
tipo de hipótesis relacionadas con esta religión heterodoxa, y se basan
solamente en teorías especulativas que utilizan datos no contrastados por la
arqueología, por registros históricos o por evidencias científicas. Debido a
ello, tanto este tipo de conjeturas como la ficción sirven de poco, por no decir
de nada, a la hora de ayudarnos a conocer exactamente quiénes fueron los
cátaros.
Los cátaros fueron un grupo organizado y jerarquizado de adeptos a una
religión cristiana dualista cuyos miembros fueron considerados heréticos por
la Iglesia católica. Surgieron en la Europa occidental de los siglos XII y XIII, a
lo que sí añadimos que fueron protagonistas de una parte esencial de los
acontecimientos que tuvieron lugar en el viejo continente a lo largo de la Baja
Edad Media; llegaremos a la conclusión de que la historia es la disciplina que
debe aportarnos una información más veraz sobre ellos.
Pero dada la complejidad de los acontecimientos históricos relacionados
con el catarismo, sucesos éstos esenciales a la hora de conocer cuál fue el
rumbo de Francia, la Corona de Aragón y la Santa Sede cuando la Edad
Moderna estaba a punto de comenzar, a veces su historia es contada de forma
excesivamente especializada como para ser accesible a todos los públicos.
Éste es el caso de buena parte de las obras sobre los cátaros escritas por
medievalistas franceses, libros muy rigurosos desde el punto de vista
histórico pero, a su vez, de lectura muy complicada y poco amena; autores
estos también que tratan los asuntos relacionados con esta herejía desde una
perspectiva demasiado local, muy centrada en torno a Francia, motivo por el
cual se descuidan aquellos aspectos sobre esta religión dualista que están
relacionados con la Corona de Aragón.
En ocasiones, la historia de los cátaros ha sido también escrita por autores
españoles que han orientado su narración en torno a la relación de Occitania,
región actualmente perteneciente a Francia, con Cataluña. Para ello, dichos
escritores pueden llegar a utilizar un punto de vista excesivamente partidista,
incluso políticamente hablando, regionalista y casi podríamos decir que
sectario, de forma que existe la posibilidad de que la realidad histórica sea
presentada al lector de forma muy distorsionada.
Todo ello nos ha empujado a escribir este libro de historia desde una
perspectiva más hispánica que la utilizada por los especialistas en el
catarismo, es decir, la escuela medievalista francesa, sin descuidar la relación
entre los adeptos a su religión dualista, la Francia medieval y el papado. Ésta
es una obra que narra los hechos relacionados del movimiento cátaro, una
nueva religión basada en el modelo de vida apostólico de los primeros
seguidores de Jesucristo, con los acontecimientos que tuvieron lugar a lo
largo de la cruzada emprendida por la Santa Sede y Francia para combatirlo.
Un libro que se ciñe al espíritu de la colección Breve Historia: acercar la
historia a todos a través de un texto rigurosamente redactado.
 
 
1
Los orígenes
D
EL MAL Y LOS DUALISMOS
esde tiempos muy remotos, el origen del mal ha sido un gran problema
sin respuesta para todas las religiones. En la Antigüedad encontramos
un mundo cruel en el que impera la fatalidad. Los desastres naturales no
solamente acaban de forma directa con las personas, sino que también
destrozan las cosechas y provocan hambrunas. Y no sólo eso, los cultivos se
ven también afectados por una climatología caprichosa e impredecible. La
enfermedad se ceba especialmente con los más débiles, pero esto no quiere
decir que el resto de la humanidad se libre de las mortíferas epidemias que
surgen de manera inesperada y se llevan a la tumba a poblaciones enteras. La
muerte planea sobre la faz de la Tierra, tanto en tiempos de paz como de
guerra, cubriéndola con su manto tenebroso de sombras. Lo cierto es que los
períodos de concordia entre los hombres son más bien escasos: el planeta se
halla inmerso en un cuasi constante conflicto que parece querer desgarrar a
las civilizaciones destruyéndolas desde sus mismos cimientos, eliminando su
esencia, es decir, al propio ser humano. Los enfrentamientos armados se
encargan también de privar al hombre de su libertad, y hacen uso de una de
las mayores lacras que ha sufrido la humanidad en toda su historia: la
esclavitud, cicatriz que ha marcado muy negativamente a la especie Homo
sapiens a lo largo de la práctica totalidad de su existencia y que en Occidente
únicamente desapareció de forma definitiva en el siglo XIX. Pero no sólo se
colocan grilletes sobre cuellos y extremidades de los hombres de otros
pueblos que han sido vencidos en combate. Los poderosos dominan también
a la plebe de su misma etnia y los asfixian con las cadenas de unas pesadas
cargas serviles y con abusivos impuestos o, en ciertas ocasiones, se llega
incluso a condenar a los más desfavorecidos a ser esclavos reales. Pero las
desigualdades sociales no finalizan aquí. La mayor parte de la población
mundial, ya sea ésta súbdita del Egipto faraónico, Asiria o
Babilonia, vivía
bajo condiciones de una extrema pobreza, a pesar de que sus imperios eran
poderosos y ricos.
El hombre se encuentra en muchas ocasiones al borde de la inanición y,
por diferentes motivos, está condenado a sufrir una existencia en la que se ve
rodeado de un halo de muerte y destrucción. Carece también, la mayoría de
las veces, de libertad. Lo peor de todo es que, como es lógico, el simple
hecho de ser un ente racional hace que sea muy consciente de habitar un
mundo primordialmente malo. No obstante, los humanos pueden ampararse
al cobijo que les brinda la religión. Los sacerdotes de las distintas creencias
están ahí para decirle al pueblo que los dioses, principio de todo lo existente,
gozan de un inmenso poder, y si se les adora, puede que nos deparen un
futuro mejor. ¿Son por lo tanto los dioses la causa de todo lo que ocurre en
este mundo? Si la respuesta es afirmativa, entonces es que pueden hacer que
nuestra vida sea mejor, ser la causa del bien, pero, por lo tanto, al mismo
tiempo deben de ser la causa del mal. No puede ser de otra forma: los dioses
son esencial y realmente crueles, no deben de ser bondadosos, ya que pueden
causar el bien, pero, sin embargo, el mal predomina en el mundo. Todo puede
quedar justificado de la siguiente forma: el ser humano posee una naturaleza
malvada, y debido a ello los dioses lo castigan constantemente. ¿Pregunta
respondida? ¿Problema resuelto? Evidentemente no, ya que el hombre,
infame o no, ha sido supuestamente creado por los dioses y estos son, en
consecuencia, la única causa del mal en la Tierra. Seguimos, por lo tanto, sin
hallar respuesta. ¿Y si alguien intentara aclarar las dudas de la humanidad al
respecto, tratando, por un lado, de justificar la procedencia del mal y, por otra
parte, explicando el origen del bien? Es innegable que no basta con dar
respuesta a una sola de estas dos cuestiones, ya que si continúa existiendo
uno de los dos interrogantes, nada se habrá conseguido en la labor por
resolver la duda existencial del hombre. En consecuencia, podemos afirmar
que resulta indudable que las dos respuestas constituyen una dualidad, son
indisolubles y se debe procurar resolver estas dos cuestiones en un mismo
instante de tiempo para, de esta forma, conseguir satisfacer la inquietud
natural del ser humano por conocer cuál es la base cosmogónica, es decir, el
origen de la creación, del hostil entorno que habita.
En este contexto llegaron a Persia hacia el II milenio a. C. las primeras
ideas dualistas que trataban de diferenciar los dos principios que regían en el
mundo: la bondad y la maldad.
A
MAZDEÍSMO Y ZOROASTRISMO
hura Mazda u Ormuz era el dios supremo de Persia, uno de los mayores
imperios de la Antigüedad y de la Edad Media, cuya existencia se
prolongó desde el siglo VI a. C. hasta el siglo VII de nuestra era. El Avesta,
libro sagrado del mazdeísmo, describe el conflicto permanente entre las
fuerzas del bien, comandadas por esta deidad, y las del mal, lideradas por
Ahrimán o Angra Mainyu. Para su religión, este enfrentamiento que se da
desde el principio de los tiempos, no será eterno, ya que, finalmente, Ormuz
se impondrá a Ahrimán y la luz vencerá a las tinieblas para siempre. Por ello,
podemos afirmar que la concepción dualista, resultado del equilibrio de
fuerzas entre el bien y el mal, tiene como meta un resultado final monista, en
el que reine solamente el primero de ellos.
Para el mazdeísmo, la vida no es otra cosa que este combate permanente,
de forma que el ser humano puede influir en lo cerca que esté el mundo de
conseguir el triunfo definitivo sobre Ahrimán: los fieles solamente deben
hacer el bien y contentar a Ormuz. Con ello conseguirán además la salvación
el día del Juicio Final. Cuando el hombre lleva a cabo acciones malévolas,
únicamente consigue retrasar la victoria de Ahura Mazda; si su
comportamiento es, sin embargo, piadoso, las fuerzas de la luz irán ganando
terreno a la oscuridad. Es la primera idea de cielo e infierno de la historia,
percepción mazdeísta-zoroastriana que ejercerá una poderosa influencia sobre
todos los credos posteriores, especialmente en las tres grandes religiones
monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam. Debido a la influencia
mazdeísta, la primera de ellas experimentará profundos cambios a partir del
siglo VI a. C., y coincidirá con la deportación judía en el llamado Cautiverio
de Babilonia tras la conquista de Jerusalén por Nabuconodosor II (597 a. C.).
Ello fue posible como consecuencia de la posterior caída de Babilonia, hacia
el 539 a. C., en manos de Ciro II, rey de Persia, una época en la que, como
veremos en los próximos párrafos, la religión de Ahura Mazda estaba
experimentando una amplia y decisiva mutación. Los conceptos mazdeístas
de cielo, infierno, diablo, demonios, ángeles y Juicio Final, todos ellos
recogidos en el Avesta, arraigarán con fuerza en el judaísmo y serán más
tarde transmitidos a sus «herederos» cristianos y musulmanes. Del mismo
modo, tras el Cautiverio de Babilonia, los profetas hebreos comenzarán a
anunciar la venida del Mesías, algo inédito en el Antiguo Testamento.
Hasta aquí todo parece ir bien: por primera vez los sacerdotes parecen
tener una respuesta convincente sobre el origen del mal. Pero el mazdeísmo
presentaba un pequeño fallo: sus rituales fastuosos y de gran pompa, típicos,
como estudiaremos en el siguiente epígrafe, de las religiones mistéricas y
orientales, únicamente estaban al alcance de la clase aristocrática. El núcleo
central de la doctrina irania era el sacrificio. El pueblo llano no podía
permitirse el lujo de ofrecer animales a Ahura Mazda para con ello poder ir
haciendo la «reserva» de su estancia en el Paraíso. Sin embargo, un profeta
nacería en el seno del Imperio persa para condenar estas prácticas superfluas,
personaje que conseguiría transformar la religión mazdeísta para aproximarla
a las clases más desfavorecidas. El piadoso reformador es conocido por la
historia como Zoroastro.
Muy poco sabemos acerca de la vida de Zoroastro, no obstante
conocemos la importancia de su obra, ya que al parecer predicó instando a los
hombres a adoptar una conducta moral que los acercara a Ahura Mazda para,
de esta forma, conseguir la salvación de sus almas el día del Juicio Final, en
el que las fuerzas del bien aniquilarían definitivamente a las hordas del señor
de las tinieblas, Ahrimán. Zoroastro, también conocido como Zaratustra,
nació probablemente en el actual Afganistán entre los años 650 y 600 a. C.
Las enseñanzas del profeta tuvieron una repercusión enorme en el área de
influencia persa, y se difundieron con celeridad por Oriente Medio, ya que
Zoroastro no sólo aceptó el tradicional dualismo iranio, sino que, además,
«puso a Dios al alcance de las masas», como indicó en 1962 el medievalista
francés Fernand Niel. De esta manera consiguió que la nueva religión creada
por él arraigara sólidamente en Persia y únicamente desapareciera de la
mayor parte de aquel imperio con la invasión musulmana del siglo VII de
nuestra era, resistiendo pequeños núcleos de fieles, como los quebros de Irán
y los parsis de la India, comunidades religiosas que aún perviven. Zoroastro
igualó ante Dios a todos los seres humanos, de forma que gentes de cualquier
condición social y nivel económico podían practicar su credo. Esto dio el
empujón definitivo al culto de Ahura Mazda, lo que, unido a los doce siglos
de existencia del zoroastrismo, hizo que este influyera en la mayoría de las
creencias que nacieron después: las ya mencionadas religiones reveladas, es
decir, judaísmo, islam y cristianismo; y también otras sectas relacionadas con
la última de ellas, como el gnosticismo, el maniqueísmo y el catarismo. El
poder de seducción de las enseñanzas de Zoroastro hizo posible la
asimilación de los antiguos conceptos mazdeístas de ángeles y demonios, así
como los de cielo e infierno, por parte de los credos mencionados.
El judaísmo fue la primera de las grandes religiones monoteístas en surgir, remontándose sus míticos
orígenes a la revelación
descrita en la Biblia que recibió Abraham. Posteriormente los adeptos de los
otros dos importantes credos monoteístas, es decir, el cristianismo y el islam, reconocerían también a
este personaje nacido en la ciudad de Ur de Caldea (Mesopotamia) como patriarca de sus respectivas
religiones. En la imagen, un cementerio judío.
Fresco de la iglesia de Santa Pudenziana, Roma. Este edificio religioso, primera basílica cristiana
construida, fue levantado a principios del siglo V, una época turbulenta en la que a medida que la
religión de Jesucristo iba cobrando un mayor poder, el Imperio romano se marchitaba más y más. El
cristianismo irrumpiría con fuerza en la historia gracias a que acabó penetrando con éxito en el seno del
Imperio romano, donde los emperadores Constantino I (312-337) y Teodosio I (379-395) fueron los
más grandes impulsores de esta nueva religión.
E
GNOSTICISMO Y MANIQUEÍSMO
ntre los siglos I y III surgió en Asia una nueva corriente filosófica y
religiosa, el gnosticismo, saber misterioso de la naturaleza superior de
Dios resultado del contacto entre el pensamiento helenístico —el cual se
difundió por todo el antiguo ámbito persa gracias a las conquistas de
Alejandro Magno (336 a. C.-323 a. C.)—, los cultos orientales —mistéricos y
zoroastrismo— y los credos judeocristianos. Seguramente esta religión
sincrética también poseía elementos hindúes y budistas, e incluso
astrológicos y mágicos. Su nombre procede de la palabra griega gnosis, que
significa «conocimiento». La gnosis implicaba la adquisición de un
conocimiento arcano, es decir, secreto y reservado sólo a unos pocos
elegidos. Esta religión no tardaría demasiado en propagarse por toda la
cuenca mediterránea desde su lugar de origen.
Baños árabes. La limpieza ritual del cuerpo o ablución realizada en el hammam formaba una parte muy
importante de la vida cotidiana de los musulmanes tanto en términos religiosos como sociales. El año
622 marca para el islam el nacimiento de su religión, instante temporal en el que se produjo la hégira o
huida del profeta Mahoma de la ciudad de La Meca para refugiarse en Medina.
Capitel persa aqueménida procedente de la ciudad de Susa. Museo del Louvre, París. La dinastía
aqueménida de emperadores persas se extinguió tras la derrota en la batalla de Gaugamela (331 a. C.)
de su último representante, Darío III, a manos de Alejandro Magno. No obstante, el Imperio persa se
prolongaría en las dinastías parta (247 a. C.-224) y sasánida (224-642) hasta que la invasión árabe del
siglo VII produjo su destrucción definitiva.
El gnosticismo postulaba, al igual que el mazdeísmo y el zoroastrismo, la
existencia de dos principios de diferente naturaleza: el bien y el mal. El
mundo material, en el que impera la maldad, no fue creado por Dios, sino por
el Demonio. Dios es, sin embargo, el hacedor del reino de los cielos, así
como de las almas que habitan los cuerpos de los hombres, siendo estos
últimos la mayor obra concebida por Satán. Por esta razón, los gnósticos
rechazaban los escritos del Antiguo Testamento, ya que eran incompatibles
con sus creencias, entre otros motivos por hacer a Dios responsable de la
Creación. Asimismo, al igual que mazdeístas y zoroastrianos, postulaban la
existencia de seres con una doble naturaleza, divina y humana, los ángeles o
eones, cuyos representantes más destacados son los profetas Zoroastro y
Jesucristo.
Los miembros de algunas de sus sectas practicaban un riguroso
ascetismo, lo que, combinado con la aparente sencillez de los dogmas
gnósticos, contrastaba fuertemente con su acusado libertinaje —en este
aspecto pueden parecerse en parte a los cátaros, los cuales negaban el
matrimonio, pero aceptaban el concubinato— y con su gusto por los ritos
fastuosos de tradición oriental, en los que las especulaciones mágicas y
astrológicas tuvieron una especial relevancia. En ocasiones sus rituales
pueden resultar extraños e incluso repugnantes a ojos de una mentalidad
occidental o contemporánea. Estas religiones orientales, aunque de común
procedencia, griega o asiática, no tuvieron una teología homogénea, pero
desarrollaron y conservaron ciertos cultos y rituales de la Antigüedad con
orígenes muy primitivos, lo que explica el carácter agrario de sus dioses.
Dichos credos fueron denominados mistéricos y tuvieron gran influencia
sobre la gnosis, los cultos imperiales romanos, el cristianismo primitivo y,
como podremos ir descubriendo, el catarismo. El encanto y poder de
seducción llegado de Oriente, no sólo cuna de la civilización sino también
lugar de nacimiento de los credos que históricamente han reunido mayor
número de adeptos, ocupan una posición privilegiada en el ámbito religioso
en el que se fraguaron el gnosticismo y el cristianismo. El experto en historia
antigua Maurice Crouzet nos indicó en 1980 que la propia religión de Cristo
llegó desde Oriente. Ésta, además, para sobrevivir y triunfar, hubo de
enfrentarse a cultos que también surgieron allí —misterios, gnosticismo,
judaísmo—, así como tuvo que combatir a las controversias iniciales
provocadas por las herejías antiguas que desde allí se propagaron —
arrianismo, apolinarismo—. En resumidas cuentas: Occidente se dejó
conquistar por atractivos credos llegados de Oriente, una tierra muy superior
desde el punto de vista económico, cultural e intelectual.
Muy poco conocemos en la actualidad de los cultos mistéricos como
consecuencia del celo de sus adeptos por preservar el secreto de sus rituales
de iniciación, que lo salvaguardan así de la profanación, pero sí podemos
afirmar, como ocurría con los sistemas dualistas gnósticos, que tenían una
visión pesimista de la vida terrenal. Ante la escasez de fuentes escritas, la
mayor parte de la información que poseemos sobre las religiones del misterio
procede de datos arqueológicos de difícil interpretación: inscripciones,
relieves, pinturas y objetos relacionados con los rituales que practicaban.
Otro punto común entre todos los cultos mistéricos fue la tendencia hacia el
monoteísmo y la promesa de inmortalidad que se hacía a sus adeptos, siempre
y cuando llevaran a la práctica un determinado rito de iniciación. Este
impresionante y fastuoso ritual se caracterizaba principalmente por incluir un
acto de purificación inicial que permitía al neófito continuar con la ceremonia
principal del culto, sin estar exenta esta de toda la parafernalia
correspondiente, llena de simbología, actos y artículos sagrados. El boato
mistérico casi siempre incorporaba un simulacro de muerte y resurrección.
Ejemplos de prácticas mistéricas de procedencia griega son los ritos
desarrollados por las sectas pitagóricas y los seguidores de los cultos de
Eleusis.
Los primeros adoraban al dios Apolo en encuentros celebrados durante
cada puesta de sol; algunos de sus ritos recuerdan bastante a los practicados
por los católicos de la actualidad: la purificación con agua, así como el
consumo de pan y las libaciones con vino, fundamentales en la eucaristía.
También, como en el mazdeísmo prezoroastriano, sacrificaban animales.
Según sabemos desde el siglo I por el filósofo romano de origen hispánico
Séneca, la secta pitagórica no tenía adeptos entre el pueblo llano, quienes
tampoco la miraban con buenos ojos ante el desconocimiento que suscitaban
sus actividades, dado su fuerte carácter esotérico, típico de las religiones
mistéricas.
Los cultos de Eleusis, ciudad griega muy próxima a Atenas, se basaban
en el mito de Perséfone, diosa que fue secuestrada por Hades, señor de los
muertos, quien quedó prendado de su belleza. Démeter, madre de Perséfone y
diosa de la agricultura, finalmente rescató a su hija, con lo que florecieron de
nuevo las plantas en una primavera primordial, tras la esterilidad provocada
por el primer invierno, consecuencia de la tristeza que provocó sobre la tierra
la ausencia de la joven y hermosa deidad.
En cuando a los ritos mistéricos orientales, debemos hacer especial
mención sobre los que tuvieron una importante propagación en el Imperio
romano, como son los procedentes
de Egipto —adoración de los dioses Isis,
Serapis y Anubis—, los de Anatolia y los de Persia. Cabe destacar el éxito
cosechado por la deidad anatolia Cibeles, diosa madre de la tierra y primer
culto oriental que se introdujo en Roma en época muy temprana, hacia el
siglo III a. C. Pero sobre todo es preciso hacer especial mención de la
importancia que tuvo la adoración a la divinidad irania Mitra. El dios Mitra,
identificado con el Sol y relacionado con la deidad suprema de los persas,
Ahura Mazda, poseída un carácter guerrero, justiciero y, cómo no, rural, ya
que la sangre de los sacrificios de toros que se ofrecían en su honor, animales
relacionados con esta divinidad, fecundaba la tierra. La adoración a Mitra fue
perdiendo influencia en Persia tras las reformas aplicadas por Zoroastro, por
lo que este dios pasó a un segundo plano en detrimento de Ahura Mazda,
pero, no obstante, esto no impidió que a través de Frigia, región de Asia
Menor sometida al Imperio iranio, su culto fuera transmitido a los romanos y
cosechara grandes éxitos a partir del siglo III, triunfo que se prolonga incluso
hasta la cuarta centuria. En esta época, patricios y emperadores romanos
practicaron esta religión oriental. Destaca en este contexto la adhesión de los
augustos Diocleciano (284-305) y Juliano (361-363), soberano este último
que también se inició en la adoración de Isis, además de hacerse rociar con
sangre de toro en honor a Mitra, un ejemplo más de lo extraños y
repugnantes, aunque no por ello exentos de un atractivo morbo, que podían
resultar los cultos orientales, prácticas éstas habituales de las religiones
mistéricas o de las distintas corrientes gnósticas.
Es preciso destacar que hablamos de corrientes gnósticas y no solamente
de una única gnosis. Existieron tres tipos de sectas que siguieron esta senda:
gnósticos paganos, gnósticos judíos y gnósticos cristianos. Por lo tanto, en su
origen, la gnosis no puede ser considerada cristiana, ya que su nacimiento
precede en el tiempo a la religión de Jesucristo. Las distintas corrientes
gnósticas, a pesar de todas sus diferencias internas, tienen en común, como ya
hemos mencionado, una base dualista en sus creencias, en la que,
fundamentalmente, el bien se opone al mal y lo material a lo espiritual. La
meta gnóstica es llegar a Dios mediante el conocimiento, que será alcanzado
a través de la revelación dada por los eones, ángeles, mensajeros de la
Providencia que adoptan forma humana para así bajar del cielo y poder
transmitir la gnosis. A Jesucristo se encomendó esta tarea fundamental, al
igual que antes se hiciera con Zoroastro. Ésta es la única forma de salvación
para el hombre, la liberación de su alma de la jaula que lo encierra a lo largo
de la vida, es decir, del cuerpo material. No obstante, la tradición secreta y
esotérica no era revelada a todos los creyentes, sino sólo a unos pocos
elegidos.
El camino del creyente implica, por lo tanto, conocerse a sí mismo, su
verdadera naturaleza, para, de esta manera, poder llegar a conocer al mismo
Dios, divinidad que dio origen a los ángeles y a las almas, pero que es
imposible que sea el creador del mundo. La materia, sustancia que habita un
mundo cruel y donde reina la maldad, no ha podido ser obra de un dios
bondadoso. Eso incluye también la creación de los cuerpos humanos. Por lo
tanto, los gnósticos rechazan al Yahveh bíblico, el Creador. Los gnósticos
odiaban este mundo y adjudicaron su creación a un dios malévolo, un
demiurgo, Satanás en definitiva. Las dos deidades abanderan a los ejércitos
enfrentados en este dualismo, aunque en algunos sistemas gnósticos,
podríamos decir que menos dualistas, el demiurgo sería una entidad divina
inferior, al igual que el Lucifer cristiano, emanación del Todopoderoso.
Debido a todo ello, para la gnosis cristiana, Jesucristo únicamente posee
carácter divino; es imposible que tenga carácter humano, ya que sólo posee
un cuerpo aparente. Tampoco, por lo tanto, puede morir. De esta forma los
gnósticos, al igual que, como podremos comprobar próximamente, los
cátaros, destruían uno de los pilares del dogma cristiano: la muerte y
resurrección de Jesús, lo que constituye una herejía. Cristo, sin embargo, sí
que es un profeta enviado por Dios para transmitir la gnosis a los fieles. Con
todo ello podemos afirmar que el dualismo de la gnosis distorsionaba de tal
forma los dogmas de las religiones judía y cristiana que, para ambos credos,
constituía una herejía arriesgada. Peligrosa pero con un alto poder de
sugestión, ya que acercaba a los creyentes a la gnosis y, en definitiva, a Dios,
y se les ofrecía, por lo tanto, la liberación del mundo material y la vida eterna.
Todo ello hacía muy atractivos los cultos gnósticos, cuyas creencias
sincréticas, producto de la fusión ya mencionada con otras religiones y
pensamientos filosóficos, no resultaban del todo incompatibles con el
cristianismo. En consecuencia, podemos afirmar que no sería demasiado
complicado que un creyente cristiano acabara incorporándose a una secta
gnóstica cristiana. Es más, la primigenia Iglesia cristiana se enfrentaba, allá
por el siglo II, ya no sólo a la persecución de los emperadores romanos, sino
también a la posibilidad de que, debido a la influencia de las corrientes
gnósticas, acabara por transformarse en una religión mistérica, uno más entre
los innumerables y fastuosos cultos orientales que cosecharon un éxito
pasajero en el seno del Imperio romano. Ante cualquiera de estas dos
posibilidades, el resultado podría haber sido el mismo: la desaparición
definitiva del cristianismo. La represión y persecución por parte de las
autoridades romanas puede parecer a priori, debido a su extrema violencia, la
principal amenaza de muerte para el cristianismo. No obstante, sin ningún
género de dudas, fue el riesgo de asimilación gnóstica lo que mayor peligro
representaría para el cristianismo en este sentido. En palabras del catedrático
de Historia Antigua José Manuel Roldán, «en el gnosticismo, el cristianismo
se diluía en un sincretismo y el misticismo era parecido al de las religiones
mistéricas y al paganismo». Pero como ya sabemos todos, ni la persecución
ni el gnosticismo acabaron con la religión de Jesucristo: el cristianismo acabó
siendo la religión oficial del Imperio romano, así como la de los reinos
bárbaros que de él surgieron en la Edad Media; en la actualidad es además
uno de los credos con más practicantes del mundo.
Detalle del sarcófago del faraón Ramsés III. Museo del Louvre, París. El culto de Isis, deidad que
aparece en la imagen, fue uno de los más importantes en el Egipto faraónico, lugar a partir del cual se
extendió por Oriente Próximo y el Imperio romano.
Constancio II se alzará en el año 351 con el trono imperial romano gracias al apoyo recibido por los
bárbaros alamanes. Pero una vez que esta etnia germánica penetró en territorio romano, no fue fácil
convencer a sus miembros para abandonarlo. El orden únicamente podrá ser restablecido por Juliano, el
nuevo defensor de Roma, motivo por el cual se alzó finalmente con el título imperial en el año 361. En
la imagen, inscripción dedicada al emperador pagano Juliano (361-363) hallada en la ciudad turca de
Ankara.
Entre los pensadores gnósticos cristianos, es preciso destacar la figura de
Marción, cuyas ideas triunfaron en Roma durante el «Siglo de Oro» de la
gnosis, es decir, la segunda centuria de nuestra era. Marción rechazaba el
Antiguo Testamento, ya que en sus textos se describe cómo Yahveh, un dios
cruel no sólo con sus enemigos sino también con sus seguidores, había creado
el mundo. Esta obra deficiente no podía proceder de una deidad todopoderosa
y benévola. Las enseñanzas de Marción únicamente aceptaban el Evangelio
de Lucas, en el que se revelaba la verdad sobre Jesucristo, el enviado de Dios.
La influencia marcionista queda demostrada por la supervivencia de sus
creencias hasta los albores de la Edad Media y con la creación de una Iglesia
muy organizada en la que la mujer poseía un papel de gran trascendencia en
la jerarquía
de su sacerdocio, algo inusual en la Antigüedad y la Edad Media
y que, como estudiaremos próximamente, recuerda bastante a la relevancia
que en este sentido tuvieron las féminas cátaras.
Para algunos autores, caso del ya citado Maurice Crouzet, Marción no fue
un gnóstico al uso, se trataba más bien de un cristiano con fuertes influencias
recibidas de la gnosis. Del mismo modo, algunos historiadores, como el
medievalista Fernand Niel, prefieren no incluir entre los gnósticos cristianos
a uno de los profetas dualistas más influyentes: Manes.
Manes, o Mani, nació en el año 216 en la misma área geográfica de la
cual surgieron los dualismos mazdeísta, zoroastriano y gnóstico, la cuna de
las religiones monoteístas: Oriente Próximo. Manes fue criado en el seno de
una familia gnóstica, perteneciente a la secta de los mandeos, en su Babilonia
natal, tierra a la que su padre emigró procedente de Persia, por lo que parece
claro que el joven iranio recibió una educación con influencias zoroastrianas
y gnósticas. No nos extraña por lo tanto que a los doce años de edad afirmara
haber recibido un mensaje divino portado por un ángel que le anunciaba que,
llegado el día indicado, abandonaría su vida tal como había sido hasta
entonces y llevaría a cabo la misión para la cual había sido enviado a este
mundo: predicar un nuevo credo. Doce años después, Manes recibió una
segunda visita del mensajero de Dios, quien en esta ocasión le indicó que
había llegado el momento de proclamar la nueva doctrina. El profeta
emprendió entonces un viaje de peregrinación de dos años de duración que lo
llevaría a recorrer el sur de Asia central, donde entró en contacto con el
hinduismo y el budismo, religiones de las que el maniqueísmo tomó ciertos
elementos. Hacia el 242, Manes alcanzó Persia, donde fue bien acogido en la
corte del emperador Shappuhr. Manes se declaró sucesor de Buda, Zoroastro
y Jesucristo y con ello consiguió convertir a ciertos personajes de relevancia
del entorno del soberano sasánida. Puede que incluso el mismo Shappuhr se
contara entre sus adeptos, no obstante, lo que más nos importa es que el
profeta alcanzó una notable influencia, lo que le llevó a obtener la
autorización imperial para predicar en tierras persas. El Mesías aprovechó
bien el tiempo del que dispuso y en treinta y un años el maniqueísmo se
difundió ampliamente por el área en la que el zoroastrismo era religión
oficial. En ese período incluso traspasó sus fronteras hacia Asia central, la
India, Palestina, Egipto e incluso Roma. Ningún gnóstico había llegado tan
lejos.
La etnia judía ha experimentado a lo largo de su historia una continua migración, conocida como
diáspora, que se inició con el Cautiverio de Babilonia en el siglo VI a. C. y que acabó por asentar a sus
miembros en buena parte de las ciudades europeas medievales. En la imagen, judería de una ciudad de
la Edad Media.
Sin embargo, Sappuhr moriría en el 273 y a partir de ese momento el
respaldo que Manes recibía de las autoridades persas podía empezar a
flaquear. El trono fue ocupado por Hormurzd, hijo de Sappuhr, y por suerte
para Manes el nuevo soberano continuó brindándole apoyo. Pero para
desgracia del profeta, el flamante emperador solamente permaneció en el
trono durante un año, ya que la muerte provocó que su lugar fuera ocupado
por su hermano Bahram. A partir de entonces, Bahram, fiel defensor del
zoroastrismo, no sólo retiró todo el respaldo que la dinastía sasánida, a la que
él mismo pertenecía, le había brindado a Manes, sino que, además, ordenó la
detención del profeta. Su captura se logró en el 277. Tras casi un mes de
permanecer encerrado y de estar sometido a tortura, Manes murió. No
contento con eso, el emperador hizo colgar su cadáver a las puertas de la
ciudad, seguramente para que sirviera de ejemplo a sus seguidores y para
animarlos a abandonar su credo. Los sacerdotes zoroastrianos habían
conseguido su objetivo, ya que acabaron con la seria amenaza que podía
suponer la presencia de Manes, profeta de un nuevo y atractivo credo que
empezaba a competir con la adoración de Ahura Mazda.
Manes había desaparecido, pero su doctrina continuó expandiéndose por
Asia central, donde su mayor éxito fue cosechado en el Turkestán, llegando a
convertirse allí en religión oficial. A partir de esta región, alcanzó incluso
China. También partió hacia Asia Menor y el norte de África, donde penetró
a través de Egipto, y continuó por Hispania, Galia e Italia, lugares donde el
número de adeptos quedaba restringido únicamente a pequeñas comunidades
de fieles. No obstante, el camino fuera del ámbito de influencia persa
tampoco fue sencillo, ya que, en la mayoría de ocasiones, allí por donde pasó,
el maniqueísmo despertó el recelo de las autoridades religiosas: su atractivo y
sencillo credo hacía peligrar la influencia que poseían las demás doctrinas. Si
a ello le sumamos la actitud apática mostrada por sus seguidores ante la vida,
podemos comprender por qué las autoridades seculares de las regiones por
donde pasó el maniqueísmo se sumaron a su persecución. Destaca en este
contexto la represión a la que fue sometido por los emperadores romanos, ya
fueran éstos paganos —Diocleciano inició la caza en 297— o cristianos —
Valentiniano ordenó su persecución en el 372 y Teodosio en el 382 y el 389
— Estos últimos nunca dejaron de incluir la doctrina de Manes entre las
herejías cristianas, a pesar de que no pertenecía a las sectas de origen
cristiano, ya que constituía en sí misma una nueva religión, algo parecido al
caso del catarismo, como podremos comprobar próximamente. Esta actitud
de las autoridades romanas pudo deberse a la notable influencia que el
maniqueísmo poseía de las enseñanzas de Jesucristo, motivo por el cual
captaba constantemente adeptos procedentes de esta comunidad religiosa.
La opresión romana se hizo especialmente dura hacia la segunda mitad
del siglo V, momento tras el cual el maniqueísmo pareció desaparecer de
Occidente. No obstante, existen autores que opinan que las enseñanzas de
Manes perduraron en la Europa occidental hasta que se alcanzó la Edad
Media y volvieron a manifestarse de forma notable a partir del año 1000,
llegando incluso a ser transmitidas a los cátaros del siglo XII.
Como es lógico pensar, el maniqueísmo poseía elementos muy
importantes del zoroastrismo, el gnosticismo y el cristianismo. La base de
partida es su concepción dualista del mundo, tomada a partir del zoroastrismo
pero, al contrario de este credo, resulta en este caso ser una dualidad absoluta:
existe un dios del bien y un dios del mal, sin ser ninguno superior al otro. Del
mismo modo que zoroastrianos y gnósticos, los maniqueos creen en un
universo dividido en dos partes: el reino de la luz, el cielo o mundo espiritual
donde moran las almas; y el imperio de las tinieblas, el infierno o mundo
terrenal donde habitan los hombres. Entre ellos dos se sitúan los eones, los
mensajeros de Dios. Para Manes, las almas son de origen divino, han sido
creadas por Dios; sin embargo, los cuerpos materiales de los seres humanos
son obra del Demonio. El alma permanece ligada al cuerpo, su prisión, de
forma tan estrecha que el ser humano ha perdido la conciencia de la
procedencia divina de su esencia. El hombre vive por lo tanto en la
ignorancia, no posee el conocimiento necesario para entender que puede
liberarse de todo lo material y, de esta forma, encontrarse a sí mismo, conocer
su doble naturaleza, que es dual, y, en definitiva, hallar a Dios. Es en este
momento en el que entra en acción la gnosis: el conocimiento es el camino
que nos lleva a Dios. La gnosis únicamente puede ser transmitida por los
eones, los ángeles que como Jesucristo o el propio Manes han sido enviados
por el Todopoderoso para liberar al hombre y conseguir que este logre la
salvación alcanzando el nirvana. Esto último constituye una clara muestra de
la influencia hinduista y budista que posee el maniqueísmo. Habrá también
un día del Juicio Final en el que el triunfo de Dios supondrá la destrucción
del mundo, el infierno
en definitiva, en una devastadora aniquilación, propia
de las fastuosas y extravagantes ideas orientales típicas de las religiones
mistéricas y la gnosis. Esta visión apocalíptica hacía que los maniqueos
mostraran una actitud pasiva ante la vida, con lo que su apatía resultaba inútil
e incluso perjudicial para el Estado.
Diocleciano (284-305), uno de los múltiples emperadores romanos coronados durante la denominada
Crisis del siglo III, en principio, no parecía que correría mejor suerte que sus antecesores, la mayoría de
los cuales fueron asesinados. Sin embargo, este militar de pura raza inició una política de reformas que
consiguió sacar al Imperio romano del abismo en el que había caído y que le permitió experimentar un
nuevo período de bonanza. Relieve del emperador Diocleciano. Museo della Civilità Romana, Roma.
Pero a pesar de su estrambótica visión sobre el origen y el fin del mundo, es
preciso destacar que la doctrina maniquea en sí puede considerarse bastante
sencilla, de forma que su culto, al parecer, no poseía sacramentos y se reducía
únicamente al ritual de «imposición de manos», unas pocas plegarias y
cánticos, frecuentes y prolongados ayunos, confesiones públicas y el
desarrollo de la práctica de la predicación. La discreción maniquea en este
aspecto difiere de los demás credos orientales y de las religiones mistéricas.
La «imposición de manos» era un ritual de iniciación en el que un
creyente pasaba a la categoría de elegido, y de esta forma se le transmitía el
espíritu. Este ceremonial era muy similar a la también denominada
«imposición de manos» que practicarán los cátaros. Otro aspecto compartido
entre los seguidores de Manes y los herejes cátaros fue lo muy organizadas
que estaban sus Iglesias y la acusada jerarquía en la que se estructuraba su
clero. En ambos casos se hacía la siguiente distinción entre sus adeptos: los
simples creyentes (también llamados oyentes, eran los fieles no iniciados) y
los elegidos; o puros, a los que se transmitía la gnosis. Los elegidos se podían
clasificar a su vez en el bajo clero (sacerdotes) y el alto clero (obispos,
apóstoles y un líder supremo cabeza de su Iglesia).
El primer deber del maniqueo era practicar un estricto ascetismo, por lo
que sobra decir que el ayuno y la castidad formaban una parte muy
importante de la vida de sus devotos. Los ayunos eran obligatorios para los
creyentes todos los domingos, día en el que también el contacto sexual estaba
prohibido. La religión de Manes, además de abogar por la castidad, negaba el
matrimonio, otra muestra más de la actitud pasiva de este credo frente a la
vida en sí misma. El ideal maniqueo sería poder liberar cuanto antes el alma
de su envoltura corpórea, pero cabe destacar al respecto que no se posee
ningún dato que demuestre que Manes alentara a sus devotos a practicar el
suicidio. Esta apatía podría haber conducido a los maniqueos a una pronta
aniquilación si hubieran llevado al extremo los principios que postulaban sus
creencias. Por ello, el maniqueísmo era especialmente peligroso para los
Estados, ya que además de ser un credo muy atractivo, la indiferencia de sus
seguidores podía llegar a conseguir que estos se mostraran improductivos: no
podían procrear, edificar, sembrar, cosechar, criar animales y un largo
etcétera. No obstante, los maniqueos supieron adaptarse a la realidad y estas
prohibiciones no se aplicaban de forma completa a los creyentes. Los no
iniciados podían llevar una vida normal, eran los productores que la sociedad
maniquea necesitaba para poder sobrevivir, incluso podían casarse. Pero
como contrapartida, no alcanzarían de forma directa el reino de los cielos, ya
que no habían llegado a la gnosis. A cambio, podían reencarnarse en otra
persona o incluso en un animal, en función de cuál hubiera sido su
comportamiento en la vida terrenal. Sin duda esta idea fue tomada por Manes
directamente de las religiones hinduista y budista, a partir del viaje iniciático
que realizó a la India antes de comenzar su peregrinación por tierras persas.
Al morir, los oyentes bondadosos podían incluso encarnarse en un elegido e
indirectamente alcanzar algún día la vida eterna. Únicamente los elegidos
tenían la oportunidad de alcanzar el nirvana y permanecer, una vez fallecidos,
eternamente junto a Dios.
Sólo los puros tenían la obligación de someterse a un riguroso ascetismo.
Debían privarse del consumo de alimentos no sólo los domingos, también los
lunes. En ocasiones especiales llegaban incluso a ayunar durante un mes
entero.
Los creyentes realizaban cada lunes las confesiones públicas frente a los
elegidos, y estos últimos entre sí.
Un detalle nos llama especialmente la atención: en ningún momento
hemos mencionado si estas ceremonias se llevaban a cabo en algún edificio
construido expresamente para estos fines. No se posee información suficiente
como para confirmar si los maniqueos construyeron y usaron templos o no. A
favor del sí, cabe decir que Agustín de Hipona, un maniqueo renegado que
acabó abrazando el cristianismo hasta llegar a convertirse en san Agustín,
afirmaba hacia el siglo V que los seguidores de Manes tenían templos. A
favor del no, podemos destacar dos aspectos. Por un lado, no se conservan
restos de edificios maniqueos. Por otra parte, la persecución a la que se vio
sometido su credo allí por donde pasó provocó que en la mayoría de
ocasiones su Iglesia sobreviviera en la clandestinidad a duras penas, lo cual
conducía de forma inevitable a que sus fieles no se planteasen la construcción
de ningún edificio importante y/o a la destrucción de los templos que
pudieran existir por parte de los perseguidores.
Esta dura represión hizo que el maniqueísmo se fuera diluyendo poco a
poco con el transcurso del tiempo. ¿Desapareció totalmente de la faz de la
tierra? Al menos, en nuestra opinión, es muy probable que sucumbiera en
Occidente, ya que la dura represión a la que se vio sometido, especialmente
por parte de las autoridades romanas, provocó que su presencia e influencia
se fueran atenuando hasta la extinción completa. A pesar de ello, los
seguidores de Manes vivieron aún mucho tiempo en Europa occidental, en la
clandestinidad, bajo pequeñas agrupaciones dispersas, las cuales, llegado el
momento, comenzaron a perder los vínculos que pudiera haber entre ellas.
Estas pequeñas comunidades evolucionaron de forma independiente, de
manera que su culto comenzó a diferenciarse del rito original de los
maniqueos y lo más probable es que acabaran extinguiéndose absorbidas por
el pujante catolicismo de los nuevos Estados bárbaros de Europa. Algunos
autores, como el citado medievalista Fernand Niel o el divulgador Isaac
Asimov en su obra de 1982, afirman que a pesar de los duros golpes sufridos,
el maniqueísmo nunca llegó a desaparecer totalmente de Europa y Asia
occidental. No obstante, Niel reconoce que se antoja complicado establecer
una relación directa de filiación entre los cátaros y los maniqueos, ya que,
como hemos comentado, la existencia clandestina de los últimos provocó que
surgieran distintas escuelas dualistas, procedentes de una Iglesia madre
maniquea, que poco o nada tenían ya que ver unas con otras. Nosotros no
tenemos tan claro que esto sea así, ya que, tras las persecuciones del siglo V,
Europa vio cómo la doctrina de Manes se iba apagando poco a poco, y no se
encuentran fuentes que nos hablen de la presencia de ideas dualistas en
Occidente hasta que se alcanzó el siglo XI, como estudiaremos en la segunda
parte de esta obra.
En cambio, no podemos decir lo mismo en cuanto a la presencia de ideas
maniqueas en Oriente Próximo, donde, como veremos en el siguiente punto,
dos nuevas sectas dualistas, la de los paulicianos y la de los bogomilos,
irrumpieron con fuerza en el área de influencia bizantina en los siglos VIII y X,
respectivamente.
H
PAULICIANISMO Y BOGOMILISMO
acia el año 272, el patriarca de Antioquía, Pablo de Samotasa, fue
depuesto de su cargo por sus opositores con el respaldo del pagano
emperador romano Aureliano. El motivo no fue otro
que sus ideas con
respecto a la humanidad de Jesucristo, la cual era negada por este obispo,
percepción considerada herética. A pesar de ser contemporáneo de Manes, no
podemos afirmar que el obispo Pablo fuera seguidor suyo, pero sin duda
compartía con él muchas ideas. La mejor fuente disponible sobre la secta
fundada por Pablo de Samotasa la encontramos en unos escritos que datan del
siglo X, cuya autoría se adjudica a Pedro de Sicilia. Al igual que otros
contemporáneos, cuando este historiador habla de los seguidores de Pablo de
Samotasa, o paulicianos, afirma que se trataba de «maniqueos» y que estos se
autodenominaban cristianos. La denominación maniqueo sería utilizada a lo
largo de la Edad Media de forma incorrecta para hacer referencia a cualquier
disidencia religiosa cristiana. El motivo de este inadecuado uso por parte los
cronistas medievales se debía a que estos únicamente conocían la herejía de
Manes, o bien fue consecuencia de que se tratara del heresiarca cristiano que
mayor relevancia tuvo.
Los paulicianos vivían ocultos entre las comunidades católicas, por lo que
podían pasar inadvertidos. Es probable que debiera transcurrir mucho tiempo
hasta que se descubriera que entre los miembros de estas agrupaciones
cristianas había «maniqueos». A partir de ese momento, los paulicianos
comenzaban a ser perseguidos y expulsados de la comunidad de Cristo.
Al igual que los maniqueos, los paulicianos tenían una concepción
dualista del mundo, así como también rechazaban el Antiguo Testamento. Su
profundo punto de vista dual hacia que, además, estuvieran en contra de todo
lo material, por lo que no le daban ningún valor a las reliquias —partes del
cuerpo u objetos pertenecientes a santos que eran venerados por los cristianos
y a los que estos tanta importancia le daban—, las imágenes o iconos, la
eucaristía; y, por supuesto, también rechazaban el principal símbolo cristiano,
la cruz —a su juicio, un elemento de suplicio, un simple trozo de madera,
algo material y, como todo lo tangible, en definitiva, un objeto sin ninguna
significación— El rechazo a los iconos sin duda permitió a los paulicianos
contar con el apoyo de los emperadores bizantinos iconoclastas de los
siglos VIII y IX —para más información, véase nuestro trabajo titulado Breve
Historia del Imperio bizantino, editado por Nowtilus en 2010—, al igual que
ellos destructores de imágenes, lo que seguramente tuvo bastante que ver con
el hecho de que su secta sobreviviera durante tantos años. A ello debemos
sumar las particularidades de la región en la que se desarrolló su herejía, es
decir, Armenia, poseedora de unas características especiales que cuando
estemos tratando el cuarto capítulo nos resultarán muy similares a las
singularidades que poseía la Occitania de los siglos XII y XIII, donde triunfó el
catarismo.
Armenia era una región fronteriza situada entre dos poderosos imperios:
Bizancio y Persia. Esa especial localización geográfica hacía que su posesión
fuera estratégica y, por tanto, que se convirtiera en objeto de deseo de ambas
potencias. El litigio dio lugar a una larga guerra entre Persia y el Imperio
bizantino a partir del siglo V, contienda que nunca llegó a resolverse
completamente hasta que la invasión árabe acabó con el Imperio persa en el
siglo VII. Situada entre dos imperios, a caballo de Europa y Asia, entre dos
mundos distintos, entre dos religiones tan influyentes como la cristiana y la
zoroastriana, Armenia, como es lógico pensar, tomó elementos de uno y otro
lado. Y dado además que se encontraba ubicada en lo que había sido el área
de influencia del maniqueísmo, no es de extrañar que las ideas dualistas no
fueran algo nuevo para los armenios. La anarquía derivada de la eterna
disputa por Armenia, el vacío de poder reinante, abonó el terreno en este
Estado semiindependiente para que la herejía pauliciana, heredera de las
religiones mazdeísta, cristiana y maniquea, acabara triunfando en este país.
Ilustración de la Ciudad de Dios. En esta obra, Agustín de Hipona da muestras de su influencia y
pasado maniqueos cuando describe la naturaleza del bien y el mal, a pesar de que el manuscrito en
cuestión data de comienzos del siglo V, época en la que el futuro santo cristiano ya había renegado de
esta religión herética.
En siglos anteriores, los paulicianos se habían visto sometidos a una feroz
persecución por parte de las autoridades eclesiásticas y laicas de aquellos
lugares de Asia occidental por los que pasaron. Por contra, una vez iniciado
el siglo VIII, el número de adeptos a las enseñanzas de Pablo de Samotasa era
lo suficientemente elevado en Armenia como para que su secta comenzara a
ser tenida en cuenta. A partir de ese momento, el Estado pauliciano pudo
hacer frente incluso al Imperio bizantino, cuyos disciplinados y poderosos
ejércitos sufrieron algún que otro revés militar. Nos llama poderosamente la
atención la belicosidad de los paulicianos, una propiedad única entre las
diferentes religiones dualistas, caracterizadas por su pacifismo —
especialmente maniqueos y cátaros—, consecuencia en parte de su actitud
pasiva ante la vida y su rechazo del mundo material.
Sería necesario alcanzar las postrimerías del siglo IX para que el
emperador bizantino Basilio I derrotara definitivamente, en el año 872, a los
paulicianos en la batalla de Batyrhax. Fue a partir de entonces cuando nuevas
violencias, ordenadas por las autoridades bizantinas en esta ocasión,
aniquilaron casi por completo a los paulicianos. Asimismo, buena parte de los
pocos adeptos que quedaron de esta secta fueron deportados a los Balcanes.
Es muy probable que los paulicianos que llegaron a Armenia entraran allí
en contacto con descendientes de los seguidores de las enseñanzas de Manes
y, a causa de la fusión entre ambos, surgiera el pensamiento herético que,
como ya hemos comentado, encontramos en la región, sobre todo a partir del
siglo VIII. Recordemos que el antiguo patriarca de Antioquia, Pablo de
Samotasa, también era partidario de la concepción dualista del universo. A
favor de esta tesis hay que mencionar que Armenia no dista demasiado de
Persia, el área de nacimiento del maniqueísmo.
León V (813-820) fue uno de los emperadores bizantinos iconoclastas más enérgicos, postura
impopular esta que finalmente le costaría el trono y la vida, ya que fue asesinado y sustituido por uno
de sus generales, coronado como Miguel II (820-829). En la imagen, fresco que representa a León V
mientras presencia la destrucción de un icono que es cubierto por sus súbditos con cal.
Tras el destierro de los paulicianos armenios a tierras griegas, nuevos brotes
dualistas eclosionaron allí. Estos fermentos neomaniqueos se sumaron a los
elementos preexistentes que ya había en la región tras las misiones de los
seguidores de Manes en siglos anteriores. Es lógico, pues, que sea a partir de
la presencia balcánica de estos deportados cuando comencemos a ver de
nuevo cómo un grupo de ascetas vuelve a predicar la existencia de los
principios del bien y del mal en Europa. En este contexto surgió en los
Balcanes la secta de los bogomilos a mediados del siglo X, cuyo nombre
procede de Bogomil, personaje real o legendario.
Las crónicas griegas y eslavas describen en qué forma la secta de los
bogomilos se extendía por toda Bulgaria y buena parte de Bizancio. Destacan
al respecto los escritos de un sacerdote cristiano, llamado Cosmas, que hacia
el 970 decía: «se denominan a sí mismos simplemente cristianos, seducen a
las almas débiles simulando la piedad más exagerada y el modo de vida más
ascético; se burlan de las prácticas supersticiosas de la gran Iglesia, su culto a
las imágenes, las cruces, las reliquias y su credulidad ante los milagros;
niegan todo valor a sus sacramentos y pretenden redimir ellos mismos los
pecados; entre ellos incluso hay mujeres». Queda muy claro con ello que sus
ideas no diferían demasiado de las de los paulicianos. Los bogomilos
practicaban además una lectura dualista de las Sagradas Escrituras, y
rechazaban el Antiguo Testamento.
Su dualismo poseía una tendencia más
marcadamente maniquea que el paulicianismo, lo que podría sugerirnos que
es probable que las ideas de Manes no hubieran muerto en tierras bizantinas.
Cosmas describe su secta como dualista, acusándola de otorgar al demonio la
autoría de la creación del mundo. La práctica del ascetismo desarrollada por
sus seguidores los llevaba a ayunar y a ser célibes, por lo que vivían rodeados
de continuas privaciones. Tenían también prohibido beber vino y consumir
carne.
Otro cronista cristiano, Eutymo Zigabeo, indica en sus escritos que las
escuelas bogomilas, al igual que las demás religiones dualistas surgidas tras
el maniqueísmo, tenían dos categorías de fieles: los creyentes y los elegidos.
Del mismo modo que los maniqueos, los creyentes bogomilos podían
ingresar en la categoría de los elegidos si se sometían a un ritual de
iniciación, una especie de sacramento, el único que practicaban, en el que
recibían la gnosis que los conducía al Espíritu Santo. La ceremonia
desarrollada para tal menester era muy sencilla: sobre la cabeza del neófito se
colocaban las Sagradas Escrituras y se recitaba el padrenuestro, los demás
asistentes cantaban luego himnos cogidos de las manos. No obstante, no era
tan fácil llegar a participar en este rito, ya que para ello era necesario que el
creyente recibiera una prolongada preparación.
¿Por qué triunfó con relativa facilidad el bogomilismo en Bulgaria? Hacia
finales del siglo VII, tribus eslavas fusionadas con poblaciones de invasores de
origen asiático acabaron asentándose en Mesia, provincia bizantina al norte
de Constantinopla, y a la larga fundaron un reino independiente
aprovechando los innumerables períodos de crisis experimentados por los
Gobiernos imperiales. Sus súbditos eran unos nómadas paganos con un nivel
de civilización muy inferior al de sus vecinos católicos y bizantinos, por lo
que resulta sencillo concluir que los misioneros cristianos enviados por el
papa de Roma y el patriarca de Constantinopla empezaran pronto a tener
éxito en sus labores de evangelización de Bulgaria hacia mediados del
siglo IX. El hecho de que dos Iglesias compitieran por conquistar las almas de
todo un país provocó que ninguna de ellas se estableciera de forma definitiva
en la región, por lo que a comienzos del siglo X también está documentada la
presencia de dualistas en Bulgaria. Una tercera Iglesia estaba compitiendo
por sembrar sus ideas en esta tierra de paganos: predicadores paulicianos
procedentes del destierro armenio se habían sumado también a la disputa por
evangelizar a los infieles recién instalados.
La presencia en el trono de Constantinopla de Basilio II (963-1025) supuso el último período de
esplendor para el Imperio bizantino, gracias sobre todo a la conquista del reino de Bulgaria que finalizó
en el año 1018. En la imagen, fresco que nos muestra a un grupo de príncipes búlgaros postrándose a
los pies del triunfante emperador Basilio II.
Bulgaria era un país receptivo a nuevas ideas religiosas, ya que allí el poder
era detentado por una minoría aristocrática dueña de la tierra, los boyardos,
mientras que el resto de la población constituía la mano de obra del reino.
Estos campesinos, sometidos a una dura servidumbre, vivían en condiciones
de extrema pobreza y, como es lógico, se lamentarían constantemente de sus
desgracias, sin obtener ninguna respuesta acerca de cuál era la causa de sus
miserias. Las creencias católica romana, ortodoxa bizantina y pauliciana les
ofrecieron la salvación eterna, pero únicamente la última de ellas resolvió sus
dudas existenciales con la ayuda de ideas dualistas. Debido a esto, es normal
que, en el siglo XI, su secta adquiriera una mayor presencia en Europa
oriental: evangelizaron a las poblaciones rurales, extendieron comunidades de
hombres y mujeres por los Balcanes e incluso se confirma su presencia en la
capital imperial bizantina, es decir, en la opulenta Constantinopla. Allí, a
orillas del Bósforo, a medio camino entre Europa y Asia, consiguieron
beneficiarse del apoyo de algunas de las grandes familias pertenecientes a la
aristocracia del funcionariado de la metrópoli, algo muy similar a lo que
ocurrirá en el siglo XII en Occitania, donde, como podremos estudiar en
breve, el catarismo recibió el respaldo de la nobleza local. El enorme éxito
cosechado por el bogomilismo en el siglo XI se debió también, en buena
medida, a la reacción contraria del pueblo búlgaro frente a la religión que los
bizantinos, ahora invasores y no misioneros; intentaron imponer por la fuerza
a estos bárbaros a partir de la conquista que sufrieron a manos del emperador
Basilio II (963-1025), soberano que no en vano portaba el sobrenombre
griego de Bulgaroctono, que significa «asesino de búlgaros».
 
 
2
El primer contagio herético
M
IRRUPCIÓN DEL DUALISMO EN EUROPA OCCIDENTAL
azdeísmo, zoroastrismo, gnosticismo, maniqueísmo, paulicianismo y
bogomilismo. Como se ha podido ver en el primer capítulo, todos
ellos son cultos religiosos dualistas que surgieron en Oriente, área geográfica
en la que triunfaron y a partir de la cual, en algunos casos, extendieron sus
redes también hacia Occidente. No obstante, la feroz represión a la que
gnósticos y maniqueos se vieron sometidos por parte de las autoridades
imperiales romanas provocó que sus sectas no superaran el umbral de la Edad
Antigua, siendo totalmente silenciados en Europa occidental. Del mismo
modo, paulicianos y bogomilos fueron duramente represaliados por los
emperadores bizantinos, lo que causó la práctica aniquilación de los primeros
en el siglo VIII y condujo a los segundos, en buena medida, a vivir en la
clandestinidad a lo largo de su existencia, que se prolongó hasta el siglo XV.
Se hace necesario señalar con respecto a paulicianos y bogomilos que, en
Europa, sus sectas nunca llegaron a salir del ámbito balcánico.
En consecuencia, alcanzada ya la Edad Media, parece que no hay rastro
de ideas dualistas en Europa occidental. Sin embargo, tenemos conocimiento
de la existencia de una serie de documentos medievales, los cuales son
especialmente destacados por algunos historiadores, en los que se hace
mención acerca de la presencia de maniqueos entre los siglos VI y XI en el
área geográfica en cuestión. En el 563 se celebra un concilio en Braga, en la
Hispania visigoda, en el que se dictan varios cánones para poder combatir de
forma más efectiva el maniqueísmo. Encontramos también una sentencia de
excomunión, redactada en latín hacia el año 800, en la que se pone de
manifiesto la persecución a la que los maniqueos eran sometidos en el viejo
continente. En el 1060, el papa Nicolás II llega incluso a ordenar al clero de
Sisteron, ciudad occitana en el sur de la actual Francia, que no administrase
los sacramentos de la Iglesia a los numerosos feligreses presentes que eran de
origen africano, dado que entre ellos existían muchos maniqueos y era
preferible no correr riesgos innecesarios. Alcanzado el siglo XI, Adhémar de
Cabannes y otros cronistas franceses como Raoul le Galbre y André de
Fleury, así como el italiano Landulfo, escriben sobre la presencia de
maniqueos en diferentes lugares de Occidente. Su existencia está
documentada, desde principios hasta mediados de la decimoprimera centuria,
en diferentes ciudades del ámbito franco, occitano y alemán. Los casos de
Orleans (1017), Tolosa (1022), Monteforte (1030), Châlons (1045) o Goslar
(1052) son ejemplo de ello.
A finales del siglo VI, el rey visigodo Recaredo se convirtió al catolicismo durante la celebración del
III Concilio de Toledo, abandonando de esta forma la herejía arriana tradicional de sus antepasados.
Con ello, el monarca conseguía unificar su reino desde el punto de vista religioso, ya que a partir de
entonces tanto sus súbditos visigodos como hispanorromanos practicaron el cristianismo católico. Cruz
calada visigoda, s VII. Almendralejo, Badajoz.
¿Era falso que la doctrina de Manes hubiera desaparecido de Europa
occidental tras las duras persecuciones sufridas en el siglo V por
parte de los
emperadores romanos? Muy probablemente, los documentos y cronistas
citados utilizan el término maniqueo como sinónimo de «hereje» para
referirse a cualquiera de estos disidentes religiosos sin que por ello tuvieran
relación de filiación alguna con las sectas adictas a Manes. El motivo de
utilización del vocablo en cuestión quizá se deba al pánico que el
maniqueísmo había provocado en la Iglesia primigenia, la cual siempre vio
en sus creencias un serio competidor que acabó erigiéndose en una gran
amenaza. El miedo provocado en los católicos tuvo una influencia de tal
envergadura en Occidente que, incluso en la Edad Media, quedaban
reminiscencias del «terror maniqueo» de la Edad Antigua. Que se haya
confundido a lo largo de la Edad Media a todo creyente heterodoxo con los,
probablemente ya extintos, devotos de Manes, también se deberá en parte a
que los disidentes religiosos surgidos en el siglo XI posiblemente fueran, al
igual que los maniqueos, dualistas. Sin duda, asimismo, tuvo su peso en este
aspecto el hecho de que la doctrina dual que mayor éxito cosechara a nivel
mundial fuera la religión de Manes, o bien, que los cronistas medievales
únicamente conocieran a los maniqueos como seguidores de las enseñanzas
dualistas. Es preciso destacar también que los herejes surgidos en Occidente
hacia el año 1000 no estaban dirigidos por un carismático personaje como era
el caso de los Marción, Manes o Pablo de Samotasa, influyentes
predicadores, líderes absolutos o fundadores de sus respectivos credos, por lo
que sus contemporáneos católicos no pensaban que las nuevas sectas
heterodoxas hubieran podido surgir de forma espontánea en lugares tan
dispares de Europa occidental como Francia, el norte de Italia o la Sajonia
germánica. Todo ello llevó a estos cronistas a considerar que los herejes del
siglo XI eran adeptos de la disciplina de Manes.
En definitiva, en la Edad Media continuaba utilizándose el término
maniqueo, pero sin duda se empleaba esta palabra para referirse a cualquier
hereje que pudiera surgir en el ámbito occidental, tuviera este o no algún tipo
de relación con la religión creada por Manes.
Es preciso remarcar que, desde cierto punto de vista, puede no ser del
todo correcto tildar a los disidentes religiosos del siglo XI, así como a los
cátaros de los siglos XII y XIII, de herejes, ya que no constituían en sí un grupo
de heterodoxos que surgieran en el seno de la doctrina católica, sino que, más
bien, podemos considerar que llegaron a erigirse en una Iglesia independiente
y que nada tenía que ver con este otro credo. En concordancia con lo anterior,
nos planteamos la siguiente cuestión: ¿no era el maniqueísmo de por sí una
religión que había tomado ideas del cristianismo, entre otras creencias, y no
por ello se lo considera hoy en día una herejía cristiana? Del mismo modo:
¿no adopta la religión de Jesucristo muchos elementos del judaísmo y no por
ello, ni siquiera en sus inicios, estamos hablando de una secta herética
perteneciente a este credo? Los heterodoxos occidentales del siglo XI y los
cátaros de los siglos XII y XIII, del mismo modo, habían captado ciertos
elementos del cristianismo, pero también del zoroastrismo, el gnosticismo y
el maniqueísmo. No obstante, el hecho de negar la doble naturaleza de
Jesucristo, divina y humana, parece justificar su condena como herejía.
Baptisterio Neoniano. Rávena, Italia. En la cúpula de este edificio religioso de finales del siglo V puede
observarse la escena del bautismo de Jesucristo. Por esta época, en la ciudad de Rávena, el sacramento
del bautismo, no reconocido por los herejes occidentales del siglo XI ni por los cátaros de los siglos XII
y XIII, era recibido por los romanos católicos en este baptisterio.
El cronista francés del siglo XI Adhémar de Cabannes afirma sobre los
herejes contemporáneos surgidos en Occidente que «niegan el bautismo y la
cruz, se abstienen de tomar alimentos y fingen castidad. Algunos de ellos han
sido descubiertos en Tolosa y han sido exterminados». Todos estos grupos de
disidentes religiosos poseían varias características comunes. Detestaban el
mundo material, llegando incluso a rechazar la sagrada cruz por considerarla
no más que un pedazo de madera. Despreciaban los templos cristianos, ya
que a su entender simplemente eran una construcción más (¿puede que
también debido a ello los maniqueos no tuvieran templos?). A su vez,
negaban también la habitual práctica cristiana de bautizar a los niños, al
considerar que este sacramento carecía de sentido por no poseer estos uso de
razón. Tampoco daban ningún valor a la eucaristía.
Baptisterio arriano. Rávena, Italia. Los ostrogodos arrianos que habitaban en Rávena en el siglo V eran
bautizados en este otro baptisterio de esta ciudad italiana.
Todas las sectas heréticas surgidas en Europa occidental en esta época
presentaban estas mismas particularidades. ¿Los diferentes grupos han bebido
de una misma fuente? ¿O todos poseen similares características y surgen en la
misma época pero en lugares diferentes como consecuencia de una misma
necesidad? Éstas son las dos teorías que el medievalista francés Paul Labal
postula sobre el origen de la herejía en Europa occidental.
L
LA TEORÍA DEL ORIGEN ALÓCTONO
a mayoría de autores son partidarios de la teoría que ve un origen común
en los grupos de herejes que encontramos en Europa occidental a lo
largo de los siglos XI y XIII. Entre esos especialistas destacan medievalistas
franceses cuyos principales trabajos fueron desarrollados durante los años
cincuenta del siglo XX, como Fernand Niel, y a escritores españoles, como el
divulgador Juan Eslava Galán, cuya obra divulgativa sobre el tema en
cuestión fue escrita en los años noventa del siglo pasado. Estos autores
defienden también la anticuada hipótesis del origen oriental. Dichos
historiadores sostienen que la religión practicada por estas sectas heterodoxas
deriva, directa o indirectamente, del maniqueísmo, y se basan para ello, en
gran medida, en una comparación entre los herejes del siglo XI y los cátaros
de las centurias XII y XIII con los bogomilos del ámbito bizantino, adeptos
dualistas que alrededor del año 1000 tantas almas sedujeron en este área
geográfica.
Esta teoría aboga por un origen alóctono, es decir, no autóctono, en el que
encajaría perfectamente una posible evangelización procedente de Italia. La
aparición repentina de las nuevas sectas heréticas podría inducir a pensar en
una estrategia general de todas ellas, a través de la cual empezaría a cobrar
una mayor fuerza la hipótesis de un origen no autóctono pero común: los
dualistas de Oriente habrían creado escuelas en Occidente para desarrollar allí
su doctrina.
¿Qué nos lleva a pensar que los dualistas orientales estuvieron en
contacto con Occidente? Como bien sabemos, los bogomilos repudiaban el
mundo material, la sagrada cruz, los sacramentos cristianos y el consumo de
carne. Exactamente los mismos rechazos que los herejes occidentales del año
1000. El bogomilismo, además, se extendió con celeridad por la totalidad del
territorio balcánico eslavo. Lo que hoy es Serbia, Bosnia y Croacia, al igual
que ocurrió ya antes con Bulgaria, caminaba por una senda religiosa, no del
todo definida, en la que el catolicismo y el cristianismo ortodoxo no habían
acabado aún de establecerse sólidamente, como hemos podido observar en el
primer capítulo. Las enseñanzas cristianas que estos eslavos recibieron
inicialmente de occidentales y bizantinos sirvieron para preparar sus débiles
mentes paganas, de forma que, y aprovechando también la dura competencia
entre los dos grupos de misioneros, a los predicadores bogomilos no les fue
demasiado complicado vender su propia perspectiva de Jesucristo, profeta
que, gracias a los evangelistas anteriores, ya no era un desconocido para estos
bárbaros. El credo que finalmente logró una cifra mayor de adeptos en la
península balcánica fue el ortodoxo, posiblemente gracias al poder que aún
atesoraban los emperadores bizantinos, así como a la dedicación
de sus
austeros monjes y a la proximidad geográfica de Constantinopla, su capital
imperial; pero, no obstante, el bogomilismo mantuvo allí su presencia durante
los tres siglos posteriores a la aparición de esta secta cristiana, allá por el
siglo XI. Su número de seguidores en la citada región tampoco era nada
despreciable: a mediados del siglo XIII, la Iglesia bogomila de Bosnia tenía
diez mil elegidos, los cuales se encargarían, a buen seguro, de guiar por el
camino correcto de la vida a una elevada cantidad de creyentes. Únicamente
la ocupación otomana acabaría completamente con el bogomilismo en el
siglo XV, más que por emplear una política de represión, por la asimilación de
sus adeptos, quienes fueron bien acogidos en el seno del credo de Mahoma.
Los bogomilos de las tierras recién conquistadas por los turcos prefirieron
convertirse al islam otomano, mucho más tolerante que el cristianismo, como
una alternativa de liberación, en una clara muestra de rechazo a la feroz
ortodoxia bizantina y eslava.
Alcanzado el éxito bogomilo en los Balcanes, era necesario abrir nuevos
horizontes para la evangelización. ¿Por qué no Occidente? Los Balcanes
eslavos quedan separados del norte de Italia únicamente por los Alpes,
mientras que entre el resto de la península transalpina y el litoral de lo que en
el siglo XX fue Yugoslavia, sólo se interponen unos escasos doscientos
kilómetros de mar Adriático. Por ello, es entendible que las relaciones
comerciales existentes entre una y otra costa facilitaran el traslado de los
predicadores bogomilos. Parece ser que se crearon centros de misioneros de
su religión en los Balcanes, una faceta de la cual podían presumir también los
paulicianos (recordemos que gracias a sus predicadores surgieron las sectas
bogomilas en Bulgaria), así como otras Iglesias dualistas, especialmente
maniqueos y cátaros. No obstante, no está registrada la presencia de
bogomilos en Occidente hasta 1167, una fecha en la que la herejía del siglo XI
había sido ya extinguida, instante temporal también en el que sus posibles
descendientes, los cátaros, ya constituían en sí una religión completamente
evolucionada y madura. Como podremos comprobar en el siguiente capítulo,
ese año tuvo lugar un concilio de cátaros y bogomilos en la ciudad occitana
de Saint-Félix de Caraman. Un sínodo que fue presidido por el líder de la
Iglesia dualista de Constantinopla, el pope Nikétas, dirigente bogomilo que
había viajado a Occidente para ayudar a los cátaros occitanos a organizar su
Iglesia.
Catedral de Hagia Sofia, Constantinopla (actual Estambul), más conocida como Santa Sofía. La
catedral de la Divina Sabiduría (en griego Hagia Sofia) constituye el principal edificio religioso del
Imperio bizantino, siendo además la sede del patriarcado ortodoxo de Constantinopla. Fue construida
en tiempos de Justiniano I (527-565), y tras la conquista otomana de 1453 acabó reconvertida en
mezquita.
El afamado escritor estadounidense, divulgador de temas históricos, Isaac
Asimov, en su obra de los años ochenta del siglo XX, afirma que las creencias
difundidas en Occidente por los bogomilos echaron raíces en Occitania,
donde el ascetismo dualista tuvo una gran aceptación popular y la herejía
acabó triunfando. El motivo no era otro que el descontento de los fieles
católicos con el corrupto clero de la Iglesia romana. A partir del siglo XII, en
el seno de la opulenta Iglesia católica volvió a cobrar fuerza el modesto y
recatado modelo apostólico de los primeros años de cristianismo. Destaca en
este contexto la figura de san Bernardo de Claraval, austero monje
cisterciense que se dedicó a predicar la palabra de Dios entre las poblaciones
heréticas y católicas de Occitania. Ello confirma que no es que la Santa Sede
rechazara el puritanismo y el voto de pobreza, sino que las propuestas para la
aprobación de nuevos grupos religiosos cristianos que le llegaban en este
sentido debían hacerlo dentro de ciertos límites. Ello suponía, a su vez, que
estas candidaturas se adaptaran a los dogmas católicos y se sometieran a la
jerarquía eclesiástica. San Francisco de Asís y santo Domingo cumplieron a
la perfección las normas impuestas por el pontificado y, como recompensa,
sus adeptos pasaron a formar parte de nuevas órdenes religiosas. No obstante,
los grupos de creyentes ascetas que no aceptaron estas disposiciones, o que
simplemente no gozaron de una buena consideración por parte del papado,
fueron declarados heréticos. Éste es el caso de las herejías cátara y valdense.
Los cátaros nunca podrían haber sido asimilados por el catolicismo, ya que
jamás aceptaron la sumisión a la curia romana. Por su parte, los valdenses
tampoco obtuvieron buenos resultados al respecto, pero en esta ocasión fue
por motivos bien distintos: su fundador, Pierre Valdo, nunca causó una buena
impresión al papa. Pierre Valdo, rico mercader de la ciudad de Lyon, en el
este de Francia, decide un buen día de 1173 abandonarlo todo y dedicar su
vida a la predicación ascética. A pesar de ser excomulgado en 1184, su
movimiento aglutina un número nada despreciable de seguidores, los
denominados valdenses, simplemente un grupo de devotos de Cristo que a
partir de entonces fueron clasificados como herejes y, por lo tanto, duramente
perseguidos. No hay nada distinto entre Pierre Valdo y san Francisco, es más,
incluso ambos tenían en común que inicialmente fueron importantes
comerciantes, pero una contradictoria curia romana persiguió a los adeptos
del primero hasta exterminarlos y, sin embargo, sólo unas décadas después,
aprobó las actividades del segundo autorizando la creación de una nueva
orden monástica.
Durante el siglo XIV, Bizancio sufrió un duro período de guerras civiles. En el más grave de estos
conflictos se produjo el enfrentamiento entre los partidarios de Juan V (1341-1391) y Juan Cantacuceno
(1347-1354), emperador que no dudó en solicitar la ayuda de los turcos otomanos, los cuales entrarían
por primera vez en Europa gracias a ello. Durante esta época, la crisis bizantina permitió a los
otomanos crear un imperio cuyo núcleo se hallaba en Asia Menor y que en el siglo XV conquistó la
totalidad de los Balcanes. En la imagen, jinete otomano medieval. Museo Militar de Estambul, Turquía.
La hipótesis de una evangelización de Occidente por parte de los bogomilos
ha cobrado fuerza a partir de los datos aportados. Pero ¿pudieron haber salido
de Oriente estas ideas dualistas importadas por occidentales? Una buena parte
del territorio italiano estuvo durante varios siglos bajo dominio bizantino, por
lo que, en consecuencia, es evidente que sus habitantes mantuvieran unas
estrechas relaciones con el Oriente europeo, lugar de origen de las sectas
bogomilas que triunfaron en el siglo XI. También es indudable que las
Cruzadas establecieron, a partir de finales de esta misma centuria, un
contacto sin precedentes entre Oriente y Occidente, por lo que es muy
probable que algunos cruzados importaran nuevas ideas y costumbres de
aquellos lugares por donde pasaron cuando regresaron a sus hogares. ¿Fueron
difundidas en Occidente las doctrinas dualistas orientales por parte de los
cruzados que viajaron a Tierra Santa? Cabe destacar al respecto que en las
regiones de donde partieron la mayoría de sus huestes, como es el caso de
Francia, Renania —región alemana que limita con el anterior país—,
Aquitania —ducado del sudoeste de Francia, por la época señorío del rey de
Inglaterra— y Lombardía —región alpina italiana, entonces perteneciente al
Sacro Imperio Romano Germánico—, fueron también los lugares donde tuvo
su origen el llamado segundo contagio herético, es decir, el de los cátaros,
que comenzaremos a estudiar en el tercer capítulo. Es curioso, además, que
unas décadas antes de que se iniciaran las expediciones a Tierra Santa, aquel
primer contagio herético del año 1000 tuviera su génesis exactamente en esos
mismos lugares de donde zarparon los ejércitos de la cruz.
El sueño de Inocencio III. La escena muestra al papa Inocencio III (1198-1216) mientras sueña

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