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Fargo T1: Nietzsche, tonos de verde y el escudo de Aquiles (y 2)

Fargo temporada 1. Imagen MGM
Fargo, temporada 1. Imagen MGM.

Viene de «Fargo: Nietzsche, tonos de verde y el escudo de Aquiles (1)»

La llegada de lo salvaje

Lorne Malvo se encuentra con Lester en urgencias porque sufre un pequeño accidente de coche mientras trasladaba en el maletero a un hombre al que, con toda probabilidad, iba a matar. No le importa que ese hombre escape tras el accidente, porque sabe que se congelará, como de hecho ocurre. Malvo parece saber muchas cosas. Como si la naturaleza no escondiera secretos para él, como si él mismo formara parte de la naturaleza. Molly, la ayudante de policía a la que luego me referiré, le dice a Lester en su último encuentro que quizá Malvo ni siquiera sea un hombre. No va desencaminada.

Este frío sicario es capaz de simular cualquier emoción y papel, desde un sacerdote tontorrón para evadir una detención hasta un dentista de buen humor para encontrar al delator de una banda organizada. Uno diría que ni siquiera tiene una personalidad per se; más bien, se pone una máscara tras otra. Pero cuando se la quita, aflora la jungla. Cuando en el cuarto episodio el ayudante de policía Gus Grimly le pregunta horrorizado a Malvo cómo es capaz de mentir así, este le replica si sabe por qué el ser humano es capaz de distinguir más tonos de verde que de cualquier otro color. Le asegura al agente que, cuando descubra la respuesta a esa pregunta, obtendrá la respuesta a la suya. Más sobre esto luego.

Malvo pertenece a otro tipo de ambiente, a uno que va mucho más allá de las personas. Parece una de esas fuerzas del cosmos que estaban aquí antes que nosotros y que estarán mucho después. Malvo busca el caos por el caos, y esa figura la encontramos en multitud de películas de los Coen, desde No es país para viejos (2007), basada en la novela homónima de Cormac McCarthy, donde se nos presenta al ya célebre Anton Chigurh (permítame señalar que entre las cintas inculpatorias que Malvo guarda de aquellos a los que «ayuda», si usted se fija, verá una con el nombre de Carson Wells, personaje tanto de la película como de la novela a la que me acabo de referir), hasta la propia Fargo (1990), donde el personaje de Peter Stormare muestra una indiferencia animal por la muerte a su alrededor. En esa estela, Malvo tiene un trabajo que le viene al pelo: mata y explota a otros a cambio de dinero, no solo del que le pagan a él, sino del que él mismo consigue desviándose del camino profesional. Y a veces, lo hace a cambio de nada. Es el caso de Lester.

¿Por qué un asesino profesional, y con seguridad nada barato, como Malvo se toma la molestia de matar a un abusón que le ha roto la nariz al hombrecillo con el que ha coincidido en urgencias? Bueno, nunca podremos diseccionar su psique, por lo de ser un personaje de ficción y tal, pero me siento bastante cómodo diciendo que por diversión. Los esquemas de Malvo no son como los de los demás. ¿En un sentido nietzscheano? En cierta medida, pero conste que esta temporada está llena de gente que malinterpretó mucho al pobre alemán. Porque Malvo es un depredador, pero difícilmente un superhombre.

Cuando los corderitos dicen entre sí «estas aves de rapiña son malvadas; y quien es lo menos posible un ave de rapiña, sino más bien su antítesis, un corderito, — ¿no debería ser bueno?», nada hay que objetar a este modo de establecer un ideal, excepto que las aves rapaces mirarán hacia abajo con un poco de sorna y tal vez se dirán: «Nosotras no estamos enfadadas en absoluto con esos buenos corderos, incluso los amamos: no hay nada más sabroso que un tierno cordero» (Nietzsche, 2011b, p. 66).

Malvo se divierte devorando a los corderos. Tal vez porque, como le dice a Lester, la vida que nos ha tocado vivir es una marea roja, y si no le plantamos cara a nuestros antagonistas, verán que nunca hemos dejado de ser un simio, y terminaremos desapareciendo. El personaje de Malvo está rodeado de depredadores, de selva, de la ley del más fuerte, y de un traicionero azar. El accidente de coche al inicio de la serie ocurre cuando se le cruza por delante un ciervo, el rey del bosque. Cuando está comprando unos walkie-talkies para una de sus macabras operaciones, el tipo que se los vende tiene en su furgoneta una televisión que, de fondo, muestra un documental sobre lobos. Pero puede que el ejemplo más emblemático de esa naturaleza salvaje ocurra en el episodio cinco. Malvo está engañando a un hombre que le ha contratado para sacarle una cantidad exorbitante de dinero. Con el objetivo de nublar su juicio, lo infla a anfetaminas sin que él lo sepa, y le deja un rastro de símbolos cristianos, a sabiendas de que ese hombre fue muy devoto y rinde culto a determinadas figuras, entre ellas, san Lorenzo. 

En el momento más vulnerable de la desgraciada víctima, Malvo le dice que a san Lorenzo lo quemaron los romanos «porque los romanos fueron criados por lobos. El mayor imperio de la historia… fundado por lobos. Y ya sabe lo que hacen los lobos. Cazan. Matan». Por eso Malvo «ayuda» a Lester matando a Hess. Por eso le ayuda a liberar su voluntad de poder, como ya vemos, a través de sus cintas, que hizo con otros antes, también con devastadoras consecuencias. Malvo quiere divertirse, quiere ver cómo se resquebraja esta civilización de falsa diplomacia y caen los cimientos de nuestra seguridad. Nadie es invulnerable. Nadie es intocable. No si él está jugando. 

Es también el motivo por el que está dispuesto a dar al traste con una misión de meses cuando Lester le confronta en el ascensor un año más tarde, y también el motivo por el que decide no perseguirle en ese momento. Malvo es como la criatura de la estupenda película de terror It follows (2014): cuando se fija en una presa, la seguirá incansablemente, vaya adonde vaya, sin escapatoria. Aunque bien es cierto que esas mismas reglas también se le aplican a él, aunque, cuando ocurre, no parece importarle mucho. Al derrotarle Lester, cepo de osos mediante, Malvo vuelve a su casa a recolocarse él mismo el hueso que sale de su pierna en una fractura abierta que tiene muy mala pinta. Y no parece que sea algo a lo que no esté acostumbrado. Es parte de la selva en la que se siente cómodo y del caos en el que ha decidido establecerse. Su crueldad no es para él tal, sino una característica más del mundo en el que estamos, solo que la mayoría de los corderos, como Lester, decide obviarla. Por desgracia, él está aquí para recordárnosla.

En contra de esa voluntad de apariencia, de simplificación, de máscara, de manto, en suma, de superficie —pues toda superficie es un manto— actúa aquella sublime tendencia del hombre de conocimiento a tomar y querer tomar las cosas de un modo profundo, complejo, radical: especie de crueldad de la conciencia y el gusto intelectuales que todo pensador valiente reconocerá en sí mismo, suponiendo que, como es debido, haya endurecido y afilado durante suficiente tiempo sus ojos para verse a sí mismo y esté habituado a la disciplina rigurosa, también a las palabras rigurosas. Ese pensador dirá: «hay algo cruel en la inclinación de mi espíritu»: —¡que los virtuosos y amables intenten disuadirlo de ella! (Nietzsche, 2012, pp. 221-222).

Ahora bien: a la luz de esta cita, uno esperaría que la última persona capaz de acabar con Malvo fuera un virtuoso y un amable, ¿cierto? Pues esa, como diría el Bardo, es la cuestión.

Una alternativa a la guerra

En el Canto XVIII la Ilíada se describe la construcción del famoso escudo de Aquiles, y llama la atención que el dios Hefesto retrata en él dos ciudades contrapuestas. Nos dice (y perdóneme que omita la estructura en verso; es por cuestión de espacio y claridad):

En una había bodas y convites, y novias a las que a la luz de las antorchas conducían por la ciudad desde cámaras nupciales; muchos cantos de boda alzaban su son; jóvenes danzantes daban vertiginosos giros y en medio de ellos emitían su voz flautas dobles y fórminges, mientras las mujeres se detenían a la puerta de los vestíbulos maravilladas. Los hombres estaban reunidos en el mercado. Allí una contienda se había entablado, y dos hombres pleiteaban por la pena debida a causa de un asesinato: uno insistía en que había pagado todo en su testimonio público, y el otro negaba haber recibido nada, y ambos reclamaban el recurso a un árbitro para el veredicto. Las gentes aclamaban a ambos en defensa de uno o de otro, y los heraldos intentaban contener el gentío. Los ancianos estaban sentados sobre pulidas piedras en un círculo sagrado y tenían en las manos los cetros de los claros heraldos, con los que se iban levantando para dar su dictamen por turno (Homero, 2014, p. 414).

Traigo esto a colación porque, aunque no es tan sexy como el superhombre de Nietzsche, es muy sugerente que en una armadura creada por los dioses para el que quizá sea el mayor guerrero de la historia figure una contraposición entre esta ciudad pacífica, civilizada, donde los conflictos se resuelven de forma justa y a cara descubierta ante el pueblo, y donde priman las bodas, los festejos, la capacidad para maravillarse y los vínculos entre nosotros, frente a una ciudad en guerra cuya descripción me ahorraré. La cuestión es que los respectivos antagonistas de Lester y Malvo representan las escenas familiares y diarias retratadas en el escudo de Aquiles, mientras que ellos escenifican la batalla y el fratricidio.

Molly Solverson, ayudante del jefe de policía asesinado por Malvo cuando iba a arrestar a Lester, era la favorita para sustituir al difunto. Él mismo se lo dijo. Por desgracia, murió antes de consumarlo. El puesto recayó en Bill Oswalt, viejo conocido de Lester y demasiado cegado por la cotidianidad de ese pequeño pueblo de Minnesota como para ver el horror. Molly, sin embargo, lo ve, y no solo lo ve, sino que identifica a Lester como responsable de la cadena de muertes casi desde el principio. Incluso clava la historia en un esquema en la pared con fotos e hilitos de colores, de esos que tan bien funcionan en las películas. Pero el nuevo sheriff Bill ignora cualquier prueba que le caiga en el regazo, motivo por el cual Lester logra aquello que comentábamos de inculpar a su hermano y salir impune. Bravo por la justicia de Bemidji.

La cuestión de Molly, no obstante, es la siguiente: en el segundo episodio, su padre (protagonista de la segunda temporada, por cierto) le advierte de que se está enfrentando a «puro salvajismo», a «demonios de ojos muertos y sonrisa de tiburón», y añade que, cuando sea mayor y tenga hijos, deberá ser capaz de ver en ellos «lo bueno del mundo, porque si no, ¿cómo vas a vivir?». He ahí el problema, o más bien, la disyuntiva a la que se enfrentan Gus y Molly. El salvajismo y la negrura frente al recogimiento y la alegría más simple y desacomplejada. Y como el problema es de los dos, hablemos también de Gus.

Gus Grimly dice muy pronto que él nunca quiso ser policía, sino cartero. Le gustaba la idea de pasear, entregar buenas noticias y ver las mismas caras todos los días. No tenía ni tiene vocación de héroe. Lo que sí tiene es una hija adolescente y la condición de viudo; mala combinación para alguien que, de hecho, es policía. Por eso, cuando en el final del primer episodio para a Malvo, que conduce a toda velocidad un coche robado, y este no solo rehúsa la orden de bajarse, sino que además le amenaza, Gus, en lugar de proceder con la fuerza necesaria, balbucea y se queda paralizado. Malvo le dice que hay caminos que es mejor no tomar, porque antes había señales que avisaban de que por ahí había dragones, pero que ya no. En el futuro, le asegura, se alegrará de no haber tomado cierto camino. Ante un Gus petrificado por el miedo, Malvo se marcha, también impune.

Huelga decir que esto reconcome y avergüenza a Gus durante toda la serie. Incluso le cuenta a su hija, parcialmente, lo que ha pasado, tratando de justificar, más que ante sí mismo que ante ella, que, como padre que es, ella es su prioridad y no debía hacerse el héroe. Ella se muestra impermeable, y sostiene lo que le han dicho en el colegio: que, si ven a un abusón, hay que pararlo. Gus no se queda con buen cuerpo, claro. Por eso, en cuanto vuelve a ver a Malvo por la calle, lo detiene. Es igual, porque, como decía antes, Malvo está por encima, o más allá, si se quiere, del sistema civil. Es un depredador y se zafa del Código Penal como quien aplasta a un insecto. Es entonces cuando a un impotente Gus le plantea el acertijo que antes refería: ¿por qué el ser humano es capaz de ver más tonos de verde que de cualquier otro color? Gus, bonachón y simplón, no conoce la respuesta. Por suerte para él, su culpa y la tenacidad de Molly se han encontrado y bien podría decirse que colaboran. Incluso que han conectado, lo cual es bonito de ver, y extraño, porque no encontramos conexión alguna en Lester, y menos aún en Malvo.

Molly sí que resuelve el acertijo, y le toma un segundo: «Por los depredadores», contesta. Cuando vivíamos en la selva, era necesario distinguirlos entre tanto tono de verde. Molly, a diferencia del incompetente de su jefe, no es ciega a la oscuridad, por más que a su padre le pese. Por ese motivo resuelve el acertijo, y por ese motivo toda la serie se tambalea entre la ciudad pacífica y la ciudad en guerra del escudo de Aquiles. Ella es el escudo de todas las normas, legales y de otros tipos, que Lester ha quebrantado. También debería serlo Gus, que, por fortuna, no solo se gana el corazón de Molly (aunque le pegue un tiro accidentalmente, pero no hay tiempo para hablar de eso), sino que, además, tras el salto de un año, lo encontramos ejerciendo de cartero.

Claro que ni Molly ni él han olvidado que Lester se le escapó a la una y Malvo al otro. Eso les persigue y les atormenta. Aunque estén casados y vivan juntos y Molly esté muy embarazada. No pueden dejar esa cuenta pendiente, por más que Gus trate de hacerlo, y por más que se lo pida a Molly cuando llegan rumores de que Malvo ha vuelto a la ciudad.

Ya que empezamos con Lester, vayamos primero con él. Tras la muerte de la segunda esposa de Lester, a este se le viene abajo el chiringuito. La alocada teoría que el jefe de Molly aceptó por exceso de inocencia e incompetencia se demuestra falsa, y eso le provoca un derrumbe existencial. Le dice a Molly que va a dimitir. Se lamenta de no haber visto lo que ella vio desde el primer momento. Le dice que, a diferencia de ella, no soporta ver de lo que es capaz la gente. ¿Qué ha pasado con lo de dar los buenos días y quitar la nieve al vecino?, se pregunta melancólico. Dice que él solía pensar cosas buenas del mundo y de las personas, y que nunca quiso ser de los que piensan cosas profundas. Él solo quería un montón de tortitas y un coche. Acaso lo mismo que Gus, aunque eso no lo menciona. Tras todo esto, Molly queda al mando de la operación y procede a interrogar a Lester. Allí, aprovecha para contarle al sospechoso una historia: un hombre va a coger un tren, y en el proceso, se le cae un guante en el andén. No se da cuenta hasta que está dentro y el tren presto a arrancar, y decide tirar el otro por la ventanilla, de forma que quien encuentre el primero, tenga el par. Lester no lo entiende. El león no sabe de generosidad, ni del bien común, ni del sacrificio, cosas que sí entendería el niño. Pregunta qué quiere decir, pero Molly sabe que ese hombrecillo ya se ha perdido. «Adiós, señor Nygaard», dice por toda respuesta. Nunca vuelven a verse.

Ahora vamos con Gus. Recordará usted que el personaje de Malvo está rodeado de lobos, tanto físicamente como en el imaginario en el que se mueve. Pues bien: en el último episodio, sabiendo que Malvo está en la ciudad y rezando porque nunca se cruce con Molly, Gus va conduciendo con mil ojos cuando da un frenazo. Hay un lobo en plena carretera helada. El animal sigue su camino y no da más problemas, pero al mirar a la derecha, el ahora cartero ve una cabaña, y frente a esta, un coche que cuadra con la descripción del que usa Malvo. Si parece demasiada casualidad, es porque lo es. Tal vez los lobos sean tan traicioneros como cree Malvo. O tal vez sepan que, por muy depredador que parezca, no es uno de ellos.

Saltamos unas escenas y vemos a Malvo llegar a su escondrijo. Con media tibia fuera, como le decía, porque acaba de ser derrotado por Lester y su cepo para dragones. Se pone una inyección, suponemos que de anestésico, y usa los cordeles de la cortina para recolocarse el hueso y entablillarse la pierna de una forma que desaprobaría cualquier estudiando de primero de Medicina. Entonces se reclina en el sofá. Frente a él, un ventanal que da al bosque nevado. Y ¿qué ve en pleno panorama, enmarcado que da gusto en ese cristal? Un lobo. ¿El mismo ante el cual se paró Gus y que le descubrió la localización de esa cabaña? Puede, pero no importa. Los lobos son aquí más que la suma de cada uno. Malvo observa a ese lobo como si lo viera por primera vez. O como si supiera lo que está a punto de pasar. Porque la madera cruje al son de unos pasos y aparece Gus, el cartero, el policía que al que intimidó tanto que le dejó ir. Y tiene un revólver con el que le apunta con mano firme. «Lo he resuelto», afirma, en referencia al acertijo de los tonos de verde. «Bien por ti», responde Malvo sin siquiera mirarle. «El acertijo —insiste Gus—, el de los tonos de verde. Lo he resuelto». Ahora Malvo sí lo mira. «¿Y…?», pregunta desafiante.

Bang. Bang. Bang. (Eso han sido tres disparos; perdone los efectos de sonido). Con esa tríada de balas en el torso, Malvo parece muerto, y Gus tenso, aunque conforme con su decisión de abatir al monstruo. En ese momento, el monstruo tose y se incorpora. Parece poco más que irritado. Pero entonces, babea y enseña sus fauces manchadas de su propia sangre. Parece que nunca morirá. Incluso sonríe, como si detectase a otro depredador, como si hubiese errado al considerar que los corderos no podían defenderse. Gus vuelve a disparar. Dos veces ahora. Bang, bang. Ambos a la cabeza. Uno a la boca y otro un poco por debajo de la sien, para ser exactos. Y ahora sí, Malvo exhala su último aliento y vuelve a hundirse en el sofá, perdiendo en la mirada la chispa que nunca tuvieron sus ojos. Nada de monstruos. Nada de águilas nietzscheanas. Solo un hombre, después de todo.

El resto es historia. O no, porque no la he contado. Tampoco quiero retenerle más, que tendrá usted cosas que hacer. Baste con decir que a Gus le dan palmaditas en la espalda y a Molly el cargo de jefa. Ambos vuelven a casa y están viendo juntos, con la hija adolescente de Gus, un concurso en la televisión. Llaman al teléfono y Molly, aunque cargue en el útero con un crío que yo estimo de ocho kilos y tres cuartos, se levanta para responder. Le comunican que Lester ha muerto. Poco le importa ya. Irá, pero en otro momento. Porque la ciudad en guerra siempre seguirá en guerra, pero hay una alternativa al león fallido de Lester y al depredador infra/sobrehumano de Malvo. Esa alternativa es un concurso de la tele con su familia. Y si no me cree, vaya usted a ver el escudo de Aquiles.

Así que Molly vuelve al sofá, justo a tiempo de escuchar a Gus decirle a su hija que le van a dar una medalla al valor. «Pero si te dan miedo las arañas», replica la muchacha. Gus ni se inmuta. A Buzz Aldrin le daban miedo las arañas, dice, y fue al espacio.

Conclusión: esta es una historia real

Lo que he descrito nos ha ocurrido a todos. En mayor o menor medida, entiéndame. Yo nunca he matado a nadie a martillazos y espero que usted tampoco. Pero sí que me he planteado la pregunta nietzscheana, y me han cobrado cada que he dicho. Supongo que a usted también. Y si no, ya vendrá su Molly o su Malvo, depende de por dónde haya tirado En ese sentido, Hawley ha sido más sincero con nosotros de lo que fueron los Coen en los noventa, ya que la historia de Fargo I es la historia de todos ante un póster de pececitos. Lester falló porque le cegó el oro de la victoria parcial. Nadie vive para siempre, pero el león se queda en la superficie, y por divertida que esta sea, es necesario dar un paso más allá, con espíritu de niño, para descubrir la respuesta. Porque ¿y si usted tiene razón y ellos se equivocan?


Bibliografía

Homero (2014), Ilíada. Gredos.

Nietzsche, F. (1997). Así habló Zaratustra. Alianza.

Nietzsche, F. (2002). El crepúsculo de los ídolos. Edaf.

Nietzsche, F. (2011a). Ecce homo. Edimat.

Nietzsche, F. (2011b). La genealogía de la moral. Alianza.

Nietzsche, F. (2012). Más allá del bien y del mal. Alianza.

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12 Comentarios

  1. Agustín Serrano

    Con mucha diferencia, la primera temporada es, para mi gusto, la mejor de las cinco.

    Un buen par de artículos… felicidades.

  2. A mi parecer, de mejor a peor:
    Primera
    Segunda
    Tercera
    Quinta
    Cuarta.
    En conjunto, más que digno.

    • Agustín Serrano

      Muy de acuerdo con tu parecer.

      • Je je je. Gracias.
        Ya puestos, con la otra serie del estilo, True crime.
        Estuvo bien la primera, aunque creo que no tantísimo como se llegó a decir. La segunda, horrible, de lo peor. La tercera ni la vi. Y esta cuarta, pues se podía ver.

  3. Guillermo Guevara Pardo

    Toda la serie de Fargo es excelente. Muy buen par de artículos.

  4. María M.

    Gracias a estos dos artículos siento que he podido conocer en mucha más profundidad a los personajes de la serie, algo que transforma la forma en que la había percibido al principio. Como decía, volveré a ver la temporada para poder disfrutarla con toda esta nueva información.

  5. de ventre

    vi la primera temporada hace un par de meses y me gustó muchísimo (la peli no me acabó de gustar, al menos la primera vez que la vi: el tono me pilló por sorpresa). hace un par de semanas me tragué la segunda y disfruté como un enano, no sé cuál me gustó más. estoy con la tercera, aunque sólo al final me está enganchando… demasiada mala suerte y demasiado poca torpeza (me- encantan los malos tontos de la serie).

    dos cosas dos que compartir con ustedes aunque supongo que les sudará ciertas partes de su anatomía:

    me incomodó (mucho) la muerte de Malvo a sangre fria por parte de Gus Grimly. no me lo esperaba para nada. además le dan una medalla… en fin. entiend0 que Gus Grimly se sienta obligado a acabar con él dado que sabe de lo que es capaz, pero´que un cartero pueda disparar cinco tiros a un tipo desarmado y con una pierna destrozada sin consecuencias legales (ni morales, no parece darle más vueltas) me dejó mal cuerpo.

    En la segunda temporada, friqueando en wikipedia, leí que la referencia al sicario indio, rebautizado al final como Moses Tripoli, lo enlazaba por tal nombre con la primera temporada, pero que yo recuerde no sale nadie que se llame así, no?

    y eso es todo

    j

    • Pedro Narcob

      ¡Gracias por el comentario, de ventre!

      La segunda temporada es mi favorita, y estamos trabajando en el artículo sobre ella. En cuanto a Hanzee Dent, sí, es Moses Tripoli, pero es verdad que salía muy de fondo. Te dejo aquí abajo el enlace para que lo ubiques.

      Lo que sí es llamativo es que los niños a los que se acerca Hanzee al final de la segunda temporada son los sicarios de la primera, uno de los cuales es sordomudo. Eso es lo que da la pistita de que Hanzee se transforma en el tal Moses, que en la primera era jefe del sindicato mafioso de la ciudad de Fargo.

      De nuevo, muchas gracias por el comentario 😁.

      https://fargo.fandom.com/wiki/Moses_Tripoli

      • de ventre

        madre mía! se agradece saber que hay gente tan (más, si no se ofende) friqui como uno mismo!

        gracias por la aclaración!

        relamiéndome a la espera del artículo sobre la temporada 2, me despido

        j

  6. Catalina Cobo Molina

    Hace tiempo que había visto esta temporada, tenía imágenes imborrables y escenas impresas en mi memoria. Pero estos artículos me han recordado el resto yendo más allá; han trascendido la historia para relacionarla con arquetipos universales.
    Me ha gustado mucho esto y los paralelismos entre ciertas personas y animales como el lobo el águila y el pez que va a contracorriente.
    Ganas de volver a ver esta temporada.
    Enhorabuena

  7. Green Monkey

    Soy un gran fan de Fargo, también un apasasionado del mundo clásico en general, Homero y sus grandes obras (aunque la Iliada no la he leído al completo, pero sí fragmentos y versiones reducidas) con personajes que me fascinan como Aquiles, sobre Nietzsche sólo tengo conocimientos a grandes rasgos. Considero de mucho valor el artículo, no sólo por la finura con la que está escrito, sino por la capacidad del autor de hilar con esa maestría estos tres mundos a simple vista sin conexión alguna. Además,
    creo que el texto consigue transmitir de manera muy didáctica y entretenida temas realmente complejos.
    Sin duda, deja con ganas de más.

  8. Nunca había visto Fargo de esa manera… Gran díptico el que nos presentas aquí. Tengo ganas de seguir acompañando tu mirada a través de las demás temporadas!

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