LA FIESTA - Ayllu

LA FIESTA

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El mozo pasa enarbolando su bandeja llena de copas burbujeantes. Bebés lentamente la tuya. Te aflojás la corbata y te desabrochás el saco porque ya estás entrando en calor. Afuera, el cielo estrellado.

Sabe del bombón y lo mueve
Menea el bombón cuando quiere
Parece un bombón insaciable
Seguro, un bombón masticable
Me como el bombón.

Las parejas se contonean riendo. Alguien a tus espaldas te llama por tu nombre. Más que voz, gemido.

-Hola Alexis. Cómo estás papito.

 Cuando te das vuelta ella ya se acerca agitando su melena rubia y casi ofreciendo la boca carnosa. Vestido negro ajustado que remarca las curvas. Los ojos verdes que devoran cuanto miran. Del escote pronunciado brota un perfume perturbador que se mezcla con algo del aroma de su transpiración. Olores de hembra que te van envolviendo antes que ella lo haga con la blancura de sus brazos.

En eso suena la alarma del viejo despertador. A tu lado duerme plácidamente la bruja. En la pieza contigua, Lío, Leonela y Martín, que dentro de un rato también tienen que levantarse para ir a la escuela. No sabés cuanto tiempo más, Lío pueda seguir asistiendo a la secundaria. El vecino del kiosco le ofreció un laburito y estos tiempos no son para andar pensándolo mucho. Leonela en cambio empezó tercero. La maestra ya le está pidiendo boludeces: papelitos de colores, cartulinas, lápices etc. Y hay que comprar el libro de lectura. Quizás si lo hacés con ayuda de la cooperadora y se juntan los padres, yendo directamente a la editorial, salga más económico.

Un par de mates antes de subirte a la bici, en camino a la estación para abordar el tren a Constitución. De ahí hay un tirón más hasta el taller de calzado. Esta semana cobrás la quincena, que alcanza para cada vez menos. Pagar las cuentas, comprar la leche para los pibes, la yerba, algo de arroz, harina para que la bruja haga milagros de pan casero, galletitas y estire lo que quede para la comida. Ni hablar de ropa o zapatillas.  

En el tren vas a tratar de dormir. Querés saber cómo sigue el sueño con la rubia. Tu cuerpo es uno más en el racimo de humanidad doliente y taciturna que cargan los vagones del Roca. Que se alivia en alguna de las estaciones siguientes (te parece que es Berazategui) para que consigas un asiento. Te dormís y soñás , pero no encontrás a la rubia. Esta vez las parejas bailan con Feliciano Brunelli en el club social del barrio, donde te llevaron los viejos. Mientras ellos bailan pasodobles, vos que en el sueño tenés 10 años, andás con los hermanitos, corriendo a los gritos por el patio cubierto. Terminado “Barrilito de cerveza”, ahora los mayores se agitan con el cuartetazo de Rodrigo mientras esperan la llegada de los “Elegantes del Trópico” que están de gira triunfal por todo el conurbano.

Cuando pasás el molinete hacia el hall de la estación Constitución, la señora entrevistada por un movilero de la tele, que se parece a la bruja, pero es algo mayor, con ropas muy humildes, dice que ella tiene un “emprendimiento”; así califica el chango que empuja con golosinas: turrones, galletitas, caramelos y unas botellitas de aguas saborizadas. – Y sí, el boleto del tren tenía que subir porque no estábamos pagando casi nada y así el país no va a salir adelante. Hay que terminar con los subsidios. Todos tenemos que poner el hombro. Hay que pagar la fiesta. Y en seguida, vos pensás en las fiestas de tu vida. Recordás perfectamente una del cumple de quince de tu prima la Pelusa. Que comiste tu porción de torta de chocolate y dulce de leche y bailaste el vals con ella. Los tíos habían estado ahorrando casi un año para organizarle la fiesta. El tío había acumulado el ahorro de varias horas extras y alquiló un salón de fiestas de puta madre en el centro comercial del barrio. En cambio, tu fiesta de casamiento resultó algo más modesta porque en ese momento el trabajo de los dos estaba complicado. Ella estaba empleada en una tienda del centro. Pero no alcanzaba para mucho.  Los amigos y los compañeros del taller te juntaron unos mangos. Se organizó una choriceada. Corrió el buen tinto y hubo también bailanta.  Estuvieron las familias de ambos, bien numerosas y joviales. Tu suegra que no te quería para nada, ese día hasta accedió a bailar con vos. Y te dijo al oído: Cuidamela a la nena eh, porque si no te mato.

 Sacaron montones de fotos. Ella estaba hermosa y lloraba de emoción. Hay una foto donde se seca las lágrimas y está apretando el pañuelito blanco. Ah, negra linda carajo. Más buena que el pan. De una ternura que habitualmente oculta detrás del gesto hosco, para enfrentar la dureza de la vida cotidiana. Pero entonces, ¿qué fiesta sería?  ¿La fiesta del sueño con la rubia? ¿Y cómo saben de ese sueño? Claro, nada que ver con las fiestas fiestas, esas que duran días y noches arriba de un crucero y donde una cena cuesta lo mismo que seis meses de sueldo tuyo. Fiestas con piscina, orquestas, champán y merca, de lo que el presidente llama héroes porque evaden impuestos y fugan capitales.

Cuando regresás a tu casa, le preguntás a la Negra bruja si ella sabe qué fiesta tenemos que pagar. La bruja te interroga con la mirada. Repasa mentalmente levantando los ojos. -Mmm, no sé negro. Pagamos el gas, la luz, el agua, y falta pagar los celulares y el impuesto inmobiliario. Pero una fiesta… que yo sepa.

Mientras acortás las cuadras hasta el taller, pensás dulcemente en la bruja, que también sale a vender tortillas santiagueñas y pan casero. Que ayer te contó que empezó a jugar un par de números a la lotería. Le comentás que viste un incendio en CABA y en seguida dice: el ocho. Se puso cabulera la negra. Comenta: Con estos precios en el super, nos están reventando a los de clase media. Pero lo peor que te puede pasar es andar cortando las calles como esos vagos planeros que solo saben pedir comida para los comedores y no saben lo que es trabajar. Se indigna cuando ve en la tele, los piquetes cortando la 9 de Julio e impidiendo a los laburantes en auto, que lleguen a su trabajo.

Hoy es un día agridulce. Cobraste la quincena. Pero al mismo tiempo el trompa les adelantó que si la cosa no mejora un poquito, tendrá que suspender personal. No hay ventas, el cuero y los insumos del calzado, más la electricidad y los impuestos que se fueron a las nubes nos están asfixiando, dijo. Así ni vale la pena prender una máquina. Lo que son las cosas, por algo tu amigo Onelio te vino a proponer la semana pasada salir a cartonear después del laburo. Que el cartón lo pagan a 40 el kilo. Hay que conseguir el carro y listo.

Ahora estás regresando. Te arrellanás en el asiento del tren y te quedás dormido. Estás tomando otra copa burbujeante de champán con la corbata floja y el saco desabrochado. Pasa el mozo con la bandeja de saladitos. Las parejas que se menean con Gilda se chocan entre sí.

No me arrepiento de este amor
Aunque me cueste el corazón.

Las luces led que se encienden y se apagan y el efecto del humito te marean un poco. Espléndida, aparece la rubia abriéndose paso entre las parejas que bailan. La melena es inconfundible. Se acerca a vos contoneándose suave, sensualmente, mordiéndose el labio inferior.

Quién va a arrancarme de tu piel
De tu recuerdo de tu ayer
Yo siento que la vida se nos va
Y que el día de hoy no volverá

-Papito- te murmura al oído. Bailan un rato hasta que ella te toma de la mano y te invita a buscar un sitio más tranquilo. El cielo estrellado. Sopla una leve brisa que anticipa la primavera. La rubia se aprieta contra vos.

En eso, sentís un sacudón que te despierta bruscamente. Al abrir los ojos, lo que ves te hace estremecer. Un desparramo de cuerpos de los pasajeros en el suelo. Algunos muy ensangrentados. Una mujer llora abrazando a una nena que parece desvanecida. Algunos pasajeros saltan del vagón. Gritan. Hubo un choque con otra formación y un descarrilamiento. Vos te has golpeado con el pasamanos del asiento delantero. La sangre te cae de la frente, pero no es nada serio. Te levantás del asiento para auxiliar a los otros que sí están más heridos y lastimados. De repente, comenzás a preguntarte si este siniestro no será parte de pago de la fiesta, pero la fiesta de otros.

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