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‘Cuatro bodas y un funeral’: Reírse en las bodas, llorar en los funerales

‘Cuatro bodas y un funeral’: Reírse en las bodas, llorar en los funerales

Hacia el año 1990, el guionista Richard Curtis se dio cuenta de que había acudido a 65 bodas en los once años anteriores (quizá lógico en una persona de 34 años a quien se le van casando los amigos y familiares de su quinta), y como dicen que uno ha de escribir de lo que sabe de primera mano, se puso manos a la obra con ese material. Rodada en seis semanas por un coste de menos de tres millones de libras, esta comedia romántica se convirtió en su momento en la película británica más rentable de la historia (recaudó 245 millones), lanzó al estrellato a Hugh Grant y recibió dos nominaciones a los Oscar (Curtis a mejor guion original y el productor Duncan Kenworthy a mejor película). Cada vez que uno la ve le da la impresión de que no está lejos el día en que se quede anticuada, pero 30 años después de su estreno aún no ha ocurrido: sigue apareciendo en puestos altos en diversas encuestas y hay gente que todavía toma ideas de ella para su propias bodas.

[aviso de destripes con vestido de novia en todo el texto]

En una de esa 65 bodas mencionadas antes una invitada le hizo proposiciones a Curtis, pero él las rechazó y luego se arrepintió de ello, lo cual es una de las primeras semillas para el guion, y es que qué mayor gusto se puede dar un creador de ficciones que intentar arreglar, al menos durante un rato, los errores de su propio pasado. Así, Charles (Grant) y Carrie (Andie MacDowell) están destinados a acabar juntos a pesar de que durante sus primeros encuentros se vean, principalmente, o bien vestidos de domingo o desvestidos por completo.

Curtis es un creador de comedias que disfruta principalmente con la parte humorística: las frases que hacen reír, las situaciones incómodas, los personajes pintorescos, etc. No por nada es el creador de Mr Bean y Blackadder (junto a Rowan Atkinson), entre varias otras comedias para televisión. En el chiste de “van dos y se cae el del medio”, por ejemplo, no es necesario saber nada de sus protagonistas, ni falta que hace. Sin embargo, al hacer equipo con el director Mike Newell los personajes quedaron un poco más redondeados en vez de servir solamente como perchas sin más personalidad ni uso que para colgar gracietas de ellos. Así fue como se tardó 17 borradores en llegar al guion final, y el resultado, según el propio Curtis, fue “una película romántica sobre amor y amistad que nada en un mar de chistes”. Lo cual tampoco quiere decir que cada personaje tenga una biblia entera detrás de ellos porque, para empezar, ni siquiera sabemos de qué vive cada uno, excepto los curas y Tom, miembro de la séptima familia más rica del país. Sí que se les nota que no les faltan cuatro perras que gastar, pero de haberles dado empleos probablemente habríamos acabado con topicazos de comedia romántica como galerista de arte, arquitecto, relaciones públicas, etc. Aun así, parte de la trastienda oculta del personaje de Scarlett (Charlotte Coleman, que murió en 2001 a los 33) era que un día apareció inconsciente bajo una mesa tras una de las fiestas o quedadas del grupete y se quedó a vivir con Charlie, sin beneficio mientras busca oficio.

Mucho se habla siempre del bajo presupuesto de la película, pero 2,7 millones de libras tampoco es que sean los cuatro pesos mexicanos con que se rodó El mariachi. Es cierto que la boda en Escocia no se rodó en Escocia, que Rowan Atkinson aparece en dos de las bodas para no tener que pagar a otro actor y que los actores usaron principalmente sus propios trajes de ir a bodas para abaratar costes, pero aun así el proceso de casting, por ejemplo, pasó por unos 70 actores antes de llegar a Grant, que en aquel momento estaba pensando en abandonar el mundo de la interpretación porque no le estaba llegando nada que lo sacara del anonimato. Curtis al principio no quería a Grant (que llevó al casting la cinta de vídeo donde fue padrino de la boda de su hermano), porque habiéndolo escrito como parecido a sí mismo, lo veía demasiado guapo. Pudo haber sido Alan Rickman, pero este se negó a pasar por el proceso de casting (Rickman y Curtis conseguirían trabajar juntos más tarde en Love Actually). Para Carrie, que siempre iba a ser americana, con un ojo puesto en el público del otro lado del charco, se pensó en Jeanne Tripplehorn (la psicóloga de Instinto básico), Marisa Tomei, Melanie Griffith, Brooke Shields y hasta Sarah Jessica Parker, que luego se haría famosa con otra Carrie en Sexo en Nueva York, pero Andie MacDowell estaba justo en Londres publicitando Atrapado en el tiempo (Groundhog Day), hizo el casting, se bajó el sueldo un 75% a cambio de un porcentaje sobre los beneficios, y se hizo con el papel… y con tres millones de dólares de beneficio, mientras que Grant cobró solo 40.000 libras.

Grant se hizo tan famoso tras la película (ayudado también por el espectacular vestido de Versace de su pareja, Liz Hurley, durante el estreno en Londres) que entre esta comedia y Notting Hill cinco años más tarde llegó a convertirse en una nueva encarnación de lo británico moderno. Sí, antes ya había habido James Bond, y Cary Grant, y Richard Burton avasallando a todos con su Shakespeare aprendido en la escuela, pero ahora llegaba el guapete tímido, azorado, inseguro, tartamudeante, un tanto metepatas, pero al final adorable y de buenos modales, que en los momentos de presión intenta refugiarse en frases de complicada gramática janeausteniana, cosa que a las estadounidenses, más bruscas, les resulta irresistible, y acaban callándolo con un beso antes de que se haga daño el prubín. Además, cada casa que ven en Inglaterra tiene más años que su propio país (y el cableado de algunas estaciones de metro parece tenerlos también), y durante un tiempo esa fue la principal marca British en Estados Unidos, de la misma forma que París era Amélie o España era Antonio Banderas. Grant, que sufrió alergia al polen durante el rodaje, entre junio y julio de 1993, pensaba que entre eso y lo mucho que le mandaban que metiera la pata su actuación había quedado atroz y que “iba a tener que emigrar a Perú”. Sin embargo, aquí le vino a echar una mano MacDowell, a quien siempre le ha perseguido el sambenito de haber sido modelo antes que actriz. A pesar de que en principio queda perfecta para el papel, hay gente que considera uno de los placeres de esta película el poder meterse con ella a saco: su personaje ha sido votado como uno de los más irritantes de la historia del cine, y su frase cumbre de que “¿aún está lloviendo? No lo había notado” es también una de las peor dichas. De hecho, fue la única película de aquel año que, habiendo sido nominada al Oscar a mejor película, no recibió ninguna nominación actoral, ni principales ni secundarios.

Hablando del público norteamericano, que fue quien hizo despegar la película más allá de un éxito local, los repetidos fuck del guion británico (28 en total) fueron sustituidos, al menos los trece de la famosa escena inicial, por un bugger que allí suena menos fuerte. También querían cambiarle el título, porque al macho americano que paga las entradas de la peli aquello de ir a bodas y funerales, en un finde que no toca una de esas dos cosas de verdad, le iba a dar mal rollo. Grant acabó de remachar la victoria con una gran gira de promoción en la que dejó encantados a todos. Y como miel sobre hojuelas, la version de “Love Is All Around” hecha por los blue-eyed soulmen escoceses Wet Wet Wet para los créditos finales estuvo QUINCE semanas como número 1 en el Reino Unido, publicitando la película aún más a través de su videoclip.

Como en otros grandes éxitos de comedia británica (La vida de Brian o Full Monty), el humor puro es sin duda la principal clave de la película, que es más cómica que romántica, y así tenemos momentazos extremadamente bien tejidos como el nervioso Atkinson equivocándose continuamente en la primera boda que oficia, Charlie escondido en un lavabo mientras Bernard y Lydia se lo montan en la cama o Carrie contándole a Charlie su pasado sexual, pero, como ya demostró Shakespeare con Mercucio en Romeo y Julieta, la muerte de un comediante puede ser una poderosa inyección de emociones que realza el conjunto. Cuatro bodas no llega al maremágnum de emociones que el teatro isabelino gustaba de servir en la misma obra (risa, llanto, pavor, asco, ira), pero la muerte de Gareth (Simon Callow), el secundario fondoncete, cachondo y gay, quizá el que menos merece de todos un final así, da un poco de respiro, estratégicamente colocada durante la tercera boda, para dar una oportunidad a los personajes a mirarse dentro un poco antes de rematar con la cuarta y con la coda final, donde se ven cinco más. También supuso el redescubrimiento del poema “Funeral Blues”, de W. H. Auden, que Matthew (John Hannah) recita durante la ceremonia, tras ser presentado simplemente como “el amigo más cercano de Gareth” y que desde entonces es muy usado en el Reino Unido. Es aquí también cuando el resto de la pandi se da cuenta de que, por mucho que Gareth brindara satisfecho por ese grupo de colegas entre los cuales aún no se veía un solo anillo, ellos dos estaban tan unidos, aunque en secreto, que los demás comparan sus relaciones con ella. Y finalmente, entre los elementos que siguen haciendo que la película no se pase de moda están un personaje sordo encarnado por un actor sordo de verdad (David Bower) y un personaje gay que no muere de sida.

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

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