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31 May 2024
31 May 2024
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La libertad de los libros

A más lectura, más herramientas para analizar y comprender el mundo, para juzgarlo críticamente, para ser conscientes de los intentos de manipulación de los que somos objeto

Se atribuye a Tomás de Kempis, aunque la frase no aparece en su libro, el best-seller medieval La imitación de Cristo, la confesión “In omnibus requiem quaesivi, et nusquam inveni nisi in angulo cum libro” (busqué la paz por doquier, y no la hallé más que en un rincón y con un libro). Independientemente de su autoría o no, como tantas frases atribuidas a personajes históricos que posiblemente nunca las pronunciaron, refleja con exactitud la importancia del libro, un elemento básico de nuestra civilización, que nos aleja de la barbarie y nos permite encontrar un espacio de trascendencia, de diálogo, de apertura al mundo -y a los múltiples mundos que se crean en él-, de paz y de desconexión de la vorágine que nos arrastra y engulle.

Quizá no sería necesario, pues ya lo han hecho otros y mucho mejor que yo, realizar un elogio del libro ni una apología de la lectura. Pero vivimos tiempos recios, que diría una gran amante de los libros y ella misma escritora, Teresa de Jesús; tiempos en los que lo que debería ser una necesidad vital, la lectura, corre el riesgo de convertirse en el privilegio de unos pocos que, como en la aldea de Astérix, aún resistimos, firmes en la convicción de que leer es imprescindible para ser un poco más humanos cada día, y, sobre todo, ser más libres.

Porque los libros nos ayudan a ser libres. Leer es un ejercicio de libertad personal, pues lo realizamos desde esa decisión interior que refleja nuestros gustos, nuestros intereses, nuestras preocupaciones. Incluso cuando la lectura responde a un mandato exterior, como ocurría en el colegio o en el instituto, no impide que, en nuestro interior, aceptemos su mensaje o lo rechacemos, lo maticemos o enriquezcamos. Nunca agradeceré suficientemente a mis profesores “obligarme” a leer obras a las que, tal vez, nunca me hubiera acercado por mí mismo, como aquel barojiano El árbol de la ciencia, coincidente con una profunda crisis existencial de final de adolescencia, a la que también iluminó esa joya de la que estoy enamorado, San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno.

A la Universidad debo haber descubierto, en aquellas charlas con mis compañeros y la inolvidable profesora Isabel Cabrera, a Sándor Márai, un escritor que me fascina como pocos. Una relación con la lectura que comenzó muy pronto, a los cuatro años -sí, ya sé que para la absurda pedagogía imperante ésto es una aberración, pero no, no estoy traumatizado-, en aquella pequeña escuela de barrio, en la que un maestro, don Mariano, trataba de que aquella mezcla de alumnos que íbamos desde los cuatro a los catorce años lográramos aprender algo. Y vaya, aprendí lo más importante, a leer. Y desde esa experiencia reivindico que los niños comiencen a leer lo más tempranamente posible y sean capaces de enamorarse de ese objeto sencillo, el libro, que nos ha acompañado a lo largo de milenios, desde aquellas sencillas tablillas de barro mesopotámicas o los frágiles papiros recogidos a las orillas del Nilo, como delicada y deliciosamente narra Irene Vallejo en El infinito en un junco.

Perder la lectura es perder la libertad

Es preocupante la falta de hábito de lectura entre nuestros jóvenes y adolescentes. Falta de hábito que va acompañada de falta de comprensión lectora. Cada curso me encuentro con el drama de que mis alumnos universitarios leen menos y peor, con las dificultades y problemas que eso supone para poder enfrentarse a textos complejos. Una consecuencia perversa del lamentable estado de la educación española, de cuya gravedad no sé si somos realmente conscientes.

El vaivén legislativo, las fracasadas corrientes pedagógicas que, bajo los ropajes de innovación muchas veces no hacen más que repetir cuestiones que ya se propusieron hace años -el daño que ha hecho Dewey es imponderable- y que sólo están logrando masas tituladas, pero ignorantes, carne de cañón de un capitalismo desbocado que necesita mano de obra manipulable o de unos políticos que apelando a los sentimientos –el rey de la pedabobería contemporánea- sólo buscan perpetuarse en el poder, alejados del verdadero servicio al bien común.

Es urgente hacer redescubrir a nuestros alumnos la extraordinaria experiencia vital que supone leer. Porque nos abre a dialogar con hombres y mujeres de otras culturas y épocas; porque nos introduce en universos inexplorados y nos permite vivir aventuras, experimentar situaciones inesperadas, reír, gozar, llorar a veces, sin salir de nuestro cuarto, abriendo ventanas a paisajes maravillosos. Porque en un mundo en el que la razón parece postergada, nos ayuda a ser lógicos, pues leer hace que nuestro vocabulario se enriquezca, y no hay que olvidar que palabra, en griego, se dice logos, el mismo término que sirve para denominar a la razón; a más logos adquirido en la lectura, más logos en nuestra mente, más herramientas para analizar y comprender el mundo, para juzgarlo críticamente, para ser conscientes de los intentos de manipulación de los que somos objeto, para juzgar los acontecimientos y denunciar los abusos e injusticias.

Una recuperación de la lectura que debe ir acompañada -y que a la vez refuerza- de una transmisión de saberes, de conocimientos, que es la función esencial de la educación, algo que últimamente parece olvidarse, como denuncia Gregorio Luri en su ensayo, que tanto hace pensar, La escuela no es un parque de atracciones. Leer es una herramienta poderosa para poder trascender las limitaciones impuestas por el origen social o económico. Leer, en definitiva, nos hace un poco más libres.

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