¿Cómo llegó la música a su vida?

–Yo nací en Eibar, una pequeña localidad guipuzcoana con mucho interés musical, con una escuela de música y con mucha afición al piano; cuando yo tenía 7 años, mucha gente estudiaba piano. Mi relación con el instrumento empezó ahí, en ese caldo de cultivo que fue mi pueblo. También escuchaba mucha música afro americana, la Motown, Marvin Gaye, Otis Redding, Sly & The Family Stone, Michael Jackson… Toda aquella música soul, funk y disco me fascinaba. También iba compartiendo discos con otros chavales, en mi época eran casetes y vinilos; recuerdo cuando compré el disco Synchronicity, de Police, en 1983. Ese álbum fue una de mis grandes escuelas. Lo desgasté, es parte de mi ADN. Me sigue pareciendo uno de los mejores discos de la historia. Esas serían mis tres bases: la música del piano de la escuela de música de Eibar, con Mozart, Chopin y demás; la música afroamericana que escuchaba el la radio; y los discos que intercambiaba con mis amigos.

Se licenció en piano en Barcelona y trabajó con el Taller de Músics de Barcelona. ¿Fue allí para estudiar, o la vida le llevó a la ciudad condal?

–Fui expresamente a estudiar piano clásico. Era 1992, el año de los Juegos Olímpicos y toda la ciudad estaba volcada, había un ambiente muy efervescente. El Taller de Músics era un lugar donde podías estudiar diferentes tipos de música: pop, flamenco, rock, jazz… Barcelona era una ciudad muy abierta a absorber culturas, aquello fue muy importante para mí.

Su primer disco, The new jazz voices ensamble, no llegó hasta 2009.

–Antes había colaborado con otros músicos, pero ese fue mi primer disco. Hicimos un trío de batería, contrabajo y piano y preparé arreglos para voces. Aquel disco tenía diferentes estilos, pero todo convergía en el jazz.

“Se está sufriendo la crisis también en el jazz. Está difícil y hay que luchar mucho, tienes que estar con el teléfono en la mano”

En su segundo álbum, Walk, abandonó las voces y ya era instrumental.

–Sí. En 2016 cambié de registro y me fui a la música afro cubana, que también me apasiona. Ese disco ya era de música propia, compuesta por mí. Había una labor muy importante en esa rítmica afrocubana, que es tan rica y tan variada. Lo hice con Toño De Miguel y a Michael Olivera, que son de los mejores contrabajistas y baterías de Europa. Michael ha estado nominado a un Grammy hace poco y casi lo gana. Fue una maravilla poder tocar con ellos, le dieron al disco un enfoque y un color muy interesante.

Hay quien distingue la música más académica, donde estaría la clásica y el jazz, de la más popular, donde estaría en pop y el rock. Usted no le hace ascos a ningún estilo.

–Así es. Soy amante de grupos que no tienen nada que ver con lo académico, la buena música se puede hacer en lo académico y fuera de lo académico. Escucho a Judas Priest, a AC DC, flamenco… De todo. La buena música no tiene etiquetas, solo hay que investigar para descubrirla. Me gusta la música improvisada de Siria, Marruecos, Irán… Es música que se toca desde las tripas. O la música india, que tiene una riqueza rítmica impresionante. Hay tanta música fuera de nuestras fronteras que es maravilloso hacer un viaje y descubrir cosas brutales. En mi último disco hay una canción, Doors, basada en esas músicas, con sus armonías modales y con la darbuka, un instrumento de percusión del medio oriente.

Hablemos entonces de su tercer disco, Black on white. Su título pretende reflejar la relación entre la música la negra afroamericana y la música de tradición europea.

–El jazz es una música impura, en su génesis bebía de esas dos culturas. El jazz nació en 1917 en Nueva Orleans cuando los esclavos, que traían su percusión, sus cantos y su escala pentatónica, empezaron a escuchar la música europea y a tocar el piano. Ahí surgió una mezcla maravillosa.

Diría que el disco tiene un aire bastante cinematográfico.

–Sí, de hecho no eres el primero que me lo comenta, otros músicos también me han hablado de ello. Cuando me pongo a componer, una de mis herramientas es imaginarme esa música en un lugar y en un ambiente concretos. Crear una escena. Es un parámetro que utilizo para componer, sí.

En cuanto a estilos, es un álbum muy ecléctico: hay ritmos de swing, afrocubanos, de pop, reggae, música contemporánea, étnica…

–Sí. Intento que cada canción tenga una personalidad diferenciada. Cuando meto en la coctelera esos elementos, busco que tengan una entidad. Creo que eso es lo más difícil, que los cambios se sucedan con naturalidad, que todo esté bien imbricado, formando un solo cuerpo en el que todo esté en su lugar.

“En Francia y en Holanda hay mucha música en vivo. Es una pena que aquí no tengamos esos escenarios, porque músicos buenos sí que hay”

Suele trabajar con formación de trío. ¿Es la que más le gusta?

–Sí, me parece la más interesante. Me apasiona esa interacción que tiene el piano cuando lee las melodías y en las improvisaciones. Es una maquinaria muy potente, por un lado la base rítmica del bajo y la batería, y por otro el piano, que es un instrumento con mucho arsenal. Me da mucho juego e intento aprovecharlo al máximo. El trío es una de mis formaciones preferidas porque podemos crecer mucho, se crea muy buena energía rítmica, además de otras cuestiones de armonía y de texturas.

Sigue fiel a ese disco de Police que decía que tanto le marcó de niño, porque ha incluido en el disco una versión de ‘Tea in the Sahara’.

–Sí, y eso que no es de los temas más famosos. En ese disco están Synchronicity, Every breath you take… Tea in the Sahara me parece un tema muy sutil, sugiere muchas cosas y me ha servido para arreglarlo. Sobre todo he hecho un trabajo armónico. Lo he grabado en la misma tonalidad en la que lo canta Sting, en fa sostenido, porque es una tonalidad muy brillante. Ha sido un trabajo muy interesante, siempre intento ser muy respetuoso con el original y no romper la esencia de la canción, sino darle otro punto de vista, siempre con el máximo respeto.

El disco ya está en plataformas y hay edición física. ¿Dónde puede comprarse?

–Sí, lo tenemos ya. Está en la discográfica (Gaztelupeko Hotsak) y lo vendo yo también. Si alguien lo quiere, puede ponerse en contacto conmigo.

Ahora llegarán los conciertos. ¿Cómo está el circuito de los clubs de jazz? ¿Sobreviven o también sufren la crisis?

–Ya hemos tocado en Eibar y estamos cerrando fechas, en breve espero poder anunciar unas cuantas. Se está sufriendo la crisis también en el jazz, sí. Hace unos meses cerró el Altxerri, que es uno de los clubs emblemáticos de Donosti. Ha sido una gran pérdida porque era un club muy activo, con muy buenas propuestas. Está difícil y hay que luchar mucho, tienes que estar con el teléfono en la mano. Es una pena, porque a la gente le gusta la música en vivo, que siempre tiene otra forma de llegar a las personas. A mí, como oyente, me encanta ir a un bar y escuchar cualquier tipo de música que esté bien hecha. Para eso tenemos que tener un mimo especial como sociedad: el público, las instituciones… deberíamos cuidar nuestro bagaje cultural. En Francia y en Holanda hay muchísima música en vivo. Es una pena que aquí no tengamos esos escenarios, porque, desde luego, músicos buenos sí que hay, y en todos los estilos.

Usted es profesor en el conservatorio. ¿Hay cantera?

–Sí, hay muchísima cantera. Nuestros alumnos del conservatorio ya salen con proyectos propios. Cuando terminan sus estudios, tiene sus proyecto, su concierto, sus temas escritos… Podrían grabar tranquilamente un disco y rodar por ahí, pero se encuentran con esto que comentamos, con la falta de espacios para poder darse a conocer. l