"Por las mujeres y por los niños". Hay determinadas frases hechas que delatan la masculinidad mal entendida que seguimos llevamos bien dentro. Lo vemos estos días con las declaraciones del boxeador que ha alcanzado popularidad mediática por aplacar a otro hombre fuera de sí en un cine de León.
En las redes y en las apariciones televisivas, este boxeador, Antonio Barrul, repite el mantra de que no le quedó más remedio que la violencia física para frenar al otro chaval, que increpó al personal durante la proyección de Garfield. Según el propio boxeador, este hombre ejerció violencia machista a sus acompañantes. Tras dejarlo KO, Barrul subió la escalera de la grada y fue pidiendo disculpas. No quería protagonizar tal acto "por las mujeres y por los niños", pero lo cierto es que, al final, demostró aquella hombría de antaño frente "a las mujeres y los niños".
Barrul podía haber salido a buscar al personal de seguridad. Podía haber callado para que la agresividad no se desbocara más. Podía haber denunciado al hombre. Pero escuchadas sus palabras da la sensación de que sólo se arrepiente de tal número "por las mujeres y los niños". No se da cuenta, pero sus afirmaciones definen una condescendencia trágica hacia las mujeres. Suena tan demodé, suena tan a aquellos que hablaban de "sexo débil". Qué lejos parece que queda, y qué cerca. Y ahí sigue ese retintín coleando en 2024. No es de extrañar que los puñetazos se abrieran camino, pues. Porque picando en el anzuelo de la provocación, Barrul termina representando a esos hombres que desde pequeñitos identificaron masculinidad a la fuerza, al poder que otorga el golpe, al orgullo de no quedar nunca como débil. Incluso al puñetazo para proteger a la mujer. Con todas las perversidades que tal actitud conlleva.
Resultado: Barrul se ha transformado en un héroe en algunos programas de televisión. aunque un héroe de pies de barro. Son los gajes de crear héroes tan rápido en los medios de comunicación... De hecho, ni siquiera les hacemos re-preguntas. Ni siquiera contrastamos demasiado las versiones que cuentan, no vaya a ser que la información veraz paralice la épica de la sensiblería. Lo que impacta adelanta a lo que importa.
Seguimos aplaudiendo como el público que acudía a ver peleas de gallos, en vez de cuestionarnos el fondo del problema: la masculinidad confundida con esa endiablada mezcla de agresividad, paternalismo, posesión y chulería. Todo "por las mujeres y por los niños", pero sin "las mujeres y los niños".
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