Festival de Cannes: a Demi Moore no se le pasó el arroz
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Festival de Cannes: a Demi Moore no se le pasó el arroz

Coralie Fargeat la dirige, junto a Margaret Qualley, en un «body horror» de serie Z que llega en la mitad del Festival de Cannes

Demi Moore attends the premiere of 'Kinds of Kindness' during the 77th annual Cannes Film Festival, in Cannes, France.
Demi Moore, que además de «La sustancia» ha presentado otros dos proyectos en la Croisette, ayer en CannesGUILLAUME HORCAJUELOAgencia EFE

Por un par de horas largas, Cannes se convirtió en el Festival de Sitges, al que se le han puesto los dientes largos, muy largos, pensando en proyectar el próximo otoño “La sustancia”, de la francesa Coralie Fargeat. Thierry Fremaux lo avisó en la rueda de prensa de presentación de la sección oficial: no es una película apta para estómagos sensibles. Por eso, suponemos, la escogió: para repetir la jugada que llevó a una película tan extrema como “Titane” a ganar la Palma de Oro hace tres años. Pero, aunque ambos títulos estén dirigidos por una mujer y se encuentren cómodos con la etiqueta del ‘body horror’, juegan en distintas ligas. La de “La sustancia” es la de la serie Z más desquiciada, amparada en la agenda feminista. Y es de lo más disfrutable.

En una afortunada elección de ‘casting’, Demi Moore interpreta a Elizabeth Sparkle, una actriz en declive que está a punto de perder su trabajo en un programa televisivo de ‘fitness’ à la Jane Fonda. La edad no perdona. Es entonces cuando descubre la existencia de una sustancia inyectable que permite sacar de sí misma un segundo cuerpo, enérgico y rejuvenecido (que encarna Margaret Qualley), que la sustituirá a semanas alternas, y que, cree, le permitirá vivir lo que el envejecimiento le ha arrebatado. Huelga decir que, para que el experimento salga bien, hay que seguir unas normas muy estrictas, y la transgresión de esas normas es lo que hace que el cine de terror despliegue sus alas.

Fargeat y el feminismo más básico

El planteamiento de “La sustancia” no puede ser más clásico, porque se centra en el tema del ‘doppelganger’, que, desde el “William Wilson” de Poe hasta “El extraño caso del doctor Jekyll” de Stevenson, pasando por “El retrato de Dorian Gray” de Wilde, es un argumento universal de la literatura de horror. Fargeat le añade un (muy básico) discurso feminista -también presente en “Revenge”, su ópera prima- sobre los estereotipos estéticos y de comportamiento con los que tienen que cumplir las mujeres para ser aceptadas. “En el espacio público, un hombre y una mujer son juzgados de modos muy distintos”, declaraba recientemente Fargeat. “A la mujer se la trata muy diferente depende de cómo se vista o de qué edad tenga. Vivimos bajo un escrutinio constante”. Conclusión: Fargeat afirma que sus películas son su venganza contra el modo en que el sistema percibe el cuerpo de la mujer.

Concebida como un encargo para una exposición antológica dedicada a su obra en el Centro Pompidou que no se llegó a celebrar, “C’est pas moi”, de Leos Carax, que se presentó en la sección Cannes Premiere, es, de momento, lo mejor que se ha visto en el festival. En solo cuarenta minutos, el director de “Annette” define su visión del mundo, de la vida y de su cine tomando el relevo del pensamiento de Godard -las “Historie(s) du Cinéma” son su modelo- mientras hace malabarismos con el digital, una marioneta, una manzana, David Bowie, “Los sobornados”, Jean Epstein, los Lumière y etcétera. Y, atención, la escena post-créditos más hermosa de la historia del cine reciente, un ‘remake’ de “Mala sangre” que nos dejó al borde del llanto.

Leos Carax, ¡vaya genio!

No es casual, pues, que buena parte de “La sustancia” esté dedicada a dinamitar la belleza canónica de ese cuerpo. Fargeat, que confiesa haber educado su querencia por el cine de género porque su abuelo le dejó ver de pequeña títulos como “Robocop” o “La mosca”, ha aprendido mucho de Cronenberg. Los dientes, las uñas y las orejas caen como hojas secas, los huesos se deforman, las vísceras se derraman y, finalmente, los cuerpos son un amasijo de carne, como en “Basket Case” de Henenlotter o “Society” de Yuzna, para abrir paso a un apoteósico, grotesco gran final à la “Carrie”. “La sustancia” está planteada como una farsa (todos los hombres son ridículos o esperpénticos, especialmente el ejecutivo de televisión que interpreta Dennis Quaid) y como un festival para los amantes del cine de terror más insolente. Más lúdico-festiva que lo que se convino en llamar el “Nuevo Extremismo Francés”, corriente que nació a principios del siglo XXI con películas como “Martyrs” y “Al interior” (y con precedentes tan ilustres como Gaspar Noé o la Claire Denis de “Trouble Every Day”), lo único que separa a “La sustancia” de una película de serie Z de la Troma es el presupuesto y su (excesiva) duración.

A “Limónov”, por el contrario, se le quedan cortas sus dos horas y cuarto, porque la proteica figura del escritor ruso, el hombre de las mil vidas que Emmanuel Carrère convirtió en materia prima de una exitosa biografía novelada, es demasiado mutante para una sola película. Aficionado a los personajes históricos (Tchaikovski en “La mujer de Tchaikovski”), Victor Tsoi, del grupo musical Kino, en “Leto”), el ruso Kirill Serebrenikov se acerca a Limónov (estupendo Ben Whishaw) poniendo el acento en sus años formativos, y dedicándole demasiado metraje a su estancia en Nueva York, durante la que intenta abrirse camino como escritor. Por el contrario, ventila a machetazos su contradictoria relación con Rusia a partir de la Perestroika, cuanto es este periodo el que pone sobre la mesa sus más palmarias paradojas: de fundar un partido filofascista a participar como mercenario en la guerra de los Balcanes, de ser activista anti-Putin a apoyar la invasión de Crimea, su confusa, pendular trayectoria ideológica es la que lo convierte en un personaje tan fascinante. Algo que no se acaba de percibir en la película, que acaba siendo la historia de un tipo enfadado con el mundo, pero cuya complejidad psicológica se nos escapa por completo.