HISTORIA GRAN CANARIA: Carlos Hugo de Borbón en Teror

Crónica

Carlos Hugo de Borbón en Teror

El pretendiente carlista al trono de España disfrutó hace 60 años de su luna de miel con la princesa Irene de Holanda en las Islas con una visita a la Virgen del Pino

Carlos Hugo de Borbón y la princesa Irene de Holanda, en su visita a Teror.

Carlos Hugo de Borbón y la princesa Irene de Holanda, en su visita a Teror. / A.J.L.Y.

El 8 de febrero de 1964, el primer ministro Víctor Marijnen anunciaba en La Haya el compromiso entre la princesa Irene, segunda de las hijas de la reina Juliana de Holanda, con Carlos Hugo de Borbón Parma, hijo del pretendiente carlista a ocupar el trono de España, Javier I. Y la pareja eligió Canarias para pasar su luna de miel.

Tras la renuncia de la princesa a la sucesión en la corona de los Países Bajos y su preceptiva conversión al catolicismo, el 29 de abril contrajeron matrimonio en la capilla Borghese de la basílica de Santa María la Mayor de Roma, con la sociedad y la familia real holandesa profundamente conmovidas y contrariadas por ambas decisiones. El periódico De Volkskrant afirmó entonces que las diferencias en torno al matrimonio no fueron de orden político sino puramente personales entre las familias.

Desde semanas antes en Gran Canaria se difundió la noticia de que, invitados por una familia de la isla, se estaba acondicionando un chalet privado para su alojamiento y que desde aquí se desplazarían a otras islas para terminar con una cacería en El Aaiún. Tras este revuelo de meses, la pareja ansiosa de paisajes, sol, paz y descanso, lo que vendía Canarias por entonces; comenzaron su luna de miel rápidamente. Pero ésta no les trajo a Gran Canaria.

El 6 de mayo de 1964, Irene de Holanda y Carlos Hugo de Borbón llegaban a La Palma. Desde el aeropuerto de Buenavista en Breña Alta se trasladaron al Mirador del Risco de la Concepción y desde allí sus anfitriones -la familia Capote Cabrera- señalaron la casa y finca que habían preparado para su estancia en la isla.

Carlos Hugo de Borbón en Teror

Carlos Hugo de Borbón en Teror / José Luis Yánez Rodríguez

¡Magnífico... justamente lo que habíamos deseado! Y así comenzó el periplo canario del que por entonces se vislumbraba como pretendiente carlista al retorno monárquico tras el gobierno de Franco

Tal como escribe José Miguel Barreto Romano en su participación en el trabajo de investigación sobre las Manifestaciones de la división de los católicos durante el obispado de José Pozuelo y Herrero (1879-1890), «el carlismo canario fue minoritario, pero muy activo. Sin embargo, al contrario que en Cataluña y el País Vasco, en Canarias no tuvo lugar un rechazo fuerte hacia el Estado centralista que hiciese posible el surgimiento de un partido o movimiento nacionalista con un proyecto autonomista». Explica Barreto que la fusión heterogénea de ideales religiosos, regionales y anticentralistas que convergieron en el carlismo, no promovieron nunca en Canarias nuevas formas de expresión que abriesen el camino al nacionalismo como ocurrió en otras zonas de España.

Venía a unirse a ello la fuerte ideología del carlismo, no dada a muchas concesiones a avances que lo fusionaran con el devenir social y político del siglo XX que tanto afectaría al mismo Carlos Hugo en los siguientes años y que no logró convencer ni al mismo Franco. Ya Unamuno en su estancia en Gran Canaria en 1910 disertaría sobre el concepto de que además del problema económico-social, de ricos y pobres; de pan del cuerpo; además del problema cultural, de ciencia y de arte, de pan del espíritu, había un problema religioso que parecía no importar a los hombres y mujeres de Canarias.

Unamuno, que afirmaba preferir el fanatismo a la indiferencia que aquí veía, ponía como ejemplo al mismo Teror donde visitó «en el encanto sedante y tranquilo de la Villa y con la reverencia que me merecen siempre las creencias de los pueblos, el santuario de Virgen del Pino; y al visitarlo, recordaba aquel otro santuario dé mi pueblo natal, el de la Virgen de Begoña», para afirmar que ésta había llegado a ser bandera de combate de los vascos que llegaron a sellar las calles con sangre en defensa de sus ideales, pero que en Canarias esto no se producía y que sólo veía indiferencia ante los grandes problemas, ensueño en que vivían los canarios, sin preocuparse de las grandes cuestiones que afectaban a España, a Europa entera. Decía «me convenzo de que vuestro problema es el de aislamiento, aquí cada cual busca su almendro para ahorcarse de él. ¿Qué ha sido en España la historia de nuestras contiendas civiles? ¿Qué ha significado en España el carlismo sino el aislamiento interior, el aislamiento del espíritu del campesino contra el del mercader, del campo sobre la ciudad?».

Carlos Hugo de Borbón en Teror

Carlos Hugo de Borbón en Teror / José Luis Yánez Rodríguez

Unamuno pensaba que ese carlismo pudiera enraizar en el archipiélago más que otras posturas políticas abiertas y «universales». Se equivocaba. Nuestro tópico aplatanamiento que él relacionaba con la presunta cortedad de miras de Estévanez al situar la patria en un almendro; era y es más bondad de carácter y adecuación a las circunstancias de la vida que falta de interés.

Por eso, el carlismo aquí fue siempre residual y la actitud del campesinado más respetuosa con las ideas de los otros que conformista con las mismas. En las taifas de los campos terorenses fue frecuente hasta mediados del pasado siglo que se cantaran coplas del Himno de Riego como la que decía «si la reina Cristina muriese/Carlos V quisiera reinar/los arroyos de sangre corriesen/por los campos de la libertad».

En Teror, el cronista Vicente Hernández hablaba con frecuencia del único personaje que abiertamente expresó durante décadas su apoyo a la causa carlista: José Hermógenes de Medina Henríquez. De conocerlo, afirmaba el cronista lo hubiese descrito magistralmente don Ramón del Valle Inclán, porque era un esperpento. Extravagante, bohemio, desaliñado en el vestir, parecía un personaje fuera de la realidad; no obstante, no tenía aspecto grotesco, porque había dignidad en su talante., con el estilo de un caballero legitimista, un Cruzado de la Causa por el triunfo de la Religión, de la Patria y el Rey; de la Comunión Tradicionalista. El 18 de Julio de 1936 sacó a la calle una boina roja de tamaño descomunal y a los muchachos nos relataba toda la retahila de las dinastías carlistas. Un esperpento que provocaba una risa clemente y cordial, no cruel; hombre de maneras corteses hasta la exageración, no tenía una personalidad agria ni violenta.

Tras pasar en La Palma nueve días; llegaron a Tenerife el día 16 y de allí a Gran Canaria el 17 de mayo de 1964 en un avión de Iberia; para alojarse posteriormente en el Hotel Santa Catalina.

Del carácter palmero dijeron que era hospitalario, amable, discreto y sumamente cordial y la princesa Irene declaró que aquella semana había sido la experiencia más feliz de su vida. Por la tarde, se trasladaron a la Clínica Cajal, donde se encontraba el obispo Pildain que los recibió en cama y le dijo a Irene que había dado con su proceder durante aquellos meses un maravilloso ejemplo de fortaleza cristiana.

Luego, «para cumplir con el precepto dominical» subieron a la Basílica de Nuestra Señora del Pino en Teror, en cuya plaza fueron recibidos por monseñor Socorro, una representación del ayuntamiento de la Villa y un numeroso público. Aquella tarde, en Teror rezaron y escucharon misa en castellano a petición de la princesa. Luego subieron al Camarín. «Maravillosa», exclamó varias veces Irene de Holanda frente a la imagen a la que ofrendó un ramo de claveles rojos, enlazados con una cinta con los colores de la bandera española

Los príncipes firmaron luego en el Libro de Honor de la Basílica. Carlos Hugo le hizo ver a la princesa donde dejaban su huella con un «mira, mira, las firmas de Juanito y Sofía», que también habían estado en el mismo lugar en 1962.

Se fotografiaron con todo el que lo quiso y dejaron una impronta de gente simpática y amable en todos los que estuvieron con ellos. Decidieron entonces modificar su agenda, no trasladarse al Sáhara y quedarse más tiempo en las islas, de las que se llevaron el regalo de un solar para que construyeran casa de vacaciones en Lanzarote y una grata sensación de gustar a los que podían convertirse en habitantes del país que algún día podían gobernar. Pero no estaba el tema para eso. Franco, alarmado por los viajes y la buena impresión que la pareja causaba; decidía a fines del mismo año que aquello acababa con un «este señor no va a ninguna parte». La designación de Juan Carlos de Borbón como sucesor de Franco a título de rey en julio de 1969 lo dejó aún más claro. Tras distintas derivas de la sucesión de los carlistas, su divorcio de Irene de Holanda y otros aconteceres, Carlos Hugo de Borbón Parma falleció en Barcelona el 18 de agosto de 2010.

En Teror quedó su recuerdo y la gratísima impresión de una joven pareja cercana y afable que trajo el carlismo a las puertas de la Basílica del Pino.