Caminando y visitando los alrededores de la plaza de la Constitución. Cuál si de un turista curioso se tratase, descubro que el Pescaíto Frito ha ascendido de división o categoría, ahora luce mucho más elegante y apetecible. Donde antes enfrentaba añiles y albas, en un remedo inconexo de un chiringuito playero, ahora resalta más serio como local de Tapas de su hermana mayor, La Carbonería.
Apenas he doblado la esquina de la que fuera la Casa de Salamanca, actual despacho y morada del afamado abogado emeritense Federico Chacón Zancada y de su esposa Milagros Calderón Acero, me encuentro de sopetón con Antonio Ponce Gil. Como buen empresario, transita desde un negocio hasta otro, en esa tarea tan de su oficio, que consiste y resume en un latinajo: “in vigilando”. ¡Ahí es nada!
¡Entre col y col, lechuga! Y es que, de vez en cuando, se permite la licencia de invitar a algún cliente o amigo a una conversación que sazona y adorna con una caña de cerveza bien fría o una copa de buen vino. De manera que, a eso de las dos y media, hay días que apenas da de sí para atender a los voluntarios que se apresuran a unirse a la “tertulia constitucional y carbonera”.
En estas y yo esperando a una amiga para agasajarla con los prodigios y la maestría de Javier (jefe de cocina) en su parrilla de leña o carbón, de aquí el nombre del restaurante. Como muestra del éxito, el empresario cuelga el cartel de completo. Todo el papel vendido, un día sí y otro también, (a las reservas me refiero) cuál si de la madrileña Plaza de Toros de Las Ventas en esta segunda quincena de mayo se tratara.
Entretenido con las vitrinas frigoríficas que maduran el preciado manjar, custodiado por puertas de cristales transparentes que, al tiempo, permiten disfrutar de tan magnífico espectáculo visual. Hay quienes, en un dechado de virtudes y exceso de valentía, seguimos prefiriendo ser carnívoros, aunque la moda vaya por otros derroteros.
Y es que, en la actualidad, algunos predican que los vegetales no son seres vivos ni criaturitas de Dios. Habiendo quien se declara vegetariano, vegano, “crudivegano” y no sé cuántas otras lisonjas más. Activistas radicales convencidos e insolentes, rechazando o renegando incluso de sus instintos ancestrales. Pretendida modernidad, rayana en la ignorancia y suspensa en bromatología o nutrición humana.
Apenas observando, ya casi salivando y relamiéndome con la carne roja de vaca Rubia Gallega o la más centroeuropea de raza Simmental o Fleckvieh (ganado bovino, berrendo en colorado, de doble actitud y originaria de los Alpes de la relojera, neutral y ganadora de Eurovisión, Suiza).
Nos reciben a coro, un camarero barítono y otro tenor. Más parece que entrásemos desde el ambigú, al majestuoso salón de butacas del prestigioso Teatro Real de Ópera (conocido coloquialmente como El Real) que por el pasillo que, a modo de embudo, nos conduce al precioso y coqueto salón comedor.
A partir de aquí, como en toda buena orquesta, todo es melodía para el olfato o el paladar. Con una sintonía de aromas y sabores dignos de las más afamadas o estrelladas mesas que conducen a los michelines que algunos atesoramos como consecuencia de esta afición, quizás vicio, por la buena mesa.
Permítanme aumentar su intriga y no revelar lo que a continuación acontece. Aprovechen la recomendación para llamar y reservar mesa en La Carbonería. (609 843 403). Seguro que no se arrepentirán de la experiencia, pues lo que empezó como almuerzo pasó inmediatamente a festejo gastronómico de primer nivel y se remató con un surtido de postres que ni la Confitería Gutiérrez en sus mejores tiempos.