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Aragonès, mejor presidente de lo que parece

Pere Aragonès este lunes en rueda de premsa

Pere Aragonès este lunes en rueda de premsa / Àlex Recolons / ACN

Los políticos que asumen la responsabilidad de los malos resultados electorales merecen reconocimiento. No es frecuente. Pere Aragonès anunció este lunes que no recogerá el acta de diputado y dejará la primera línea política cuando haya un nuevo presidente de la Generalitat. Esquerra ha vivido en esta última legislatura dos cosas de las que no había disfrutado nunca desde la recuperación de la Generalitat: ostentar la presidencia y gobernar en solitario. Y no ha sido el paraíso que soñaban sus dirigentes. Han pasado de 33 a 20 diputados y de la segunda a la tercera posición quedando por detrás de Junts, su rival en el campo independentista. ¿Es atribuible esta debacle a Aragonès? Rotundamente, no. El resultado del domingo es simplemente la traslación al Parlament de lo que le ha ocurrido al partido en el actual ciclo electoral, tanto en las municipales como en las generales. Ernest Maragall, que pasó de 11 a 5 concejales, se retiró, pero Gabriel Rufián, que perdió casi la mitad de la representación, sigue allí, por no hablar de los alcaldes que obtuvieron peores resultados que la media de la formación y, en lugar de dejar la primera línea de la política, fueron ascendidos a directores generales de la Generalitat. Aragonès ha perdido un tercio de los diputados. La catarsis que ha empezado con él tendrá muchos más capítulos en las próximas semanas y meses. Quizás ha llegado el momento de que empecemos a considerar a Esquerra y empiece a considerarse a sí misma como un partido de gobierno porque ha tenido consellers en 7 de las 13 legislaturas catalanas y en otra formó parte de la mayoría de investidura. 

 Aragonès ha sido mejor presidente de la imagen que ha dejado. No ha tenido nunca el carisma ni el liderazgo de Pujol ni de Maragall, ni tampoco la altanería de Mas. Pero ha llevado el gobierno con mucho más empuje que Puigdemont o Torra y con la misma minuciosidad que Montilla, desde posiciones ideológicas antagónicas. Era un president con el que sus interlocutores podían hablar a fondo de los temas, lo saben los sindicatos y las patronales, las entidades sociales y culturales, sus rivales de la oposición y los periodistas. Pero, injustamente, pocos lo han dicho en público. Quizás el único reproche que se le puede hacer es que su entorno lo ha protegido en exceso, alejándolo de estridencias y polémicas, pero en algunas ocasiones impidiendo que se mostrase cómo es. De su legado hay que destacar la recuperación del gasto en servicios públicos, la atracción de inversión extranjera y su propuesta de acuerdo para la claridad, un manual que, un día u otro, tanto los negacionistas como los procesistas acabarán usando. Y para evitar las suspicacias de los populistas, aclaramos que no nos ha otorgado ningún privilegio, ni publicitario ni informativo, simplemente ha tratado a EL PERIÓDICO con respeto y equidad. Como a otros muchos.

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