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El lenguaje y el pensamiento van de la mano

14/05/2024
Psic. Javier Urra

Hace más de un siglo, el filósofo español Miguel de Unamuno afirmaba «La lengua no es la envoltura del pensamiento, sino el pensamiento mismo».

Nos convertimos en lo que decimos, pensamos, sentimos y hahcemos. Evaluemos cómo hablamos, las palabras nos delatan, mejoremos nuestros pensamientos.

Fue el psicólogo ruso Lev Vygotsky el que nos enseñó que pensamiento y lenguaje van de la mano, es por ello que precisamos riqueza de lenguaje, conocimiento de las palabras, de su significado, de su interpretación, de cómo lo capta el otro.

Hay que pararse a pensar, a reflexionar, hay que disfrutar de la palabra y de los silencios, de la comunicación, que exige atención, escucha, y comprensión del otro.

Educar a nuestros niños en la riqueza del lenguaje, se hace esencial. El uso de cada palabra única, en cada contexto permite no solo la interacción con los otros, sino la evolución de nosotros mismos.

Es desde el lenguaje desde donde el ser humano, convertido en persona, y desde la profunda reflexión, se transforma en objeto de sí mismo. Pero además, y desde su interrelación, crea un orden social que no está preestablecido en la naturaleza ni específicamente en la biología.

En miles de millones de años no hubo vida en el universo y aún transcurrió una eternidad durante la cual nuestros ancestros vivieron sin lenguaje oral. La capacidad de cooperación y no el contexto competitivo, permitió emerger el lenguaje, la comunicación entre individuos, la cohesión social a la comunidad y una concepción del mundo.

Aprender a comunicarse es aprender a pensar, a razonar. La lengua es el indispensable y precioso instrumento para formar ciudadanos dialogantes, con capacidad para argumentar, discutir, conversar.

Nos convertimos en lo que decimos, pensamos, sentimos y hacemos. Evaluemos cómo hablamos, las palabras nos delatan, mejoremos nuestros pensamientos.

Hay quien se intoxica con sus propios mensajes y quien emplea la palabra como una pedrada. Sí, hay quien refuerza el ser paranoico, o celoso, o malintencionado, se recrea en pensamientos contaminantes, igual que los hay cínicos e hirientes. Es cierta la expresión que asevera que hay quien, si se mordiera la lengua, se envenenaría. Pero también y la mayoría de las veces el lenguaje puede ser cálido, próximo, terapéutico. Puede servir de imán prosocial y de colchón afectivo.

Cuidemos lo que decimos, acicalémonos el habla, la palabra y aun los silencios, así embelleceremos nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.

El lenguaje requiere de prudencia, el relatar expansivamente las propias dolencias resulta agotador; el presumir de aventuras, adquisiciones o ideas pone al interlocutor en guardia o en huida. El uso de apodos, sobrenombres o diminutivos es de mal estilo o ridículo. Sigamos. Eduquemos en la sencillez del saber estar.

Hemos de defender el lenguaje, lo simbólico y transmitirlo intergeneracionalmente. Es verdad que a veces el lenguaje es interior, es de cuestionamiento, es de profunda reflexión, sobre los propios sentimientos, si bien las palabras que narran lo íntimo, no son lo íntimo, y es que los sentimientos del alma, desbordan el alcance de las palabras.

Y como nos recuerda el neurocientífico portugués Antonio Damásio, la importancia del lenguaje es innegable, pero es precedida por nuestra capacidad de experimentar emociones. Sin sentimientos, el lenguaje no habría surgido como un medio para comunicar información. Nuestra habilidad para sentir y pensar es fundamental, pero la ausencia de la capacidad de sentir haría imposible el desarrollo de la cultura. Es la conjunción de ambas capacidades lo que da origen a la cultura.