Desde Cannes

Especial para BAE Negocios 

Las dos películas posiblemente más esperadas en esta 77ª edición del Festival Internacional de Cine de Cannes ya tuvieron su premier mundial. Y, lamentablemente, ninguna de las dos estuvo a la altura de las expectativas.

Furiosa, de la saga Mad Max (que la próxima semana podrá verse en los cines en todo el mundo) prometía repetir la revolución que en 2015 generó en Cannes el estreno de Mad Max: furia en el camino. Siempre bajo la dirección del australiano George Miller (desde la seminal producción de 1979 con la que Mel Gibson saltó a la fama), esta precuela abandona un poco la esencia trash y pretende indagar en la dimensión mítica del personaje que en la película anterior encarnaba Charlize Theron (el director se opuso a la idea de rejuvenecer a la actriz a través de inteligencia artificial). La protagonista ahora es Anya Taylor-Joy y su antagonista, Dementus, es interpretado por Chris Hemsworth.

Furiosa tiene más humor, algo grueso, como la bajada de línea ecologista y feminista que termina pareciendo más otro chiste no logrado que la verdadera asunción de una posición política. Y está armada como un conjunto de viñetas. Así, las dos horas y veintiocho minutos de duración resultan excesivos, ya que la verdadera acción comienza en la última hora. Muchos de los verdaderos tableaux vivants están muy logrados, pero el guión falla y por momentos la deriva se parece a un compilado de escenas filmadas para fanáticos.

Menos se esperaba de la Megalópolis de Francis Ford Coppola. No por el respeto y cariño bien ganados del director sino porque lo cierto es que al menos desde Tetro (2009) no produjo más que grandes fiascos. Excesiva y en algún punto cercana a Furiosa en la pretensión épica, el tono de fábula se subraya con la referencia a Nueva York como "la nueva Roma" para contextualizar la caída del imperio (norte)americano.

La codicia es, para Coppola, la razón del fin del imperio. Y no es que no pueda compartirse esa idea, el problema es (más allá de unas cuantas secuencias formalmente muy logradas) lo superficial y banal que resulta el acercamiento. Un elenco de reconocidas estrellas (Adam Diriver, John Voight, Laurence Fishburne, Dustin Hoffman, Shia Labeuf) habita Megalópolis en un tono siempre un poco más alto que el adecuado. Se agradece siempre la falta de límites de Coppola, el (como todos los protagonistas de sus películas) seguir su sueño frente y contra todo. Pero lo cierto es que esta vez, nuevamente, el resultado es bastante decepcionante.

En La Quincena de los Cineastas, por último, he visto la mejor película de lo que va del festival. Y es argentina. Me refiero a Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, de Hernán Rosselli. El director de Mauro y Casa del teatro conjuga algo de la esencia de ambas películas, cruzando documental y ficción para relatar la historia de una familia que se dedica al juego clandestino en el conurbano bonaerense. Jugando con found footage, con filmaciones familiares que le habría acercado una vecina de la infancia, Rosselli reconstruye la vida de los Felpeto, dedicados a ese "negocio".

Luego de la muerte del padre, su mujer y su hija deben tomar las riendas del negocio familiar. De este modo, en la pantalla vemos a los protagonistas reales de aquellos videos actuar una ficción cuya estricta correlación con lo realmente acaecido nunca sabremos del todo. El director confirma su maestría para acercarse a mundos habitualmente desconocidos y fuera de campo en la que es (hasta el momento) su mejor película.