Un momento de quiebre
28/05/2024
12:55 AM

Un momento de quiebre

Elisa M. Pineda

Era septiembre de 2023 cuando las noticias nos compartieron las palabras del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, en la Cumbre del Clima, refiriéndose a la aceleración de los fenómenos meteorológicos extremos: “La humanidad ha abierto las puertas del infierno”, dijo para describir metafóricamente las consecuencias del aumento de la temperatura mundial.

En aquel entonces, hace unos meses, muchos podrían haber pensado que aquellas palabras eran demasiado fuertes para describir lo que vendría a continuación, pero lo cierto es que ya hemos comenzado a constatar que aquel llamado de entonces que ha sido manifestado en muchas ocasiones y de distintas maneras por el más alto representante de Naciones Unidas, no era nada exagerado.

Estamos en emergencia climática, un momento de quiebre tanto para quienes han sido abanderados de la búsqueda de alternativas para cambiar el rumbo que está tomando la historia compartida por la humanidad, como para quienes han sido negacionistas. Si bien es cierto que el cambio es parte de nuestro planeta, no podemos soslayar que es la acción del ser humano la que está acelerando esos cambios a una gran velocidad y sin tomar en cuenta las consecuencias.

El uso intensivo de combustibles fósiles, las formas de producción y consumo insostenibles, el daño persistente a los ecosistemas, la falta de acción gubernamental tanto para frenar lo anteriormente mencionado, como para buscar alternativas, son algunos de los aceleradores más grandes de lo que sucede en el mundo.

No es un tema fácil porque hay intereses económicos gigantescos alrededor de estos temas; sin embargo, cada vez es más difícil pretender ignorar que lo que tenemos, es un tema de sobrevivencia de la humanidad.

En este asunto, como en muchos otros, las consecuencias no se viven de la misma manera en todo el mundo. La posición geográfica tiene un gran peso en la vulnerabilidad en la que se encuentran algunos países, como es el caso de los Estados del Caribe y de Centroamérica.

Las desigualdades económicas también tienen un peso fundamental, ya que inciden directamente en la calidad de la infraestructura de los países, así como su capacidad para actuar con resiliencia ante los embates del clima.

Ni que decir de las diferencias sociales, pues la falta de sensibilización y de educación, sumadas a la poca capacidad económica, nos colocan en una posición de vulnerabilidad mayor.

En Honduras estamos experimentando una situación difícil que combina las altas temperaturas, con la contaminación del aire, que juntas provocan daños a la salud de las personas, serias dificultades para la producción agrícola, así como para la industria por los cortes del servicio de energía eléctrica, entre otros.

¿Ha sido repentino? Seguramente no, pues desde hace muchos años se ha advertido de un incremento de los incendios forestales, de la necesidad de que la industria adopte buenas prácticas de producción para reducir su impacto ambiental, de que la población también haga lo propio, de forma más consciente. Ahora, además de que no hemos hecho lo suficiente, también tenemos otro gran problema en contra, que escapa de nuestra acción en solitario: el incremento de la temperatura mundial.

Adaptarnos es ahora más que nunca una necesidad, que no significa resignación, sino buscar la manera de trabajar entre todos, desde lo local, en acciones de compensación y mitigación que nos permitan reducir el impacto de lo que estamos experimentando. Ya no es una opción, es una obligación. Actuemos ya.

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