El busto expoliado de Adriano que explica cómo el imperio romano se fraguó por la cultura y no solo por la guerra | Cultura | EL PAÍS
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El busto expoliado de Adriano que explica cómo el imperio romano se fraguó por la cultura y no solo por la guerra

La historiadora Margarita Torrione analiza en un libro un hallazgo arqueológico descubierto en una población cordobesa en 2019

Los cuatro bustos militares de Adriano existentes en el mundo. El primero por la derecha es el hallado en Córdoba.
Los cuatro bustos militares de Adriano existentes en el mundo. El primero por la derecha es el hallado en Córdoba.Margarita Torrione

El estudio minucioso de un singular adorno que luciera en su coraza pectoral el emperador romano Adriano es el hilo conductor del libro recién publicado El militar y la hiedra. En él, la historiadora, investigadora arqueológica y catedrática franco-española Margarita Torrione afirma que Adriano adoptó por primera vez en la historia de Roma la hiedra como emblema personal de su atuendo militar. Acreditaba así, ante el pueblo romano, “el significado pacifista, emancipador y ecuménico con el que concebía el imperio romano, abierto e integrador en materia de cultos y creencias religiosas”. Y ello porque la hiedra es el símbolo del legado de Dioniso-Baco, el dios de cuyo culto el emperador bético era iniciado y público exponente. La evocación del dios, muy extendida en el Oriente romano, favoreció la cohesión de los pueblos itálicos con griegos y orientales, cuyas fronteras Adriano, tras reprimir a los hebreos en Palestina, retrajo al río Eúfrates, como había hecho en el Occidente, al fortificar el muro que llevaba su nombre en la Britania. Tales son algunas de las conclusiones a las que ha llegado la autora del libro en su investigación, que parte de un hallazgo arqueológico descubierto en una población cordobesa en junio de 2019.

La historia comenzó hace un lustro, tras la apertura de una zanja para instalar un riego por goteo en un olivar de 43 hectáreas en la localidad cordobesa de Santaella. Los azadones que horadaban el suelo chocaron con una dureza que tintineó en los oídos de los zapadores. En el fondo de la zanja surgió un bloque pétreo de 77 centímetros de altura y 70 de anchura, que mostraba semicubierta y empolvada de arena rojiza la efigie, en mármol de gran calidad, de un personaje principal romano. Dos mil años contemplaban aquel busto.

Al poco de aquel hallazgo, fue sustraído y llevado a la cercana localidad sevillana de Écija. Su captor, en contacto con tres individuos vinculados a un intermediario con conocimientos arqueológicos, escondió el busto para sacarlo al mercado clandestino del arte: en aquel mármol romano comparecía efigiado el emperador hispano Publius Aelius Hadrianus, conocido como Adriano (Itálica (¿?), 77-Baia, ciudad termal, 138 de nuestra era). Apadrinado por su predecesor, el emperador Trajano, también bético, Adriano gozaría del reconocimiento divinal por sus súbditos desde el año 117 al 138, tras un mandato jalonado por la celebridad de haber sido el más culto y sensible de los emperadores.

Estatua militar de Adriano que se exhibe en el Museo de Arqueología de Antalya (Turquía).
Estatua militar de Adriano que se exhibe en el Museo de Arqueología de Antalya (Turquía).Margarita Torrione

Los captores se proponían pedir medio millón de euros por el busto expoliado. Pero, en junio de 2019, la Guardia Civil detectó el expolio. En la redada se inculparon cuatro personas; el busto, en vez de ser depositado en dependencias judiciales o policiales como es costumbre, fue trasladado al Museo Arqueológico de Sevilla. Por una reforma en este centro hasta 2026, fue a recalar al almacén patrimonial sevillano de San José de la Rinconada. Allí permanece desde entonces hasta hoy, a la espera de resolución judicial que lo devuelva, presumiblemente, a Santaella.

Poco después, una delegación del municipio santaellano se desplazó a una excavación arqueológica en Dessóbriga, en Palencia, e informó del hallazgo a Margarita Torrione, historiadora especialista en civilización y cultura hispánicas, investigadora arqueológica de la latinidad y catedrática en la Universidad francesa de Savoie. “Del retrato marmóreo de Adriano con la hiedra en su coraza solo existían hasta entonces en el mundo tres bustos y tres estatuas altoimperiales semejantes y coetáneas”, dice. Y recordó la subasta en la que, tres meses antes, en Roma, salió a la venta un busto de la época del mismo emperador, sin la hiedra, a un precio de 225.000 euros.

El picor cordial que acaricia el ánimo de los mejores investigadores ante un hallazgo hizo su efecto: ella puso manos a la obra al constatar que “los retratos de Adriano” que ha estudiado “mostraban la presencia recurrente de la hoja de hiedra en el corselete imperial”, explica Torrione. “Allí estaba no una simple hoja decorativa, sino todo un símbolo del empuje imperial universalista de Roma, donde Adriano, quizás el más culto y benevolente hacia otras culturas de todos los emperadores, exhibía el emblema que significaba su adscripción a los cultos dionisíacos, asociados al dios agrario Baco, nexo con el distante Oriente romanizado, donde Alejandro había llevado el helenismo en la punta de su espada”.

Margarita Torrione, consumada investigadora y fotógrafa, desplegó su léxico latino, acuñado tras muchos años de práctica arqueológica en enclaves romanos del sureste de Francia y en Castilla-León y tras numerosos viajes a Asia menor. Decidió, pues, escribir El militar y la hiedra, en el que explica los nexos del emperador hispano y los cultos que enraizaban en el pensamiento alejandrino, conectado a su vez a aquel constructo sincrético, sapiencial y mistérico, encarnado en el saber hermético.

“No me interesa lo que ya se sabe, sino todo aquello que no está en el imaginario colectivo”, asegura para fundamentar su investigación. “He contextualizado la hiedra como símbolo protector báquico, ya que desde el nacimiento de Dioniso-Baco, hijo de Semele, tebana amante de Zeus y abrasada por su fuego, esa planta hedera, le protegió”. Y prosigue: “Como admirador de los cultos dionisíacos, cultivado y pacífico, Adriano, ya apodado de niño Graéculo (el pequeño griego), tratará de fraguar el imperio gracias a la cultura y las artes, no a la guerra, como hicieron sus predecesores”. Sin embargo, precisa: “Pese a ser pacífico, será el primer emperador que ponga de moda el busto imperial, thoracato, militar”. Y añade: “Pasó la vida viajando y dándose a conocer, para despertar la adhesión de sus súbditos”.

Por tales actos, Adriano puede ser considerado como “el último pálpito de la cultura romana al modo griego”, sentencia Margarita Torrione, que prepara un libro sobre Antinoopolis, la ciudad dedicada por Adriano a su efebo Antínoo, ahogado en el Nilo con tan solo 19 años. Como todos los muertos en su cauce, sería divinizado y asimilado a Osiris, dios de la regeneración. La ciudad egipcia hoy semioculta en la ascética Tebaida “será objeto de mi investigación”, sentencia.

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