Mambrú se fue a la guerra - El NUEVO OBSERVADOR
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Andrés García Tornero

Mambrú se fue a la guerra

El título que acaban de leer sugiere una mirada al oscuro pasado. Sí, es cierto, miraremos atrás, pero partiendo primero de lo más chocante del presente, de modo que los siguientes párrafos bien podrían ser la continuación de un artículo anterior que bauticé como ‘Crónicas de la nueva normalidad’.

Trataba aquello de toda esta esfera de eventos inauditos, normas, estados de alarma y de opinión, verdades oficiosas, oficiales y por decreto que tuvieron su inicio en la pandemia y que pasaron indiscutidas so pena de señalamiento social.

Una realidad explicada acudiendo a cualquiera de sus episodios. He aquí uno reciente: hace sólo unos días sabíamos que AstraZeneca, que acababa de admitir que las trombosis están incluidas en los efectos adversos de la vacuna, pedía a la Comisión Europea ‒por motivos comerciales, según la farmacéutica‒ la retirada de la misma, petición a la que accedió el organismo europeo y que tuvo efecto el pasado 7 de mayo.

Sí, como lo oyen, pero… ¿no era durante la plaga bíblica que cualquier duda sobre el bálsamo de Fierabrás, aunque sólo fuera lo precipitado de su logro, era castigada con un título colindante con el de asesino, el de negacionista, porque «el negacionismo mata»? ¿Acaso ya nadie se acuerda?

No pretendemos decir que con esto haya comenzado la remontada de los conspiranoicos, porque bajo ningún concepto, ni siquiera a largo plazo, dispondremos de datos de los efectos (indeseados) de la vacunación; es más simple, y se trata del peligro de que la vida social se rija por unos dogmas de hormigón que nos suministran ya prefabricados, mientras toda opción al pico y pala de la duda y la crítica se hace homologable al estigma.

Y sí, estimados lectores, en estas cosas estábamos cuando de repente, y a la vista del universo mundo, acontece otro de esos pocos eventos que quedaban por tachar en la lista de lo insólito, la aurora boreal que, escasas jornadas, tan descaradamente saludaba los cielos de España y Europa.

A un servidor, ¡qué quieren que les diga!, esto de la filigrana luminiscente le devolvió a ciertos episodios de la infancia. No es que haya visto una con anterioridad, no; me retrotajo, más bien, a una narración que solía escuchar de boca de mi abuela materna. Decía la mujer que «cuando la guerra, el cielo se puso rojo, como lleno de sangre», y aquel suceso, por cómo lo contaba, habría tenido el sentido de una ‘señal». Sus explicaciones no iban más allá, y siempre me quedaba la duda de si lo había visto alguien, aparte de ella.

La guerra, que había sido su vida, había oscurecido su alma, pero también su mente, por lo que aquel relato del cielo premonitorio y escarlata quedaba para mi en cuarentena, más a la sombra de la fábula que a la luz de una posible verificación. En fin, que el buen Dios tenga en su gloria a la pobre mujer, así como a aquella generación que llevó a España al colapso.

Luego, con el discurrir de los años, y siempre por casualidad, la verdad de aquello me iría saliendo al paso. Supe así que la aurora boreal fue vista la noche del 25 al 26 de enero de 1938, en plena Guerra Civil, tal y como recordaba mi abuela Juana, causando miedo tanto a la población civil como a los combatientes, pues igual que ella los demás encajaron aquel fenómeno como un signo apocalíptico, como una advertencia del cielo.

Había un precedente en dicho sentido, aunque seguramente ignorado por mi antecesora y la mayoría de sus coetáneos. Se trata del que se conoce como primer secreto de Fátima. En 1917, en pleno conflicto mundial, la Virgen advierte a los niños, los videntes, de un futuro castigo, otra guerra mucho peor. «Cuando vieres una luz desconocida, sabréis que éste es el signo de que Dios castigará al mundo». Aquella luz, por supuesto, fue identificada como la aurora boreal vista durante nuestra guerra civil, que a la postre sería la antesala de aquella Segunda Guerra Mundial anunciada en Portugal.

Me despido, queridos lectores, pero no sin una aclaración. Hace diez, seis años, la aurora boreal no sería otra cosa que un fenómeno natural más o menos llamativo. Pero las circunstancias actuales, con una guerra entre Ucrania y Rusia que amenaza con extenderse al resto del continente, y una España retomando el camino de la disolución, hacen que en la valoración de un evento insólito de por sí, el de esta luz desconocida, incluya estos recuerdos insólitos.

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