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50 años de Lucy y un cielo de diamantes

Guillermo Guevara Pardo, Columnista, Guillermo Guevara

Guillermo Guevara Pardo

Licenciado en Ciencias de la Educación (especialidad biología) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, odontólogo de la Universidad Nacional de Colombia y divulgador científico.

En Hadar, territorio de los afar, el 30 de noviembre de 1974, Donald Johanson y Tom Gray caminaban por un barranco en horas del mediodía bajo el calor infernal de 43 grados centígrados; estaban a punto de regresar al campamento a orillas del río Awash cuando, por casualidad, Johanson vio que del suelo asomaban los huesos de un esqueleto. 

Tras la recolección se recuperó el 40 por ciento de la osamenta de un único individuo que parecía ser un hominino. En la noche, bajo un cielo de estrellas brillantes como diamantes y alucinados por el descubrimiento, los científicos volaron por el firmamento y usaron para bautizar su hallazgo el nombre de una canción, de tintes sicodélicos, que en ese momento sonaba en un radio: Lucy in the Sky with Diamonds, éxito de los cuatro de Liverpool. 


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Lucy vivió por tierras del oriente africano hace algo más de 3 millones de años y en 1978 se le asignó el nombre científico de Australopithecus afarensis. Los huesos lanzaron al joven Johanson a la cima de la paleoantropología dominada en esos años por el clan de los Leakey, que venía haciendo importantes descubrimientos en el estudio de la evolución humana.

El fósil se convirtió en el más completo y antiguo. Pero, ¿por qué le dieron nombre de mujer? Analizando la pelvis se determinó que el espécimen era una hembra: ese hueso es más amplio en el sexo femenino. Lucy vivió en un ambiente de sabana fresca con bosques poco húmedos que crecían en las riberas de los ríos. 

No era el primer australopiteco que se descubría. En los años 1920 una joven sudafricana estudiante de antropología en la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo, llevó a su profesor de anatomía, el doctor Raymond Dart, un bloque de piedra caliza donde estaba incrustado el cráneo de un infante con un juego completo de dientes de leche y los primeros molares definitivos en proceso de erupción, dientes todos de aspecto semejante al de los humanos.

Además, el foramen magnum, el orificio del cráneo por donde pasa la médula espinal, estaba en la posición que indicaba que el niño tuvo una postura erguida y un caminar bípedo durante su corto lapso de vida. Fue el primer australopiteco encontrado y el profesor Dart lo llamó Australopithecus africanus, con una edad de 2,5 millones de años y mejor conocido como el Niño de Taung. 

Desde el principio Dart manifestó que el fósil estaba en la ruta de la evolución humana, propuesta que fue muy criticada pues se pensaba, con aroma de racismo, que el origen del ser humano moderno debía situarse en Europa o Asia, idea que indujo a algunos a montar el fraude del cráneo de Piltdown, chapuza que contribuyó a desenmascarar el odontólogo inglés Alvan T. Marston. 


La creencia era que el hombre primitivo tenía que parecerse al de Piltdown y no a ese oscuro y pequeño antropoide surafricano de cerebro simiesco. 

En los años 1950 se aceptó definitivamente que los australopitecos eran ancestros de los humanos. Fósiles de este grupo se han desenterrado en distintos lugares de África y han contribuido a entender mejor los orígenes de la humanidad. En ese grupo animal está el antecesor de las diversas especies que hacen parte del camino evolutivo del género Homo.   

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El análisis anatómico de los huesos realizado por Johanson y otros científicos permitió concluir que, aunque tenía un cerebro parecido al del chimpancé, Lucy caminaba erguida; los huesos de manos y pies le facilitaban trepar a los árboles para ponerse allí a salvo de los depredadores y buscar frutas. Al suelo bajaba a tomar agua, comer otros vegetales y cazar pequeñas presas animales como fuente de carne.  

Fósiles más antiguos que los de los australopitecos han dejado claro que, en la evolución del hombre, primero apareció la capacidad de caminar bípedo y mucho después surgió el gran tamaño cerebral, proceso en el que fueron claves la fabricación de herramientas y el entorno social.

Las hembras de A. afarensis eran de menor tamaño que los machos: Lucy tenía escasos 1,10 metros de estatura y unos 30 kilogramos de peso. Su vida finalizó a la edad de 20 años por las múltiples fracturas que sufrió al caer desde un árbol de algo más de 10 metros de altura. Afortunadamente el cadáver no fue despedazado por ningún carroñero y quedó arropado bajo capas de tierra, hasta que millones de años después un humano se encontró con ella. 

El esqueleto se conserva en el Museo Etíope de Historia Natural en Addis Abeba. Lucy no solo marcó un punto de inflexión en la comprensión de la evolución humana, sino que también impulsó investigaciones que llevaron a desenterrar nuevos fósiles.

El conocimiento del pasado profundo de la humanidad debe ser una de las guías para planificar nuestro futuro en la Tierra o más allá, si pretendemos conquistar las estrellas.