Festín de sinfonías sacras del barroco indígena chiquitano - La Razón

Sunday 19 May 2024 | Actualizado a 16:01 PM

Festín de sinfonías sacras del barroco indígena chiquitano

/ 12 de mayo de 2024 / 06:59

El XIV Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana ‘Misiones de Chiquitos’ se celebró con 130 conciertos

En el siglo XVIII, la música se usó para atraer y mantener en la fe católica a los indígenas americanos. Esto fue una constante en la historia misionera, pero además, como en cualquier iglesia de la época, la música también cumplió la función de alabanza y dedicación a Dios. Este puñado de historia no solo está registrado en el Museo Misional de San Javier, en el departamento de Santa Cruz, sino también en el quehacer y la vida diaria de sus habitantes.

Esta cultura fue reflejada en la primera ópera indígena chiquitana presentada la noche del martes 23 de abril en la Iglesia de San Javier. Antes del evento, una gran cantidad de personas se encontraba en las afueras esperando poder ingresar. Algunos minutos después se escuchaba a lo lejos el sonido de instrumentos de viento y cuerdas que se aproximaba poco a poco desde la plaza principal hasta la iglesia. El público esperó dividido en dos columnas dejando el espacio central vacío para la entrada triunfal de los artistas.

Danzantes con plumas en sus cabezas y máscaras de tela, cuya faz se asemejaba a la de los pájaros precedían al Coro y Orquesta Misional de San Xavier, quienes interpretaban instrumentos nativos. Se trataba de la danza de los yarituses, un ritual de los indígenas piñocas, antiguos habitantes entre el Gran Chaco y la Amazonía, que creían que el piyo (ñandú o avestruz americano) era un ave sagrada o un ser supremo, al que le atribuían el hecho de tener buena temporada de cosecha, cacería y pesca. Este ritual era celebrado en lugares altos porque el piyo es un ave que no puede volar, pero sí correr a mucha velocidad: precisamente yarituses, el nombre de la danza, significa “los que adoran en cerros y colinas”.

Este rito fue la antesala de la Ópera San Xavier, que gira alrededor de una conversación entre San Ignacio de Loyola y San Francisco Xavier en busca de la esperanza y la fe, siendo la primera ópera en lengua nativa. “El bésiro chiquitano es un idioma que ya solo los viejitos lo hablan y que se va a perder”, señaló Eduardo Silveira, director del Coro y Orquesta Misional San Xavier. “Durante la preparación de la obra, en lo que tardamos un poco más fue en la pronunciación porque tuvimos que trabajar con las solistas y con los mensajeros también. Es harto trabajo porque no es un idioma común, ya se ha perdido un poco, pero creo que el resultado valió la pena”.

La ópera estaba escrita para violines, violonchelo y dos solistas, así que Silveira tuvo que hacer los arreglos para darle más fuerza al canto del coro, contratar a un coreógrafo e insertar instrumentos nativos que formaron parte de la puesta en escena. “Se hizo revivir esos instrumentos ancestrales que estaban en el olvido como el sananá, el pachechise, el secu secu, que son instrumentos que había cuando llegaron los jesuitas, pero la gente ya no los utiliza, van olvidando y la ópera los ha hecho revivir”. Silveira apuntó que con esta ópera se resalta lo que sucedió hace más de 300 años que es cultura viviente, algo que no es comparativo con el barroco europeo. “Es un barroco indígena, pues son obras de 1740 hechas por un indígena”.

El alcalde de San Javier, Dany Añez Montalván, expresó su satisfacción luego de terminada la presentación de esta ópera. “Como alcalde de mi pueblo, siento una emoción grande al poder disfrutar la ópera. Los chicos vienen trabajando ya hace más de siete meses, no han tenido vacaciones en noviembre, diciembre ni enero. Han estado netamente metidos en su trabajo y hoy vimos el fruto del trabajo, que ha sido una ópera muy buena, muy bonita, completa. Y lo que pedimos es que esto se muestre a todo Bolivia y al mundo. Queremos que esta ópera se la pueda exhibir en otros departamentos del país y, por qué no soñar con llevar la ópera a exponerla a otros países de Europa, Estados Unidos y de todo el mundo”.

Por su parte, Percy Añez Castedo, presidente de la Asociación Pro Arte y Cultura (APAC), organizadora de este festival, dijo que “Chiquitos chiquitanizó la cruceñidad” porque Santa Cruz encontró su identidad resiliente gracias a esta cultura tan rica, por lo que seguro también llegará a chiquitanizar toda Bolivia. APAC además promociona una producción audiovisual que rescata los mejores momentos del festival y de la cultura chiquitana que empezó a grabarse en esta gestión.

El Festival ‘Misiones de Chiquitos’

Esta ópera, acompañada por el Coro y Orquesta Misional de San Xavier, fue una de las principales atracciones del XIV Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana “Misiones de Chiquitos”, fiesta que se lleva a cabo cada dos años gracias al Padre Piotr Nawrot, fundador y director artístico del festival hace más de tres décadas. “El festival explora sobre todo la música de nuestro pasado musical indígena chiquitano. El mundo no sería tan bello, ni tampoco podríamos sentirnos bien si estos tesoros, que son  universales, se hubiesen quedado dormidos en los archivos. Esta cultura musical tiene que ser parte de nuestras vidas”.

Es por ello que la belleza musical encerrada en estas partituras nativas lo llevó a hacer la primera tesis doctoral en el mundo sobre el manuscrito mismo. “Tanto me ha seducido esta música y esta historia que dejé todo y vine a vivir en este país”, enfatizó el sacerdote y musicólogo polaco.

Este festín musical —propagado por toda la ruta misionera chiquitana— se ha convertido en un gran atractivo no solo para los lugareños, sino también para los turistas nacionales e internacionales amantes de la música sacra.

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Estos conciertos bianuales son materializados gracias a los músicos, que llegan desde las diversas geografías locales, así como desde distintas latitudes del planeta. Entre el viernes 19 y el domingo 28 de abril se llevaron a cabo 130 conciertos —a cargo de elencos de 15 países— que se ejecutaron en Santa Cruz de la Sierra y en ciudades y pueblos provinciales del departamento, además de Tarija.

En la capital cruceña hubo recitales en los templos Los Huérfanos, San Roque y Jesús Nazareno, en el Centro de la Cultura Plurinacional (CCP)  y la iglesia San Agustín (Plan 3000). En provincias, se realizaron conciertos en Porongo, Santa Rosa del Sara, Cotoca, San Julián, San Xavier, Ascensión de Guarayos, Concepción, San Ignacio, Santa Ana, San Miguel, San Rafael, San José, Roboré, Chochís y Santiago.

Conciertos de música antigua

Fueron 10 días de conciertos; en cinco de ellos ESCAPE estuvo presente. El  sábado 20 de abril se presentó Helvetia Baroque, de Suiza, que tocó junto con el Coro y Orquesta Misional Santiago de Chiquitos en la Capilla Los Huérfanos, de Santa Cruz de la Sierra. Una de las integrantes del grupo suizo, Nina Lecocq, quien aseguró tocar una variedad de más de 10 flautas, dijo que para preparar la coproducción con el Coro y Orquesta Misional Santiago de Chiquitos vivió durante tres meses en la comunidad. “Fue realmente suficiente tiempo para conocer a la gente de allí que ahora son amigos con quienes no solo tocamos juntos. Por medio de ellos conocí una nueva cultura totalmente diferente a la mía, por eso tocamos la música tradicional de Suiza y de Santiago de Chiquitos, para combinar estas dos culturas”.

El mismo día, más tarde, en la Iglesia San Roque esuvo el grupo de la escuela de música Juilliard415 de Estados Unidos junto con el Coro Urubichá. Dani Zanuttini-Frank, estudiante de esta escuela que toca la guitarra barroca, contó que esta era la tercera vez que el grupo se presentaba en el festival y que para tocar junto con el coro habían practicado con ellos durante una semana. Otra estudiante de Juilliard415, la peruana Jimena Burga Lopera, resaltó el hecho de que la orquesta estaba compuesta tanto por estudiantes como por exestudiantes específicamente elegidos para los conciertos de este festival en la Chiquitanía. Por su parte, Mercedes Papu, directora del Coro Urubichá, expresó su emoción por esta maravillosa puesta en escena y por dirigir el coro en este su segundo festival consecutivo.

El domingo 21 de abril fue el turno del grupo francés Les Passions, en la Capilla Los Huérfanos de la capital cruceña. Jean-Marc Andrieu, director de la orquesta constituida hace 34 años en Toulouse, señaló que es su cuarta vez en este festival, la primera fue en 2014. “El estilo barroco me parece muy rico. Hay mucha música para descubrir y hay una libertad para interpretarla. Se puede tocarla de diferentes maneras, solo hay que elegir una propia con mucha libertad. Y esto en la música barroca me parece interesante. La segunda cosa es que es una música rítmica que combina muy bien la energía del ritmo de la danza y melodías que me parecen lindas”. Andrieu remarcó que su grupo dio más de 800 conciertos en 17 países diferentes y tiene grabados 14 discos.

Les Passions (Francia), Juilliard415 (EEUU) y el Coro Urubichá, Bach Society (Brasil), Helvetia Baroque (Suiza) y el Coro y Orquesta Misional Santiago de Chiquitos, y el violinista japonés Ryo Terakado junto con la clavecinista coreana Sungyun Cho.

El mismo día, en la Iglesia San Roque, actuaron el violinista japonés Ryo Terakado y la clavecinista coreana Sungyun Cho, quienes se presentaron junto con la Orquesta Barroca de Santa Ana. Terakado, quien nació en la colonia San Juan de Yapacaní, pero se fue a Japón al cumplir cuatro años de edad, dijo que siente un amor muy especial por la música barroca porque transmite simplicidad y emoción al mismo tiempo. Enfatizó que la primera vez que participó en este festival fue en 2004, hace ya 20 años.

El lunes 22, martes 23 y miércoles 24 de abril la música se escuchó en San Javier, municipio en la provincia Ñuflo de Chávez del departamento de Santa Cruz. Los tres días las presentaciones se realizaron en la iglesia del pueblo.

El 22 tocó la violinista alemana Nadja Zwiener con la Orquesta de Cámara Urubichá. “En total es más o menos una semana el tiempo que hemos ensayado juntos, pero la orquesta y yo practicamos por separado desde nuestro primer encuentro en febrero hasta el momento del concierto”, dijo Zwiener. “Para mí es muy importante este ritmo de música, ya que el Estado donde vivo en Alemania, Thüringen, es  donde nació Johann Sebastian Bach. Entonces tuve un contacto directo con ese tipo de música debido al bachillerato, y para mí ha sido muy importante seguir con la tradición de música barroca”.

El director de la Orquesta de Cámara Urubichá, Lisandro Anori, quien la comanda desde hace dos festivales, resaltó el hecho de que a pesar de no hablar el mismo idioma con Zwiener, llegaron a entenderse a la perfección musicalmente.

El 23 fue el turno de la mencionada Ópera San Xavier y el Coro y Orquesta Misional de San Xavier y el 24 subió al escenario el grupo brasilero Bach Society Brasil. Fernando Cordella, director y encargado del clavecín, explicó que su grupo forma parte de Bach-Stiftung, una fundación internacional que tiene sedes en varios países. “La sociedad Bach Brasil tiene alrededor de cuatro años. En la pandemia comenzamos los conciertos con músicos que se dedican a la investigación  histórica y la interpretación de la música barroca, especialmente de Bach”.

Por su parte, el Ministro Consejero, jefe del área cultural de la Embajada de Brasil en Bolivia, Paulo Azevedo, se mostró muy alegre al escuchar un concierto de “un grupo brasileño que se dedica a la difusión de la música de Bach, en el corazón de las misiones, en la Chiquitanía”.

Todos y cada uno de los intérpretes coincidió no solo en su amor por la música renacentista y barroca, sino también en su admiración por el público cruceño y boliviano que logró cumplir el objetivo de este encuentro: mantener vivo, latiendo en los corazones de la gente, el espíritu de la música antigua.

Texto y fotos: Mitsuko Shimose

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EL REGRESO Los trazos de José Ballivián

El artista paceño presenta una selección de dibujos en Kiosko Galería de Santa Cruz

Los trazos de José Ballivián

/ 19 de mayo de 2024 / 06:58

—¿Qué hará Quilco en la vida?” —él respondió resuelto: — ¡Nada!

Y tornó el camino de regreso, entregándose a los brazos abiertos de su solar nativo. Surcó con pies recios el lomo de mar endurecido de la pampa, se peinó la cabellera con el viento y aplacó su sed en el arroyo tímido. Se santiguó con la cruz de los cuatro puntos cardinales y se santificó con el aire de las cordilleras. Se envolvió de pampa y se puso frente al horizonte, camino de su hogar. Entonces el asno le mostró su fatiga y la majada le contó los secretos de la pastora.

Y cuando Quilco se hubo reintegrado a sus campos, puso las manos en los hombros de su padre y le habló en aymara:

—Tatay me he regresado…

Fragmento final del cuento ‘Quilco en la raya del horizonte’ de Adolfo Cáceres Romero

La reflexión sobre lo mestizo implica una definición de raza, una combinación que se ha producido en Bolivia antes de la llegada española y que tuvo un impacto político por los privilegios que gozaban los españoles y sus hijos durante la así llamada colonización.

Las reivindicaciones raciales, de alguna forma fracasadas durante la revolución de 1952 en Bolivia y los grandes esfuerzos políticos de este siglo por darle presencia a algunos grupos hasta entonces marginados, generaron propuestas estéticas que no solamente repiensan la idea de igualdad ante la ley, sino que también reivindican sus expresiones estéticas y, en algunos casos, como los de Adriana Bravo, Iván Cáceres y José Ballivián, entre otros, estiran esta reflexión hasta lugares que si bien transgreden los márgenes de lo políticamente correcto, son una inevitable muestra de la expresión cultural de una Bolivia actual, responsable por una condición social en la que los flujos comunicativos ponen en permanente diálogo lo local, popular y andino con los dejos producto de la imparable invasión global. 

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Esta muestra titulada El Regreso, inspirada en el cuento Quilco en la Raya del Horizonte de Adolfo Cáceres Romero, sugiere un retorno a una práctica tradicional y a una representación normativa como lo es el dibujo de José Ballivián, pero que se distingue y se diferencia por las temáticas que presenta y en las que se pone en tensión combinaciones culturales poco ortodoxas y en muchos casos políticamente incorrectas.

José Ballivián reflexiona sobre las múltiples capas que conforman la identidad nacional.

La selección de dibujos de distintas épocas conjuga un cuerpo de obra que se enfoca en lo así definido como mestizo, pero que simplemente implica la visibilización de ciertos grupos que consiguieron combinar con éxito visiones transversales sobre lo boliviano.

*El artista José Ballivián expone una selección de dibujos del 2013 – 2024 en la exposición ‘El regreso’ en Casa Melchor Pinto (con la colaboración de Kiosko Galería) de Santa Cruz. La muestra permanecerá abierta del 26 de abril al 2 de junio.

PERFIL

José Ballivián nació en La Paz, Bolivia. El artista visual estudió en la Academia Nacional de Bellas Artes Hernando Siles. Ha expuesto en muestras individuales y colectivas, como la 57a Bienal de Venecia en Viva Arte Viva, en el Pabellón de Bolivia (Venecia, Italia); Bienal Sur (Buenos Aires, Argentina), Bienal Conart (Cochabamba, Bolivia), Bienal Siart (La Paz, Bolivia), Museo de Arte Contemporáneo MAR (Buenos Aires, Argentina), Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino + Macro (Rosario, Argentina), Museo de Bellas Artes (Salta, Argentina), Museo Emilio Caraffa (Córdoba, Argentina) y el Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro (Tucumán, Argentina), entre muchos otros.

Texto: Douglas Rodrigo Rada

Fotos: José Ballivián

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Máncora Restaurant & Bar: Los sabores del Perú, en Sopocachi

restaurante y bar Máncora

Por Fernando Cervantes

/ 19 de mayo de 2024 / 06:47

Crónicas gastronómicas

Máncora es el nombre de una de las playas más bonitas del norte del Perú, caracterizada además por tener un agradable clima cálido los 365 días del año. Antiguo pueblo pesquero, tuvo entre sus visitantes nada menos que al laureado escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien anduvo por esos lares allá por el año 1956.

En la ciudad de La Paz, Máncora es el nombre de un nuevo restaurante situado en el barrio de Sopocachi, en el tercer piso de una antigua casona que cuenta con una calurosa terraza en la cual se puede disfrutar de una extensa carta que incluye variedad de ceviches, aperitivos, arroz con mariscos, chaufas y también platos para compartir, como piques o milanesas de la casa. Las especialidades peruanas —como el chupe de camarones, el lomo saltado o la jalea de mariscos— también dicen presente en este menú, pero evidentemente el protagonismo lo tiene ampliamente ganado su barco marino, que trae a bordo platos como el arroz dulce con camarones, jalea de mariscos, ceviche de trucha, ceviche de mariscos, cóctel de camarones, arroz chaufa de pollo, chaufa de mariscos, chaufa de carne, ceviche de camarones, salsas y canchita con chifles. El barco para seis personas está 350 bolivianos y para cuatro personas, a 250.

Algo interesante de mencionar es el amplio horario en el cual este restaurante abre sus puertas, pues se puede visitardesde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche los días de semana y el fin de semana la cocina está abierta hasta las 4 de la mañana.

Máncora Restaurant & Bar

  • Dirección: Av. Sánchez Lima # 2201, 3er nivel. Sopocachi.
  • Reservas: 72009685       
  • Rango de precios: Bs. 24 (empanadas de choclo y queso) a Bs 350 (Barco marino para seis personas)    
  • Producto estrella: Barco Marino. 
  • Horario de atención: Lunes, martes, miércoles y domingos, de 10.00 a 22.00. Jueves, viernes y sábado de 10.00 a 4.00 del día siguiente.

Peter Pablo es el propietario

restaurante y bar Máncora

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Contáctenos:

Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,  Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Nación Menotti: Un espectáculo para pensar

El 5 de mayo falleció el entrenador argentino César Luis Menotti, Julio Peñaloza recupera un texto que hizo sobre la visión de este estratega

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 19 de mayo de 2024 / 06:45

Pep Guardiola se convirtió en la confirmación de todo cuanto César Luis Menotti pregonaba desde los años 70 sobre el juego a partir de una militancia, de una visión del mundo. Definió que el catalán era el Che Guevara del fútbol. Fue en 2014 que el más talentoso pedagogo de la palabra futbolera en castellano pronunció las últimas palabras, tajantes e irrebatibles: Jugar bien puede ser una cosa para unos y muy distinta para otros. De lo que ya no hay duda es de en qué consiste jugar lindo. La inteligencia, la claridad conceptual y el buen decir fueron características de este que nos enseñó a amar el fútbol como manera rotunda y lúdica de amar la vida. Extrañaremos tanto al Flaco, con la certidumbre de que siempre estará entre nosotros. A continuación el texto (originalmente publicado en 2014 y ahora con algunas actualizaciones) que homenajea a ese flaco, fumador empedernido que partió a los 85 años, víctima de una anemia severa:

Cómo le pega Leonardo Pisculichi de media distancia. Para disparar al arco o para enviar centros perfectos a sus compañeros mejor habilitados.  Cómo le pega  Neymar Jr. que le hizo el segundo al PSG con la clase de los que saben, desde fuera del área y con el ligero efecto que hace del remate, pelota inatajable. Cómo le pega Marcelo Martins que anotó uno de bolea en su cierre de temporada para ser nombrado el mejor extranjero del Brasilerao. Pisculichi estaba de regreso de Qatar con 30 años y el ojo clínico de Marcelo Gallardo sirvió para que un jugador en retirada se convirtiera en la manija de River Plate para conquistar la Copa Sudamericana. Pasar bien y recibir bien son fundamentos ineludibles con los que debe contar un buen futbolista, pero pegarle con precisión y puntería pueden encausar triunfos como el obtenido por los de la banda roja frente a Atlético Nacional de Colombia, o el Barcelona dando vuelta un marcador en partido de Champions, o el Cruzeiro cerrando la temporada con un año fabuloso para el más importante jugador boliviano fuera del país.

El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola
El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola

Siempre convencido de que el buen trato de la pelota es el que marca las diferencias de calidad entre unos y otros —para pasarla, para gambetear, para pegarle de lejos—, me reencontré con los orígenes que me convencieron de que el fútbol es un espectáculo para pensar. Esos orígenes están exclusivamente vinculados a mis ávidas lecturas de El Gráfico en 1978 cuando César Luis Menotti, además de ser el seleccionador argentino, fue el locuaz narrador de una aventura entremezclada por jugadores bonaerenses con otros de provincia, que terminaría con la obtención del primer título mundial para la albiceleste.

Pues bien, el número de El Gráfico del último mes de 2014 se presenta con un primer plano del Menotti actual (76 años), canoso, surcado en su rostro por el transcurso del tiempo, quien ofrece respuestas a 120 preguntas y cero cigarrillos luego de haber sido fumador empedernido, que lo confirman como al entrenador que nos enseñó que el fútbol es jugar bien, pero que para ello, aparece como casi imprescindible contar con el maravilloso instrumento de la palabra para vehicular una manera de comprender y explicar el juego, y para eventualmente rebatir tantos falsos debates acerca de la asociación que se hace entre buen fútbol y resultado.

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A Menotti le debemos infinitas reflexiones, incontables ejemplos, ácidas comparaciones y rivalidades que vale la pena sostener, en el convencimiento de que siempre será un buen ejercicio intelectual combatir a los detractores del discurso creativo, los portavoces y hacedores de la practicidad, del camino vertical y simplificado, de la espera antes que de la búsqueda, del ponerse a buen resguardo antes que arriesgar, de los cultores de la falta táctica para anular la inventiva del otro, en la medida en que se carece de prosa o poesía propias. Y es justamente en estas coordenadas que el fútbol seguirá invariablemente siendo juego antes que  botín político, —a pesar de haberse convertido en un negocio descomunal— ese que el propio Flaco calificó alguna vez: “Amo el fútbol, pero su entorno me pudre”.

Menotti fue mi maestro por entregas semanales de la legendaria revista argentina. Me enseñó a mirar el juego apreciando la sensibilidad de los artistas que terminan dominando la pelota con todos sus misterios de trayectorias o inexplicables desapariciones, y es a partir de él que pude entender mejor lo que hizo Brasil del 70, Holanda del 74 y el Barcelona de la prodigiosa década de la santísima trinidad, Messi, Xavi e Iniesta. Justamente en esta conversación con el periodista Diego Borinsky encontramos, como si se tratara del hallazgo que nos faltaba para completar el rompecabezas de nuestras convicciones, el siguiente criterio sobre lo hecho por Josep Guardiola en La Masía y el Camp Nou: “Lo de Guardiola fue un huracán devastador, arrasó con toda la trampa y la mentira, los aniquiló de tal manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día juega peor es Brasil.” Y como para hacer más ilustrada tan rotunda afirmación, completemos el panorama con esta otra: “Fueron asesinados por Guardiola. Felizmente asesinados, los decapitó, les cortó la cabeza, las patas, se acabó, no se puede hablar más, porque ahora Guardiola va a Alemania y mete 7 goles, o como el otro día, que su equipo hizo 35 toques y la empujaron adentro del arco. Se acabó. Esto no quiere decir que no se pueda ganar de la  otra manera, eh, pero eso que ello pregonaron de que no se puede ganar jugando lindo, eso que hay que ganar y punto, se acabó. Ahí tenés a Guardiola: juega lindo, te ganó 16 títulos, les rompió el culo a todos, inventó a un montón de jugadores. A Piqué lo trajo por dos mangos de Zaragoza, Puyol decían que era un burro que no podía jugar y la rompió. Iniesta era suplente. Se acabó. Los decapitó.”

Diego Armando Maradona

¿Qué más? Para fines de comprensión del contexto boliviano es bueno recordar algunas frases convertidas en eslogans, proferida por algunos jugadores de nuestra liga: “No importa si jugamos mal, lo importante es que ganamos” o “hay que ganar como sea”. Listo. Son esos mismos jugadores los que culpan al sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el estado del campo, los árbitros y cuantas excusan encuentren en el camino para justificar su mediocridad o las limitaciones inocultables de sus desempeños. He aquí entonces la explicación de por qué inicio este texto refiriendo las virtudes de tres futbolistas —Pisculichi, Neymar Jr, Martins— que demuestran lo que son con la pelota y no por lo que no pudieron conseguir en la vida. He aquí la explicación de por qué en Bolivia no hablamos de fútbol como nos lo propone Menotti, porque puede resultar incómodo el desmontaje de escuálidas propuestas tácticas basadas en la espera y en el contraataque tal como consiguió en gran medida The Strongest su tricampeonato: Jugando a lo Tigre, con valentía, tantas veces feo y casi siempre pensando primero en el cero en arco propio. Así de pobre es nuestro “profesionalismo”, en el que se debate sobre la filosofía de la papa frita y casi nada sobre cómo tratan la pelota nuestros equipos.

Han transcurrido 46 años desde que Argentina ganara en el Monumental de Buenos Aires su primera Copa del Mundo, y la marca rosarina de Menotti sigue indeleble, así como las de paisanos suyos, igual de valiosos por su inteligencia y claridad conceptual para comprender el juego como Marcelo Bielsa, Jorge Valdano, Lionel Messi, o Norberto Fontanarrosa. Así, con personajes de tan grande credibilidad, el fútbol, continúa siendo una extraordinaria aventura a descubrir y conquistar todos los días en el verde césped.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Internet

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‘Experiencia Ítaca’: la travesía interior multisensorial

La espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión de la protagonista

La actriz Cristina Wayar y la directora general de la obra, Roswitha Grisi-Huber.

Por Mitsuko Shimose

/ 19 de mayo de 2024 / 06:41

El hecho de haber sentido, conocido o presenciado algo tiene que ver con la vivencia, una de las acepciones de la palabra “experiencia”. Esta vivencia es transmitida a través del viaje interior en Experiencia Ítaca, propuesta teatral del grupo La valija de Penélope, que obtuvo el apoyo del Fondo Concursable Municipal de las Culturas y las Artes (Focuart 2023), estrenada ese mismo año y que regresó hace poco  a las tablas del Centro Cultural de España en La Paz y la Casa Grito. Esta obra, dirigida por Roswitha Grisi-Huber, es la puesta en escena del poemario Ítaca, de Blanca Wiethüchter (1947-2004), cuya reedición fue gestionada también el año pasado por el grupo teatral después de que la edición del año 2000 se hubiese agotado.

Experiencia Ítaca busca no solo mostrar la vivencia de Penélope (Cristina Wayar) durante la angustia de su espera —una angustia de amor que, para el teórico literario y ensayista francés Roland Barthes, en su libro Fragmentos de un discurso amoroso (2014), “es el temor de un duelo que ya se ha verificado, desde el origen del amor”—, sino también hacer vivenciar al público dicha angustia —y su resolución— a través de recursos multisensoriales.

Lo primero que se ve al ingresar al teatro es, naturalmente, la escenografía. Más allá de los elementos en la escena, lo que más resalta son los diversos colores, sobre todo en los vestidos guardados en el closet de la protagonista, los mismos que viste para pintar aquella espera grisácea. Bien lo señala Barthes que existe una “escenografía de la espera”, donde se provocan “todos los efectos de un pequeño duelo”, el cual es rehuido por  ella mediante el uso de prendas en toda la paleta de colores, convirtiéndose así el (des)vestirse en un acto subversivo.

En la puesta en escena se siente, además, el aroma del humo de la vela que la actriz apaga luego de prenderla, cuya luz denota esperanza, y desesperanza cuando ella extingue la llama con su aliento. Era al encender la vela que su angustia se incrementaba, lo que no quiere decir que al apagarla el desasosiego desapareciera. “La angustia de la espera no es continuamente violenta; tiene sus momentos apagados”, apunta al respecto Barthes.

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El sentido del gusto se hace presente a través del vino que bebe Penélope (nombre griego que significa “la que teje”), algunas veces imaginando la celebración de cuando esa ausencia se disolviera, u otras, en actitud de cavilación, la cual la lleva del tejer y destejer al escribir y reescribir. “Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos de tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del Torno de hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas)”, se lee en  los Fragmentos.

La sonoridad —cuyo diseño está a cargo de Canela Palacios— también se percibe claramente en la puesta en escena a través de llaves, sogas tensionadas, arena en un círculo de papel mantequilla, entre otros, cuyas resonancias simbolizan collares, el paso del tiempo y las olas del mar. Del mismo modo se escucha el canto de Penélope, que al igual que el de las sirenas, es el que realiza el conjuro que invoca su nombre en el acto de aguardar. Ya decía Barthes que “la espera es un encantamiento”. Según este teórico francés, “la ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda —y no de quien parte—. Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa)”; pero debido al conjuro, el estado de espera se subvierte.

Unida a la percepción del oído, está la del tacto, pues todo lo que toca la protagonista tiene un sonido específico acompañado de particulares texturas, como el tejido y el telar o, se manifiesta desde el re-descubrimiento de su propio cuerpo, algo que le brinda conciencia de sí misma a través de su corporeidad. Para Barthes, es necesario sacrificar ese Imaginario del otro, para acceder al “amor verdadero”, ese que logra sacarla de su espera sin (des)esperar y que la envuelve en su propio abrazo.

De ese modo, en Experiencia Ítaca, la espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión en la que la actriz se sumerge durante su viaje interior multisensorial. Esta introspección la lleva a tejer/escribir su propia historia, conduciéndola al tan anhelado encuentro, que ya no es con el otro, sino consigo misma, re-unión que se da en el mar de su isla natal de la cual se reapropia borrando la sensación de anulación que genera la espera, puerto al que llega en el buque de su propio nombre: Penélope, y que termina diluyéndose para convertirse una con el océano: Ítaca florece.

Texto y Foto: Mitsuko Shimose

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Nocturno de Tiwanaku

El sitio arqueológico de Tiwanaku abrió sus puertas —de 19.00 a 22.00— para la Larga Noche de los Museos. Una experiencia diferente.

/ 19 de mayo de 2024 / 06:30

Son las siete de la noche y hace (mucho) frío. Un centenar de personas esperan a que las puertas de acceso al sitio arqueológico de Tiwanaku se abran. Llegan los primeros guías y piden paciencia. Es la quinta vez que la Puerta del Sol, los monolitos, el templete subterráneo y las pirámides de la cultura tiwanacota van a ser apreciados de una manera diferente: de noche. Bajo la oscuridad y bajo las estrellas de mayo (mes de la Chakana), Tiwanaku —la vieja capital— revela sus misterios ancestrales.

La pirámide de Akapana es la primera parada del recorrido nocturno. La Chakana —la Cruz del Sur— se ve con todo su esplendor bajo un cielo despejado. El templo está estratégicamente pensado para disfrutar de las deidades astrales en forma de constelación cuadrada y escalonada. La cultura tiwanacota perduró durante más de 25 siglos y siempre supo dónde estaba el sur, gracias a la chakana.

Se ven colores azulados y blancos, rojos, naranjas. Todas las estrellas son más grandes y luminosas que el sol. Los tiwanacotas y otras culturas ancentrales estaban íntimamente conectados con el cosmos, con el cielo. En esta noche de Tiwanaku, lejos de las luces de la ciudad, esa relación —olvidada con la llegada de la era de la industrialización— renace de repente. Es un viaje en el tiempo.

En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.
En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.

El “puente/escalera” (eso significa chakana en quechua) está frente a los ojos de los que llegaron. La conexión entre el mundo terrenal y el mundo de los dioses se dibuja en el firmamento despejado. Son los cuatros “suyos”. Un guaraní que visita Tiwanaku por primera vez dice en voz alta en el primer grupo de visitantes: “no veo una cruz, lo que veo yo es al ñandú”. Tiene razón (también): la constelación lleva la forma de una avestruz. Cada uno ve lo que quiere.

La segunda estación es el monolito Ponce. Es la estela ocho. Estamos dentro del Templo de Kalasasaya, el templo de las piedras paradas. Tiene tres metros y es de una sola pieza, de piedra andesita. Tiene lágrimas con forma de pez, hombres alados, águilas, plumas, cóndores. De noche impresiona más, de noche parece saber cómo y porqué desapareció la cultura tiwanacota, esa que se extendió desde las costas del actual Chile hasta el altiplano, desde el Perú hasta la Argentina actual. ¿Qué pensaría la noche que lo “descubrió” Carlos Ponce Sanginés? Dime cuál es tu verdadero nombre, ahora que está oscuro y nadie nos escucha. Cerca está el monolito Fraile, pieza de arenisca veteada. Tiene peces. Es un dios del agua, cuando el lago Titicaca llegaba hasta estas orillas. En una mano un “keru” (vaso) y en la otra un báculo. Viste faja. Fue enterrado con honores. No sabemos cuándo resucitará.

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Unos metros más adelante, al extremo oeste, los turistas se sacan fotos con la Puerta del Sol. Está iluminada y la gente aprovecha para sacarse “selfies”. Dicen que antes adorábamos a la luna y luego la cambiamos por el sol. Este recorrido nocturno es una ofrenda a la diosa luna, esa que ilumina nuestras noches de insomnio. Espero que Huiracocha, el Señor de los Báculos, no se moleste.

Los visitantes observan y toman fotografías a las estelas de Tiwanaku.

Caminamos en la oscuridad, hay que mirar al suelo para no tropezar. Algunos alumbran el piso con la luz de los celulares. Cuando bajamos hacia el Templo de Kalasasaya, hay que agarrarse de las piedras de las escaleras, de las paredes balconeras. La temperatura, a campo abierto, roza los cero grados. Cuando llegamos a la escalinata de piedra, todos se paran para sacar fotos. Cuando bajamos al templete subterráneo, al mundo de abajo, las 175 cabezas clavas de roca caliza dan más miedo que de día. Están a punto de contarnos la verdad en esta noche de misterio. La guía habla de mensajes extraterrestres que se escuchan en las noches más frías, como la de hoy.

En el centro del templete estaba el monolito Bennet, la estela Pachamama. Hoy está a resguardo en el Museo Lítico, bajo techo. Ha sufrido demasiado desde que fuera llevada a la fuerza y sin permiso de la comunidad a la ciudad de La Paz en 1932. Primero estuvo en el Prado y luego junto al estadio Hernando Siles en Miraflores. Cada vez que lo movieron/molestaron sin pedir permiso/ofrenda ocurrieron desastres, especialmente inundaciones, como aquellas del 2002 cuando fue trasladado de vuelta por última vez. Su “descubridor”, el gringo Bennett, murió ahogado en una playa de su país, Estados Unidos. Con los dioses no se juega y menos si son gigantes. En su lugar, hoy está el Monolito Barbado, es la estela 15 o “Kontiki”. La guía apura a los visitantes: “vayan saliendo, tienen que entrar el resto de los grupos”.

De regreso al Museo Lítico, nos chocamos con otros grupos. En la entrada del museo, los chicos del grupo de teatro de la UPEA, la Universidad de El Alto, escenifican pasajes y leyendas. El paseo por las salas cerámicas y líticas es gratuito cuando Tiwanaku se muestra de noche.

La estela Pachamama luce imperial, sobrecoge por su tamaño. Me gustaría que estuviese de nuevo en su lugar junto al resto de las estelas, junto a sus hermanos, como reina de la noche. Son las 10 y los últimos minibuses devuelven a los citadinos a las luces de la ciudad. El sortilegio ha terminado. Los gigantes duermen tranquilos. Hasta el próximo nocturno de Tiwanaku.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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