El día que las armas mexicanas “se cubrieron de gloria” - Blog de la redacción - De la revista Nexos

El día que las armas mexicanas “se cubrieron de gloria”

Cortesía de Grano de Sal, compartimos un fragmento de Resistir es vencer. Historia militar de la intervención francesa, 1862-1867, de Héctor Strobel, ya disponible en librerías.


Los soldados del ejército de Oriente fueron despertados en la madrugada del 5 de mayo. Negrete preparó a sus hombres en el cerro y los ayudantes de Zaragoza sacaron de sus cuarteles a las brigadas de Lamadrid, Díaz, Berriozábal y Álvarez. Zaragoza seguía sin creer que Lorencez atacaría ese día, y que si lo llegaba a hacer sería por la garita de Amozoc, así que colocó a Díaz en la entrada oriental de Puebla para resistir con Berriozábal y Lamadrid a su izquierda y Álvarez a su derecha. En ese momento, Zaragoza fue informado de que el ejército francés marchaba sobre la ciudad, así que poco antes del alba se presentó con su estado mayor para inspeccionar a sus soldados, arengarlos y entregarles dos cañones con sus artilleros a Díaz y otros dos a Lamadrid. Dispuso que el batallón de rifleros de San Luis Potosí de Carlos Salazar se desplegara en tiradores al frente de las cuatro columnas, que permanecieron ocultas entre los edificios para sorprender al ejército francés.

Los cuatro cañones que Zaragoza entregó eran de a 12, es decir, disparaban proyectiles de 12 lb, poco más pesados que los franceses, pero de alcance inferior y más difíciles de maniobrar por su tamaño. Las columnas se mantuvieron en esta formación casi toda la mañana y la artillería sobrante se distribuyó al perímetro interior. El general se quedó sin dinero a partir de ese día, así que sus soldados dejaron de disfrutar su ración completa; se lamentó de que se hallaran con vestuario roído, que cargaran municiones en cartuchos improvisados y que no todos tuvieran rifle, bayoneta o uniforme. Zaragoza se mantuvo informado de los movimientos de Lorencez y mandó a la guerrilla de Pedro Martínez a hostigarlo. Después de revisar los frentes, volvió a su cuartel general, la iglesia de los Remedios, al oriente de Puebla, justo frente a sus columnas, para dirigir las operaciones. Enviaba órdenes a las brigadas con sus ayudantes y cada determinado tiempo él y Tapia telegrafiaban a Juárez sobre la situación.

Lorencez también comenzó sus operaciones en la oscuridad. Salió en silencio de Amozoc y su vanguardia, una sección de cazadores de África, entró a las 9:00 a la hacienda de los Álamos, a 5 km de Puebla. La guerrilla de Martínez intentó hostigarlo, pero los cazadores a pie la repelieron y tuvo que volver a la ciudad. Cuando el grueso de la columna francesa se apostó en los Álamos, Lorencez ordenó dar café a la tropa, como acostumbraba antes de combatir, y mandó al coronel Charles Letellier-Valazé, su jefe de estado mayor, a explorar las faldas del cerro de Guadalupe; Letellier-Valazé se dirigió a la hacienda de Rementería con una escolta de cazadores de África y estudió el terreno de acceso al cerro a 1 km de distancia. La cima era invisible desde ahí, así que Lorencez sólo pudo darse una idea incompleta de las fortificaciones con este informe y con los datos que tenía. Instaló su campamento, los carros y el hospital de campaña cerca de la hacienda de los Álamos y su ambulancia en Rementería.

Lorencez formó tres columnas para asaltar el fuerte de Guadalupe, dando a los zuavos el papel protagónico. La primera columna, de dos batallones del 2º regimiento de zuavos de 1143 soldados y dos baterías con diez cañones, marcharía de frente, auxiliada por la compañía de zapadores coloniales; una vez en las faldas del cerro se dividiría para rodearlo por el sur y el noreste. La segunda columna, compuesta por los batallones de fusileros de marina y de cazadores a pie y la batería de la marina con seis cañones, serviría de refuerzo, lo mismo que la tercera, formada por un batallón del regimiento de infantería de marina. Los 173 cazadores de África protegerían los flancos y la retaguardia. Lorencez, así, decidió actuar únicamente con 3750 soldados, un número similar al de los defensores de Puebla, debido a que dejó custodiando su convoy al 99º regimiento de línea y a otras cuatro compañías de infantería de marina, o sea más de 1 600 hombres. Esta fuerza de custodia, una tercera parte de su ejército por temor a que Zaragoza atacara su retaguardia, estaba formada por un número exagerado de elementos que después hizo falta en el asalto. Lorencez salió del camino carretero con sus tres columnas y se dirigió al noroeste, hacia Guadalupe. Los zapadores allanaron el paso de la artillería, que fue colocada a 2.2 km de la elevación.

A las 9:00, Negrete tiró un cañonazo del fuerte de Guadalupe para avisar que las columnas de Lorencez estaban a la vista y a las 10:30 sonó la campana mayor de la catedral para prevenir al vecindario. La alarma cundió: los civiles corrieron a encerrarse, las calles se vaciaron y las azoteas se llenaron de curiosos; Zaragoza no daba crédito a lo que pasaba: Lorencez se formaba para asaltar su posición más ventajosa. A diferencia del general francés, consideraba que podría defenderse mejor ahí que en los suburbios, expuestos y menos fortificados. De inmediato mudó de estrategia y envió a Berriozábal y a Lamadrid a paso veloz a tomar nuevas posiciones; a los carabineros a caballo de Pachuca comandados por Álvarez y a los primeros dos escuadrones de lanceros de Toluca los colocó al oeste del fuerte de Loreto, ocultos, para cargar en el momento adecuado. Con este refuerzo, la guarnición del cerro superó los 2 300 soldados.

A las 11:45, cuando las columnas de Lorencez estuvieron al alcance de la artillería de Guadalupe, Negrete inició la defensa; su fuego fue nutrido y alarmó a los soldados franceses, pero los dañó poco a falta de precisión. Lorencez respondió con sus baterías para intentar silenciar a las mexicanas y hacer una brecha en el fuerte. Así se inició la batalla. Zaragoza telegrafió a la ciudad de México: “son las doce del día y se ha roto el fuego de cañón por ambas partes”. Lo zuavos avanzaron al cerro al tiempo que Berriozábal marchaba a trote al noroeste del fuerte de Guadalupe para cubrir el acceso que mira hacia el de Loreto y ocultaba a sus soldados tras un terraplén natural: al 1º y 3º batallones de Toluca del lado cercano al fuerte y a la izquierda al fijo de Veracruz. Negrete colocó al 6º batallón de guardia nacional de Tetela a la extrema izquierda; la retaguardia la cubrieron los batallones fijos y de tiradores de Morelia del general Rojo. La brigada de Lamadrid quedó disgregada: el batallón Reforma se volvió la reserva de Berriozábal, el batallón de zapadores cubrió el barrio de Xonaca, al pie sur del cerro, y el de rifleros permaneció desplegado frente a Díaz.

La artillería de Lorencez estaba adelantada casi un siglo a la mayoría de la mexicana: era precisa y su alcance efectivo, de 3.2 km; a campo llano podía barrer al ejército de Oriente. Sin embargo, se enfrentaba a un enemigo al que no podía ver, oculto en la cima del cerro. Lorencez adelantó sus piezas 200 metros después de los primeros tiros ciegos, pero seguía sin ver el fuerte, así que continuó el bombardeo al tanteo sin causar daños hasta pasada la una de la tarde y agotar mil tiros, la mitad de sus municiones. Entonces suspendió el fuego y se resignó a prescindir de esta arma. Sólo 20 granadas impactaron el fuerte, sin causar fisuras importantes, y el resto detonaron en el aire, pasaron de largo sobre el cerro o cayeron en la ciudad, causando graves perjuicios. En el campo mexicano, la artillería no pudo sacar ventaja de su posición porque las piezas lisas no estaban al alcance de su objetivo y las rayadas no podían verlo; los artilleros debían asomarse por las ondulaciones del terreno para calcular el tiro.

El resultado de la contienda pasó a decidirse con el combate de la infantería. Lorencez cometió el grave error de ordenar el ataque al fuerte de Guadalupe por el noreste, su flanco protegido por dos baluartes. Ya sabía esto por sus informantes, pero estaba tan sesgado que hizo que su columna cargara contra la posición más sólida de Zaragoza. ¿Buscaba una prueba irrefutable de la “superioridad” de su ejército? Dispuso que el batallón de zuavos del comandante Louis Cousin, con más de 500 soldados, subiera por el sur, mientras que el del comandante Louis Charles Morand, de número similar, lo hacía por el noreste, un frente de ascenso fácil, pero protegido. Según el abate Jean Eugène Lanusse, capellán del cuerpo expedicionario, los zuavos estaban ansiosos de combatir. Lorencez los arengó y asignó dos destacamentos de zapadores coloniales de 20 hombres a cada batallón para pasar obstáculos; llevaban tablas con escalones y, los que seguían a Cousin, un petardo para volar la puerta del fuerte. Cuatro compañías de los cazadores a pie del comandante León Mangin cubrieron el ascenso de Cousin por la falda sur, debido a su proximidad a la ciudad. Lorencez se movió con su estado mayor al rancho de Oropeza para dirigir la batalla, el punto más adecuado por su visibilidad.

Cousin y Morand ascendieron a paso veloz con sus columnas formadas en hileras estrechas, cubiertas por zuavos desplegados en tiradores. No pudieron atacar de manera coordinada, sino sucesiva, por la dificultad del ascenso. Morand fue el primero en llegar frente al fuerte, pero su asalto perdió impulso al no ser simultáneo con el de Cousin. En las faldas de Guadalupe se encontró una línea de tiradores del batallón de Tetela al mando del coronel Juan N. Méndez, que tras descargar sus armas se replegó. Los zuavos contestaron el fuego y Méndez cayó herido, por lo que el coronel Ramón Márquez Galindo lo remplazó. El fuego del fuerte contra los zuavos de Morand fue inútil mientras subían porque no eran visibles, pero cuando llegaron a la meseta fueron acribillados por la metralla de Guadalupe y Loreto, que los tuvo en la mira, y por los batallones de Toluca, ocultos tras las zanjas naturales.

Eran las 12:30 de la tarde. Lorencez observó que Morand retrocedía, así que lo reforzó con los fusileros de marina del capitán de fragata Félix Allègre y la batería de marina de la segunda columna, con lo que pudo reavivar la lucha. No obstante, a sólo 100 m del fuerte de Guadalupe, Morand fue flanqueado a su derecha por el batallón fijo de Veracruz y los indios del batallón de Tetela, que cargaron con sus machetes. Morand con los zuavos y la tropa de marina se volvió a replegar y, para rematar, Álvarez salió con su caballería. El batallón Reforma cubrió la marcha de Álvarez, pero sus jinetes apenas alcanzaron a combatir porque los asaltantes se cubrieron en los pliegues de las inmediaciones del cerro. Entonces Lorencez envió otro refuerzo: sus últimas dos compañías de zuavos que mantenía de reserva, con lo que Morand asestó un tercer ataque a las 14:30, entorpecido por la fuerte lluvia que comenzaba en ese momento. Las tropas mexicanas retomaron sus puestos y se prepararon para resistir, pero la tormenta debilitó la defensa. Este tercer avance de Morand fue mucho más vigoroso que los anteriores pese al lodazal que se había formado: forzó el paso, alcanzó la meseta, hizo frente al batallón de zapadores de San Luis Potosí (la retaguardia de Negrete) y pisó las trincheras del baluarte del noroeste de Guadalupe.

Cousin, por su parte, llegó a la cima tras el primer asalto de Morand debido a las complicaciones de ascenso por la empinada ladera del sur, un extravío y el cansancio de su tropa al subir a trote. Del sur giró al noreste hasta alcanzar el fuerte de Guadalupe, pasar el foso y trepar el parapeto con ayuda de los zapadores, pero sufrió muchas bajas en el proceso por la metralla y la fusilería. Los zapadores no consiguieron detonar su petardo y, como la posición no se rendía, los zuavos se cubrieron para hacer nuevos intentos. La metralla fue la causa principal de sus bajas y repliegues, disparada por la artillería veracruzana del fuerte, una unidad bien adiestrada con jefes egresados del colegio militar y oficiales que habían defendido Veracruz en la guerra de Reforma; fue la clave que evitó que Guadalupe cayera.

 

Héctor Strobel
Doctor en historia por El Colegio de México. Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I

  • Héctor Strobel, Resistir es vencer. Historia militar de la intervención francesa, 1862-1867, México, Grano de Sal, 2024, 416 pp.

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Publicado en: Internacional, Política