La libertad era esto - Levante-EMV

Opinión

La libertad era esto

Barrera y Mazón, hoy en las Corts.

Barrera y Mazón, hoy en las Corts. / EFE/Biel Aliño

Las horas corren y la sensación extenuante de no llegar, de fallarse a uno mismo, de galopar detrás de no se sabe qué. Cada día, al empezar, me hago una lista de tareas que espero cumplir. Nunca la tacho toda. He empezado a enviarme mensajes de audio a mí mismo, para no olvidar urgencias, que luego al escucharlas ni me parecen tan urgentes ni me reconozco en el que las envía. Cada vez estoy más convencido de que somos dos los que trajinamos con el móvil. Y las horas andan...

Se va a cumplir un año del proceso electoral que marcó un giro en esta tierra valenciana. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? En corto, diría tres factores: estamos más radicalizados, los bandos ganan sobre la palabra siguiendo la bruma de odio que se extiende por el mundo (no es algo nuestro, pero no somos un oasis). Se nota la presencia de la ultraderecha en el Gobierno. Si alguien esperaba que fuera inocua, no ha sido así. Y, tercero, la izquierda no termina de asimilar el trance, tirando la culpa de un lado a otro, mirando lo menos posible al que fue socio, con el que deberá entenderse en algún momento, soñando que no pase, alucinando. El PSPV ha empezado a reorganizarse internamente con Diana Morant. Compromís, aún no. Ninguno ha pasado a articular un discurso nuevo. Y la izquierda necesita mensaje. Nunca le bastó el precio de apartar al otro, de jugar a la contra. El futuro vendrá de algo nuevo que aún no vemos, de proyectos comunes que puedan construir una ilusión.

Estoy en la plaza del Cabanyal. Es media mañana y la gente ya busca las sombras. Abundan las mochilas de turistas extranjeros, que hacen la competencia al color local, que resiste: un puesto de cachivaches en el exterior del mercado donde solo cabe la tendera; una vecina con un andador arrastrada por dos perros grandes y mansos... Me siento en un banco que aún brilla. Un señor mayor se repantiga a unos metros con la radio sonando en el móvil, que apoya en su barriga. Hasta aquí llegan los gritos de un profeta de las ondas. Otro más. Tanta gente enfadada y con tantas ganas de proclamarlo. El radioescucha no se excita, dormita al sol de mayo.

Un gurú local me impele esta semana a explicar qué ha pasado con la izquierda valenciana y la prensa que atribuían aliada. No son tiempos para el orgullo corporativo, pero no creo que estos movimientos se puedan medir en el corto plazo ni se puedan ver tan de cerca. Lo que percibo es que el mundo ha empezado a escapar del eje tradicional de derecha e izquierda al mismo tiempo que se extrema más. Parece una contradicción, pero me parece que explica bastante este mundo. La derecha valenciana abraza banderas sociales al gobernar mientras el partido madre agita la conexión entre inmigración y delincuencia. La derecha, de raíz económica liberal, reclama con trazo grueso una intervención pública que impida la fusión del BBVA y el Sabadell. Incluso pide la unión al griterío de la izquierda, que mira desde la distancia aquellas cajas de ahorro caídas en el desenfreno de la corrupción y el despilfarro. Seguro que la operación beneficia al gran capital, pero la tradición liberal no iba por aquí. ¿Y dónde encajan los esencialismos de los viejos profetas locales de la izquierda nacionalista en este momento viscoso? El ‘país’ se dio a la fuga mientras algunos discutían si tenía que ser de izquierdas, bicolor o tricolor. La realidad suele ir más rápida que la reflexión.

He visto ‘La casa’. Una película pequeña, dulce y amable. Íntima. Un bálsamo frente al vociferio. Me veo en esa caseta de montaña surgida sin planificación urbana, solo de la voluntad y los ahorros que se podían acumular poco a poco. Me veo en esos fines de semana de trabajo y fuga de una gente que soñaba en el discreto encanto de la clase media. Algunos aplauden en la sala al final de la proyección. Pienso en el afán por la nostalgia de mi generación. Un pasado al que aferrarnos frente a un presente que nos hace viejos y nos deja estupefactos. Íbamos a ser dioses.

Ha pasado casi un año. Se empiezan a observar diferencias entre la alianza anterior y esta. La coalición actual de las derechas es como vestir un traje antiguo: no brilla, pero el que lo lleva parece cómodo. Así la ley de esa concordia difícil de hacer tragar. Así una ciudad que recupera olor a naftalina en fines de semana como este, de teja y mantilla. Es un pacto sin emociones, pero que no respira ganas de ruptura, ni pulsión de desencuentro y división, ni el afán por amargar al otro. Tampoco se perciben grandes rencores por ahora. Las historias son distintas. Vox (Vicente Barrera es el ejemplo) no deja de ser una extremidad del cuerpo original del PP. La izquierda de hoy es hija de raíces (y heridas) distintas por las que sangra desde hace décadas. Casi un año después del 28 de mayo, es evidente que la estructura de Carlos Mazón está más asentada de lo que entonces se podía imaginar. Tanto que en los rincones ya empiezan los rumores de un adelanto de elecciones.

Otro día que me quedo sin tiempo para comer en casa. Voy a por algo rápido. Salgo de la redacción y en la esquina, dos jóvenes abrazados, recostados sobre un muro. Al pasar cerca, son dos chicos. La gente casi los roza. Ellos siguen juntos, con las cinturas pegadas. Todo es normal. En estos días a veces duros conviene guardar las ráfagas de optimismo. Cuando me pregunte algún sabio guardián de las esencias de la patria, con sus ensayos y su rencor bien alimentado, diré que la libertad era esto. Y que no es tan poco.

Suscríbete para seguir leyendo