Con las 9 temporadas (1989-1998) y los 180 episodios de la serie que lleva su apellido, Jerry Seinfeld tiene ganado un lugar privilegiado en la historia de la TV. Para quien esto escribe es la mejor sitcom de todos los tiempos (perdón amigos de Friends, The Office, etc.) junto con Curb Your Enthusiasm (Larry David fue el co-creador de Seinfeld).

Pero, más allá de aquel éxito y del suceso de sus espectáculos de stand-up, la carrera de Seinfeld nunca alcanzó el vuelo que todos esperaban. Es cierto que generó simpáticos ciclos como Comedians in Cars Getting Coffee o prestó su voz para un éxito animado como Bee Movie: La historia de una abeja, pero es como si ese pico que alcanzó con su serie hubiera sido también una suerte de techo o, peor, de maldición.

Ahora, con 70 años recién cumplidos, debuta en la dirección (y también como protagonista live-action) de un largometraje con un proyecto que venía soñando desde hacía mucho tiempo y que concretó gracias a los generosos recursos de Netflix.



Estamos en 1963 y en medio de esas luchas corporativas que tanto gustan a Hollywood, la hegemonía de Kellogg's es desafiada por sus rivales de Post, que están a punto de lanzar un producto que promete revolucionar el consumo masivo hogareño. Bob Cabana (el propio Seinfeld) se entera de manera bastante casual de los planes de la competencia (el espionaje industrial no era tan sofisticado por entonces) y se lanza contrarreloj junto a su jefe Edson Kellogg III (Jim Gaffigan) y su vieja socia Donna Stankowski (Melissa McCarthy) a crear algo superador. Sí, la película es sobre cómo se desarrollan las Pop-tarts, populares tartas planas, rectangulares y prehorneadas.

El tema no es particularmente apasionante y, más allá del espíritu lúdico, desenfadado y satírico (bordeando por momentos la sobreactuación) de la propuesta, tampoco demasiado graciosa. Así, lo más divertido pasa por el desfile de figuras en papeles importantes, medianos o pequeños: desde Amy Schumer (la némesis desde la compñaía archirrival), Hugh Grant, Peter Dinklage, Christian Slater, James Marsden, Cedric the Entetertainer y -atentos los fans de Mad Men- Jon Hamm y John Slattery; así como ver cómo se incrustan en la trama las presencias de un Andy Warhol o un Johnny Carson.

Lejos del cinismo, la solemnidad y la bajada de línea moralista de tanto thriller sobre el despiadado universo de los negocios, Sin glasear resulta una película bastante inocente y clásica hasta lo demodé. Está claro que Seinfeld hizo lo que quiso, aunque el resultado final -sin ser del todo frustrante- quedó lejos de las expectativas que una ópera prima como la suya inevitablemente había generado.



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