qué es la castidad

En mi experiencia como creador de contenido y conferencista, me he encontrado constantemente con la frustración de muchos seguidores. Porque estos, queriendo transmitir al mundo el valor que tiene la castidad, han llegado a la conclusión de que no hay forma de que se admita esta verdad.

Estoy dispuesto a apostar que, si estás leyendo esto, has pasado por lo mismo o conoces a alguien que te ha dicho lo mismo.

Hoy quiero ofrecerte una reflexión acerca de este tema. Estoy convencido de que te ayudará mucho, no solo a descubrir cómo transmitir esta belleza que es la castidad, sino a entender más precisamente en qué consiste esta virtud.

No te voy a mentir. Yo también me he visto muy frustrado cuando intento explicarles a los jóvenes por qué la castidad es el camino para todos. A raíz de eso, y especialmente en mis redes sociales, he aplicado diversos métodos. En algunos casos, los videos o reflexiones que he compartido han tenido un buen resultado, pero nada que realmente impacte.

Esto, indudablemente, me llevó a rogarle a Dios que me ayudara a encontrar la forma de hacerlo. Es lo que te voy a compartir a continuación.

¿Cómo «vender» la castidad?

Ahora, antes de cualquier cosa, quizás valga la pena atribuirle el crédito, no solo a Dios, quien es el verdadero Autor de todo lo bueno que podamos hacer o decir, sino a un siervo suyo. Me refiero al actual obispo de Winona-Rochester (Estados Unidos), Robert Barron.

En una conferencia publicada por el canal de YouTube Acton Institute, el prelado norteamericano señala que la forma de comunicar las verdades de la fe era, en realidad, muy sencilla. Según Monseñor Barron, todos nosotros tenemos una resistencia innata cuando se nos habla de la Verdad y del Bien. Pero que hay algo a lo que nadie es capaz de resistirse. Esto es, indudablemente, la belleza.

Esta afirmación del obispo de Winona-Rochester me ayudó a identificar el problema en el que había estado cayendo. Trataba de convencer a los demás, del valor de la castidad, con argumentos, recibiendo solo contraargumentos que nacían del cerramiento del otro de aceptar lo que se le decía. Estos argumentos variaban entre biológicos, psicológicos, antropológicos, filosóficos y teológicos. Todos, sin excepción, recibían un rechazo contundente.

Las palabras de Monseñor Barron me pusieron a pensar, entonces, en la manera con la que podríamos «vender» la castidad y, claramente, el camino me llevó hacia el gran san Juan Pablo II. Recordé que él, en su libro Amor y Responsabilidad, había dedicado todo un capítulo al tema de la castidad. Entonces, decidí sumergirme nuevamente en sus páginas y dejarme llenar por la sabiduría del entonces obispo de Cracovia, Karol Wojtyla.

Típico de san Juan Pablo II: llevándonos a los orígenes

qué es la castidad

Lo que te voy a explicar a continuación no es tanto para que se lo expongamos a los demás, sino para que tú y yo entendamos lo que es, realmente, la castidad, pues, si hay algo que comprendí releyendo a san Juan Pablo II es que lo hemos estado entendiendo a medias.

Ciertamente, san Juan Pablo II tenía una forma de penetrar las verdades reveladas por Dios que parece inverosímil. Para los expertos en sus escritos, no resulta sorprendente que él siempre acudía a la raíz de las cosas para explicarlas. Con respecto a la castidad propiamente, Wojtyla se dirige a la raíz de la palabra misma.

Para no ponernos demasiado académicos, y aburrirte en el proceso, digamos que Wojtyla encontrará en la raíz de la palabra castidad, aquello que libra de toda mancha. Bajo esta luz, habría que preguntarnos: ¿qué puede manchar al amor? San Juan Pablo II veía esa mancha en las segundas intenciones.

Tomemos, como ejemplo, el egoísmo. Esta palabra implica que lo que se busca es la propia satisfacción, ¿verdad? Si el fin propio que me propongo es mi autosatisfacción, esta intención se vuelve primordial y, aunque la esconda o la niegue, convierte a la otra persona en un medio. Mi relación, entonces, con esa persona se ve manchada por la intención escondida.

Y es que, en el amor, dirá san Juan Pablo II, todo debe ser transparente, pues su misma naturaleza implica una donación de uno mismo. Cuando se esconde una segunda intención, ya no hay donación, sino utilización y la relación deja de ser transparente.

A la luz del Evangelio

Lo anterior cobra su máximo sentido, y se comprueba más aún, con las palabras del mismísimo Cristo. En el Evangelio de san Mateo, en aquel famoso Discurso de la Montaña, Nuestro Señor nos dará las Bienaventuranzas. Los Padres de la Iglesia vieron que en estas Bienaventuranzas, Cristo nos estaba revelando su propio corazón, como modelo para nosotros imitar.

Ahora, entre estas Bienaventuranzas hay una que se dirige de forma inequívoca hacia lo que estamos desarrollando. Nuestro Señor dirá: «bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios».

El papa Benedicto XVI nos dará siquiera otra luz, que nos ayuda aún más, en su Encíclica Deus Caritas Est (Dios es Amor). La clave está, precisamente, en ese «Dios es Amor». Con esto, podemos poner las palabras de nuestro Señor de la siguiente manera: «Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán el Amor».

Los castos, puros de corazón, alcanzan el amor verdadero. Lo anterior, sin embargo, nos obliga a tratar de llevar la castidad un paso más allá que es lo que trataré de hacer a continuación.

La castidad no se reduce a la genitalidad

En una charla que dictaba a jóvenes sobre este tema de la castidad, asistía un sacerdote muy bueno quien, al final, me hizo la sugerencia de que no redujera la castidad a la mera genitalidad. Te confieso que, al comienzo, no le presté mucha atención a esa sugerencia. Sin embargo, con el análisis que hoy te comparto, llegué a comprender lo que Dios quería decirme del tema a través de ese sacerdote.

Las palabras de Nuestro Señor sobre la pureza de corazón son las que nos permiten entender, precisamente, que la castidad va mucho más allá de la sexualidad entre el hombre y la mujer.

El reconocido sacerdote y autor Jacques Philippe, en su libro La felicidad donde no se espera, que trata precisamente sobre las Bienaventuranzas, nos enseña que aquella «pureza de corazón» de la que habla Cristo, hace referencia, sobre todo, a la pureza de intención.

Y con esto, las ideas se conectan perfectamente: pureza de intención es, justamente, la castidad, pues, como nos enseña Wojtyla, libra de todo aquello que mancha, es decir, de toda segunda intención.

Ahí donde la verdadera castidad empieza…

Con todo lo que te he desplegado hasta el momento, nos es más fácil comprender lo que estoy a punto de revelarte: la castidad verdadera, en realidad, empieza en nuestra relación con Dios. Si esta virtud, que hace parte de la virtud cardinal de la templanza, apunta a librar de toda segunda intención, entonces debe empezar con Dios.

En ese sentido: ¿es nuestra relación con Dios libre de segundas intenciones? Si hay segundas intenciones, que no es fácil de identificar (mucho menos de aceptar), entonces debemos rectificar inmediatamente y pedirle al Señor que nos ayude a purificar nuestras intenciones y que, todo lo que hagamos, sea, en verdad, por Él y para Él, sea lo que sea.

Desde mi experiencia, y con toda mi convicción, te aseguro: no hay nada mejor que hacer todo por Él y para Él. ¿O acaso piensas que Nuestra Madre Santísima fue una mujer amargada? ¡Todo lo contrario! Fue la mujer más dichosa de toda la Tierra y lo fue, precisamente, porque todo lo hizo por Dios, sin la más mínima mancha de segundas intenciones. Finalizo con las palabras de Nuestro Señor, diciéndote: «haz esto y vivirás».