Diez años de la anexión de Crimea: la acción rusa que prendió la mecha de la guerra en Ucrania
Hace diez años, el presidente ruso, Vladimir Putin, oficializó la anexión de la península de Crimea, en el sur de Ucrania, tras celebrar un referendo no autorizado por Kiev y rechazado por la comunidad internacional. La toma fue oficializada el 18 de marzo de 2014, dos días después de las cuestionadas votaciones. El conflicto, también denominado guerra del Donbass, creció en el terreno y sembró las bases de la guerra en curso, ordenada por Moscú contra su vecino país hace más de dos años. En medio de sus aspiraciones de ocupación, en el actual conflicto, el líder del Kremlin se ha adjudicado otras cuatro regiones ucranianas.
Primera modificación:
Crimea, la península ucraniana anexada por Moscú hace una década. La toma se desencadenó en medio de la llamada guerra del Donbass, como respuesta al llamado Euromaidán.
Se trató de una serie de protestas que desde la capital pedían revivir el político Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio que estaba próximo a acercar oficialmente a Ucrania con la Unión Europea y naufragó justamente por las presiones de Rusia.
Y en la revolución europeísta, que estalló en noviembre de 2013 y desembocó en el derrocamiento del prorruso presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, el Kremlin encontró la excusa perfecta para su subsiguiente adhesión.
Alentados por grupos subversivos rusos vinculados con los servicios secretos -Ígor Strelkov, el héroe de la sublevación armada del Donbass, reconoció haber conspirado con el líder de Crimea, Serguéi Axiónov-, las autoridades peninsulares convocaron un referendo para independizarse de Ucrania.
Para garantizar que Kiev no “saboteara” la "libre" expresión de la voluntad popular, Putin aprobó el despliegue de tropas rusas en la península, "los pequeños hombres verdes", que bloquearon todas y cada una de las guarniciones militares ucranianas.
EFE fue testigo entonces de cómo soldados rusos fueron apostados en los principales centros estratégicos de Simferópol, capital crimea, para lo que contaron con la inestimable asistencia de los cosacos.
Aunque es verdad que no hubo enfrentamientos armados, las fuerzas de seguridad rusas se encargaron de silenciar cualquier atisbo de disidencia, representada por la minoría tártara, que fue severamente reprimida.
La anexión ilegal
El siguiente paso fue celebrar el histórico referendo por el que Crimea rompió lazos con Ucrania, a la que había pertenecido desde 1954, derecho de autodeterminación que Putin no reconoció en el caso de Chechenia o Tatarstán.
El 16 de marzo, los habitantes de la península ucraniana recibieron una papeleta con dos opciones: la reunificación con Rusia o mantener el estatus de Crimea como parte de Ucrania.
El resultado fue inapelable, un 96,5 % de los ciudadanos-más del 80 % de los cuales eran rusos étnicos- apoyaron ser parte de la Federación Rusa, según señaló Moscú.
Putin certificó el paripé al aprobar la independencia de Crimea, que duró 30 horas, y sellar la anexión de la península el 18 de marzo.
El resto es historia. Según el Kremlin, Putin había advertido insistentemente a Occidente que el reconocimiento de la independencia de Kosovo abriría la caja de pandora del separatismo. El que avisa no es traidor, sugirió.
Posteriormente, Occidente condenó la anexión ilegal de territorio ucraniano y lanzó contra Rusia la mayor campaña de sanciones internacionales que se recuerda.
Un intento por reescribir la historia
En un intento de ganar adeptos a su causa y contrarrestar las acusaciones de violar el Derecho Internacional, el Kremlin llevó la batalla al campo de la historia, un terreno donde se encuentra muy cómodo.
El partido del Kremlin, Rusia Unida, presentó esa semana un proyecto de ley para declarar ilegal la entrega de Crimea a la República Socialista Soviética de Ucrania en febrero de 1954.
Los diputados oficialistas denunciaron que esa decisión fue "aprobada por medio de actas normativas que carecían de fuerza jurídica" y "no se corresponden con los principios básicos de un Estado de derecho ni de las leyes internacionales".
Es decir, que fue una decisión caprichosa tomada por el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Jruschov, de origen ucraniano.
Precisamente, un mitin con ocasión del décimo aniversario de la anexión de Crimea se celebrará el lunes 18 de marzo, en la plaza Roja. Un acto al que podría acudir Putin, que previsiblemente celebrará su reelección para un quinto mandato presidencial, tras los comicios de tres días, sin rivales de peso, que concluyen este domingo 17 de marzo.
La mecha que prendió la invasión en curso
El retorno de Crimea provocó una explosión de júbilo popular -el 86 % de los rusos sigue apoyando la anexión, según una reciente encuesta- como no se recordaba desde la caída de la Unión Soviética en 1991.
Con todo, Putin, al firmar la anexión, negó que Moscú tuviera intención de apropiarse de otras regiones ucranianas donde la población rusohablante era mayoritaria. Es decir, en el este del país invadido.
"Rusia no busca dividir a Ucrania. No tenemos necesidad de ello", aseguró el mandatario y alabó a los militares ucranianos que evitaron un baño de sangre en Crimea.
La península sirvió de trampolín para la sublevación armada prorrusa que estalló un mes después en el Donbass y de plataforma para la actual guerra, que ha permitido tender un corredor entre Rusia y la península en suelo ucraniano, vinculadas hasta entonces por un puente.
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