En el año 1918, recién terminada la Primera Guerra Mundial, el periodista, escritor y diplomático estadounidense Herman Bernstein publicó un libro titulado The Willy–Nicky correspondence. Se trataba de una antología de telegramas privados que se habían enviado el zar Nicolás II y el káiser Guillermo a lo largo de varios años, en vísperas de la contienda, intentando apaciguar los ánimos. El término enraizó y así sigue conociéndose hoy aquella colección de mensajes.

Bernstein era un judío natural de Vladislalov, una ciudad que hoy está en Lituania pero entonces pertenecía a Rusia. No obstante, emigró a EEUU en 1893 y se dedicó al periodismo, cubriendo diversos sucesos de la época para The New York Herald como la Revolución Bolchevique o la campaña en Siberia de las American Expeditionary Forces.

Además realizó montones de entrevistas a grandes personalidades y publicó tanto novelas como poesía y teatro, compaginando esa actividad con la participación en política apoyando al Partido Demócrata, lo que le llevó a ser nombrado embajador en Albania en 1933.

Herman Bernstein en 1918/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero su fama le viene sobre todo por The Willy–Nicky correspondence, cuyo origen explicó él mismo en el libro:

«Durante mi reciente estancia en Rusia me enteré de que, poco después de que el Zar hubiera sido depuesto, se descubrieron una serie de telegramas privados e íntimos en los archivos secretos de Nicolás Romanov en Tsarskoye Selo… La correspondencia completa, que consta de sesenta y cinco telegramas intercambiados entre los emperadores durante los años 1904, 1905, 1906 y 1907, forma una imagen sorprendente de duplicidad y violencia de la diplomacia internacional, plasmada por los hombres responsables de la guerra más grande en la historia del mundo. Los documentos, no destinados a los ojos de los secretarios de Estado de los dos emperadores, constituyen la acusación más notable del sistema de gobiernos encabezados por estos corresponsales imperiales».

Bernstein añadía que «el Kaiser se muestra como un maestro de la intriga y mefistofélico conspirador para la dominación alemana del mundo. El antiguo Zar se revela como un débil caprichoso, una identidad incolora y sin carácter». Una dualidad curiosa, teniendo en cuenta que ambos mandatarios estaban vinculados por lazos de sangre; descendían de un mismo familiar siglo y medio anterior.

El zar Pablo I de Rusia, antepasado común de Nicolás y Guillermo (Vladimir Borovikovsky)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Para ser exactos, eran primos terceros, ya que su bisabuelo fue Pablo I de Rusia, zar desde 1796 hasta su asesinato en 1801. Pablo subió al trono al fallecer primero su padre, Pedro III, y luego su madre, Catalina la Grande (a la que detestaba). Ella le casó en 1773 con Guillermina de Hesse-Darmstadt, hija del príncipe Luis IX de Hesse-Darmstadt, que tuvo que convertirse a la fe ortodoxa y rebautizarse como Natalia Alexeievna. El objetivo de aquel matrimonio era estrechar la alianza con Federico II de Prusia.

Pero Guillermina murió en su primer parto en 1776 y Pablo tuvo que casarse de nuevo, esta vez con Sofía Dorotea de Wurtemberg, que ya había sido candidata antes pero se descartó por tener sólo catorce años. Ahora estaba a punto de alcanzar la mayoría de edad y pasó a ser zarina con el nombre de María Fiódorovna, dándole diez hijos a su marido. El primogénito, Alejandro I, heredaría el trono en 1801 y tras sus nupcias con Luisa de Baden tendrían dos hijas pero ambas murieron jóvenes.

Parecía interrumpirse la línea sucesoria pero el testigo lo cogió Nicolás I, otro hijo de Pablo, que asumió la corona al fallecer Alejandro sin más herederos. Contrajo matrimonio con su prima tercera, Carlota de Prusia (Alejandra Fiódorovna para los rusos), hija del emperador Federico III y hermana del futuro káiser Guillermo I. El primer vástago que tuvieron fue Alejandro II, que sería zar desde 1855 hasta su asesinato en 1867; casado con María de Hesse-Darmstadt, tuvieron ocho hijos, el mayor de los cuales subiría al trono en 1881 con el nombre de Alejandro III.

Alejandro III, padre de Nicolás II, el día de su coronación/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Una grave nefritis hizo que Alejandro reinara poco tiempo, sólo trece años, al término de los cuales le sustituyó su hijo Nicolás, al que había tenido -junto a otros cinco hermanos- con la princesa Dagmar de Dinamarca (en Rusia, María Fiódorovna Románova). Se trataba de Nicolás II, el Nicky de los telegramas, mientras que Willy era el káiser Guillermo II, hijo de Federico III y nieto de Guillermo I, a lo que sumaba ser primo de la esposa del ruso, Alix de Hesse y el Rin (conocida en Rusia como Alejandra Fiódorovna Románova y que, por cierto, era nieta de la reina Victoria de Inglaterra).

La relación personal entre ambos resultaba acorde a ese parentesco, cordial y afectuosa. Cuando se reunían hablaban en inglés y se llamaban por los referidos diminutivos, tal como muestran los telegramas recopilados por Bernstein. Conviene aclarar que éste no consiguió los mensajes por su cuenta sino de una publicación titulada The German White Book (El libro Blanco alemán), un conjunto de documentos oficiales distribuido por el gobierno germano en 1914 para justificar su posición en la guerra que acababa de estallar.

En realidad, el ejecutivo teutón no fue el único que recurrió a propaganda de ese tipo, ya que los principales beligerantes hicieron lo mismo: sacar a la luz fuentes documentales diplomáticas escogidas que pretendían demostrar que habían hecho lo posible por evitar el conflicto. Así, Gran Bretaña publicó un Libro Azul y Rusia un Libro Naranja; distintos en forma pero similares en fondo. A ese último, por ejemplo, corresponde un telegrama enviado el 27 de julio de 1914 a la embajada alemana en San Petersburgo por el ministro de Guerra ruso Serge Sazonov, prometiendo que no movilizará al ejército «bajo ninguna circunstancia».

El telegrama del 27 de julio/Imagen: The National Archives

Pero los que importan aquí son los de Willy y Nicky. El intercambio empezó con una petición del segundo al otro para intentar echar el freno a los acontecimientos que poco a poco iban abocando a Europa a dirimir sus diferencias con las armas:

«Preveo que muy pronto me sentiré abrumado por la presión que se me impone y que me obligue a tomar medidas extremas que conduzcan a la guerra. Para intentar evitar tal calamidad como una guerra europea, te ruego en nombre de nuestra vieja amistad que hagas lo que puedas para evitar que tus aliados vayan demasiado lejos. Nicky.»

El asesinato del archiduque en Sarajevo (Achille Beltrame)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Durante un tiempo, ése fue el amistoso tono que emplearon. Sin embargo, poco a poco las formas fueron tensándose en paralelo a las exhibiciones de músculo que hacían sus respectivos gobiernos y a las que en cierto modo eran ajenos, por mucho poder absoluto que tuvieran en el ámbito político. No obstante, seguían sin llegar a la ruptura e incluso mantuvieron el contacto hasta el último momento, la mañana misma del estallido de la contienda.

El 28 de junio de 1914, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria durante su visita a Sarajevo precipitó los acontecimientos y encendió la chispa definitiva. El 23 de julio, el Imperio Austrohúngaro envió a Serbia un ultimátum con condiciones imposibles de satisfacer que impulsó a movilizar a sus tropas no sólo a los serbios sino también a los rusos. Cinco días después, los austrohúngaros declaraban la guerra a Serbia y tres más tarde Rusia anunciaba la movilización general contra Alemania.

En ese momento, Guillermo II volvió a ponerse en contacto con Nicolás II para pedirle que detuviera a su ejército. El zar se negó, así que el gobierno alemán declaró la guerra a Rusia el 1 de agosto y pidió a los franceses que no apoyasen a sus aliados. El día 2 inició la invasión de Luxemburgo y el 3 declaró la guerra a Francia. El 4 hizo lo mismo con Bélgica cuando ésta se negó a conceder paso a sus soldados, provocando que esa misma jornada Reino Unido declarase la guerra a Alemania.

Las alianzas europeas en 1914/Imagen: Dove en Wikimedia Commons

Atrás quedaba aquel telegrama enviado por Nicolás II a Guillermo el 29 de julio, cuando todo estaba a punto de saltar por los aires:

«Gracias por tu telegrama conciliatorio y amistoso. Mientras que el mensaje oficial presentado hoy por tu embajador a mi ministro fue transmitido en un tono muy diferente. ¡Te ruego que expliques esta divergencia! Sería correcto llevar el problema austro-serbio a la Conferencia de La Haya. Confío en tu sabiduría y amistad. Tu afecto Nicky.»

Al hablar de La Haya se refería a la Corte Permanente de Arbitraje, un tribunal creado en la primera Conferencia de Paz celebrada en esa ciudad en 1899 con el objetivo de resolver controversias entre estados y evitar así enfrentamientos armados. Guillermo no respondió a la propuesta porque, al parecer, el Ministerio de Asuntos Exteriores no le hizo llegar el telegrama, quizá debido a que ya se consideraba que no había vuelta atrás en la vía bélica.

El Palacio de la Paz, sede de la Corte Internacional de Justicia de La Haya/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Posteriormente, el 31 de enero de 1915, el gobierno ruso lo hizo público en su boletín oficial y frente al ministerio germano, que lo catalogó como «sin importancia», el ministro ruso de Exteriores, Sazonov, y el embajador francés en San Petersburgo, Maurice Paléologue, lo consideraron muy importante y acusaron al káiser de desaprovechar la posibilidad de una salida pacífica. En cambio, Guillermo escribió el 30 de julio: «Todo el peso de la decisión recae sobre vuestros hombros y tenéis que asumir la responsabilidad de la paz o la guerra». Y al día siguiente remachó en tono de reproche:

«En tu llamamiento a mi amistad y tu solicitud de asistencia, comencé a mediar entre vosotros y el gobierno austrohúngaro. Mientras se desarrollaba esta acción, vuestras tropas se movilizaron contra Austria-Hungría, mi aliado; por lo tanto, como ya lo he señalado, mi mediación se ha hecho casi ilusoria.

Sin embargo he continuado mi acción. Ahora recibo noticias veraces de preparativos serios para la guerra en mi frontera oriental. La responsabilidad por la seguridad de mi imperio me obliga a tomar medidas preventivas de defensa. En mis esfuerzos por mantener la paz del mundo, he llegado al límite máximo posible. La responsabilidad del desastre que ahora amenaza a todo el mundo civilizado no estará en mi puerta. En este momento todavía está en tu poder evitarlo. Nadie está amenazando el honor o el poder de Rusia, que bien puede permitirse esperar el resultado de mi mediación. Mi amistad para ti y tu imperio, que me transmitió mi abuelo en su lecho de muerte, siempre ha sido sagrada para mí y, honestamente, a menudo he respaldado a Rusia cuando estaba en serios problemas, especialmente en su última guerra.

Aún puedes mantener la paz en Europa si Rusia acepta poner fin a la movilización. Medidas que deben amenazar a Alemania y Austro-Hungría.»

Nicky le agradeció esa mediación pero aunque le aseguró que las tropas rusas no llevarían a cabo ninguna acción provocativa durante las negociaciones con Serbia, añadió que «es técnicamente imposible detener nuestros preparativos militares, que eran obligatorios debido a la movilización de Austria», invocando luego la misericordia de Dios. En la mañana del 1 de agosto, Nicolás volvió a apelar a su vieja amistad para «evitar el derramamiento de sangre». Lo cierto es que aquella correspondencia había sido tan intensa esos días que el zar accedió a detener la movilización general ese mismo 29 pero se reanudaría el 31 ante la presión del ejecutivo.

Su primo le contestó con frialdad, refiriéndose a la necesidad del gobierno ruso de desmovilizar a su ejército, en lo que fue el último telegrama de aquellos frenéticos contactos:

«La respuesta afirmativa inmediata, clara e inequívoca de tu gobierno es la única manera de evitar la miseria sin fin. Hasta que no reciba esta respuesta, no puedo discutir el tema de tu telegrama. De hecho, debo solicitarte que ordenes de inmediato a tus tropas que no cometan el más mínimo acto de cruzar nuestras fronteras. Willy.»

Era un diálogo de sordos; nadie estaba dispuesto a ceder y al final llegó la catástrofe.


Fuentes

The Willy-Nicky correspondence (Herman Berstein)/Willy-Nicky Letters between Kaiser Wilhelm and the Czar (Isaac Don Levine)/Los cañones de agosto (Barbara Wertheim Tuchman)/The German White Book. Germany’s Reasons for War with Russia/The Willy-Nicky Telegrams/Wikipedia


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