Tarot (2024), de Spenser Cohen

Elise celebra su cumpleaños con sus amigos en un caserón abandonado en medio de ninguna parte que han alquilado para la ocasión. Cuando se quedan sin alcohol buscan bebidas arriba y abajo, incluida una habitación que señala específicamente “no entrar”. Descubren en su interior trastos antiguos, entre ellos una baraja de tarot pintada a mano en una caja de madera. Haley, una de las jóvenes, utiliza las cartas para leer el porvenir de todos sus compañeros. Cuando regresan a la rutina, los chicos empiezan a morir uno a uno en circunstancias parecidas a lo que el tarot dijo que les iba a ocurrir.

En su ópera prima como realizadores y guionistas, Spenser Cohen y Anna Halberg adaptan la novela “Horrorscope”, publicada en 1992 por Nicholas Adams. Con una historia que parece una mezcla entre Destino final, Wishmaster y Diez negritos, de Agatha Christie, los cineastas parecen renunciar a renovar el cine de terror, o darle un toque intelectual a lo Ari Aster, o incluir reivindicaciones sociales como Jordan Peele, para volver al estilo de los clásicos del género de los años 80 y 90. Y aunque todo tiene sabor a déjà-vu, el film funciona a la perfección.

Se ha optado por prescindir prácticamente de cualquier personaje que no sean los protagonistas, y una anciana que les ayuda. Casi todas las escenas tienen un tono de suspense sombrío, y el espectador se encuentra con más sustos facilones que en el tunel del terror, para que los adolescentes salten de sus asientos. Desde luego se ha acertado en el reparto, encabezado por Jacob Batalon, amigo adolescente de Spider-Man, que pone algo de humor en el film. El resto, actores muy jóvenes que luchan para sacar adelante personajes architípicos. La habitual secundaria Olwen Fouere resulta convincente como experta en ocultismo.