Monarquía hispánica

Juan José de Austria, un príncipe revolucionario

Juan José de Austria. Jiménez Donoso José. 1677. Museo del Prado. 

Juan José de Austria. Jiménez Donoso José. 1677. Museo del Prado. 

Juan José de Austria. Jiménez Donoso José. 1677. Museo del Prado. 

María Inés Calderón encarnaba las dos aficiones del joven Felipe IV: la belleza femenina y el teatro. Pese a estar ya casada, la afamada actriz no supo resistirse a la pasión regia y, tras dos años de discretos encuentros, dio a luz a un niño que, en abril de 1629, fue registrado en su bautizo como "hijo de la tierra". El rey, atormentado por la conciencia de pecado, decidió reconocer su paternidad.

Sin embargo, el pequeño Juan José de Austria no tuvo contacto con su padre; ya fuese para no humillar a la reina o por el problema de protocolo que implicaba la presencia de un bastardo en la corte, lo cierto es que siempre se le intentó destinar lejos de Madrid. Así fue como, en 1647, el joven, de apenas 18 años, recibió el título de príncipe de la Mar y marchó al mando de una flota a luchar contra los franceses.

Revuelta de Masaniello en la plaza del mercado de Nápoles. Michelangelo Cerquozzi. 1648. Galería Spada, Roma.

Revuelta de Masaniello en la plaza del mercado de Nápoles. Michelangelo Cerquozzi. 1648. Galería Spada, Roma.

Revuelta de Masaniello en la plaza del mercado de Nápoles. Michelangelo Cerquozzi. 1648. Galería Spada, Roma.

PD

De Nápoles a Cataluña

Nápoles vivía entonces una revuelta provocada por la gravosa fiscalidad de la monarquía española, y el virrey recomendaba mano dura para reprimirla, pese a lo cual don Juan fue objeto de un espectacular recibimiento. Asumió la responsabilidad de las negociaciones con los rebeldes y combinó benevolencia e intimidación: mientras proclamaba la anulación de las gabelas (los impuestos sobre el consumo), un nuevo virrey entraba con más tropas en la ciudad. Así logró salvar el reino de Nápoles para la monarquía, dando al rey una de las pocas satisfacciones políticas en una década de desastres. Quizá por eso fue enviado después a Sicilia y, en 1650, a Cataluña, otro territorio en estado de rebelión. 

Como en Nápoles, la llegada de don Juan al Principado resultó providencial. Puso sitio a Barcelona y, al mismo tiempo, pidió permiso a Felipe IV para ofrecer un perdón general. Al comprometerse a mediar para que las constituciones fueran respetadas, logró la rendición de la capital catalana: en octubre de 1652, el conseller en cap salió de las murallas y se postró ante él para jurarle obediencia. Don Juan le invitó a levantarse y aconsejó al rey que se atrajera a los catalanes respetando magnánimamente sus fueros. Esa actitud le valió gran simpatía entre las autoridades barcelonesas. 

Don Juan puso sitio a Barcelona y, al mismo tiempo, pidió permiso a Felipe IV para ofrecer un perdón general.

Asedio de las tropas dirigidas por don Juan José de Austria a Barcelona. Pandolfo Reschi. Siglo XVII. Galería Corsini, Florencia.

Asedio de las tropas dirigidas por don Juan José de Austria a Barcelona. Pandolfo Reschi. Siglo XVII. Galería Corsini, Florencia.

Asedio de las tropas dirigidas por don Juan José de Austria a Barcelona. Pandolfo Reschi. Siglo XVII. Galería Corsini, Florencia.

PD

Cuatro años después, don Juan marchó a Flandes, donde la situación era aún más difícil para la monarquía española, que luchaba a la defensiva sin apenas medios contra múltiples adversarios. Don Juan perdió ante los franceses varias plazas (Dunkerque, Gravelinas, Ypres...), pero Felipe IV camufló su fracaso poniéndolo al mando de las tropas que operaban en Portugal. Allí sufrió también algunas derrotas, entre 1661 y 1664, que no minaron su popularidad. 

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campaña propagandística

Al morir Felipe IV, en 1665, subió al trono su hijo Carlos II, menor de edad. El gobierno recayó en una junta de regencia presidida por la viuda del rey, Mariana de Austria, y de la que había sido excluido don Juan. La reina Mariana no contaba con formación política ni partidarios en la corte. Tan sola se sentía, que forzó la entrada en la Junta de una persona de su absoluta confianza: el jesuita austríaco Everardo Nithard, su confesor.

Este nombramiento despertó la oposición de la nobleza y del propio don Juan, quien, sintiéndose relegado, se consagró a una campaña propagandística que infestó las calles de Madrid de pasquines y opúsculos contra el jesuita extranjero. Sus críticas a la política del Gobierno se sumaron a los muchos problemas de la regencia: un heredero enfermizo, una regente aislada, una Junta dividida y las ambiciones  de Luis XIV de Francia sobre los dominios de la Monarquía hispánica.

Don Juan infestó las calles de Madrid de pasquines y opúsculos contra el jesuita austríaco Everardo Nithard, confesor de la regente.

Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y regente de Carlos II. Diego Velázquez. Museo Meadows, Dallas.

Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y regente de Carlos II. Diego Velázquez. Museo Meadows, Dallas.

Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y regente de Carlos II. Diego Velázquez. Museo Meadows, Dallas.

PD

En 1668 se descubrieron dos conspiraciones contra el padre Nithard que permitían adivinar la mano oculta de los partidarios del príncipe. Don Juan huyó de Madrid, atravesó Aragón a escondidas y buscó refugio en Cataluña. Desde allí publicó una carta dirigida a la regente en la que rechazaba "la tiranía del padre Nithard" y se postulaba como "ministro principal", porque por sus venas corría sangre de reyes. Desde Barcelona inundó Castilla de panfletos y cartas a la reina, sus consejeros, arzobispos y ciudades, reclamando reformas. Los opúsculos caldearon las calles de Madrid y anunciaron la intención del príncipe de avanzar hacia la capital. 

el primer golpe de estado

Don Juan, acompañado por trescientos jinetes, salió de Barcelona el 30 de enero de 1669. Tuvo un recibimiento apoteósico en Lérida, donde durmió en el palacio del obispo. Las instituciones iban dándole la espalda a la regencia a medida que las fuerzas de don Juan crecían: al entrar en el reino de Aragón le recibieron dos compañías de infantería y caballería, además de las autoridades. El camino entre Fraga y la capital del reino de Aragón fue una marcha triunfal: "No se oía ni veía otra cosa que sombreros en el aire y voces 'Viva el señor don Juan, nuestro restaurador, que mira por la honra de España'", hace constar un testimonio. Estudiantes y ciudadanos de Zaragoza se concentraron ante el convento de los jesuitas de la ciudad con un muñeco de paja que representaba a Nithard y obligaron a su rector a presenciar la quema pública de la figura.

Don Juan se había presentado como un fugitivo del poder central, sintonizando, así, con las autoridades catalanas y brindando a los aragoneses la oportunidad de enfrentarse a Castilla. Convertido en la fuerza armada de una poderosa coalición aristocrática, entró en este reino con más de un millar de soldados. La calle se agitaba, al grito de "Viva el rey y muera el mal gobierno". Asustada, la regente firmó un decreto el 25 de febrero de 1669 que nombraba a su confesor embajador extraordinario ante la Santa Sede: una forma elegante de prescindir de sus servicios. 

La regente acabó firmando un decreto el 25 de febrero de 1669 que nombraba a su confesor embajador extraordinario ante la Santa Sede.

Retrato del cardenal Juan Everardo Nithard. Alonso del Arco. 1674. Consejo de Estado (préstamo del Museo del Prado), Madrid.

Retrato del cardenal Juan Everardo Nithard. Alonso del Arco. 1674. Consejo de Estado (préstamo del Museo del Prado), Madrid.

Retrato del cardenal Juan Everardo Nithard. Alonso del Arco. 1674. Consejo de Estado (préstamo del Museo del Prado), Madrid.

PD

La destitución no rebajó la tensión política en la corte, a pesar de que don Juan prefirió acatar las instrucciones de la reina y retirarse a Guadalajara: una cosa era forzar la situación para conseguir la caída de un valido impopular y otra muy distinta atacar a la soberana, depositaria, al fin y al cabo, de la voluntad de Felipe IV.  Impulsado por el rechazo popular a la regencia, el príncipe había protagonizado el primer golpe de Estado de la historia de España: se había manifestado abiertamente contra la autoridad instituida y había impuesto su criterio contra el valido.

Pero, pese al respaldo de la calle y de la nobleza, no logró hacerse con el poder. Así que envió a la reina una carta que contenía un programa económico de reducción de la presión fiscal y racionalización de la administración. La regente apenas aceptó la creación de una Junta de Alivios y le nombró virrey de Aragón; así lo alejaba de la corte con un nombramiento que le obligaba a residir en Zaragoza, lejos de la red de partidarios que el príncipe tenía en Cataluña.

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La conquista del poder

Pero don Juan no se había rendido. Esperaba tan solo una nueva oportunidad para otro asalto, y ésta llegó en 1675, cuando Carlos II alcanzó la mayoría de edad y, en teoría, tenía que asumir el gobierno. Mientras las calles de Madrid celebraban el decimocuarto cumpleaños del soberano, don Juan entraba de incógnito en la capital llamado por el joven rey, que parecía estar dispuesto a convertirlo en su privado. Cuando Mariana lo supo, se reunió con su hijo y, aunque no sabemos qué ocurrió entre ellos, el rey salió con los ojos llorosos y cursó la orden de que don Juan se retirara de nuevo a Zaragoza. Todo parecía indicar que la Junta de Regencia continuaría bajo la dirección de la reina madre y Fernando Valenzuela, un nuevo advenedizo ascendido por su favor. 

El aparente secuestro de la voluntad real en manos de doña Mariana y su nuevo valido soliviantó otra vez a los nobles. Así que los grandes empezaron a boicotear las obligaciones que exigía la etiqueta palaciega, evitando audiencias, fiestas, misas y besamanos en palacio. Esta "huelga de grandes" llegó a su extremo cuando un nutrido grupo de ellos firmó un manifiesto contra la reina madre y Valenzuela, en el que proponían separarles del rey y "conservar la persona del señor don Juan al lado de Su Majestad". Cuando Mariana quiso utilizar su ascendiente sobre Carlos II, se encontró con que los grandes habían trasladado discretamente al chico al palacio del Buen Retiro. Valenzuela fue detenido, encarcelado y exiliado. 

Un nutrido grupo de nobles firmó un manifiesto en el que pedían "conservar la persona del señor don Juan al lado de Su Majestad".

Arresto de Fernando de Valenzuela por orden de don Juan José de Austria. Manuel Castellano, 1886. Museo del Prado, Madrid.

Arresto de Fernando de Valenzuela por orden de don Juan José de Austria. Manuel Castellano, 1886. Museo del Prado, Madrid.

Arresto de Fernando de Valenzuela por orden de don Juan José de Austria. Manuel Castellano, 1886. Museo del Prado, Madrid.

PD

Impulsado por la belicosa nobleza y la Diputación de Aragón, Juan José de Austria tomaba por segunda vez el camino hacia Madrid, inmerso en un baño de multitudes y protegido por no menos de quince mil hombres. Finalmente, los dos hermanos se encontraron el 23 de enero de 1677. Zaragoza y Barcelona recibieron la noticia con salvas, misas, desfiles y torneos. 

Tras hacerse con las riendas del gobierno, don Juan desarrolló una intensa actividad: decretos de repoblación, control de precios, penalización del lujo, reforma monetaria, protección de la producción, reducción de funcionarios y auditorías de cargos. Pero los resultados fueron poco brillantes, quizá porque era difícil contentar a los grupos tan dispares que le habían catapultado al poder. Agotado por su dedicación al trabajo, murió apenas dos años más tarde a causa de una repentina enfermedad, cuando tan solo tenía 50 años. Había representado bien su papel, pero dejaba a un rey voluble y frágil en medio de una tormenta de ambiciones desatadas.