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Tan frágiles como nuestras propias verdades

Una crítica de la película Anatomía de una caída, de Justine Triet (2023).

21 DE DICIEMBRE DE 2023 · 17:30

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El cine, con más de un siglo de existencia, sigue sorprendiendo con películas diversas, lo cual demuestra que, como cualquier expresión artística, incluso si está manoseada y parece limitada, depende de la capacidad creativa de aquellos que desean transmitir algo, ya sea a través de la pintura, la escritura, la fotografía o cualquier otra disciplina. 

Uno de los mayores atractivos del cine y su característica principal es la fusión de diversas formas de arte. Más que simplemente el séptimo arte, debería considerarse un número compuesto, un híbrido, ya que el cine no existe si no combina al menos dos disciplinas, por muy básico y elemental que sea. Anatomía de una caída es una película única; puede tener elementos que nos recuerden a otras, pero el ritmo de cada plano, la iluminación, el papel esencial de la música, un guion minucioso y la interpretación de la actriz Sandra Hüller, se combinan para construir una obra con una personalidad muy marcada.

Daniel, el hijo ciego de Sandra y Samuel, al regresar de pasear a su perro guía, encuentra muerto a su padre. La película narra la investigación y el juicio a Sandra, que determinarán si fue un homicidio o un accidente. Al final, la amargura que deja no está relacionada con la muerte de Samuel o si él mismo se quitó la vida, sino con la radiografía que realiza del interior del triángulo protagonista. ¿Cuáles son sus motivaciones? ¿De qué manera se relacionan? ¿Cómo sobrellevan la culpa? ¿Existe la inocencia? ¿Qué lugar ocupa lo espiritual en una sociedad tan materialista? Impresiona la meticulosidad con la que se disecciona el interior de estos tres seres humanos específicos que simbolizan a la humanidad entera. Los síntomas que salen a la luz invitan a un cambio en el título; en lugar de Anatomía de una caída, se podría haber titulado “Anatomía de La Caída”, ya que el estudio al que asistimos es el de la condición humana.

Lo que más me ha sorprendido de la ganadora en el último Festival de Cannes es el tratamiento que hace de la música, cómo la utiliza para contribuir a la narración tanto desde un punto de vista emocional como intelectual. Hay tres pilares musicales que se identifican: el primero es PIMP, un tema muy machacón de Bacao Rhythm & Steel Band que la directora emplea de manera inteligente para ocultar aún más los hechos, lo sucedido, no solo de una manera visual sino también sonora. La segunda composición es Asturias, un fragmento de la Suite Española, Op. 47 de Albéniz. Daniel la está estudiando, una obra de una intensidad derivada de la energía rítmica que posee y de la pasión expresada en sus patrones melódicos. Es una pieza con contrastes dinámicos significativos, que contribuyen a dar complejidad a la obra. Lo interesante radica en cómo se resalta el proceso hasta llegar a dominar la partitura. Los ensayos de Daniel al piano, siendo una metáfora de las experiencias que van conformando nuestra propia vida, nos permiten verlo descifrar, descubrir, intentar, errar, perseverar, hasta lograr el objetivo que se ha propuesto. Y la tercera composición que tiene protagonismo en la película es de Chopin, el hermoso y popular Op. 28: 4 en Mi Menor. Sin embargo, lo escuchamos de una manera muy significativa, ya que son variaciones sobre ese preludio a cargo de Benoit Daniel. Si consideramos la partitura original de Chopin como un hecho, las variaciones se acercan y mantienen su esencia, pero no dejan de ser versiones diferentes del hecho, por mucho que se aproximen. De esta manera, la directora subraya la imposibilidad de encontrar la verdad a través de los testimonios en el juicio. Nuestras verdades tienen que ver con nuestros recuerdos. Y el filtrado que hacemos de los mismos al sincerarnos se realiza a través de los sentimientos que tengamos en ese momento y de intuiciones si sabemos que lo que digamos tendrá consecuencias. 

Anatomía de una caída nos sumerge profundamente en la fragilidad de los seres humanos, explora la complejidad de las relaciones, ya sea que se desarrollen de manera reservada o a corazón abierto. La película aborda la incapacidad para sentirnos realmente plenos si nuestra plenitud depende únicamente de nosotros mismos, así como la dificultad de probar hechos cuando hay tantas verdades como testimonios. Nos enfrenta a la realidad de que, por mucho que intentemos mirar hacia otro lado o hacernos los despistados, vivimos sometidos, prisioneros de nuestra propia condición, y solo La Verdad nos hará libres.

 

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