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Félix Parra   Galileo Demonstrating the New Astronomical Theories at the University of Padua   Google Art Project
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Félix Parra Galileo Demonstrating the New Astronomical Theories at the University of Padua Google Art Project

Galileo demostrando las nuevas teorías astronómicas en la Universidad de Padua.

Curiosidades de la historia: episodio 167

Galileo, el científico que desafió a la Iglesia

Gracias al invento del telescopio, Galileo Galilei hizo en 1610 una serie de observaciones astronómicas que cambiaron la concepción del universo y pusieron en cuestión los dogmas de la Iglesia católica.

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Galileo demostrando las nuevas teorías astronómicas en la Universidad de Padua.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Cuando se menciona a Galileo es habitual que una de las primeras imágenes que venga a la mente sea la de un anciano sabio, ataviado con largos ropajes, dejando caer unas pesadas bolas desde lo más alto de la torre inclinada de Pisa.

Este episodio en la vida del científico italiano se ha convertido ciertamente en legendario y permite destacar, de manera clara, la curiosidad de un hombre por descubrir los secretos de la física.

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El siglo XVII fue un período convulso para una Europa azotada por la guerra, las hambrunas periódicas, las crisis económicas y la división religiosa. Sin embargo, en medio del caos que parecía engullir el continente, también hubo lugar para una serie de pensadores ansiosos por descubrir por sí mismos los secretos del mundo.

Para ello, se atrevieron a ir un paso más allá que sus predecesores y comenzaron a cuestionar la ciencia heredada de la Antigüedad, a poner en duda el legado de Aristóteles y Ptolomeo. Una revolución científica estaba en marcha y Galileo, para muchos el padre de la ciencia moderna y del método científico, fue uno de sus primeros impulsores

Los años de estudio

Galileo Galilei nació en Pisa el 15 de febrero de 1564. Aunque su familia pertenecía a un linaje florentino de abolengo, los Galilei no eran ricos. Su padre, Vincenzo, se dedicaba al comercio de telas, pero su auténtica vocación era la música.

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Pronto se trasladó a Florencia y, bajo el patrocinio del intelectual y mecenas Giovanni de Bardi, impulsor de la Camerata Florentina, viajó a Venecia y Roma para mejorar su formación —con el paso del tiempo se convirtió en un reconocido musicólogo que tocaba el laúd de forma sublime—, mientras su esposa e hijos permanecieron en Pisa hasta que pudieron reunirse todos en la ciudad de Florencia algunos años más tarde.

En aquel marco, Galileo comenzó sus estudios de latín y de otras materias con un preceptor particular. Pronto mostró gran habilidad para construir —e incluso inventar— todo tipo de ingenios. A los once años, fue enviado al monasterio de Santa Maria di Vallombrosa, donde estudió teología, matemáticas, retórica y otras ciencias y artes. Puede que en cierto momento Galileo sintiese la llamada de la fe, pero su padre Vincenzo tenía otros planes para él: quería que su hijo mayor se dedicase a la medicina.

Los estudios médicos requerían en aquella época ciertos conocimientos de física aristotélica y, por fortuna para el joven Galileo, en la Universidad de Pisa —en la que ingresó— impartían clase Francesco Buonamici y Girolamo Borri, dos auténticos expertos en la materia.

La influencia de estos dos sabios fue determinante para atraer a Galileo hacia el campo de la física. Por otro lado, de la mano del matemático Ostilio Ricci, Galileo se inició en las matemáticas. Gracias a él descubrió los Elementos, de Euclides, y también cómo aplicar la geometría euclidiana a la arquitectura y la perspectiva.

Probablemente leyó en aquella época las obras de Arquímedes, pues más tarde inventó la balanza hidrostática, que utilizó para la medida de densidades, y enunció la ley de los vasos comunicantes. Después de cuatro años en la Universidad de Pisa, Galileo regresó a Florencia en 1585 sin un título con el que complacer a su padre Vincenzo.

Curiosamente, fue la música el factor que facilitó que padre e hijo solucionaran sus diferencias. Por aquel entonces, Vincenzo llevaba más de dos años tratando de encontrar regularidades entre la tensión y longitud de una cuerda y las consonancias de una octava musical.

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A Galileo aquello no le sonó extraño; de hecho, podía aplicar a su laúd un principio parecido al del péndulo, sobre el que ya había reflexionado largamente durante su estancia en Pisa: no importaba cuán fuerte se tañesen las cuerdas, pues siempre sonaría la misma nota; la clave se encontraba en la longitud de la cuerda.

Con toda probabilidad, Galileo ayudó a su padre a la hora de realizar los experimentos necesarios para defender su teoría sobre las desviaciones del unísono empleando cuerdas de distinta naturaleza, estructura y forma, así como probando distintos modos de tañerlas.

Los años de docencia

Galileo había abandonado los estudios de medicina, pero sabía qué camino tomar. Animado por el profesor Ricci y con el beneplácito de su padre Vincenzo, el inquieto Galileo decidió convertirse en profesor de matemáticas; sin embargo, ninguna universidad aceptó contratarlo.

Para ello hubo de esperar hasta 1589, cuando ya había cumplido veinticinco años; Galileo consiguió entonces que se le abrieran las puertas de la Universidad de Pisa. Gracias a la intermediación de Guidobaldo del Monte, su mentor y uno de los matemáticos que más le influyó, pudo ejercer como profesor de matemáticas durante cinco años.

Durante ese tiempo, profundizó en el enfoque que Arquímedes había dado al movimiento, lo que le permitió escribir su tratado Sobre el movimiento, aunque no llegó a publicarlo. Con esta obra empezó su profunda revisión de los planteamientos heredados de Aristóteles.

Uno de los mejores ejemplos de ello es uno de los experimentos que planteó: tras convocar a la comunidad universitaria al pie de la famosa torre inclinada de Pisa, se dispuso a «demostrar» que Aristóteles andaba errado. ¡Algo inaudito en dos mil años! Galileo, desde el primer piso de la torre, y con tres bolsas llenas de bolas de plomo y madera de distinto peso y tamaño, explicó a los congregados que se disponía a refutar la idea aristotélica de que la velocidad de caída de los cuerpos era proporcional a su peso.

Para ello, Galileo subió al último piso del campanile y lanzó las bolas de dos en dos. Pese a que sostuvo ante todo el mundo que las bolas llegarían al suelo al mismo tiempo, hubo una pequeña diferencia, aunque demostró que la diferencia con la que llegaban las bolas al suelo era muchísimo menor que la proporcionalidad que predecía el filósofo griego.

Esto se debía a la resistencia del aire (en el vacío todas las bolas hubiesen caído a la misma velocidad). Con aquellos resultados echaba por tierra las enseñanzas tradicionales, puesto que, sin la más mínima verificación experimental, todo el mundo creía ciegamente que la velocidad a la que caían los cuerpos dependía de su pesadez o su ligereza.

Fue así como Galileo se granjeó algunas enemistades, hasta el extremo de que su posición se hizo cada vez más difícil en la universidad de la ciudad.

Física y astronomía

En 1592, sin embargo, la fortuna le volvió a sonreír: la República de Venecia le ofreció un puesto de profesor de matemáticas en la prestigiosa Universidad de Padua. Gracias a su don de gentes, a su carácter desenvuelto y a su habilidad para polemizar, Galileo no tardó en hacerse un habitual entre los intelectuales y aristócratas de ambas ciudades.

Por otra parte, durante aquellos años prosiguió sus estudios sobre el movimiento y la caída de los cuerpos. En su afán por experimentar, creó un instrumento para medir con gran precisión la velocidad de caída de los cuerpos en el plano inclinado, lo que le permitió descubrir que el movimiento de caída de una bola se acelera de manera uniforme.

Sus observaciones también le permitieron abordar el estudio de la dinámica, disciplina cuya creación se le atribuye. Además, impartió clases de mecánica, las cuales tuvieron un éxito extraordinario. Pero estos no fueron los únicos dominios de la física por los que se interesó Galileo. Sus principales trabajos en este sentido se desarrollarían en el campo de la óptica. En 1609 creó una lente con un aumento treinta veces superior al de las mejores lentes neerlandesas del momento y poco después construiría su propio telescopio.

Observó la Luna, constató que siempre se veía la misma cara y que su superficieestaba modelada por cráteres y montañas. Luego dirigió su mirada hacia Júpiter y descubrió sus satélites, cuyos movimientos también estudió. Descubrió los anillos de Saturno, las manchas solares —que contradecían la teoría de la incorruptibilidad de las esferas del cielo aristotélico—, la rotación del Sol sobre su eje y las fases de Venus y Marte.

Sus descubrimientos le llevaron a escribir Sidereus Nuncius. El libro tuvo un gran éxito en Europa y contribuyó a la difusión del telescopio. Cosimo II de Médici, impresionado por la obra de Galileo, no cejó hasta convencer al astrónomo para que aceptase los cargos de primer matemático de la Universidad de Florencia y filósofo mayor del gran duque de Toscana.

El puesto, además de ser vitalicio, iba acompañado de un salario considerable y le eximía de cualquier obligación docente. Esto, desgraciadamente, generó toda una serie de suspicacias, en la corte y en la universidad, que no tardaron en aflorar.

Los años de litigios

A finales de marzo de 1611, Galileo fue enviado a Roma en visita oficial. Ya por entonces era un científico famoso, lo que le valió ser recibido por el papa Pablo V y que se le concediera un reconocimiento certificado de sus descubrimientos por parte de los jesuitas del Sacro Colegio Romano (aunque el cardenal Bellarmino, el jefe del Colegio, le advirtió de que no estaba «necesariamente de acuerdo con su interpretación de estos descubrimientos»).

Galileo también conoció al príncipe Federico Cesi, fundador de la Accademia Nazionale dei Lincei, una sociedad formada en 1603 por amantes de la filosofía, las matemáticas y el estudio de la naturaleza a la que no tardó en unirse él mismo.

En los años que siguieron, Galileo hubo de hacer frente a algunos plagiadores que se atribuían los descubrimientos realizados por él. En respuesta a uno de ellos, Galileo escribió una serie de textos que serían publicados por la Accademia Nazionale dei Lincei. En ellos, Galileo no explicaba nada que no hubiese dicho ya, pero era la primera vez que se dejaba constancia escrita de su adhesión a las teorías heliocéntricas de Copérnico, aún no aceptadas por Roma.

Aquel no fue un gesto sin importancia. Galileo daba por ciertas las teorías copernicanas y las consecuencias no se hicieron esperar: primero fue acusado de hereje y, poco después, en 1615, fue denunciado al Santo Oficio. Galileo se dispuso a viajar a Roma para zanjar el asunto, pero sus problemas de salud no se lo permitieron hasta finales de año. Al llegar, conoció el veredicto de la Inquisición: «La doctrina copernicana en cuanto que sitúa el Sol en el centro del universo es loca, absurda y totalmente herética».

Algunas semanas más tarde, Galileo fue advertido de que podía acabar dando con sus huesos en prisión si seguía enseñando, defendiendo o discutiendo la teoría copernicana. Galileo no tuvo más remedio que claudicar. En noviembre de 1618 aparecieron tres cometas en el cielo que debieron de deleitar a un astrónomo como Galileo.

Pocas semanas después, recibió desde Roma un texto del jesuita Orazio Grassi —remitido por el cardenal Bellarmino— en el que concluía que aquellos cometas habían demostrado que las ideas de Copérnico no eran más que una patraña. Galileo no pudo sino disentir, aunque demoró su respuesta hasta 1623, cuando publicó Il Saggiatore (El ensayador).

En este texto defendía que el «libro del universo» estaba escrito en el lenguaje de las matemáticas. Esta idea, junto con los innumerables frutos que le habían proporcionado la medición y la experimentación de los fenómenos, creó nada menos que la física moderna y, por añadidura, el método científico.

En los años que siguieron, Galileo volvió a sus investigaciones sobre las mareas y comenzó a escribir su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, en el que enfrentaba los sistemas de Ptolomeo y Copérnico. Publicado en 1632, fue un gran éxito, pero la alegría duró poco.

Tras el verano, el papa Urbano VIII —amigo de Galileo cuando era tan sólo el cardenal Barberini— prohibió la obra, al parecer porque se había sentido ofendido al identificarse con uno de sus personajes, Simplicio (en la obra intervienen tres personajes: Salviati, trasunto del propio Galileo que defiende las ideas copernicanas; Simplicio, el «simple» que de manera grotesca asume las teorías geocéntricas, y Sagredo, quien busca la verdad al margen de los dogmas). Galileo, ya viejo y enfermo, fue llamado a Roma para ser juzgado.

El juicio comenzó en abril de 1633. Los inquisidores fueron bastante benévolos, pues hicieron prometer al anciano Galileo que, si reconocía haber obrado mal, únicamente tendría que cumplir una penitencia.

Sin embargo, unas semanas después la sentencia no sólo incluyó el Diálogo en el Índice de Libros Prohibidos, sino que además se condenó al físico a confinación perpetua. Según se cuenta, Galileo tuvo que reconocer de rodillas sus «errores», pero al levantarse habría vuelto a reafirmarse en sus ideas musitando la ya célebre frase: Eppur si muove («Y, sin embargo, se mueve»).

La estrella que se apaga

Después de su abjuración, Galileo recibió permiso para hacer del palacio arzobispal de Siena su confinamiento perpetuo. Allí, junto al arzobispo Piccolomini, mantuvo un estrecho contacto con científicos, hombres de letras, artistas… Pese a estar privado de libertad, se sintió de nuevo con fuerzas para volver a escribir y redactó un volumen de largo título, Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias referidas a la mecánica y a los movimientos locales, publicado en 1638.

En ésta, la última de sus obras, recopilaba gran parte del saber que había acumulado durante años sobre dos «ciencias nuevas»: la estática y la dinámica. Pese a las comodidades de su «presidio» sienés, Galileo solicitó permiso al papa para poder establecerse en la villa que tenía en Arcetri, en las proximidades de Florencia, y así estar más cerca del convento donde profesaban sus hijas, deseo que le fue concedido.

Allí continuó con sus trabajos mientras su salud se lo permitió. En 1638 quedó completamente ciego, por lo que su hija Livia hubo de convertirse en sus ojos. Pasó sus últimos días junto a ella y algunos de sus discípulos más queridos, como Torricelli, Viviani y Dino Peri. Murió en enero de 1642, cuando tenía casi setenta y ocho años. Sus restos fueron inhumados en la basílica de la Santa Croce de Florencia por orden del gran duque de la Toscana.