Sobre las langostas, el tenis, el agua y alguien llamado David Foster Wallace | Tierra Adentro
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Ilustración realizada por Mildreth Reyes
Ilustración realizada por Mildreth Reyes

Mami Avril oye sus propios ecos dentro de él y cree que lo oye a él y esto hace que Hal sienta una de las pocas cosas que siente con intensidad: que está solo.

David Foster Wallace, Infinite Jest

Este septiembre, será el aniversario luctuoso número quince de David Foster Wallace, autor de La broma infinita, Hablemos de langostas, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer y otros tantos ensayos, crónicas y cuentos. Wallace es conocido, gracias a una suerte de reputación de rock star de la literatura, como el mejor escritor de su generación. Pero, después del #MeToo, ¿cómo reconciliamos la imagen de genio de Wallace con la del hombre violento que describió Mary Karr?

¿Podemos, después de todo, seguir leyendo a David Foster Wallace?

Desde su suicidio en 2008, Wallace ha alcanzado niveles de popularidad y prestigio que han terminado por colocarlo en el grupo de los autores imposibles de pasar por alto. Sus estudiosos aseguran que debería de ser considerado tan importante para la literatura estadounidense como Poe o Dickinson, pero después del #MeToo, la figura de Wallace ha quedado también en la creciente categoría de “autores problemáticos”.

Nacido en 1962 en Ithaca, Nueva York, David Foster Wallace creció entre las llanuras de Illinois soñando con convertirse en una estrella de tenis. Todos los que hayan leído los ensayos y crónicas de Wallace sabrán que su amor por ese deporte le duró toda la vida. En su adolescencia, como lo cuenta en “Deporte derivado en el corredor de los tornados”, triunfó en el tenis juvenil gracias a su comprensión de las corrientes de viento que se formaban en las canchas del Medio Oeste: 

No puedo calcular ni por asomo cuántos partidos de torneo gané entre los doce y los quince años contra oponentes más grandes, más rápidos, mejor coordinados y mejor entrenados que yo, simplemente tirando bolas de forma poca imaginativa al centro de la pista en medio de ventiscas esquizofrénicas y dejando que el otro chico jugara con más brío y gracia, esperando a que bastantes de sus bolas más ambiciosas dirigidas a las inmediaciones de las líneas se torcieran o fueran arrastradas por el viento fuera de la pista verde y las líneas blancas hasta el territorio rojo ladrillo y de ese modo lograr otro punto […] Yo había desarrollado una especie de hybris en torno a mi capacidad taoísta para controlar mediante la falta de control. Había creado una religión íntima del viento.

Wallace dejó el tenis eventualmente, pero siguió escribiendo al respecto, de este tema recurrente resaltan ensayos como “El talento profesional del tenista Michael Joyce como paradigma de ciertas ideas sobre el libre albedrío, la libertad, las limitaciones, el gozo, el esperpento y la realización humana”, “Cómo Tracy Austin me rompió el corazón” y “Federer en cuerpo y en lo otro”. Más allá de ese deporte, la impresión que causaron en él las corrientes de viento, los cambios atmosféricos y los atardeceres de las llanuras añadieron a su escritura una cualidad descriptiva única, como escribe Tom Bissell: “Nadie es mejor que Wallace en las descripciones del clima y el cielo, una cualidad que podemos atribuirle a que creció en el centro de Illinois, una tierra plana extensa y acechada por los tornados”.

Después de su carrera como tenista, estudió literatura y filosofía en la Universidad de Amherst donde comenzó una carrera académica que mantendría a la par de su trayectoria literaria. Su primer libro, La escoba del sistema (The Broom of the System, 1987) fue bien recibida por la crítica, pero sería su segunda novela la que lo elevaría al pedestal de genio en el que se mantiene hasta ahora, el título: La broma infinita (Infinite Jest, 1996). En ella, por medio de sus más de 1000 páginas, Wallace narra la historia de un mundo distópico dominado por el entretenimiento masivo; es una novela sobre el consumo, la adicción y la tristeza contada con más de 300 notas al pie, una variedad inmensa de personajes que van y vienen con una cadencia muy al ritmo del tenis, y como diría el mismo Wallace sobre ella: “un intento por entender una especie de tristeza que es inherente al capitalismo, algo que está en la raíz del fenómeno de la adicción”1. La broma infinita, además de predecir el streaming y el odio a las videollamadas por zoom,ha sido incluida en la lista de las 100 mejores novelas de todos los tiempos de la revista Time2 y posicionaría a Wallace en una situación extraña, entre autor mainstream y autor de culto, gracias a una gira por 10 ciudades y múltiples entrevistas con las que promocionó el lanzamiento del libro.

A la par de la escritura y publicación de La broma infinita, Wallace publicaría las piezas para la revista Harper’s: “Tennis, Trigonometry, Tornadoes”3, “Ticket to the Fair” y “Shipping Out” que se convertirían en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (A Supposedly Fun Thing I’ll Never Do Again, 1997), su primer libro de ensayos y crónicas —en el mismo año en el que se le otorgaría la beca Genius de la fundación MacArthur—, al que le seguiría Hablemos de langostas (Consider the Lobster, 2005) y En cuerpo y en lo otro (Both Flesh and Not, 2012 publicado póstumamente), donde recopilaría ensayos, crónicas, perfiles y reseñas publicados con anterioridad en otras revistas y periódicos.

Por medio de sus obras no ficcionales, Wallace demuestra un ritmo distinto, irónico, reflexivo y entrañable que permea en sus crónicas, críticas y ensayos, desde la visita al Festival de la langosta de Maine, que comienza siendo una crónica y termina cuestionando la crueldad de comer animales; pasando por su primer y último viaje en crucero, que se transforma en un texto sobre la tortuosa realidad de la cultura de los cruceros, el consumismo y el entretenimiento; o la reseña de la autobiografía de su tenista favorita, donde cuestiona la necesidad de poner una imagen de perfección de las autobiografías escritas por celebridades. A pesar de que él mismo admitió en una entrevista haber “comenzado a escribir no ficción por el dinero”, es en sus ensayos y crónicas donde se revela lo que más nos gusta de Wallace: una mirada atenta, con una capacidad discursiva única y una voz que puede ir de la ironía a la descripción o a la reflexión con una flexibilidad narrativa impresionante, siempre dispuesta a hacer las preguntas necesarias y que no teme explorar un tema para dejarlo antes de que este se agote.

Entre sus momentos más famosos, se encuentra Esto es agua, un discurso pronunciado con motivo de la ceremonia de graduación para la generación de 2005 de la Universidad de Keyton. En él, a lo largo de veinte minutos, Wallace habla de cómo vivir una vida llena de empatía, de desarrollar alguna suerte de autoconciencia personal y social, de vivir la vida sabiendo que tenemos una forma de pensar predeterminada que tiende al egoísmo. 

El discurso, sus entrevistas por radio y televisión —su imagen icónica conformada por la bandana, el cabello largo y los lentes— su forma prolífica de escribir, sus títulos extravagantes y su forma de narrar el mundo lo ascendieron a un estatus de genio literario que terminó por asentarse después de su muerte en 2008 por suicidio.

David Foster Wallace, aun en medio de las reflexiones sobre el entretenimiento, de las visitas a ferias locales o el amor permanente por el tenis, nunca dejó de escribir sobre la soledad, la tristeza y el suicidio; escribía sobre, y quizás desde, una suerte de alienación, una necesidad de ser comprendido a la par de una certeza imparable de la imposibilidad de ese deseo.

Sobre su escritura

La mayoría de los grandes escritores de narrativa hacen que el mundo se vea más real, es por eso que leemos narrativa. Pero Wallace hace algo mucho más extraño e impresionante: incluso cuando has dejado de leerlo, te entrena para apreciar el mundo a través del lente de su escritura. Los nombres de varios escritores han sido adjetivizados —kafkesco, orweliano, dickensiano— pero estos son indicadores de ambientación, de situación, de decadencia cívica. Lo wallaciano no corresponde a una descripción de algo externo; describe algo que sucede completamente por dentro, un estado de aprehensión y comprensión. Wallace no bautizó una condición, creó una.

Tom Bissell, “Todo sobre todo: La broma infinita veinte años después”

Good Old Neon

Como si en el interior de usted hubiera una sala enorme llena de lo que parece ser el contenido de todo el universo en un momento dado y sin embargo las únicas partes que consiguen salir tuvieran que estrujarse de alguna forma para pasar a través de uno de esos ojos de cerradura diminutos que se ven debajo del pomo en las puertas antiguas. Como si todos estuviéramos intentando vernos los unos a los otros a través de esos diminutos ojos de cerradura.

[…]

La verdad es que usted ya ha oído esto. El hecho de que es así. De que es lo que hace sitio a todos los universos que hay dentro de usted, a todos los interminables fractales plegados sobre sí mismos de conexiones y a las sinfonías de voces distintas, a los infinitos que usted nunca puede mostrar a nadie. ¿Y cree usted que le convierte en un fraude, esa fracción diminuta que los demás ven? Por supuesto que es un fraude, por supuesto que lo que la gente ve nunca es usted. Y por supuesto, usted sabe esto, y por supuesto intenta usted gestionar qué parte verán si sólo puede ser una parte.

David Foster Wallace, “Good Old Neon”

Mary Karr

En 2018, en medio de las acusaciones del #MeToo, la escritora Mary Karr escribió un tweet para recordarle a todos que ella llevaba años hablando del maltrato que vivió durante y después de su relación con David Foster Wallace:

“Me pateó. Trepó por el balcón de mi casa una noche. Siguió a mi hijo de cinco años de casa al colegio. Tuve que cambiar mi número de teléfono dos veces y, aún así, él lo conseguía. Durante meses continuó llamándome”. 

Empezaron a salir los artículos, otras acusaciones contra Wallace, recuentos de lo que había dicho o lo que se había omitido en sus biografías. Comenzó a hacerse claro que la imagen que todos nos habíamos hecho de él, no pertenecía, al menos no por completo, al David Foster Wallace real4. Mary K. Holland en “The Last Essay I Need to Write about David Foster Wallace” escribió:

Wallace intentó comprar una pistola para asesinar al esposo de Karr, e intentó arrojar a Karr de un auto en movimiento […] Wallace se refería a las admiradoras que asistían a sus lecturas en voz alta como “coños de audiencia”; se preguntó ante Jonathan Franzen si “su único propósito en la tierra era ‘poner mi pene en tantas vaginas como fuera posible’”; seducía a mujeres vulnerables en sus grupos de rehabilitación; admitió tener un “fetiche hacia la conquista de madres jóvenes” como Orin de La broma infinita; y “no le importaba si algunas de ellas eran sus alumnas”.

Para ese momento, Wallace cumplía diez años de haber muerto y la rama de la literatura, recién inaugurada, dedicada al estudio de su obra tuvo que lidiar con el fin de la mitificación de Wallace, porque debe quedar claro que fue, y sigue siendo, un autor mitificado; ascendido a la calidad de genio imposible de criticar, como si la importancia de su obra fuera suficiente para perdonarle lo que fuera. Eso, desde luego y no solo para Wallace, cambió con el #MeToo. Entonces muchos escritores pasaron a ser considerados como “problemáticos”5 y no sucedió únicamente en Estados Unidos, sino que el revuelo se extendió por todas partes del mundo y de pronto a todos nos importaba que un escritor hubiera sido violento o machista.6 Ya nadie quería publicarlos, nadie quería hablar de ellos más que para decir lo decepcionados que estábamos todos de que nuestros escritores favoritos hubieran resultado ser unas personas tan reprobables.

El #MeToo se sintió como una limpieza necesaria de las industrias que antes habían solapado acosadores y machistas, que habían perdonado lo invisible en favor de lo visible; el machismo, el amiguismo y el patriarcado que eran derrotados por alguna clase de consecuencia kármica. 

Pero ahora, a cinco años de la viralización de la denuncia de Mary Karr, ¿dónde colocamos a David Foster Wallace?

Alguna clase de resolución

David Foster Wallace nunca fue un hombre perfecto. Fue un hombre muchas veces cuestionable, violento y machista.7 Fue el narrador brillante de La broma infinita, el orador empático de Esto es agua, fue el abusador de Mary Karr y el adicto rehabilitado con problemas de ira,8 fue el autor de quien al morir se dijo que su partida empobrecía el idioma, fue también el hombre que luchó durante años con una depresión que terminó por costarle la vida. Wallace fue todo eso y mucho más. Es necesario reconciliar cada una de las partes que lo conforman, no para comprender mejor su escritura, sino para comprenderlo mejor a él. Es necesario bajarlo del pedestal donde lo hemos colocado, aceptar su imperfección, aceptar que su obra no borra sus acciones y su genialidad tampoco disculpa su violencia, ni viceversa, y a partir de ahí, decidir lo que haremos con su trabajo.

¿Podemos seguir leyendo a David Foster Wallace? ¿Podremos, en este caso, separar la obra del artista? ¿Debemos? Eso dependerá de cada uno de nosotros. 

No pretendo escribir que su obra es más necesaria ahora que nunca y que debemos ignorar sus actos porque La broma infinita es simplemente así de buena, tampoco creo que debemos borrarlo del canon y hacer como que su escritura no fue buena o que no causó un impacto importante en la cultura literaria. Creo que es urgente bajar a otros hombres que, como a Wallace, hemos mantenido en la posición de inexpugnables por su talento o por la carga emocional que puede tener para nosotros su trabajo. Creo que es necesario romper con los vínculos parasociales que nos llevan a idealizar a los escritores y retrasar nuestros pasos para mirar a muchas otras escritoras que hemos pasado por alto en favor de estos genios irreales. Pero, sobre todo, creo que es necesario recordarlo como lo que fue, una voz importante en su generación (la más importante, dirán sus estudiosos) que ha llegado a moldear la escritura de otros miles de escritores y que perteneció a un hombre que no siempre fue el que nos gustaría que hubiera sido. Un precedente de la literatura actual, un hombre de múltiples dicotomías y contradicciones. Simplemente, David Foster Wallace. 

  1. También valdría la pena añadir que aunque va sobre la tristeza, una sensación de vacío, y la adicción, es una novela muy graciosa de una manera muy particular que solo puede comprenderse una vez que uno se decide a leerla (y Wallace dijo que nunca entendió por qué la gente la consideraba graciosa). Puede ser un poco tediosa a ratos, después de todo es imposiblemente larga, aunque eso añada a su encanto, pero en general mantiene un ritmo muy disfrutable. Seguro que eso le encantaba a Wallace, pues él mismo dijo que escribía para quienes saben que la lectura es un trabajo de disciplina y vaya que esta novela requiere disciplina, hasta se han hecho guías de lectura y diccionarios para ayudar a que uno la lea.
  2. Aunque no todos la amaron, Harold Bloom, por ejemplo, la odió, pues dijo que la novela era “simplemente horrible. Parece ridículo tener que decirlo. [Wallace] no puede pensar, no puede escribir. No tiene talento […] Stephen King es Cervantes comparado con él”.
  3. Que después se convertirían en “Derivative Sport in Tornado Alley” (“Deporte derivado en el corredor de los tornados”), “Getting Away from Already Pretty Much Being Away from It All” (“Dejar de estar bastante alejado de todo”) y “A Supposedly Fun Thing I’ll Never Do Again” (“Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”). Al escribir este texto, ha sido muy difícil intentar no hacer referencia los títulos de Wallace, después de todo creo que una de las mejores partes de su escritura se ve reflejada en los títulos de algunos de sus ensayos, por lo que no es raro encontrar ensayos sobre él titulados “Hablemos de David Foster Wallace” o “Esto es David Foster Wallace”, pero en este caso intentaré ejercer el autocontrol.
  4. Porque el David Foster Wallace mítico era el autor brillante de los textos sobre tenis, langostas y peces, el genio empático que se perdía entre las descripciones de cielos y ventiscas, el hombre quizás, de alguna manera imposible, intachable. Se produjo una clase de separación entre la persona que era él en realidad y la persona que parecía ser por medio de su narración, entre el Wallace autor y el Wallace real, quizás se rompió una relación parasocial que habíamos ido construyendo con su voz narrativa, pero que nos permitió verlo con más claridad.
  5. Como un eufemismo que abarcaba desde violento hasta abusador sexual. Problemáticos porque su imagen como autores no correspondía con los horrores por los que ahora eran denunciados por sus presuntas víctimas. Si esas acusaciones fueron ciertas o no, o si ahora se mantiene la “cancelación” como en ese momento se dijo, la veta invisible sobre la publicación de sus obras, o demás cuestionamientos sobre el impacto real del movimiento, se sale del objetivo de este artículo y definitivamente debe ser explorado con más detenimiento.
  6. O quizás sería más acertado decir que ahora muchos de nosotros empezábamos a considerar lo obvio: que ser un autor publicado o tener talento no impide que alguien acose, violente o sea machista. Fue la primera vez que muchos escritores y lectores de mi generación se preguntaron si les importaba o no leer y consumir obras de artistas que además de talentosos eran personas horribles, o si valía la pena mantener el pacto que permitía que esos artistas siguieran ejerciendo su profesión aun si eso conllevaba hacer la vista gorda ante todo lo que hacían. Fue el momento en el que nos dimos cuenta, o al menos tuvimos la sensación, de que podíamos decidir la clase de personas que queríamos que siguieran publicando. La decisión, acosadores, violentos y machistas o personas normales, no pareció demasiado difícil.
  7. Esto no debe ser ninguna sorpresa para nadie, incluso los estudiosos de su obra lo afirman: https://lareviewofbooks.org/article/david-foster-wallace-in-the-metoo-era-a-conversation-with-clare-hayes-brady/
    Aunque también, de forma muy suya, una parte de su obra (ahora pienso en Entrevistas breves con hombres repulsivos) tiene que ver con la misoginia.
  8. Estos problemas de ira son mencionados brevemente en sus biografías, cuando digo brevemente en verdad quiero decir brevemente, no más de dos líneas. Pienso, por ejemplo, en Although of Course You End Up Becoming Yourself de David Lipsky un recuento de los cinco días que pasó con Wallace durante su tour promocional por el lanzamiento de La broma infinita que también incluye varias partes sobre la vida de Wallace, su niñez, adolescencia, problemas con las drogas, todo eso.
    Me parece, también, impresionante la forma como algunas otras de sus biografías prefieren romantizar su imagen y mostrarlo como el genio atormentado, el artista que era demasiado bueno, demasiado irreal y talentoso como para quedarse en este mundo con nosotros, el resto de los mortales. Me refiero específicamente al artículo biográfico publicado por la revista Rolling Stone después de su muerte y otros tantos artículos que solo buscan idealizarlo o convertirlo en una suerte de personaje extravagante.