La Noche Triste fue como se llamó a la gran derrota sufrida por Hernán Cortés en tierras aztecas. Ocurrió el 30 de junio de 1520, a medianoche. Fue, sin duda, el mayor varapalo histórico para Cortés, que había perdido más de la mitad de sus efectivos; muertos en batalla o prisioneros de los mexicas.
Los aztecas atacaron a las tropas españolas a través de su retaguardia y desde varios flancos. Los guerreros indígenas combatían con fiereza y sed de sangre desde sus canoas. Todo tuvo lugar cuando las tropas del conquistador ocuparon el palacio de Axayácatl en el que estaban establecidos. Hambrientos salieron hacia los diques, a un puente de canoas, para dirigirse a Tlacopan (Tacuba).
La Noche Triste
Las flechas y las lanzas bañaron de sangre la laguna que rodeaba Tenochtitlan. En las acequias y las pozas se perdió la artillería, numerosos caballos, aliados tlaxcaltecas y tropas españolas. Afirmó Bernal Díaz Castillo, cronista de las indias, que murieron más de la mitad de los hombres de Cortés, concretamente seiscientos cristianos. El tesoro de Moctezuma saqueado se perdió en las aguas casi en su totalidad.
Y, los que no querían soltarlo, se ahogaron ricos. Pero murieron, al fin y al cabo.
Crónicas de la Noche Triste
[…] y mirábamos toda la ciudad y las puentes y calzadas por donde salimos huyendo; y en ese instante suspiró Cortés con una gran tristeza […]
[…] Acuérdome que entonces le dijo un soldado que se decía el bachiller Alonso Pérez “Señor capitán, no esté vuestra merced tan triste, que en las guerras estas cosas suelen acaecer”[…] y Cortés le dijo que ya veía cuántas veces había enviado a México a rogarles con la paz; y que la tristeza no la tenía por una sola cosa, sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habíamos de ver hasta tornarla a señorear[…]
En Relación breve de la conquista de la Nueva España, Francisco de Aguilar nos cuenta, en las supuestas palabras de Alonso de Ávila, capitán de Hernán Cortés, y su compañero de armas Botello Puerto de Plata lo siguiente:
[…] Sucedió un día que Alonso de Ávila, capitán de la guardia del capitán Hernando Cortés, se fue a su aposento cansado y triste, y tenía por compañero a Botello Puerto de Plata, el cual fue aquel que dijo al marqués en Cempoala: “Señor, daos prisa, porque don Pedro de Alvarado está cercado y le han muerto un hombre”. Y así como entró le halló llorando fuertemente y le dijo estas palabras: “¡Oh señor! ¿Ahora es tiempo de llorar?”. Respondióle: “¿Y no os parece que tengo razón? Sabed que esta noche no quedará hombre de nosotros vivo si no se tiene algún medio para poder salir” […]
Francisco López de Gómora también habló del suceso en Historia general de las indias:
[…]Cortés a esto se paró, y aun se sentó, y no a descansar, sino a hacer duelo sobre los muertos y que vivos quedaban, y pensar y decir el baque la fortuna le daba con perder tantos amigos, tanto tesoro, tanto mando, tan grande ciudad y reino; y no solamente lloraba la desventura presente, más temía la venidera, por estar todos heridos, por no saber adónde ir, y por no tener cierta la guardia y amistad en Tlaxcala; y ¿quién no llorara viendo la muerte y estrago de aquellos que con tanto triunfo, pompa y regocijo entrado habían?[…]
“Como podrías renacer sin antes haber quedado reducido a cenizas” F. Nietzsche
Tras aquella emboscada desafortunada, los supervivientes a órdenes del conquistador retomaron el rumbo hacia Otumba desde Tlacopan. En su trayecto acabaron con la vida de varias tribus y pueblos, entre ellos el de Calacoayan.