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BODA Y DIVORCIO

Written by Libre Online

30 de abril de 2024

Por Eladio Secades (1952)

La nueva vida ha creado un nuevo tipo de mujer: la divorciada. La eterna luna de miel no existe. Hay un gesto de heroísmo en esas fotografías del matrimonio que celebra las bodas de plata. El divorcio es invención de aquellos cínicos que sostienen que el amor se gasta con el uso. La esposa no puede tomarse con convencimiento de fumador de pipa. O de sereno de museo. El museo es la utilería de la historia. En el museo conservamos las espadas de los generales. La pipa encuentra su vida mejor en el desuso. Porque la pipa tiene la juventud al revés. Pero la mujer la tiene al derecho. 

El divorcio es un documento de que por casi todos los caminos se llega al hastío de lo mismo. Lo mismo es el concepto forjador del hombre standard. Los ideales colectivos convierten al hombre en una carta circular. Pueden enloquecer los que piensen en el mismo sueldo, en las mismas costumbres, en el mismo panorama. En la misma mujer. Se garantiza que más allá del horizonte hay otras caras, otros climas y otros países. Pero los que sufren el complejo de lo mismo no han podido comprobar. Si de verdad hubiera rebeldía espiritual, escucharíamos gritos pidiendo otra decoración, otros puertos, otros amores. ¿Quién fuera millonario con las ganas de gastar que tenemos los pobres? El circo tiene un don sugestivo porque las cuerdas que sujetan la carpa siempre nos están diciendo adiós.

La divorciada es un carácter forjado en la pugna contra el ambiente que la rodea. Lucha por volverse a casar. Porque cree en el amor y cree en el amor, porque lo vio. Los hombres que rodean a una divorciada están haciendo la lucha para que siga creyendo en el amor. Pero sin volver a casarse. La sonrisa de una señorita es un desahogo espiritual o un rasgo de coquetería. En las divorciadas parecerá una insinuación pecaminosa. Una invitación a un vals, pero sin música, pero con ojos de vals con música. Nadie sabe el trabajo que le cuesta a una mujer divorciada parecer honesta. Le cuesta todavía más trabajo que serla.

En la oficina, en la casa, en el club, la divorciada tiene que rechazar continuamente las incursiones de la galantería. Ella sabe que es el truco del ladrón que ronda una puerta. El hombre piensa que la divorciada es víctima de un error que le concede pasaporte diplomático para cometer otros errores. En los cuales le agradaría participar. Sin firma de por medio. Sin gastos de alquiler. Sin marcha nupcial. Que es decir, sin ponches y sin bocadito. También sin un pobre padrino con frac. El peor sacrificio del padrino no es sacar la novia del auto y llevarla del brazo al altar. Sino comprender al terminar la boda que con el frac no puede ir a ninguna otra parte.

 Los que por compromiso tienen un día que ponerse el frac ya aprovechan y se retratan. La única labor de higiene social que ha hecho el divorcio es finalizar con aquellos maridos del género chico que amenazaban a la esposa con darle lo suyo y mandarla otra vez a casa de los padres. El divorcio ha construido madres que se parecen a esas boticas donde se admiten devolución. Una divorciada después de todo es una mercancía de vuelta a pesar del uso. Las mujeres que se han divorciado varias veces van y vuelven. Como las palomas mensajeras. Ya hay madres que no entregan en firme a las hijas. Las alquilan por horas. Son novias con misión de bicicleta. La divorciaba vieja es una tragedia estética. Huyendo del marido huyó de sí misma. Es la guitarra con polvo y sin cuerdas, que yace arrinconada en la casa de préstamo. ¿Cuándo la habrán tocado por última vez? Para que vuelvan a tocarla tiene que aparecer el tonto que quiere aprender música. La cejilla descubre la feminidad de la guitarra. Le aprietan el cuello y entonces suena. Una solterona es una solista que agotó todos los arpegios del pentagrama sin encontrar quien quisiera hacerle la segunda. O quién quisiera ponerla la cejilla. La soltería es la soledad entre uno, el matrimonio es la soledad entre dos. La eterna esposa es la que cree que son verdades todas las mentiras. Señora con el hilo de la castidad, tendido sobre el Sahara. Ya van quedando pocas.

El divorcio viene a ser la apostilla llamada a impedir que el matrimonio sea un mal irreparable. Como la limonada caliente, evita que el catarro llegue a pulmonía. La luna de miel resulta el sudorífico con momentos de danza apache. Yo creo que en la actualidad la primera parte del divorcio es la boda. Una boda resulta una casaca de colores para la observación. El traje de tornaboda es el equipo de escapar de las garras de los invitados. Entre los invitados a una boda hay uno que conoce a la novia desde que era así. Y dice que la cargó, hay otro que la vio nacer. Cuando la muchacha lo oye se avergüenza, la tripa del ombligo se parece al nudo del globo. Además, ella sabe que nacemos desnudos. Si esas personas que consideran un orgullo habernos visto nacer comprendieran lo que desde entonces hemos cambiado, nos harían el favor de no decirlo. Un grupo grande de curiosos espera afuera la llegada de la novia para ver si merecía la pena. Las muchachas del barrio para ver el vestido. Que dicen que está divino. 

Una novia bonita despierta cierta envidia y hace pensar en la alcoba y en la infidelidad. Una novia fea es una mujer dichosa. Hace pensar en la honradez del sexo y en la cocina, más tarde, en el salto de la cama para cambiarle el paño al bebé. A una desposada bella los amigos, sin que nadie los vea se muerden el labio inferior. Hasta que se hacen daño y se acuerdan que no está cocinado. Frente a una desposada que no sea bajo el velo un temblor de belleza, los amigos con ternura sospechan la compañera fiel que ha de evitar que el bodeguero nos robe. 

En la boda, la madre llora y al padre le molesta el cuello. No he podido jamás entender a la madre de la novia. Que si no se casa llora y después llora si se casa. La desposada se detiene de pronto. Todos creen que está muy nerviosa. Pero es que una niñita vestida de muñeca le pisó la cola. Los testigos están contentos porque han dejado el autógrafo en la sacristía. La tía gorda corre y le arregla a la muchacha un pliegue del traje. El padrino cree que todos lo están mirando y pone cara con sonrisa de bobo. La serenidad frígida del padrino es la nota más ridícula de la boda. Hay fracs alquilados que han asistido a tantos matrimonios que ya llevan el compás de la marcha nupcial golpeando la parte trasera de los muslos con los faldones de la levita. La boda tiene mucho de apoteosis de revista teatral. Pero es el único espectáculo que empieza cuando cae el telón.

El divorcio es el aborto de la felicidad del matrimonio, la mayoría de los divorcios de hoy son abortos provocados para cambiar la mujer y de los que puede quedar un hijo, que una vieja dice que no tiene la culpa y la promesa de una pensión que nadie paga. No se puede hablar del divorcio sin rendirle tributo a aquellas mujeres del principio de siglo que lucharon honradamente contra la implantación del mismo. Y que al fin y al cabo ellas no se casaron nunca. Pretendían darle calidad de vitalicio al marido que no llegó. Entonces a las que tienen muchos amantes, la sociedad las llama mujeres malas. A hora a las que han tenido muchos amantes, se les puede llamar divorciadas. Que es un estado legal y la legalidad de muchos estados ilegales. Hay también el concepto cínico de los dos amantes a la vez. El amante por pasión y el amante por interés. El que ahorra y el que resuelve.

Para el vulgo, la divorciada joven es una belleza que queda al garete. Una divorciada honrada vuelve a sentir los mismos prejuicios que sintió de señorita. El temor a que la vean sola con un hombre. Terminará arrimándose a una señora seria para no morirse de aburrimiento en la casa. Si una señora vieja es seria, mejor. En el acto la divorciada empezó a dividir a los hombres en dos grupos. No buenos y malos. Ni feos ni bonitos, sino los que pueden venir con buenas y con malas intenciones. Las intenciones del que habla con una divorciada se esconden tras la educación y es difícil identificarlas. En las oficinas el jefe para darle una orden a la divorciada se arregla el bigote. En el cabaret para bailar con una divorciada hay que arreglarse la corbata y morder un chicle por si acaso la conversación tiene aproximaciones. 

De una señorita se dice: “si pudiera”. De una divorciada se dice: “si quisiera”. Casarse con ciertas mujeres divorciadas es echarle un piso alto a una casa que estrenó y vivió otro. Nunca se sabe si las caricias de esa divorciada son estrenos o reprises. Son besos de segunda mano. La gimnasia del amor mecánico no son trazos hechos con tiza. Entonces se habla del verdadero amor. Del único amor que llegó tarde. Lo del otro fue una equivocación, con el interés de las cosas nuevas. Un traje nuevo nos hace sentirnos más joven. Un automóvil nuevo nos hace sentirnos más ricos, o menos pobres. Siempre el verdadero y único amor es el último. Cuando esto no se afirma con sinceridad, es que se ha perdido la memoria, o la vergüenza. Las señoras que se divorcian para volverse a casar tienen de la materia amorosa un concepto práctico de dando y dando. Cuando acaban un idilio, es que ya tenían empezado otro.

 Todo amor tiene un comienzo perfecto porque el hombre y la mujer están de acuerdo en lo único que les interesa es el momento que es amar y dejarse amar. Luego ella empieza a quejarse. Cuando una esposa empieza a acumular razones para quejarse hay que tenerle miedo. Es que ya anda cerca del pecado y le busca argumento. 

De ese fenómeno nacen las amigas que se descomponen para decirnos que llevan seis años soportando a Luis y que ya no pueden más. El esposo viene tarde porque está jugando al póker. El póker y la pesca son los dos motivos ideales para estar más tiempo ausente. El adulterio debe andar cerca del anzuelo y del full de ases. El jugador de póker es un vicioso que aprende a trasnochar y que siempre acaba de mal genio porque no puede ligar y porque hay una colilla que apesta. 

Los jugadores de póker se divorcian. El póker es un hábito de solteros. Los que lo juegan como debe jugarse con resto y sin prisa no pueden ser gloriosos continuadores de la familia. Porque cuando ellos se acuestan sus mujeres se levantan. La reproducción es un instinto humano, pero hace falta coincidir. Un heredero es una coincidencia. Un jugador de póker es un marido que llega como el pomo de leche y que tiene que seguir sin ligar.

El divorcio hace las veces de válvula de escape para aquellas predestinadas a casarse, para después hacer lo que les dé la gana y buscar a un esposo para huir de la madre.

Lo único que necesitan es encontrar un predestinado. Pero los hay. Con panza de cerdo y cara de esos que mandan la fotografía como testimonio de gratitud, porque se han curado con un patente. Cuando todo el mundo lo sabe, él se entera y se divorcia. Para eso tiene un amigo notario. Entonces ella queda como única admi-nistradora de sus bienes físicos. Se fue el esposo y surgió el mostrador.

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