(PDF) MARÍA ANGÉLICA MATARAZZO DE BENAVIDES | Margarita Benavides - Academia.edu
Tríptico MARÍA ANGÉLICA MATARAZZO DE BENAVIDES Tríptico María Angélica Matarazzo de Benavides Tríptico Triptico © María Angélica Matarazzo Dall’Aste de Benavides Dirección: Calle Alberto Ulloa 161 dpto 403 San Isidro Lima 15073 Teléfono: (511) 760 7799 Correo: mariaangelica.matarazzo4@gmail.com Web: www.mariabenavides.com Corrección: Fernán Alayza Alves-Oliveira y Álvaro Benavides Salvá Diseño y Diagramación: Tarea Asociación Gráfica Educativa Primera edición: octubre de 2020 Tiraje: 120 ejemplares Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.o 2020-06538 ISBN: 978-612-00-5560-1 Impreso en Tarea Asociación Gráfica Educativa Pasaje María Auxiliadora 156, Lima 5 Índice Agradecimientos Introducción 9 11 Parte I Un buen jardín botánico para Lima 15 Parte II Samaca 37 Parte III Bertha 57 Conclusión 83 Bibliografía 85 María Angélica Matarazzo de Benavides • 7 Agradecimientos Y o nunca soy la única autora de mis libros. Los autores son siempre muchos. En el caso de este libro, debo agradecer a muchas personas y, en modo particular, a mi nieto Álvaro Benavides Salvá, puesto que él ha digitado todo el texto y muchas veces ha mejorado la gramática y sugerido términos más adecuados. Cada una de las partes ha pasado por varias manos. En el caso de la parte I, “Un buen jardín botánico para Lima”, hubo errores que Marc Dourojeanni ha corregido. Gaby Orihuela también corrigió un error e hizo útiles comentarios. Guillermo Pino, Sara Leiva y mi nieta Livia Letts me dieron valiosas sugerencias para mejorar algunos párrafos. En el caso de la parte II, “Samaca”, Sara Leiva me ayudó a modificar algunos párrafos y a agregar otros a pedido de Alberto Benavides Ganoza. Y la parte III, “Bertha”, le debe casi todo al relato de la titular, quien con gran paciencia me explicaba las muchas cosas que yo no entendía, en modo especial de las costumbres de la sierra y de la selva. Probablemente, el texto todavía tiene errores, pero esos sí son exclusivamente míos. Fernán Alayza Alves-Oliveira realizó una revisión de estilo y minuciosa corrección de texto. A él, y a todos, mi sincero agradecimiento. María Angélica Matarazzo de Benavides • 9 Introducción E ste libro se llama Tríptico en alusión al recuerdo vivo que tengo de los famosos trípticos de Cimabue y de Giotto de los siglos XIII y XIV que se pueden apreciar en muchas iglesias de Italia y en algunos de los museos más famosos del mundo. Los trípticos de esa época consisten en tres imágenes religiosas; las dos imágenes laterales, en algunos casos, se relacionan solo indirectamente al tema principal que se encuentra en la imagen central. Este libro trata temas que por ser relativamente recientes no he tocado en mis libros anteriores. La campaña del jardín botánico empezó en el 2013; conocí a Alberto Benavides Ganoza y al fundo Samaca recién en el 2014; y el relato de Bertha me era desconocido hasta muy recientemente. En verdad, fue debido a la pandemia y a la cuarentena de este año 2020 que surgió la oportunidad de tener largas conversaciones con ella. Respetando el modelo que he escogido, colocaré la porción más importante en la parte II, que se titula “Samaca”. Este tema es de actualidad en mi vida, y espero que siga siéndolo. La parte I, que se titula “Un buen jardín botánico para Lima”, es probablemente la que me ha interesado por un período más largo de tiempo. Pero yo sé poco o nada de jardines botánicos y ya no tengo un papel significativo en el tema. En cuanto a la parte III, que se titula “Bertha”, es mi interpretación de la interpretación de Bertha de sus experiencias de vida. La incluyo en este libro porque Bertha ha tenido una participación importante en el tema principal. La parte I del tríptico trata de la campaña que todavía se está haciendo a favor de un jardín botánico. Esta campaña hasta el momento no ha sido muy María Angélica Matarazzo de Benavides • 11 exitosa porque a las autoridades y a los limeños del sector privilegiado no les interesa la vegetación en general y son mayormente indiferentes al hecho de que el Perú sea uno de los países megadiversos en vegetación y fauna silvestre. La parte II trata de un esfuerzo notable a favor de la conservación y recuperación del bosque seco tropical nativo y típico de la costa peruana prehispánica. Este esfuerzo de Alberto Benavides Ganoza y de un pequeño grupo de amigos que lo apoyó es desconocido a nivel nacional e internacional, a pesar de ser un modelo que merece ser reproducido en toda la costa peruana. La parte III es la historia de vida de una persona que pertenece a la gran mayoría de limeños inmigrantes, o descendientes de inmigrantes de las provincias. Es gente que viene desde un mundo totalmente diferente al del sector limeño más antiguo, con una carga de experiencias totalmente desconocidas por la pequeña minoría privilegiada, y con una tradición de cultura de la que les cuesta desligarse puesto que es su medio de identidad. Todo lo relacionado con la naturaleza ha sido siempre muy importante para mí. Felizmente, mi marido, Oscar Benavides, compartía mi entusiasmo por conocer y recorrer paisajes agrestes. Desde siempre, nuestro vehículo fue todo terreno: primero un Jeep, luego un Land Rover, y después una camioneta doble cabina y doble tracción. A fines de la década de 1950, Oscar se entusiasmó por los Volkswagen escarabajo y pudo probar su eficacia recorriendo el valle alto del río Ica, parcialmente inundado, para darnos el alcance y reunirse conmigo y con mis hijos menores que estábamos varados en la hacienda Huamaní, junto con Ismael y Mary Benavides, y su familia, en el gran huayco de febrero de 1961. Mis hijos recuerdan que, cuando eran chicos, con frecuencia hacíamos paseos y excursiones por la Carretera Central a la campiña de Cocachacra, a San Bartolomé, y hasta a Matucana, visitando quebradas y cataratas y trepándonos por trochas agrestes. Otras veces tomábamos la carretera desviándonos al valle de Santa Eulalia, en aquella época completamente agrícola, y a través de un desfiladero angosto excavado en la pared de roca, llegábamos hasta la hidroeléctrica de Huinco. Entre los años 55 y 70 del siglo pasado, tuvimos un fundo en las laderas de la Cordillera Blanca, encima de Carhuaz, Áncash. Todos recordamos las emociones, el recorrido accidentado y empinado entre retamas hasta la casa semiderruida, en medio del campo, y la euforia parcialmente atribuible a la falta de oxígeno por la altura. 12 • Tríptico A la medianoche me levantaba para ver los apus nevados y relucientes a un lado y, al otro, la hondonada oscura que nos separaba de la Cordillera Negra. En este libro vuelvo sobre el tema de la naturaleza. Es obvio que las partes I y II giran sobre ese tema. Pero la parte III también la trata extensamente en los recuerdos de infancia de Bertha y se repite en su entusiasmo por Samaca y en su dedicación por cultivar plantas en el espacio diminuto del que dispone. La vida académica, tanto del estudio como de la enseñanza, me apasionó en una época que se inició cuando mi hija menor tenía 15 años y mis hijos mayores ya eran independientes. Durante los años 80 y 90 me ocupé mayormente de antropología, historia y etnohistoria. Luego hubo la fase de interés por inmigración china y, gracias al profesor Fernán Alayza Alves-Oliveira, pude colaborar en su traducción de libros clásicos confucianos y taoístas. No he perdido el interés por el taoísmo, que ha sido una influencia importante en mi “tercera edad”. En los años 2004 y 2006 publiqué dos libros de memorias, en los cuales trato esos temas; en el 2010 salió mi libro La comida como cultura, en el cual empecé a tratar temas relacionados con la vegetación y la naturaleza, y el libro Disegni di fiori, la biografía ilustrada de mi abuela materna Mizi Durando, artista botánica. Ahora doy a la imprenta este pequeño libro sin pretensiones literarias pero que quiere ser un testimonio de hechos que tienen algún significado para la historia del Perú. María Angélica Matarazzo de Benavides • 13 Parte I Un buen jardín botánico para Lima D esde que llegué al Perú en 1943 sentí la falta de un buen jardín botánico. A pesar de ser la capital de un país muy rico en biodiversidad vegetal, en Lima no existía un jardín botánico en el verdadero sentido de la palabra. La Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) conservaba una colección de árboles y arbustos en la cuadra 7 de la avenida Grau, fundada a finales de la época colonial; pero esa colección, en aquel entonces llamada Jardín Botánico de Lima, no estaba abierta al público y para visitarla se debía solicitar un permiso e ingresar por la puerta que daba a la morgue de la Facultad de Medicina. En 1995-1996, mi hija María Adela Benavides participó activamente en una campaña a favor de un jardín botánico. Este proyecto fracasó, a pesar de tener el apoyo del Ministerio de Agricultura, de la Universidad Nacional Agraria La Molina (UNALM) y de estar liderado por la organización no gubernamental (ONG) que ahora se denomina Pronaturaleza, y que en aquel entonces estaba asociada al World Wildlife Fund (WWF). Yo acompañé con mucho interés este valioso esfuerzo que fracasó por falta de un terreno adecuado. Ese hasta hoy es un gran escollo: mientras Lima crecía y se urbanizaba, y surgían zonas nuevas como los actuales distritos de San Borja, La Molina y San Juan de Lurigancho, no hubo ningún esfuerzo del gobierno central ni de la Municipalidad Metropolitana por reservar 10 o 20 hectáreas para un jardín botánico de nivel internacional. Es fácil entender que en la actualidad sea aún más difícil disponer de un terreno adecuado, con acceso fácil y María Angélica Matarazzo de Benavides • 17 agradable, elemento indispensable para lograr el éxito a nivel ciudadano y turístico que permita mantener semejante institución. El “Jardín tropical” En el año 2001 mi marido y yo nos mudamos a un departamento en el cuarto y último piso de un edificio en la calle Monterrey, Chacarilla (distrito de Surco). El edificio hacía esquina con la Av. La Floresta, que tiene una berma central sembrada de palmeras. Las ventanas de la sala, del comedor y del dormitorio principal tenían las copas de esas palmeras como primer plano de verdor, frente a los jardines del colegio Santa María. Desde la sala también podíamos apreciar los árboles y el césped del parque María Parado de Bellido, que se extiende entre la calle Monterrey y la Av. Primavera o Angamos. En esa época, la zonificación de Chacarilla no permitía un quinto piso y ni siquiera el acceso a la azotea, que formaba una gran terraza recortada por la torre del ascensor y un gran espacio central que daba luz a los cuartos internos de los departamentos. Mi marido falleció el 1° de junio del 2004, y a partir de ese momento empecé a pensar en mudarme a otra vivienda, idealmente una casa con jardín. Pero los días, los meses y los años pasaban como suele ocurrir y la mudanza prevista no se concretaba. Mientras tanto se modificó la zonificación de Chacarilla, permitiendo la construcción de un quinto piso con la condición de observar un retiro desde las fachadas. Yo no tenía ningún interés en construir algo en la azotea, pero conservé un depósito que habíamos levantado clandestinamente en una esquina principalmente para guardar pertenencias de mi hijo Augusto, que en aquel entonces vivía en un departamento chico colindante con el nuestro. En el año 2010 decidí dar uso a la azotea, a la que se accedía desde mi departamento por una buena escalera. Con la ayuda de mi nieta Gabriela Lizier se techó la esquina de la azotea, que tenía vista tanto al parque como a los jardines del colegio Santa María. Colocamos algunos muebles de mimbre y algunos macetones para crear un pequeño espacio ameno para la lectura o para pequeñas reuniones. Mi hija María Adela, que sabe mucho de jardinería, me recomendó que colocara macetones en todo el frente de la azotea, y me envió a su jardinera, la señora Vicky, quien proporcionó macetas de plástico, tierra, plantas e instalación para regar con una manguera. 18 • Tríptico Paulatinamente fueron aumentando las plantas, siempre en macetas de plástico para evitar excesivo peso en el piso de ladrillos pasteleros que cubría la azotea. En un segundo tiempo, decidí pintar las paredes de 50 cm de alto que rodeaban el perímetro, así como la pared del depósito previamente clandestino. Me divertí pintando paisajes tropicales en todas las paredes, algunas muy altas por tratarse de la torre del ascensor y del tanque reservorio de agua. Luego se me ocurrió la idea de crear un pequeño ambiente que recordara los típicos jardines chinos tradicionales, en la parte de la azotea donde hasta ese momento no habíamos trabajado. En los viajes que realicé a China entre los años 1998 y 2001 había conocido algunos jardines clásicos de los siglos XIX y XX. Hacía algunos años que trabajaba con Fernán Alayza Alves-Oliveira en las traducciones del chino al castellano de los libros clásicos. Como es bien sabido, los jardines chinos son fuertemente influenciados por el taoísmo y fueron diseñados por los estudiosos de esa cultura, que se basa en la complementariedad mundialmente conocida y reducida a sus términos más elementales yin-yang. En todo el proyecto fueron vitales la ayuda de mi chofer Mario Barreda, quien se preocupaba por las plantas y por el riego; y la capacidad artística de Carlos Huayhuaco, quien venía una vez por semana para hacer la limpieza de toda la azotea y me ayudaba a pintar y a inventar detalles llamativos supuestamente típicamente chinos, bajo la sugerencia de amigos conocedores de esos temas por ser ellos mismos chinos o de origen chino. Mis hijos colaboraban con ideas y con plantas. En especial, Margarita me regaló un huarango y cuatro molles de su jardín en Monterrico y María Adela me regaló plantones de plátano de su chacra de Lurín, que prosperaron rápidamente. Francisco me trajo de Estados Unidos una hermosa veleta de fierro en forma de gallo, que él mismo colocó con la ayuda de Mario. Al principio pensé llamar “Jardín botánico” a mi proyecto de plantas en contenedores. Pero María Adela me dijo que sería un término demasiado irónico para un espacio tan chico con un número tan limitado de especies. Entonces lo llamé “Jardín tropical”, por la nostalgia que siempre he sentido de la vegetación brasileña, y con ese nombre se mantuvo hasta el presente, por lo menos en mi recuerdo. Por supuesto que ese nombre tampoco era apropiado, porque las plantas tropicales tienen requisitos imposibles de duplicar en una azotea expuesta al clima de Lima. María Angélica Matarazzo de Benavides • 19 Los jardines en contenedores son, por supuesto, aún más artificiales que los jardines sembrados en tierra. Obviamente, en la naturaleza no existen jardines. Pero como todo en la vida tiene ventajas e inconvenientes, un jardín en contenedores en una azotea, en una terraza o en un balcón tiene una característica muy particular: llegas a conocer y a amar cada planta individualmente y, comprendiendo que se encuentra totalmente fuera de su medio natural, estableces una relación personal con ella, y participas de cierto modo en su vida y también en su muerte. Porque son relativamente pocas las plantas que prosperan en una azotea o en un balcón expuestos al intenso calor del verano y a las ráfagas de viento frío del invierno. En el caso del jardín tropical, los molles y el huarango de Margarita no tuvieron problema. Tampoco lo tuvieron cuatro ficus, a pesar de no ser especies nativas del Perú. Las suculentas, en general, fueron las más exitosas; entre ellas una tuna que empezó como un solo tallo del jardín de Margarita y que se transformó en el elemento más llamativo de la azotea, a pesar de que de vez en cuando le sacábamos un nuevo tallo para reproducirla en otras macetas. Las otras plantas que dieron buen resultado fueron los agaves y las hiedras colgadas de las paredes. Pero el jardín tropical no era solamente plantas, pinturas y muebles. Era también cielo abierto, picaflores y otros pájaros, mariposas, abejas y un gran moscardón. Cuando floreó la duranta, estuvo cubierta de diminutas mariposas color naranja que se levantaron como una nube cuando me acerqué; y cuando florearon las albahacas que nacieron de semillas brasileñas vino un gran número de abejas amigables que se hundían en las flores ignorando la presencia de mis manos, que no les interesaban para nada. En una oportunidad, subí a la azotea al atardecer con mi hijo Francisco, y él sacó una hermosa foto del arcoíris que se pintaba sobre las lejanas estribaciones de los Andes sombreadas por nubes negras. En el año 2013 se concretó la mudanza prevista desde el 2004. Pero no me mudé a una casa con jardín como hubiera deseado, sino que acepté la propuesta de mi hija María Adela, apoyada por sus hermanas, mis hijas Margarita y Livia, de alquilar un departamento en el edificio donde vive María Adela, ubicado frente al Golf Los Incas. El departamento era amplio y cómodo, y tenía un balcón relativamente amplio donde pude mudar un pequeño número de los maceteros más chicos de la azotea. Vendí el departamento de la calle Monterrey y, como los compradores no se interesaban por mantener las plantas, regalé todas las demás; mayormente a 20 • Tríptico mis hijos Margarita, Juan Felipe (Pipo) y Livia, que tenían casas con jardín en Surco; y algunas a mi nieta Livia Benavides, que alquilaba una casa con jardín en San Isidro. Regalé el puente de madera pintado de rojo del jardín chino a mi bisnieto Gabriel; y su mamá, mi nieta Gabriela, lo puso en el jardín de su casa. Este puente se puede ver en la foto de portada de mi Facebook. María Adela llevó los plátanos a su chacra de Lurín y colocó los bambúes en la calle donde vivíamos. Viví en ese departamento hasta julio del 2019, en que me mudé a San Isidro al departamento donde vivo actualmente. Está ubicado frente al parque Roosevelt y la sala-comedor tiene una hermosa vista del dosel de tipas y molles del parque, que suelen florear abundantemente dos veces al año. Estoy al lado del departamento de mi hija menor, Livia, que vive con su marido y su hijo Miguel Kantor, de quien hablaré en la parte II de este libro. Margarita también se ha mudado de Monterrico a un departamento en Miraflores, a ocho cuadras de mi vivienda actual. Augusto vive también en Miraflores y varios de mis nietos tienen departamentos relativamente cerca del mío. Mi hija Cristina también tiene un departamento en San Isidro, donde ella, su esposo Luigi y sus hijos suelen llegar cuando vienen del Brasil para pasar una temporada en Lima conmigo y con los demás miembros de la familia. Estoy acompañada; pero el departamento no tiene balcón, y he tenido que reducir el número de plantas que se pueden colocar en las jardineras de los dormitorios y frente al ventanal de la sala-comedor. La propuesta “Un buen jardín botánico para Lima” La mudanza desde el departamento en Chacarilla, con su azotea transformada en “jardín tropical”, al departamento en los Cerros de Camacho, con vista al Golf Los Incas, fue motivo para pensar de nuevo en la necesidad de un jardín botánico para Lima. Conversé con María Adela sobre ese tema, pero ella había tenido la experiencia negativa ya descrita y no quería involucrarse. Entonces lo conversé con mi amigo Carlos Llerena, profesor de ciencias forestales de la Universidad Nacional Agraria de La Molina (UNALM), quien me manifestó su deseo de colaborar en esa propuesta. Carlos me presentó a su amigo y colega, el Dr. Marc Dourojeanni, profesor emérito de la UNALM y especialista en la Amazonía tanto del Perú como María Angélica Matarazzo de Benavides • 21 del Brasil. Marc se interesó por la propuesta y me dijo que era indispensable conseguir el apoyo de los medios de comunicación. Utilizó la información de un primer borrador mío para escribir un artículo que se llegó a publicar en El Comercio con los nombres de ambos autores, en el cual se comentaba lo grave que resulta la falta de un buen jardín botánico, institución científica, educativa y de esparcimiento que pudiera dar a conocer la gran riqueza de biodiversidad vegetal del Perú. Marc quiso mantener en el artículo una crítica bastante agresiva a las autoridades peruanas por su negligencia en ese respecto, y veo que todavía en el 2020 aparecen esas frases en Internet. Me pareció necesario visitar todos los llamados “jardines botánicos” que existen en Lima. Además del de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), en la Facultad de San Fernando, hay un arboreto de una hectárea en la UNALM. El Museo de Historia Natural en la Av. Arenales, que pertenece a la UNMSM, también tiene un pequeño jardín con árboles, arbustos y algunas cactáceas. El Ministerio de Salud (MINSA) tiene dos colecciones de plantas medicinales, heredadas de la colección del Dr. Fernando Cabieses, fundador del Instituto Nacional de Medicina Tradicional; una de las colecciones está en la Av. Salaverry, al costado del edificio del MINSA, y la otra en un terreno que pertenece al MINSA en Chorrillos. El Parque de las Leyendas tiene un jardín botánico de casi cinco hectáreas creado y asesorado por el Dr. Guillermo Pino Infante, que consiste mayormente en un arboreto; tiene una buena colección de coníferas, agaves y helechos que está abierta al público, pero la mayor parte del arboreto no se puede abrir por falta de presupuesto para la seguridad. Visité todos los jardines mencionados, varios de ellos con mi amiga, la bióloga arequipeña Eliana Linares Perea, quien me ayudaba a identificar las plantas explicándome sus particularidades. Ninguno de estos jardines dispone de un área suficientemente grande ni realiza las múltiples actividades requeridas de un buen jardín botánico de nivel internacional. Conocí a Fernando Roca Alcázar, S. J., etnobotánico y profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Fernando me invitó junto con un grupo de personas interesadas a visitar las áreas verdes del campus, donde hay una colección de plantas nativas del Perú: más de una hectárea con plantas de la selva amazónica, entre ellas unos hermosos ejemplares de palo de balsa; y un área grande de árboles de la costa peruana central y norte. 22 • Tríptico Me dediqué a hacer contactos que pudieran ayudar a conseguir apoyos para la propuesta. Me hice socia de Floralíes, Asociación Peruana de Clubes de Jardines (afiliada al National Garden Club USA, a NAFAS de Gran Bretaña y a WAFAS, Asociación Mundial de Artistas Florales). Es una asociación que se interesa por la horticultura y el cuidado de las plantas ornamentales. También actúa en colaboración con las municipalidades y otras instituciones para mejorar los jardines públicos y las áreas verdes de la ciudad. Además me hice miembro de la Sociedad Peruana de Cactus y Suculentas, SPECS, fundada por el Dr. Carlos Ostolaza Nano, una autoridad en cactus del Perú. Los miembros mayormente son médicos, biólogos, botánicos, horticultores e ingenieros agrónomos de la UNALM. Suelen organizar congresos nacionales e internacionales de cactus y suculentas. SPECS publica la revista Quepo, que contiene artículos científicos sobre las plantas de su especialidad. La presidenta de Floralíes, Renata Cánepa, y la presidenta de SPECS, Débora Mc Donald, fueron entusiastas colaboradoras en los inicios de la formación de lo que vino a llamarse el grupo Jardín Botánico de Lima ( JBL). Repartí unos volantes que mandé imprimir con el título de “Lima necesita un buen jardín botánico”. Con mi secretaria Delia Flórez, abrí una página de Facebook que se titula “Un Jardín Botánico para Lima”, donde ponemos notas y videos sobre jardines botánicos y sobre conservación de la naturaleza. Por intermedio de mi exnuera Misha Pelligreen, entré en contacto con la Dra. Olga Martha Montiel, vicepresidente de conservación del Jardín Botánico de Missouri, en la ciudad de Saint Louis (MOBOT). Olga Martha visita el Perú todos los años en el mes de noviembre. Pude reunirme con ella por primera vez en el año 2013 y ella me recomendó que entrara en contacto con José Koechlin ( Joe), CEO de Inkaterra, que tiene una cadena de eco-lodges en la Amazonía y una importante colección de orquídeas amazónicas al aire libre en su centro de Machu Picchu. Joe la había apoyado en sus esfuerzos para mejorar el herbario del Museo de Historia Natural en Lima. Seguí su recomendación, y durante varios años Joe fue una inspiración y un apoyo moral para nuestro grupo. Seguí reuniéndome con Olga Martha cada año, procurando reunir a algunos de nuestro grupo para que la conocieran y escucharan sus recomendaciones. Olga Martha siempre insiste en la necesidad de financiamiento seguro, no solamente en la instalación de un jardín botánico, sino también a través de los años, para mantener y mejorar constantemente la colección María Angélica Matarazzo de Benavides • 23 de plantas vivas y las múltiples funciones de un buen jardín botánico. Olga Martha también me recomendó que entrara en contacto con Carolina Jijón, directora del Jardín Botánico de Quito (Ecuador). Me dijo que, a pesar de su pequeño tamaño, ese jardín era un modelo de jardín botánico moderno, en el cual se colocan las plantas procurando imitar su hábitat ecológico, y que el diseño lo había realizado un especialista del MOBOT. Carolina Jijón aceptó visitar Lima para dar una charla sobre el jardín botánico que ella dirige y tuvimos el gusto de invitarla. Yo financié su pasaje y María Adela la alojó en Los Incas Lima Hotel, donde dio su charla el 10 de diciembre del 2014. Carolina contestó las preguntas del público, que consistía mayormente de los miembros de nuestro grupo, de Floralíes y de SPECS. María Adela, que originalmente no había querido participar de la campaña pro-jardín botánico, se había vuelto de gran ayuda por su experiencia a nivel social y empresarial, por sus conocimientos de jardinería y por su espíritu tolerante. Conversé con Alberto Benavides Ganoza, quien se entusiasmó por la idea y propuso que el Lima Golf Club en San Isidro se volviera un gran jardín botánico. Al objetar que para eso se necesitaría del acuerdo de los socios, lo que era poco probable, me dijo que conocía a algunos de ellos que seguramente aprobarían la iniciativa. Me presentó a su exesposa, Gisela Orjeda, en aquel entonces presidente del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (CONCYTEC). Gisela se interesó por el tema y presentó a Susana Villarán, la alcaldesa de la Municipalidad Metropolitana de Lima, la propuesta de crear un museo de ciencia y tecnología, combinado con un jardín botánico. Pero su propuesta no tuvo éxito, como explicaremos más adelante. Gisela ingresó a nuestro grupo y, más tarde, fue vicepresidente y lideró el comité de búsqueda de un terreno apropiado. Alberto quiso que yo conociera a su amigo Oliver Whaley, ecólogo del famoso jardín botánico de Londres, el Real Jardín Botánico de Kew, más conocido como Kew Gardens. Oliver había vivido muchos años en el Perú y, durante ocho años, desde el 2001 al 2009, había dirigido el proyecto de reforestación en la región Ica. Había regresado a trabajar en el Reino Unido, pero periódicamente visitaba Ica para monitorear el proyecto de reforestación, que había quedado a cargo de un equipo de biólogos peruanos. 24 • Tríptico Conocí a Oliver en una de sus visitas al Perú. Él manifestó mucho interés por la propuesta de un jardín botánico en Lima y me puso en contacto con su amigo y colega el Dr. Paul Smith, secretario general de la institución Botanical Gardens Conservation International (Conservación Internacional en Jardines Botánicos, BGCI). Paul estaría en Lima por pocos días en el mes de marzo del año siguiente, 2015, para asistir a un congreso internacional de biodiversidad que se realizaría en el Perú. Logré coordinar con Paul para un encuentro que resultó siendo de gran importancia para el futuro de nuestra propuesta. El miércoles 27 de marzo del 2015, mi hijo Oscar Benavides y yo recogimos a Paul en el centro de convenciones en San Borja a las 2 de la tarde y lo llevamos al Los Incas Lima Hotel de mi hija María Adela para una reunión con varios miembros del grupo que se estaba formando. Paul presidió la reunión y mi primo Fabio Matarazzo cumplió la función de moderador. Estábamos presentes Lala Ferrero y Carol Bowdin, de Floralíes; Joe Koechlin; Liesel Starr, horticultora y su esposo, Eduardo Arrarte, exviceministro de turismo; Guillermo Pino, del jardín botánico del Parque de las Leyendas; María Adela, Oscar y yo. Paul habló de sus estudios y de su carrera: durante ocho años había sido director del Millenium Seed Bank de Kew Gardens, el banco de semillas más grande del mundo. Recién hacía dos años que era secretario general del BGCI, que asocia a 500 de los estimados 1500 jardines botánicos del mundo. Explicó las funciones de los jardines botánicos que, hoy en día, están especialmente dirigidos a la conservación de especies en riesgo de extinción, debido a la actual pérdida de biodiversidad tanto por las actividades humanas como por el cambio climático. Explicó también los beneficios que proporcionan los jardines botánicos para la investigación científica, para la educación del público, como atractivo turístico, en favor de la valorización de la propiedad cercana y para la mejora de la calidad de vida de la ciudad. Recomendó que se estudiara la nueva versión del manual que publica el BGCI, que explica todas las etapas que se deben recorrer para la creación de un jardín botánico, y ofreció apoyo tecnológico y logístico para el futuro jardín botánico de Lima. En modo particular, recomendó que se piense en representar lo mejor posible la gran riqueza biológica del Perú y que fuera propiamente un jardín botánico nacional de alta categoría. María Angélica Matarazzo de Benavides • 25 A partir de esa reunión fue aumentando el número de personas en nuestro grupo, de manera que en el 2016 ya éramos unas 70 personas. Empezamos a reunirnos con fechas fijas, una vez al mes, en Los Incas Lima Hotel. Carlos Llerena era moderador y María Adela colaboraba conmigo para redactar las actas de las reuniones. Yo había redactado un texto, basado sobre lo aprendido del manual del BGCI, que Marc Dourojeanni había corregido y mejorado. En septiembre del 2015, visité el fundo Samaca en Ica cuando estaba de visita allí Oliver Whaley. Le enseñé el texto a Oliver, y él lo estudió junto con Miguel Bailetti, miembro del equipo peruano fundado por él. Al día siguiente, Oliver me aconsejó que lo tradujera al inglés y que se lo enviara a Paul Smith, para que el BGCI diseñara un díptico ilustrado de propaganda. Seguí la recomendación de Oliver, y Paul se interesó y resumió el texto. Mientras tanto, yo había enviado el escrito al publicista americano Kevin Barks, amigo de mi hijo Francisco, quien mejoró el prólogo con la aprobación de Paul. El texto resumido y con el nuevo prólogo pasó a manos del diseñador John Morgan, pero se necesitaban fotos ilustrativas. Se las pedí a Oliver, pero él sugirió que fueran del renombrado fotógrafo peruano Walter Wust. Este generosamente donó seis de sus espléndidas fotos de plantas peruanas y así se produjeron dípticos a todo color en papel especial, que fueron impresos en el Perú por Walter Wust Ediciones: 1500 en castellano y 500 en inglés. La versión en castellano llevaba el título “Propuesta para un jardín botánico en Lima ( JBL)”. Yo corrí con los gastos del diseñador en Inglaterra, y se hizo una colecta entre los miembros de nuestro grupo que cubrió los 2000 dólares de gastos de la publicación en el Perú. Todo el proceso demoró varios meses. En marzo del 2016, tuvimos una reunión numerosa de nuestro grupo, en la cual se entregó a cada uno de los asistentes un paquete con dípticos para que ellos, a su vez, los distribuyeran en instituciones públicas y privadas, y a individuos interesados. Para esa fecha, contábamos con la participación de cinco señoras de Floralíes, quienes han seguido colaborando con la propuesta hasta el día de hoy (junio del 2020). Rodolfo Bachmann, ingeniero horticultor y paisajista por la universidad de Zúrich, copropietario y director del vivero Los Incas y de un área importante en San Ramón, era miembro del grupo y nos representó en el congreso internacional de jardines botánicos que se realizó ese año en Ginebra, organizado por el BGCI y por el jardín botánico de esa ciudad. En esa oportunidad, Rodolfo conoció per- 26 • Tríptico sonalmente a Paul y al Dr. Joachim Gratzfeld, director de proyectos regionales del BGCI. También conoció al representante del jardín botánico de Rio de Janeiro (Brasil), el Dr. Gustavo Martinelli, y a la directora del jardín botánico de Buenos Aires (Argentina), Graciela Barreiro, con quienes hemos mantenido contacto hasta la actualidad. Rodolfo también ha representado a nuestro grupo en dos ferias de paisajismo en Lima. Durante el año 2017, empezamos a alternar las reuniones entre Los Incas Lima Hotel en Surco y la tienda Samaca en Barranco, que Alberto Benavides acababa de inaugurar y que puso a nuestra disposición para reuniones. Se estuvo estudiando la posibilidad de organizar un congreso de jardines botánicos en Lima, pero muy pronto nos dimos cuenta de que eso sería demasiado para nuestra capacidad logística. Entonces pensamos en la posibilidad de organizar un evento que incluyera una presentación de un personaje como Paul Smith. Paul aceptó en principio; pero el que llamamos “evento Paul Smith” recién se pudo concretar en la última semana de mayo del 2018. Para esa fecha, habíamos aceptado la sugerencia original de Paul y habíamos decidido que, en el futuro, utilizaríamos la palabra “Nacional” para calificar a nuestra propuesta. A partir de ese momento, la propuesta sería para un “Jardín Botánico Nacional de Lima”. Nueva propuesta: el “Jardín Botánico Nacional de Lima ( JBNL)” En diciembre del 2017 se formó el comité pro-evento Paul Smith, cuyos primeros integrantes fueron Rodolfo Bachmann, María Adela Benavides y Lucy Perea. Más tarde se les unió Carol Bowdin, quien consiguió que Telefónica del Perú proporcionara gratuitamente el uso de su excelente auditorio y anexos para la presentación que tuvo lugar el miércoles 30 de mayo del 2018 a las 7 pm. Se hizo una colecta para los gastos del evento, lográndose reunir 2800 dólares y la donación de varias instituciones, tanto para el video que se hizo de la presentación como para los vinos servidos el mismo día y el pisco sour del almuerzo del día siguiente. Los Incas Lima Hotel proporcionó alojamiento y movilidad a Paul; y yo alojé a Carolina Jijón, quien sería una de los panelistas. Paul había recomendado que se procurara en María Angélica Matarazzo de Benavides • 27 modo especial la asistencia de “decision makers” (tomadores de decisiones), y nosotros nos esforzamos en invitar a personajes de instituciones públicas y privadas de prestigio político y económico. Se logró un público numeroso, pero mayormente de amigos y familiares de los miembros del grupo, y docentes y estudiantes de las universidades Agraria, Católica y San Marcos. Carlos Llerena desempeñó la función de maestro de ceremonias y moderador. La sesión fue abierta por Álvaro Valdez en nombre de Telefónica. Luego habló la vicepresidenta del SERFOR (Servicio Forestal y de Fauna Silvestre), una de las instituciones legalmente asociadas a la creación y manutención de jardines botánicos, y que depende del Ministerio de Agricultura. La presentación del Dr. Paul Smith tuvo por título: “Beneficios económicos y ecológicos de los jardines botánicos” y consistió en una explicación de las múltiples funciones de los jardines botánicos, con fotos de algunos de los jardines más importantes del mundo, acompañada de una breve descripción de sus respectivos logros. Paul hablaba en inglés y en dos pantallas grandes aparecía en castellano el Powerpoint al que él se refería. Los panelistas fueron Carolina Jijón; Magdalena Pavlich, renombrada bióloga y profesora emérita de la universidad Cayetano Heredia; José Álvarez, biólogo respetado y representante del Ministerio del Ambiente; Carlos Reynel, conocido botánico y profesor principal de biología de la Universidad Agraria; el renombrado chef Gastón Acurio; y Carlos Canales, presidente de la Cámara de Turismo del Perú. Alberto Benavides Ganoza cerró la presentación en nombre del grupo JBNL e invitó a los asistentes a un vino de honor en los salones contiguos. La función tuvo varios realces simultáneos: entre ellos, Fiorella Pugliesi, miembro de nuestro grupo y profesora de paisajismo de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) organizó un desfile denominado “plantón móvil”, que consistía en más de 50 estudiantes universitarios llevando a cuestas o en carretillas plantas ornamentales por la berma central de la Av. Arequipa, desde el cruce con la Av. Javier Prado hasta la altura del edificio de Telefónica. El desfile llamó mucho la atención a los transeúntes y fue transmitido en video por el canal de televisión RPP Noticias. Los plantones fueron colocados primero en la calle frente a la entrada del auditorio y luego en uno de los salones anexos. Era previsto que al día siguiente se sembrarían en los jardines del Museo de Historia Natural, en la Av. Arenales. Además, en los salones anexos del auditorio estaban expuestos los banners de varias instituciones que 28 • Tríptico habían apoyado el programa, y entre ellos también se veía el banner del JBNL. En una mesa estaban expuestos libros y fotos del “Proyecto Capsicum” de la Universidad Agraria, que consiste en el cultivo de más de 300 variedades de ajíes colectados en un gran número de pueblitos esparcidos por la sierra y la costa del Perú. Al día siguiente, 31 de mayo, el Dr. Paul Smith presidió una reunión del grupo en un salón de Los Incas Lima Hotel. La recomendación principal de Paul fue que se inscribiera el grupo en Registros Públicos como asociación sin fines de lucro con el nombre “Amigos del Jardín Botánico Nacional”. Paul explicó que nosotros debíamos fomentar la creación de un jardín botánico, pero de ninguna manera asumir la responsabilidad de su gestión. Eso sería la responsabilidad de una institución a nivel gubernamental. El día que existiera el Jardín Botánico Nacional podríamos seguir ejerciendo la función de apoyo que necesita todo jardín botánico y que normalmente lleva el título “Amigos del jardín botánico”. También recomendó que no se perdiera el momentum generado por el evento. Luego se ofreció un almuerzo en honor de Paul y de los panelistas, al que asistieron más de 20 miembros de nuestro grupo. Paul partió esa misma noche. Se fue contento porque consideró que el evento había sido exitoso; y yo considero que estaba en lo cierto. Después de unas semanas me informó de que había nombrado a la bióloga Noelia Álvarez, española, como representante del BGCI para América Latina. Me pareció excelente esta decisión de Paul y, en efecto, Noelia cumple un papel importante como se verá más adelante. Hacía tiempo que yo veía la necesidad de desistir del liderazgo de nuestro grupo. El motivo principal eran mis limitaciones físicas: no veía bien y mi audición se había deteriorado, y se me hacía difícil comprender lo que decían los otros miembros del grupo en nuestras reuniones. Ya lo había comentado con Carlos Llerena, con Rodolfo Bachmann y, por supuesto, con María Adela. En la primera reunión que tuvimos después del evento Paul Smith, el día 14 de junio de 2018, hice pública mi renuncia, y también renunciaron María Adela y Rodolfo Bachmann, en ambos casos por sus múltiples obligaciones. Se formó una directiva más formal de la que habíamos tenido hasta ese momento. Se consideró que sería una directiva transitoria, puesto que su objetivo principal sería registrar al grupo como una asociación sin fines de lucro, y se supuso erradamente que ese trámite demoraría a lo sumo hasta fines de ese año. María Angélica Matarazzo de Benavides • 29 Carlos Llerena asumió la presidencia, Gisela Orjeda la primera vicepresidencia y Fabio Matarazzo la segunda vicepresidencia. Manuel Fernández, past president de SPECS y, en ese momento, vicepresidente de esta, se hizo responsable de la secretaría, y Sonia Kuperman, presidente de Floralíes, asumió la tesorería junto con Renata Cánepa. Se iniciaron los trámites para crear la asociación sin fines de lucro; pero ese proceso tuvo mil obstáculos y demoró en total casi dos años. En enero del 2019 tuvimos la visita de Noelia Álvarez, representante para América Latina del BGCI, quien vino junto con Joachim Gratzfeld. Se reunieron con un número considerable de miembros del grupo y visitaron con Guillermo Pino prácticamente todos los jardines botánicos de Lima. Luego, en un lonche en mi casa, las recomendaciones de Noelia fueron trabajar con el profesorado y crear una red de jardines botánicos de Lima y el Perú. Esa última recomendación impactó a Carlos Llerena, quien comentó que le parecía interesante ese punto de vista extranjero, tan ajeno al sistema peruano en que se procura más rivalizar que coordinar. Ese mismo año, en diciembre del 2019, Noelia organizó el 1er. Taller Regional Jardines Botánicos de América del Sur en Ibagué, Colombia, en el cual Gaby Orihuela, Guillermo Pino y la bióloga Carmen Martínez del Parque de las Leyendas representaron al Perú. La recomendación de ese taller fue que se creara una red de jardines botánicos sudamericanos y que en cada país se creara una red de jardines botánicos y de colecciones de plantas públicas y privadas. Gaby y Guillermo asumieron esa responsabilidad para el Perú. En febrero del 2019 tuvimos la visita de Patricia da Rosa, representante del Jardín Botánico de Río de Janeiro (JBRJ), quien me trajo algunos libros muy valiosos de los que publica esa institución. Ella trabaja con el Dr. Gustavo Martinelli, coordinador general del proyecto del Ministerio del Ambiente del Brasil, y publica los Libros Rojos de las Plantas Endémicas Brasileñas en Peligro de Extinción. Las oficinas a cargo de ese programa funcionan dentro del JBRJ y trabajan con los investigadores de ese jardín. La directiva instalada en junio del 2018 se había ido modificando paulatinamente, porque Gisela Orjeda se ausentó por trabajo al asumir la directiva de una institución que requería su presencia en Huaraz. Fabio Matarazzo la reemplazó. Carlos Llerena empezó a faltar a las reuniones por motivos de salud. Con gran pesar nuestro, se fue agravando hasta fallecer en abril del 2019. Fabio Matarazzo quedó en la presidencia, con Lala Ferrero como vicepresidente. 30 • Tríptico El Fondo Newton, CONCYTEC y el British Council Perú; 2018 - 2020 En diciembre de 2017, Rodolfo Bachmann, junto con Paul Smith y Oliver Whaley fueron recibidos en la embajada peruana en Londres por la recién nombrada embajadora, Susana de la Puente Wiesse, miembro de nuestro grupo. Susana les informó que había visitado el Foreign Office (Ministerio de Relaciones Exteriores del Reino Unido) donde le habían dicho que existían fondos disponibles para un proyecto de biodiversidad en el Perú; ella manifestó su intención de interesarse en favor de la propuesta del entonces Jardín Botánico de Lima ( JBL). Al poco tiempo, Oliver me informó que él junto con Justin Moat, su colega de Kew, habían solicitado al Fondo Newton una partida para el proyecto Jardín Botánico de Lima, pero que su solicitud no había sido atendida. En marzo del 2018, Carlos Llerena me pasó la lista de los miembros de una comisión gubernamental del Perú que visitaría Londres ese año para reunirse con el Fondo Newton y visitar Kew Gardens. Entre los miembros estaba un conocido de Lucy Perea: el señor Arturo Jarama, director de Ciencia, Tecnología e Innovación del Ministerio de Relaciones Exteriores. Lucy visitó al señor Jarama, le habló de nuestro grupo y le entregó ejemplares del díptico ilustrado de la propuesta Jardín Botánico de Lima ( JBL). A partir de fines de año nos enteramos de que efectivamente se había establecido el contacto entre el CONCYTEC y el Fondo Newton para la financiación de un estudio preliminar a favor de un jardín botánico nacional en el Perú. No sabemos si nuestra campaña y/o las solicitudes de financiamiento que habían realizado Oliver y Justin tuvieron alguna influencia en el Fondo Newton, que es administrado por el Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno del Reino Unido. Pero de hecho el señor Arturo Jarama intervino a favor de nuestro grupo en el CONCYTEC; y el CONCYTEC invitó a Fabio Matarazzo, a Rodolfo Bachmann y a Gaby Orihuela a participar en las reuniones con el British Council Perú y con los especialistas que vinieron del Reino Unido en noviembre del 2019. Como resultado del estudio preliminar se estableció un taller para el 20 y 21 de febrero del 2020. Oliver Whaley había conocido al Dr. Thomas Meagher y le había sugerido a él, y también a mí, que nos conociéramos. En la tarde del martes 19 de febrero, víspera María Angélica Matarazzo de Benavides • 31 del taller, tuve el gusto de ofrecer un té en mi domicilio en San Isidro a Laura y Thomas Meagher, junto con Joachim Gratzfeld, quienes habían llegado la madrugada de ese día. Asistieron también Fabio Matarazzo y mi hija María Adela. En la conversación, tratamos de explicar los motivos por los cuales habíamos creado ese grupo y la necesidad de divulgar los argumentos en favor de un jardín botánico nacional, no solamente entre las instituciones sino también entre el público en general. La gran mayoría de los limeños no ha tenido nunca la oportunidad de conocer lo que es un buen jardín botánico y no está informada de los beneficios a nivel científico, social y económico que proporcionan estas instituciones. Los Meagher comentaron que en su visita de noviembre habían podido apreciar que hay mucho interés por la conservación de la biodiversidad y también por un jardín botánico nacional del Perú en distintas instituciones y agrupaciones, y también a nivel empresarial, pero que faltaba una coordinación entre esos diversos elementos. El 20 y 21 de febrero de 2020, tuvo lugar el taller organizado por CONCYTEC y el British Council Perú, representante del Fondo Newton. Además de los representantes de ambas instituciones, tomaron parte en ese taller los directores de varias instituciones peruanas, inclusive la Municipalidad Metropolitana de Lima. También estuvo invitado el presidente de nuestro grupo, Fabio Matarazzo, quien fue representado por Rodolfo Bachmann, por encontrarse Fabio ausente de Lima en esa fecha. Gaby Orihuela fue invitada por el British Council y Guillermo Pino estuvo en representación del jardín botánico del Parque de las Leyendas. El BGCI fue representado por Joachim Gratzfeld y asistieron también tres especialistas del Reino Unido. El taller fue liderado por los Dres. Thomas y Laura Meagher. Según nos informaron tanto Rodolfo y Gaby como la misma Laura Meagher, el taller fue un éxito. Los Meagher quedaron en proporcionar el informe y las conclusiones en la segunda semana de marzo. Esto tuvo que realizarse por videoconferencia ya que, para esa fecha, ya se proyectaba una cuarentena y el cierre de los aeropuertos internacionales. En la videoconferencia participaron los Dres. Meagher; el Dr. Henry Harman, director de CONCYTEC; Victoria Copete, del British Council Perú; y tres representantes del grupo JBNL: Fabio Matarazzo, Rodolfo Bachmann y Gaby Orihuela. A esta siguieron otras teleconferencias con la participación de las mismas personas. La conclusión de los Dres. Meagher fue que se debe seguir trabajando en el proyecto del Jardín Botánico Nacional del Perú, y también 32 • Tríptico comentaron que será necesario contratar a un “champion”, es decir, una persona con contactos e influencias a nivel político, empresarial y social, quien se dedique a agilizar las etapas necesarias. Hay que observar que, tanto en el taller como en la teleconferencia, no se trató el tema de la ubicación del futuro jardín botánico. Aparentemente, la preocupación tanto del CONCYTEC como del British Council, y desde luego de Laura y Thomas Meagher, estaba dirigida mayormente a cerciorarse del posible interés que pudiera haber a nivel político y empresarial, indispensables para que pudiera prosperar un proyecto semejante. En varias oportunidades se dio a entender la necesidad de crear una red de todos los elementos favorables y de todas las iniciativas existentes que dieran su apoyo a la creación de un jardín botánico, bajo el principio de que, donde hay la voluntad, se logra el objetivo. Esa posición coincidía con lo que yo venía observando desde hacía varios años: la falta de conocimiento y coordinación entre organizaciones e iniciativas varias a favor de la naturaleza, de la conservación y de la recuperación. Es obvio que una de las funciones que debería tener un jardín botánico nacional en el Perú sería la de ser un centro de información, reunión y comunicación para científicos, naturalistas y público interesado. También es obvio que, eventualmente, será indispensable encontrar la ubicación apropiada para el jardín botánico. En la sección siguiente, se encuentra una relación de los esfuerzos que se han realizado a través de los años con este objetivo. La búsqueda de una ubicación apropiada para el JBNL En 2015, la Dra. Gisela Orjeda, presidente de CONCYTEC, presentó un proyecto a la entonces alcaldesa Susana Villarán para que se creara un museo de ciencia y tecnología combinado con un jardín botánico. Para esa finalidad, se utilizarían las 12 hectáreas previstas por la Municipalidad Metropolitana de Lima para crear un área verde que sería un gran parque abierto al público. Se lograría ese espacio mediante la reubicación de la población hacinada de inmigrantes de la selva en el barrio conocido como Cantagallo, a las orillas del río Rímac, en el centro de la ciudad. Posteriormente, la propuesta fue denegada por la Municipalidad Metropolitana y el barrio de Cantagallo sigue en las mismas condiciones hasta el día de hoy. María Angélica Matarazzo de Benavides • 33 En octubre del 2015, Diana Álvarez Calderón, en aquel entonces ministra de Cultura, invitó a su amiga, la paisajista Marucha Benavides de Tschudi, para proponer el uso de un terreno frente a las ruinas de Pachacamac, en el valle del río Lurín. Marucha, María Adela Benavides y yo tuvimos una reunión con la ministra. La propuesta del ministerio era que se utilizara una franja de varios kilómetros de largo, para evitar la invasión de los altos de una ladera designada área arqueológica. Estaba previsto un jardín formado por un arboreto y un muro que lo separara de los últimos estribos de Villa El Salvador. La falta de agua suficiente fue el motivo principal para que se opinara imposible utilizar esa área como jardín botánico. Pero, además, las características del lugar tampoco eran convenientes para instalar un jardín botánico en un espacio angosto y accidentado. En el 2016, Renata Cánepa, presidente de Floralíes y Débora McDonald, presidente de la Sociedad Peruana de Cactus y Suculentas (SPECS), ambas miembros de nuestro grupo, se interesaron por apoyar las gestiones de la Municipalidad de Santiago de Surco para que se estudiara la posibilidad de utilizar 10 hectáreas de terreno abandonado pertenecientes a la Fuerza Aérea del Perú (FAP). Se trataba del espacio contiguo al llamado “Parque Ecológico” en Surco Viejo, colindante con el distrito de Barranco. Pero nunca se logró una entrevista con el alcalde, que nos derivaba siempre a la directora de áreas verdes municipales. Tampoco se hizo gestión alguna con la FAP. Esta opción supuestamente podría ser todavía viable. Durante el año 2017, estuve en contacto con Michelle Lettersten, especialista en campos feriales. Michelle presentó una propuesta muy bien estructurada para crear un gran campo ferial combinado con un jardín botánico y un centro cultural. El proyecto abarcaría 36 hectáreas de bienes estatales en Villa María del Triunfo y Villa El Salvador. La propuesta fue denegada por el gobierno. En los años 2018 y 2019, varios miembros de nuestro grupo estuvieron en conversaciones con el sector denominado Vivero Forestal de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional Agraria de La Molina (UNALM). Este terreno, con unas 25 hectáreas, está separado del campus principal de la universidad por la Av. Raúl Ferrero. Tiene un frente relativamente pequeño sobre dicha avenida, pero se extiende mayormente a lo largo de la Av. Los Fresnos. El terreno en consideración es adecuado por su localización y la Facultad, que trabaja en 34 • Tríptico ese lugar desde hace décadas, vería con buenos ojos usarlo en gran parte para un jardín botánico. Lamentablemente, el rectorado actual parece tener otros planes para su utilización. Recientemente, el Ministerio del Ambiente propuso una extensión de 26 hectáreas ubicadas en un área de arenal y rocas perteneciente al Parque Ecológico Antonio Raimondi, en la zona de Piedras Gordas, distrito de Ancón, al norte de Lima. Se propone obtener agua mediante el tratamiento de aguas servidas en las lagunas ubicadas a lo largo de la Panamericana Norte. Supuestamente, esta opción sigue abierta y dependería de la futura construcción de la vía férrea prevista desde el centro de Lima hasta el gran puerto internacional que se está habilitando en la ciudad de Chancay, en el kilómetro 70 de la Panamericana Norte. A través de los años, han surgido otras varias propuestas: un terreno angosto y discontinuo a lo largo del río Rímac en el distrito de Ate, que pertenece a Sedapal; un terreno pantanoso, aledaño a los pantanos de Villa, también de Sedapal; las 20 hectáreas de jardines abandonados que rodean el Hospital Larco Herrera, en el distrito de Magdalena del Mar; los jardines encima del acantilado que mira al mar, en el mismo distrito, y que pertenecen al Puericultorio Pérez Araníbar; una ladera sin agua en una colina aledaña a la ciudad de Chancay, propuesta por el sector Áreas Verdes de la municipalidad de esa ciudad. Ninguna de esas propuestas ha prosperado. En verdad, la única ubicación que podría ser apropiada sería parte del campus propiamente dicho de la UNALM. El campus tiene algo más de 160 hectáreas libres para uso agrícola, que la Universidad usa con muy baja intensidad. Avances entre febrero y junio del 2020 En los primeros días del mes de marzo de este año 2020, nuestro grupo se inscribió en Registros Públicos como asociación sin fines de lucro con el nombre Asociación Pro Jardín Botánico Nacional de Lima ( JBNL). Unos días más tarde, el 15 de marzo, Martín Vizcarra, presidente del Perú, impuso una cuarentena severa que duró hasta el 1º de julio. La inscripción en Registros Públicos ha requerido una serie de trámites que han ido avanzando a pesar de la cuarentena, pero que todavía no se habían completado al 30 de junio del 2020. Sin embargo, la asociación ha podido María Angélica Matarazzo de Benavides • 35 abrir una página web y una página en Facebook y ha circulado una invitación para que puedan inscribirse como miembros todas las personas que deseen hacerlo. Fabio Matarazzo, Rodolfo Bachmann y Gaby Orihuela han seguido participando en las reuniones virtuales con el CONCYTEC, el British Council y los Meaghers. Por su lado, Fabio ha programado reuniones virtuales de la directiva y los consultores el segundo miércoles de cada mes hasta fin de año. Ahora mi participación es mínima, pero leo siempre las actas y procuro mantenerme enterada de las decisiones tomadas. Sigo interesada en dar a conocer nuestro objetivo: la creación de un jardín botánico de alto nivel, que cumpla con las funciones científicas, educativas y de conservación, y que a la vez proporcione bienestar para la población y mejor calidad de vida. Con mi secretaria, Delia Flórez, mantenemos la página de Facebook que se titula “Un Jardín Botánico para Lima”, que tiene más de 2000 seguidores. En esa página colocamos noticias y videos relacionados con jardines botánicos, con conservación de la naturaleza, con arte botánico, y otros temas relacionados. Hemos puesto al día el volante que habíamos hecho circular en los primeros años de nuestra campaña. Ahora se titula “El Perú necesita: ¡un jardín botánico nacional!” Hemos impreso un millar de volantes, que están a la espera de que terminen las cuarentenas para salir en busca de gente que los lea y que sienta, aunque sea un poquito, el deseo de que el Perú tenga un buen jardín botánico. Creemos que, así como es importante interesar a los poderes públicos y a los gobiernos central y municipal, también es esencial involucrar a todo el mundo: científicos, empresarios, artistas, estudiantes, escolares y personas de todo rango social y económico. Como comentó Laura Meagher, la asociación JBNL es una “voz fuerte” que, con el tiempo, puede llegar a tener influencia y ser un apoyo a las instituciones llamadas a crear el Jardín Botánico Nacional de Lima. 36 • Tríptico Parte II Samaca D esde niña, en São Paulo me encantaba el jardín de nuestra casa y solía treparme en el gran ficus para apreciar de cerca sus ramas y hojas y para poder contemplar también los demás árboles y arbustos del entorno. Mi padre era un apasionado de la naturaleza y en los viajes que hacíamos a Europa nos llevaba a conocer los bosques de los Alpes italianos y suizos. En Brasil disfrutábamos de las playas del litoral, donde la vegetación tropical llega hasta la misma orilla del mar, dejando solamente una estrecha franja de arena blanca tan fina y compacta que permite el tránsito de bicicletas y, en algunas playas, hasta de vehículos motorizados a condición de bajar la presión en las llantas. En 1941 mi padre decidió que nos mudáramos a Argentina por una temporada. Compró la hacienda Santa Rita en Luján y dividíamos nuestro tiempo entre la hacienda y Buenos Aires. Así conocí la pampa argentina, un paisaje muy diferente tanto al europeo como al brasileño: grandes extensiones planas de pastos o cultivos. En julio de 1942 conocí a Oscar Benavides, con quien me casaría en diciembre del mismo año. Sabiendo que viajaríamos a Lima, ya me habían dicho “en Lima nunca llueve”; pero yo ingenuamente no capté que eso significaba que toda la vegetación dependía o del riego o, eventualmente, de la napa freática en el subsuelo. Y, en verdad, se puede vivir toda una vida en Lima sin darse cuenta de que el entorno no es sino un gran oasis en medio de una costa desértica. María Angélica Matarazzo de Benavides • 39 El valle bajo del río Rímac Cuando Oscar y yo, recién casados, llegamos a Lima en febrero de 1943, nos alojamos en el hotel Country Club, rodeado en aquel entonces de jardines y con vista sobre las 35 hectáreas del Lima Golf Club. A los pocos días de nuestra llegada, Oscar me llevó a conocer a su tío, el arquitecto Augusto Benavides Diez Canseco, que vivía en Santa Inés, distrito de Chaclacayo, a 36 km de la entonces pequeña ciudad de Lima. La carretera central, recién asfaltada en su primer tramo, consistía en dos carriles, uno en cada dirección. Pasaba entre tapias de piedra y adobones que protegían los cultivos, mayormente algodonales o siembras de panllevar. A la izquierda, el amplio lecho en el cual se desarrollaba el cauce trenzado del río Rímac. Por supuesto, me llamó la atención que los cerros a ambos lados del valle carecieran totalmente de vegetación a pesar de ser formados aparentemente por tierra que, en cualquier otro país del mundo, estaría cubierta de plantas. Santa Inés consistía en propiedades residenciales cercadas con muros de piedra. Todas ellas tenían árboles grandes y en las calles había eucaliptos colosales. En otras ocasiones he hablado extensamente del tío Augusto, un hombre excepcional por el amor que tenía por la historia y la gente de su país. Pero en esta oportunidad quiero señalar en modo particular su conocimiento y comprensión de la geografía accidentada del Perú, de los antiguos caminos por las cumbres de los cerros, y de los fenómenos naturales tales como los episodios cíclicos de lluvias que se presentan en el llamado fenómeno de El Niño. El tío Augusto había denunciado la quebrada pedregosa y totalmente árida detrás de su casa, con la intención de transformarla en un área residencial. Nosotros fuimos sus primeros clientes, y levantamos nuestra casa en medio de los pedrones y la arena de la quebrada de la Buena Muerte, que con el tiempo sería irrigada por una acequia que nacía a muchos kilómetros de distancia desde el mismo río Rímac, corriendo al borde de la ladera. El motivo principal para querer vivir en ese lugar, que más tarde se llamaría Los Cóndores, era escapar de la humedad de Lima. Por un fenómeno geográfico y meteorológico, las nubes que se forman sobre el Océano Pacífico se detienen a poca altura sobre el nivel del mar y difícilmente llegan (o llegaban en esa época) a las quebradas de las estribaciones andinas por encima de los 800 m s. n. m. El aire en 40 • Tríptico Santa Inés era más seco que en Lima y el sol brillaba prácticamente todos los días del año, a diferencia de Lima donde recién en pleno verano se puede ver el cielo celeste y disfrutar todo el día de los rayos solares. Cuando nos mudamos a la casa terminada, Oscar y yo nos dedicamos a crear un jardín que rodeara nuestra vivienda. El tío Augusto estaba de acuerdo en que se sembraran algunas plantas, prefiriendo las que necesitan poco riego. Él solía decir: “¡No tropicalicen!” Porque sabía perfectamente que, si la quebrada se volvía un área densamente poblada de árboles y césped, el microclima local se modificaría. ¡Palabras proféticas! Los algodonales se transformaron en áreas urbanas y las quebradas en clubes con jardines, y ahora las nubes limeñas llegan como neblina a toda la urbanización de Los Cóndores; fenómeno que no sucede en los valles de la costa peruana donde se ha respetado la aridez del entorno. Conociendo el desierto Mi primera experiencia del desierto peruano fue cuando Oscar me llevó a conocer las ruinas de Pachacamac en el valle de Lurín. Este famoso santuario, posiblemente el más importante del período prehispánico, recién se estaba excavando y estudiando, y no era mucho lo que se podía apreciar por las ruinas mayormente de barro. Yo sabía muy poco de arqueología y mis términos de referencia eran las espectaculares ruinas romanas, las etruscas del centro norte de Italia y las griegas del sur de la península. Las ruinas de Pachacamac no me impresionaron mayormente; pero sí me impactó la aridez del entorno y la gran extensión de la playa y la del océano que se divisa a lo lejos en diferentes tonalidades de gris. Con el tiempo me acostumbré a recorrer la carretera Panamericana, alternando entre paisajes áridos y valles fértiles, tanto al norte como al sur de Lima. Hacia finales de la década de los 50, visité con Oscar a su primo Ismael Benavides de la Quintana y a su esposa Mary Ferreyros que vivían con su familia en la hacienda Huamaní, en el valle alto del río Ica. A fines de los años 50, y hasta la Reforma Agraria de 1969, fui varias veces manejando hasta Huamaní con mis hijos. Ica está a 300 km al sur de Lima y para subir el valle hasta Huamaní se pasaba por una trocha de tierra a través de un descampado con una vegetación escasa de María Angélica Matarazzo de Benavides • 41 plantas nativas. Ismael sembraba parras de uva quebranta y tenía un gran alambique de bronce en el cual procesaba el excelente pisco Huamaní. Como los demás hacendados de la costa peruana, la hacienda había cultivado mayormente algodón, hasta que el bajo precio de ese producto obligó a cambiar de sembríos. Se cultivaban paltas y cítricos. Ismael creía firmemente en el éxito futuro de las pecanas y sembró gran cantidad de esos árboles, mientras que su hijo Ernesto dedicaba sus esfuerzos a la cría de pollos, en esa época un negocio incipiente. Me impactó el interés y el amor que tenían tanto Ismael como Mary por la tierra, por sus productos y por la gente que trabajaba en la hacienda, muchos de ellos oriundos de Huancavelica. En cierto modo, puedo considerar que Ismael fue uno de los gurús que me enseñaron a aceptar la difícil geografía de la costa peruana. A pesar de su extrema aridez natural, ofrece la posibilidad de una abundante vegetación ribereña, toda vez que los deshielos de las cumbres nevadas y las lluvias en las alturas andinas dan nacimiento a riachuelos en la vertiente occidental andina. Los riachuelos se vuelven un río que recorre las quebradas bajando torrencialmente hacia la costa y formando valles irrigados para finalmente desaguar en el Océano Pacífico. No creo que Ismael amara el desierto propiamente dicho. Recién cuando llegué a conocer a su sobrino Alberto Benavides Ganoza tuve la oportunidad de escuchar la alabanza de ese fenómeno de la naturaleza que siempre había considerado hostil. Alberto es el hijo mayor del hermano de Ismael, el geólogo Alberto Benavides de la Quintana, artífice de la empresa minera Buenaventura, posiblemente la más importante de las empresas mineras peruanas. A diferencia de sus hermanos, Alberto hijo no ha participado en la empresa familiar y orientó sus esfuerzos en otra dirección. Fundó el instituto Antares Artes y Letras en Miraflores; y también fue uno de los fundadores del colegio Los Reyes Rojos. Fue profesor de Filosofía, primero en la Universidad de Cajamarca y luego en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) donde enseñó por 25 años. En 1995 decidió que ya no podía soportar la vida en Lima. Pensó buscar como alternativa trasladarse al valle bajo de Ica. Durante su infancia y adolescencia, había pasado sus vacaciones escolares en la hacienda Ullujaya, propiedad de su tío político Pedro Carlos Cabrera Darquea, esposo de su tía Florencia Ganoza, por el cual tiene una enorme admiración. En una de sus poesías Alberto llama a su tío: “Maestro del agua, Yaku Tayta máximo”. 42 • Tríptico En 1995, ya fallecido Pedro Cabrera, le compró a su primo Mariano Cabrera Ganoza 300 hectáreas al extremo sur de Ullujaya, un lugar llamado Samaca, que había revertido a desierto. Con un grupo de amigos empezaron acampando debajo de un viejo huarango, uno de los pocos supérstites que quedaron luego de la tala del bosque abandonado. Llevaron comida y herramientas, y de noche utilizaron bolsas de dormir para defenderse del fuerte viento que impera casi incesantemente. Luego transportaron en un camión postes de huarango, que localmente se denominan horcones; y esteras que levantaron para formar una defensa contra el viento, lo que les permitió por lo menos dormir más tranquilos. Construyeron una ramada para crear una vivienda rústica. Alberto trajo siete palmeras de su jardín en Barranco y cavaron una poza para acceder al agua del subsuelo. Yo no conocí Samaca en esa época, pero Alejandra Visscher me dice que recuerda haberla visitado cuando recién se empezaba la obra y que le impactó la gran extensión de desierto, el sol ardiente y el viento constante. Ella llegó con amigos en carro y Mariano Cabrera llegaba a caballo de visita. Al ver esta iniciativa, Mariano sugirió que la obra se llamara “Puerto Benavides”. Pero Alberto prefirió que el nombre del lugar se refiriera a la hacienda que identificaba a la rama Benavides de la Quintana; y a la vez, por ser ante todo educador, colocó el letrero que identifica el lugar como “Escuela Libre Puerto Huamaní”. Los que hemos podido disfrutar de visitas más o menos prolongadas al fundo Samaca podemos atestiguar que es en verdad una escuela libre: es decir, un lugar en el cual cada uno está libre de aprender lo que pueda y lo que quiera. Aprender sobre la naturaleza, sobre la vida, sobre la amistad, sobre sí mismo y su propio destino. Conociendo a Alberto y el fundo Samaca Yo no conocía a Alberto; pero su hija mayor, Catalina, es muy amiga de mi hija Cristina y, en consecuencia, también amiga mía. Ella fue quien, en el 2014, propuso presentarme a su papá y los invité a almorzar al restaurante japonés Osaka en San Isidro, junto con Cristina y su esposo. Catalina no se presentó y Alberto llegó atrasado, pero yo inmediatamente lo reconocí porque me impactó por su marcado parecido con su tío Ismael. El almuerzo fue un éxito porque Alberto es muy con- María Angélica Matarazzo de Benavides • 43 versador y nos contó con gran entusiasmo el trabajo que estaba desarrollando en Samaca, y me invitó a visitarlo allá. Mi hijo Oscar es amigo de su primo Ismael Benavides Ferreyros y con frecuencia lo visita en su fundo en Pisco. Oscar me contó que había visitado Samaca con Ismael, cuando recién se desarrollaba la obra de Alberto, y me dijo que hubiera sido imposible recuperar vegetación en ese lugar si no hubiese sido por la gran acequia que mandó abrir el padre de Alberto, quien a su vez se había entusiasmado con el proyecto de su hijo. Le pedí a Oscar que me acompañara a visitar Samaca y partimos con mi asistenta Bertha Castro el 8 de octubre del 2014 rumbo a Huacachina donde pasaríamos la noche en el hotel Mossone. Paramos a almorzar en Chincha, en el renombrado restaurante El Batán, donde con sorpresa nos encontramos con Alberto almorzando con su chofer Felipe. Alberto se dirigía a su casa en Huacachina para encontrarse con nosotros. Convinimos en darnos el encuentro en la tarde. Efectivamente, Alberto vino a buscarnos al hotel donde recién habíamos llegado; nos encaminamos hasta su casa que da al malecón que rodea la laguna, y que lleva el letrero “Biblioteca”. La biblioteca, que se denomina Abraham Valdelomar, está ubicada en lo que ha sido la sala de la casa. Tiene una buena colección de libros y es atendida por César Panduro, un joven bibliotecario. Por una puerta que lleva el letrero “Privado” y que da a un pasadizo, se llega a una sala que tiene función de comedor y biblioteca. Otra puerta da acceso al patio trasero que tiene una sección de jardín y un pasaje amplio con esteras sostenidas por horcones de huarango de demolición. A la derecha se encuentra la cocina y despensa de donde Alberto trajo una botella de vino y tres copas; una señora nos alcanzó una tetera con té para mí y una manzanilla para Bertha. Tuve oportunidad de conocer al amigo y colaborador de Alberto, Martín Horta, quien tiene a su cargo la parte arqueológica del fundo Samaca. Luego regresé al hotel con Bertha y en la noche nos alcanzaron Oscar y Alberto para cenar. Al día siguiente partimos temprano en dos vehículos. Alberto iba por delante en su auto Subaru 4x4 con su chofer y con Martín Horta haciéndonos de guía y nosotros seguíamos en nuestro Rav4 rojo 2x4 en dirección sur hacia Nazca. Era un día soleado y luminoso, típico del valle de Ica donde se disfruta de un clima mejor que Lima. Después de pasar varios pueblos y el ingreso a la hacienda Ocucaje, se llegaba 44 • Tríptico a la trocha sobre la mano derecha que atraviesa el desierto en dirección al oeste. Es un desierto totalmente deshabitado y sin vegetación alguna que sea visible. El entorno es de color muy claro, con poco relieve al principio y donde paulatinamente se levantan colinas de poca altura y hay afloraciones de material calcáreo, que han sido aprovechadas también para pequeños montículos a lo largo del primer tramo de la ruta que se debe seguir. Esa vía es muy antigua pues se trata del camino que utilizaban los pescadores para llegar al mar. El recorrido es sumamente accidentado y Felipe, el chofer de Alberto, que lo recorre varias veces cada semana, corría por delante a gran velocidad levantando nubes de polvo, que nos impedían seguirlo muy de cerca. Oscar es muy hábil en el manejo del timón y conseguíamos vislumbrar, si no al Subaru, por lo menos a la nube de polvo que levantaba. Yo me sentía algo ansiosa por temor de perdernos, puesto que Alberto nos había asustado advirtiéndonos que no se puede llegar a Samaca sin un guía por las múltiples trochas que se entrecruzan; algunas dirigiéndose a canteras de materia calcárea, otras a instalaciones del gaseoducto de Camisea o a la playa lejana. Al mismo tiempo, sentía una gran emoción por encontrarme por primera vez en un entorno totalmente desértico y que no proporcionara el sentido de seguridad que te da una carretera asfaltada con señalizaciones varias y transitada por otros vehículos. Lo único que deseaba era llegar rápidamente a nuestro destino. Pero Alberto estaba empeñado en ilustrarnos, y en tres oportunidades detuvo su carrera y nos esperó para explicarnos los detalles de las formaciones rocosas, y señalarnos la lejana línea de la cordillera marítima paralela a la costa que obliga el recorrido norte-sur del último tramo del río Ica. Como todo en la vida tiene un principio y un final, en un cierto momento empezamos a divisar las copas de los huarangos en el valle ribereño, primero de Ullujaya y luego de Samaca, que se extiende en un nivel más bajo que el desierto recorrido. La trocha se mejora y baja en una curva amplia hasta el piso arbolado que lleva rápidamente a la zona central del fundo. Estacionamos al lado de la gran sala-comedor que se ha desarrollado ampliando la primera estructura rústica y rodeándola de puertas-ventanas de demoliciones iqueñas. Horcones de huarango también de demoliciones sostienen las vigas que soportan esteras. El piso es de tierra. Contra las paredes, estantes con libros, adornos, y otros objetos. Hay dos grandes mesas rodeadas de bancas y sillas. En el centro, una mesa donde se suelen colocar las pesadas María Angélica Matarazzo de Benavides • 45 ollas de comida de las cuales cada uno se sirve; y un lavatorio donde cada uno lava su plato y cubierto. Es un mundo aparte en muchos sentidos de la palabra. Aquí no hay televisión, no hay teléfono ni celular. Una vez al día, en un horario predeterminado, se puede subir a un puesto ubicado en una colina al lado de la entrada del fundo para comunicarse por radio con la casa en Huacachina. Hay una camioneta que viaja a Ica prácticamente todos los días para el transporte tanto de personas como de productos para necesidades de la cocina que no se producen en el propio fundo. Eran las 10 de la mañana y nos invitaron jugo de piña o agua de manzana, también un rico café y frutas. Luego salimos a visitar las cabañas más próximas que se han levantado a través de los años: la cocina con su chef, la señora Mary y sus ayudantes, con cocinas industriales y grandes ollas, pues aquí se cocina para toda la gente de Samaca; una instalación/laboratorio para la elaboración de la algarrobina, que se comercializa en pomos; una casita de huéspedes con tres dormitorios; la casita de Catalina con dos dormitorios y con una escalera externa de diseño caprichoso que da acceso al techo, para poder tomar sol. También hay un espacioso servicio higiénico con cuatro paredes, una puerta, un wáter, un lavatorio con espejo y toalla, un árbol y el cielo abierto, cruzado por las ramas de los huarangos cercanos. El entorno consiste en un bosque de huarangos suficientemente espaciados para permitir la circulación de personas y animales. Detrás de un cerco construido con varas del arbusto invasivo tamarix, mediante una puerta del mismo material, se accedía a un área grande de bosque reservada para las llamas y los venados. Las llamas eran veinte: una muy linda había muerto recientemente por causas desconocidas. De los venados vi solamente uno que se nos acercó dócilmente. Luego pasamos a visitar el museo de sitio, un espacio amplio de forma circular cercado parcialmente con varas de tamarix y parcialmente con paredes de barro pintadas por Martín Horta con diseños alusivos a las figuras que se observan en los fragmentos de la cerámica local. Algunos horcones de huarango sostenían esteras que cubrían parcialmente el recinto; pero en realidad se trataba de un museo al aire libre, donde se divisaban las ramas de los huarangos y se escuchaba el trino de los pájaros. Por el testimonio del museo, se comprendía que Samaca había sido intensamente habitada en épocas precolombinas. 46 • Tríptico Entre los objetos más llamativos estaba la base sobre la cual supuestamente estuvo colocado un fardo funerario. Las herramientas prehispánicas para labrar la tierra estaban apoyadas contra las paredes. Consistían en palas de diferentes formas y tamaños hechas de la durísima y pesada madera de huarango; los objetos menores estaban guardados en cajas de madera con tapa de vidrio sujetadas por un candado. Al abrirlas encontramos fragmentos de cerámica, huaracas de lana de llama, ovillos de algodón de colores, objetos de algodón hilado y sandalias con planta de algodón tejido o también de cuero de llama. Alberto explicó que todos los objetos en el museo fueron encontrados en la superficie del terreno y que él no es huaquero sino colector y conservador. El museo fue inaugurado por Leonor Cisneros, entonces directora del INC; pero no tenía reconocimiento oficial. Alberto quiso que conociéramos la casa que él había construido recientemente para su uso, y que llevaba por nombre la Huarango Wasi (la casa del huarango). Está ubicada en un nivel un poco más alto en la ladera del valle ribereño. Caminamos unos 300 metros y encontramos la casa construida de adobe y quincha con horcones de huarango, y vigas de la misma madera, que sostienen el techo; a su vez protegido de los intensos rayos solares por un segundo techo más elevado cuya cubierta consiste en esteras y ramas de palmeras. Hay una sala grande con una mesa-escritorio, estantes de libros, adornos y objetos varios colgados de la pared; dos confortables, una silla de escritorio y banquitos. Por todas partes se ven artículos recolectados o confeccionados en Samaca: mantas de lana de llama, telas hiladas con algodón de colores, fragmentos de huacos y artesanías. En esta casa no hay cocina ni comedor, estos se encuentran en la zona que ya habíamos visitado. De la sala se pasa al dormitorio de Alberto y de allí a un cuarto grande que funciona como baño. Al lado de este baño está el segundo dormitorio, también con baño. Todas las camas en esta casa, como en las otras, tienen mosquiteros colgados del techo, que se vuelven indispensables durante los meses de verano. El segundo dormitorio tiene puerta al exterior, donde se encuentran macetones y objetos varios, y también un gran filtro de piedra que proporciona agua muy fresca a toda hora del día. Delante de la casa hay una gran terraza techada y con muebles de mimbre. Me gustaron las plantas que Alberto cultiva mayormente en potos de diferentes tamaños. El poto es una cucurbitácea que se cultiva específicamente para María Angélica Matarazzo de Benavides • 47 servir como plato o contenedor para objetos varios, y que puede funcionar como maceta en el clima seco de Ica. Me impactó una nolana endémica de las lomas de Ica, una planta muy delicada con hojas plateadas y flor color lila en tono subido. El hecho de que esta planta prosperara afuera de su hábitat y de su temporada normal me hizo pensar que se podrían recoger plantas en las lomas y cultivarlas ex situ, tanto para conservación como para exhibición y estudio. Dejé a Oscar conversando con Alberto en la terraza y me adelanté con Bertha de regreso al comedor. A la una de la tarde sonó la gran campana que llamaba para el almuerzo. Llegaron Alberto y Oscar y los demás comensales. No faltó una gran ensalada de hortalizas frescas orgánicas de su huerta, servida en un poto. El almuerzo consistía en un plato considerado la especialidad de la casa: pato aderezado con algarrobina, acompañado con puré de pallares y arroz, todo muy bien preparado y servido. Después del almuerzo yo sentí la necesidad de descansar, cosa que hice en el Toyota que permite bajar el respaldar del asiento delantero hasta una posición casi horizontal. El clima, que hasta ese momento había sido fresco e inclusive frío cuando sopla el viento, ya estaba caliente. Pero abriendo las cuatro ventanas tuve suficiente ventilación para descansar bien durante una media hora. Volviendo al comedor, nos invitaron a asistir a un “concierto”: los trabajadores tenían un grupo de cuatro cantantes y guitarristas que se denomina Purumpa; de estos se presentaron dos en el estrado formado por la banca detrás de una de las mesas. Tocaron y cantaron con muy buena armonía y mucho entusiasmo: uno de ellos era el guitarrista; el otro el cantante, que a la vez tocaba el cajón. Fueron todas piezas que ellos habían compuesto; la letra se refería mayormente a la naturaleza, a los huarangos, al fundo donde trabajan y con el cual, ciertamente, se identifican. Después del concierto, de los aplausos y de las fotografías, Alberto nos llevó en su carro a dar una vuelta por el fundo. Pasamos primero por un galpón donde vislumbramos a lo lejos algunos caballos; luego recorrimos un camino de tierra o mejor dicho de arena, hasta las llamadas “cochas”, que vienen a ser unas grandes pozas que se llenan del agua que aflora desde la napa freática que está solamente a ocho metros de profundidad: de las cochas se bombea el agua a un gran reservorio que permite el riego por gravedad. 48 • Tríptico En el valle bajo del río Ica, el agua del río fluye solamente una vez al año en la época que llaman de avenida. Estábamos en octubre, y todavía en esa época había unos diez centímetros de agua en el punto más bajo del cauce seco. El camino nos obligó a pasar ese charco para luego subir a lo que vendría a ser la ribera derecha del río. A esa altura se aprecia el panorama de muchas hectáreas de olivos que el año anterior produjeron cien toneladas de frutos; y se espera que la siguiente cosecha sea mayor. Sobre una meseta del arenal están instalados los paneles solares que proveerán de suficiente energía eléctrica para poder desistir completamente del consumo de petróleo en el fundo (con la excepción, por supuesto, de los vehículos). En todo el recorrido Sultán, un hermoso perro negro, nos precedía a todo galope, como un guía que de vez en cuando se voltea para asegurarse de que los turistas lo están siguiendo en debida forma. En nuestro recorrido me llamó la atención un conjunto de árboles denominados palo verde, a los que yo conocía con el nombre de parkinsonia. Le pedí a Alberto que me dejara recoger las semillas que habían caído al suelo. Alberto insistió en bajar él solo y me llenó una bolsita de semillas; se trataba de dos tipos de vaina. La vaina delgada de color negro lleva las semillas diminutas de la parkinsonia. Las vainas de color naranja más anchas y chatas son, según me dijo en Lima el jardinero Fortunato, semillas de tara. Ambas plantas forman parte del ecosistema bosque seco tropical. Oliver Whaley, ecólogo de Kew Gardens en el Reino Unido, amigo de Alberto, dice que la parkinsonia peruana ha sido introducida desde América Central; pero según Wikipedia hay variedades de parkinsonia nativa desde California hasta Argentina. Recuerdo que el tío Augusto Benavides era muy amante de esa planta, que tiene tronco y ramas verdes y florea abundantemente con flores amarillas. La tara en cambio es típica, no solo de la costa sino también de la sierra andina. Vimos también el tamarix, una planta introducida e invasiva, considerada muy peligrosa porque absorbe mucha agua y expide sales; el problema de las tierras de la costa peruana es justamente la salinización. En Estados Unidos, especialmente en Colorado, es considerada una plaga y el gobierno asume la responsabilidad de luchar contra su reproducción que destruye los cultivos. Pero yo creo que Alberto no la ve como tan peligrosa y la utiliza para hacer cercos; dice que tiene una flor cuyo néctar es muy valioso para las abejas. En el camino de regreso pasamos frente a María Angélica Matarazzo de Benavides • 49 un área donde están instalados numerosos panales de abejas que producen una miel deliciosa, otro de los productos naturales que se extraen de Samaca. Visitamos el gran vivero, irrigado por goteo con agua tratada por el sistema de retro-ósmosis (RO). El vivero estaba cercado y cubierto con malla, en él se cultivaban las hortalizas utilizadas en la cocina y un gran número de plantones de olivo previstos para la siembra. Al regresar al comedor, decidimos que ya era hora de regresar a Huacachina. De nuevo Alberto nos hizo de guía para atravesar el arenal cuyo panorama nos pareció diferente al que habíamos apreciado a la llegada. En parte, porque estábamos más relajados; y en parte porque la luz de la tarde modifica las tonalidades del desierto. Oscar calculó que serían 50 kilómetros de recorrido en el desierto donde no se vislumbra ninguna vegetación. Luego la carretera hacia Ica, y la llegada a Huacachina al anochecer. A comer y a dormir después de un día para mí bastante cansador, pero tan interesante que decidí volver a Samaca en otra ocasión en que pudiera quedarme varios días para disfrutar de la naturaleza y aprender más sobre la filosofía de Alberto Benavides Ganoza, quien nos había recibido y acompañado en todo momento con gran gentileza y generosidad. Samaca 2014-2018 El viaje a Samaca descrito anteriormente no fue sino el primero de ocho visitas realizadas hasta este momento (noviembre 2018). A través de estos años he llegado a conocer mejor tanto al fundo como a Alberto y los viajes al valle bajo de Ica se volvieron cada vez más importantes a medida que debía desistir de otras opciones. En el 2016 desistí de mis viajes anuales a Brasil. Fui consciente de que eso significaba que no volvería a ver a mis hermanas en esta vida y decidí hacer un esfuerzo mayor para aceptar la aridez de la costa peruana como una manifestación válida de la naturaleza de este planeta. A través de Alberto conocí al arqueólogo de la Universidad de Cambridge, Reino Unido, David Beresford-Jones y a su brillante explicación de la geografía y geología del desierto costeño y el motivo de su existencia. Está ampliamente comprobado que este, como muchos otros desiertos del mundo, han sido en una época no tan lejana parcialmente, o quizás totalmente, áreas boscosas. 50 • Tríptico En la primera semana de diciembre del 2014 regresé a Samaca y Alberto me alojó en su casa, la Huarango Wasi. El recorrido entre esta y la sala-comedor es un camino peatonal accidentado, relativamente fácil de recorrer durante el día; pero por la noche Bertha y yo necesitábamos alumbrarnos con una linterna y yo lograba avanzar luchando contra el viento, que por momentos parecía que te cargaba, apoyándome en mi bastón con una mano y en el brazo de Bertha con la otra. En el trayecto diurno, Bertha me ayudaba a identificar las plantas: los huarangos, cuyo nombre científico es Prosopis pallida o limensis, la acacia macracantha, y los arbustos de algodón de tonalidades varias. Pasamos por la espalda de la casa que se ha construido Rafael, hijo de Alberto, y también encontramos los hornos solares artesanales salpicados en distintos parajes, que sirven para secar el tomatillo silvestre y algunas hierbas aromáticas. Al día siguiente de nuestra llegada, temprano por la mañana, tuve la oportunidad de conocer las lomas de Amara ubicadas a 1000 m s. n. m. en la cordillera marítima que separa el valle ribereño de Samaca del Océano Pacífico. Alberto nos explicó que en verdad el nombre es Amaraj, que quiere decir “todavía no”, es decir, que el río todavía no llega al mar. Viajamos por una hora en una camioneta de doble cabina 4x4 por una trocha empinada y accidentada. A medida que accedíamos a la zona más alta y dejábamos atrás el valle ribereño con su ambiente seco y luminoso nos encontramos envueltos en una espesa neblina. Alberto explicó que en diciembre era más fácil subir a las lomas porque la neblina no era tan cerrada como en meses anteriores; en los cuales por momentos la visibilidad era nula, lo que representaba un gran peligro para los vehículos por los muchos precipicios a ambos lados de la trocha. Cuando llegamos a un área plana la camioneta se detuvo. Nuestros acompañantes desaparecieron rápidamente en busca de plantas y flores. Bertha quería hacer otro tanto, pero yo no conseguía bajar del vehículo porque el viento y la neblina eran helados y no tenía el valor de enfrentarme a ellos. Finalmente le di la cámara fotográfica a Bertha y ella bajó con una lampa chica que habíamos llevado, y logró colectar la Nolana willeana Ferreyra cuya descendiente todavía sobrevive en mi terraza. Tanto Bertha como yo logramos sacar algunas fotos que se conservan en el primero de los cuatro álbumes titulados “Samaca”. El regreso fue menos estresante y más rápido, y llegamos a tiempo para almorzar. María Angélica Matarazzo de Benavides • 51 Alberto estaba emocionado porque al día siguiente estaba prevista una visita a Samaca del presidente electo de la región Ica, su primo Fernando Cillóniz Benavides. Con la tinta que él elabora con la resina de los huarangos para sus escritos caligráficos, por todas partes se encontraban letreros que rezaban: “Los árboles están cantando, ¡ganó Nando!” y otros semejantes. Se preparó una gran fiesta para recibir a Fernando Cillóniz y su numerosa comitiva que llegó en tres vehículos. Los preparativos se habían iniciado en la madrugada y a las 2 de la tarde se sirvió un gran banquete con múltiples libaciones y discursos. Bertha y yo participamos hasta las 4 de la tarde en que viajamos a Huacachina para pasar la noche y regresar a Lima al día siguiente. No me voy a detener a contarles los detalles de cada viaje realizado posteriormente a Samaca. Cada uno de ellos ha sido de un interés particular para mí. En dos oportunidades he coincidido con David Beresford-Jones y con su equipo conformado por estudiantes de arqueología peruanos y extranjeros, y he podido aprender algo sobre las culturas que se desarrollaron en época prehispánica en el valle bajo del río Ica. Durante las excavaciones arqueológicas en Samaca y Ullujaya, David había encontrado un “cementerio de llamas”. Tenía abundantes restos óseos de llamas de diferentes edades, lo que parecía indicar la presencia de numerosas llamas en el valle bajo del río Ica en épocas prehispánicas. Eso fue una inspiración para intentar la cría de llamas en la actualidad. Alberto suele dictar conferencias en la universidad de Huancavelica y tiene una buena relación con la gente del lugar. Le pidió a un compadre que le trajera dos parejas de llamas, las que se reprodujeron sin problemas en Samaca. Las llamas tuvieron un papel importante en Samaca por su lana, que es apropiada para tejer en telar. Algunos de los trabajadores huancavelicanos en el fundo son hábiles tejedores que saben utilizar un gran telar traído de Huancavelica e instalado en una cabaña construida para esa finalidad. Tejen mantas y otras piezas con lana de llama sola o combinada con los algodones de colores que crecen en el fundo. Las llamas se volvieron un elemento emblemático del fundo y frecuentemente aparecen en los alrededores de la sala-comedor, donde se les puede admirar con sus tonalidades variadas y porte elegante. Alberto les tiene un gran cariño y ellas se le acercan y se dejan acariciar. Yo tengo una foto donde estoy con él y con una de las favoritas que se llama Amara, como la loma cercana. 52 • Tríptico David había sido uno de los fundadores de Samaca en 1995. Había ayudado a levantar horcones y esteras para la primera vivienda rústica en el lugar. Otro colaborador de la iniciativa fue Oliver Whaley, el ecólogo de Kew Gardens quien, a partir del año 2001, dirigió el proyecto de reforestación de la región Ica. Ambos utilizaban el fundo Samaca como base para su trabajo, pues Oliver también estudia la vegetación de las lomas y deja equipos electrónicos para monitorear las variaciones climáticas que quedan a cargo de los miembros de su equipo iqueño. De más está decir que los diálogos y las conversaciones que se desarrollaban alrededor de la mesa del comedor en esas ocasiones fueron de sumo interés para mí, a pesar de mi desconocimiento tanto de arqueología como de botánica. Alberto es un excelente anfitrión, y le encanta tener muchos comensales y conversar con ellos. En otras oportunidades, encontré a su hijo Rafael, a varios de sus sobrinos y a los amigos de éstos. No faltaban niños de todas las edades, que pueden disfrutar de la gran libertad que les proporciona el fundo. En los años siguientes pude visitar Samaca en varias ocasiones, y llevar a hijos y a nietos. En cada viaje encontrábamos alguna novedad: en 2016, nos encontramos con una gran cocina moderna con su despensa; la antigua cocina se volvió un taller de cerámica, que no prosperó; y el local quedó disponible para otra finalidad. El sismo de Ica en agosto de 2016 tumbó los postes y las paredes del museo de sitio al aire libre. Esto fue motivo de que se iniciara la construcción de un edificio al pie de la llamada ciudadela prehispánica donde se reubicó la colección arqueológica. El diseño, muy interesante, es de Martín Horta. Consiste en un espacio grande circular con horcones de huarango que sostienen vigas de la misma madera desde un círculo central alumbrado mediante una apertura protegida por un techo elevado. Cuando viajamos de nuevo a Samaca en julio de 2017 con mi hija Livia, su hijo Miguel y Andrea Pflucker, ya había sido inaugurado el museo. Lo visitamos detenidamente con David Beresford-Jones y su alumna Sara Morrisset. Como en el mes de julio de otros años, David había llevado un equipo de arqueólogos extranjeros e iqueños a excavar en el valle bajo del río Ica, pero los objetos encontrados en esas excavaciones no están en el museo de sitio de Samaca. Por convenio con el gobierno peruano, todo lo que se encuentra en las excavaciones se vuelve a enterrar donde estaba, a no ser algunas piezas que son entregadas al museo en Ica. El nuevo museo de sitio en Samaca sigue exponiendo María Angélica Matarazzo de Benavides • 53 exclusivamente los objetos hallados en la superficie, obedeciendo al lema de Alberto: “Yo no soy coleccionista, soy conservador. Esta es una labor de salvataje de lo que encontramos como un regalo”. En enero de 2016 Alberto inauguró la tienda Samaca en la calle Tejada 510, Barranco. En ella se venderían los numerosos productos del fundo: mantas y bufandas de lana de llama y de algodón, de colores naturales; productos orgánicos como aceite de oliva, aceitunas en salmuera y secas, pallares, frejoles de distintas variedades, miel de abejas, tinta de huarango muy cotizada para escritos caligráficos y pintura en acuarela, etc. Asistí con mi hijo Francisco a la inauguración, muy concurrida. Estaba presente toda la familia Benavides Ganoza, y muchos de los primos y de los numerosos amigos de Alberto. En esa ocasión conocí a la novia de Alberto, María Paz Alemparte, que me impactó por su linda figura y trato cordial. Al poco tiempo, me enteré de que se habían casado en Huacachina. En uno de los viajes a Samaca en el año 2017 tuve la alegría de encontrar a María Paz, entusiasta del fundo y empeñada en preparar deliciosas mermeladas como parte de una campaña para abastecer a la tienda y hacer que el fundo Samaca fuera rentable. Ella estaba trabajando en un espacio grande que viene a ser el lugar donde se escogen y procesan las aceitunas. Hay una sala con grandes barriles de salmuera y mesas para separar las aceitunas que serán utilizadas para el aceite y las que se pondrán a secar en el sol en las secadoras artesanales delante del local. María Paz estaba embarazada y después de unos meses tuvo que desistir de los viajes a Samaca hasta que nació Leonor el 29 de noviembre del 2017. Cuando la bebe ya tuvo más de 3 meses y pasó la temporada de verano en que Samaca es invadida por nubes de zancudos implacables, volvieron al fundo; y en mi última visita a Samaca tuve la oportunidad de tomar lindas fotos de Alberto, María Paz y Leonor, en las ruinas de lo que fue el primer museo de sitio de Samaca derruido por el terremoto. En la foto, Leonor está descalza jugando en el piso arenoso con unas piedritas al pie de su mamá sentada en una vieja banca de madera. En el año 2018 María Paz pasaba más tiempo en Lima que en Ica y yo frecuentemente la visitaba en la tienda Samaca de Barranco. Yo llevaba a familiares y amigos para que conocieran la tienda y disfrutaran de un rato agradable en el área de la cafetería. Hasta noviembre de 2018 Alberto y María Paz se alojaban en los altos de 54 • Tríptico la tienda, mientras restauraban una típica casa miraflorina en el pasaje Sucre que, en una época, Catalina utilizó como vivienda y taller de cerámica. En mis visitas a la tienda algunas veces tenía la alegría de encontrarme con Alberto, y como frecuentemente estaba María Paz nos fuimos haciendo amigas. Tanto ella como Alberto me llaman afectuosamente tía María; por consiguiente, en la tienda así se me conoce y me he vuelto la tía María de los que trabajan en ese ambiente apacible y acogedor. Aun cuando los dueños están ausentes, el ambiente permanece impregnado de lo que yo siento que es el espíritu de Samaca. No soy adicta a la meditación, pero en una visita reciente a la tienda vi un escrito enmarcado que reza: “Si no estás en el presente, no estás en ninguna parte”. Estuve sola en la cafetería y gozando del momento y del ambiente mientras esperaba a Ángela Zago que viene a conversar conmigo con su lindo acento argentino y su amor por el local en que trabaja. Nos entendemos porque las dos somos bachiches. Espero poder seguir visitando el fundo Samaca. Además de los cuatro álbumes de fotografías que tengo del lugar, disfruto también con los videos que se pueden encontrar en Internet. Hay un video de Rafo León anterior a mi primera visita en 2014; y también hay muy buenos videos del Ministerio del Ambiente. Hacia finales del año 2016 y principios del 2017, llevé a mi nieto Miguel Kantor de 19 años para que filmara a Alberto hablando de la historia del fundo y de su criterio filosófico sobre la importancia de vivir en contacto con la naturaleza. A pesar de que Miguel no es profesional de documentales, creo que los dos videos que llevan por título “Samaca: un paraíso en el desierto” y “Samaca: recuperación ecológica en el desierto” están identificados con el pensamiento de Alberto y con su obra. En modo particular, han resaltado, por un lado, la cría de llamas y el amor que tiene Alberto por ellas; y, por otro lado, la emoción que causa la llegada del río Ica en los veranos. El río es fuente de vida y de fertilidad en esas tierras. Addendum, junio de 2020 Hasta aquí lo que escribí a fines del 2018. Después de la última visita descrita, estuve dos veces más en Samaca, la última vez a fines del mes de septiembre de 2019. Todos María Angélica Matarazzo de Benavides • 55 los años, en el mes de septiembre, en la sierra se celebra la fiesta de Santiago, en la cual se hace un homenaje a las llamas y se las adorna con las tradicionales orejeras de lanas multicolores. Alberto suele invitar a un grupo numeroso de huancavelicanos para que vengan a celebrar la fiesta en Samaca. Son especialistas en las celebraciones, y mujeres jóvenes que conocen los cantos y los bailes tradicionales de la fiesta. En esta oportunidad, la celebración empezó al amanecer y duró hasta la noche del sábado 28 de septiembre. Entre los espectadores estuvimos Marc Doureujanni, renombrado especialista de la Amazonía, y su esposa Maria Tereza Jorge Padua, ex ministra del ambiente de Brasil; mi hijo Juan Felipe (Pipo), Bertha, el chofer Heber y yo. En esa oportunidad, el tramo entre la carretera Panamericana Sur y Samaca había variado parcialmente de lo descrito en el primer viaje del 2014. Ahora existe una pista asfaltada que arranca desde el ingreso a Ocucaje y recorre dicho distrito hasta el sector Callango, una ex hacienda que fue parcelada por la reforma agraria de 1969. Este recorrido corresponde aproximadamente a una tercera parte del recorrido total desde la carretera hasta Samaca, de manera que subsiste la trocha original en las siguientes dos terceras partes. Pero el resultado neto es un viaje más breve y cómodo que el anterior. Acabo de enterarme de que en Samaca se ha instalado un sistema de Internet que funciona a la perfección. Este permite que Alberto pueda tener comunicación directamente con el fundo desde Chile, donde lo cogió la cuarentena de la pandemia del coronavirus. Todos sabemos que el futuro es imprevisible y que “el hombre propone y Dios dispone”. Todos lo sabemos, pero lo olvidamos y hacemos planes para el futuro a corto, mediano y largo plazo. Pero la pandemia y la consecuente crisis económica nos han dado una buena lección. Mi padre decía: “A buon intenditore, poche parole”. Yo quisiera decir que, por lo menos una vez más, visitaré Samaca y pasaré unos días con Alberto, María Paz y Leonor en la Escuela Libre Puerto Huamaní. Pero quizás deberé contentarme con los recuerdos, con las fotos, con los videos, y con las llamadas por Internet. 56 • Tríptico Parte III Bertha Y o soy historiadora y antropóloga, pero lo que realmente me gusta y me interesa más es un tema que se suele titular “historias de vida”. Me interesa la historia de mi vida, y por eso la cuento. Pero me interesa también la vida de otras personas, en especial de aquellas que normalmente no suelen contarlas a nadie, y ciertamente no a una historiadora y antropóloga. Se trata de historias de las vidas de una gran parte de los habitantes de los barrios periféricos de la gran Lima. Bertha es una excepción a esta regla generalizada de silencio. Bertha es locuaz y observadora, y le interesan las plantas, los pájaros, la naturaleza; le gustan los libros que tratan de esos temas. Bertha me cuenta de su niñez y de su adolescencia. Está casada con Antonio, un obrero de construcción, hijo de migrantes de Huancavelica; tiene un hijo de 20 años y tiene una estrecha relación con la familia de su esposo porque viven cerca y porque son parcialmente dependiente de ellos. Bertha dice que en la sierra a veces se llama a la capital con el nombre de “la Lima”. Lima es un mito. Es el lugar donde alguna vez ha ido algún pariente, algún compadre, algún conocido. Algunos nunca han regresado; otros regresan para la época de la cosecha, para la fiesta patronal, para el velorio de un familiar, o para reclamar sus derechos sobre alguna chacra. Pero ¿qué se entiende por Lima? Generalmente se entiende el lugar donde se puede aterrizar después de un largo viaje por carreteras accidentadas, y encontrar un familiar o amigo que te pueda alojar y eventualmente ayudar a conseguir un trabajo, María Angélica Matarazzo de Benavides • 59 por humilde que sea. Los que llegan del centro frecuentemente entienden el término Lima como uno de los muchos barrios que antes fueron barriadas o invasiones de tierras, a la altura de Chosica, Chaclacayo, Huaycán o quizás Ate-Vitarte. Así como los que vienen del sur entienden que Lima puede ser una vivienda precaria en los cerros de Pucusana, Lurín o, a lo sumo Villa El Salvador. Y los que vienen del norte llegan a Ancón, Ventanilla, El Zapallal y, cuando mucho, Puente Piedra. Se puede vivir toda una vida en Lima sin conocer más que esos lugares. El que consigue un trabajo en otra zona conocerá la combi y la ruta que lo lleva al trabajo y lo regresa a su lugar. Pero no existen la energía, el tiempo y el dinero para hacer un recorrido más largo y llegar hasta el Parque de las Leyendas, la Plaza de Armas, o las playas de Chorrillos. Se puede vivir toda una vida en Lima sin haber visto nunca el mar. En Chaclacayo hay un pequeño barrio que se llama La Perla, ubicada entre la carretera Central y el río Rímac, prácticamente al pie del puente Los Ángeles, por donde la carretera cruza el río de sur a norte. Cada vez que se produce un fenómeno de El Niño, toda la zona de La Perla está en peligro de ser inundada y en febrero del 2017 la población fue desalojada de sus hogares y cobijada en carpas militares instaladas en una pequeña área verde cercana, donde tuvieron que vivir varios meses. En La Perla viven varias familias que han emigrado de Huancavelica; entre ellas, la familia de Antonio, el esposo de Bertha. Esto sucede a todo lo largo del río Rímac: la población migrante, sus hijos y nietos van “ganándole terreno al río” mediante la construcción de barreras precarias de piedra y cemento. Lo mismo ocurre en las quebradas encima de la ciudad de Chosica, en las cuales no se respeta el “camino del huayco”. Es decir, la parte más honda donde fluye excepcionalmente un curso de agua causado por lluvias estacionales en las alturas. Como es previsible, querer desviar el curso del agua resulta en hacer que el espacio del flujo se reduzca o se desvíe, afectando la ribera opuesta. El resultado neto son las inundaciones de áreas habitadas sin planificación, consideradas con justa razón como desastres. Estos son desastres para las víctimas; pero no son desastres naturales: al contrario, son fenómenos naturales cíclicos. Se producen periódicamente en el verano del hemisferio austral en que coinciden las lluvias veraniegas y los deshielos de los nevados a causa de los intensos rayos solares de la estación. Los migrantes de la sierra conocen ese fenómeno, puesto que en las quebradas y ríos de las alturas sucede lo mismo. 60 • Tríptico Pero en Lima Metropolitana, la falta de viviendas adecuadas para personas de pocos recursos económicos es motivo de que se aferren a lo que conocen, con la esperanza de poder sobrevivir en el lugar. La única alternativa es comprar un terreno de un traficante de tierras. Hay que recordar que todo el distrito de Lurigancho, desde Chosica hasta San Juan de Lurigancho ha sido zona agrícola, sembrada mayormente de algodonales que requerían de mucha mano de obra, lo que fue motivo de que en las primeras décadas del siglo XX se ubicaran en esa zona muchas familias de la sierra central, así como de Ayacucho y de Huancavelica. Con el tiempo, se desistió del algodón y el área se convirtió en propiedades privadas más o menos extensas, con sucursales de los clubes de Lima, áreas de reposo para instituciones religiosas, condominios y también los entonces llamados pueblos jóvenes adquiridos de traficantes de tierras. Este último escenario, en Chacra Sana, ubicada pocos kilómetros antes de la ciudad de Chosica, fue la zona donde nació Bertha y donde vive actualmente. Yo conocí a Bertha en el año 2000 y, a través del tiempo, ella me ha contado su vida. Ella tiene una memoria excepcional; recuerda detalles de su primera infancia. Le encanta contar los recuerdos que van brotando en su memoria a medida que se entusiasma al encontrar a alguien que se interesa por su relato. En lo que sigue trataré de hacer justicia a lo valioso de su historia. Recuerdos de infancia en la sierra de Ayacucho Bertha nació en Chacra Sana, en aquel entonces una zona todavía parcialmente agrícola, en el distrito de Lurigancho, provincia y departamento de Lima. El padre de Bertha, Marcial, es hijo de campesinos de la comunidad de Ninabamba, distrito de San Miguel, provincia de La Mar, departamento de Ayacucho. Él había migrado a Chosica a la edad de 13 años. La mamá de Bertha, Rosa, había nacido en Chacra Sana, y sus padres habían migrado desde San Pedro de Cachi, distrito de San Pedro de Pischa, provincia de Huamanga, departamento de Ayacucho. Bertha es la hija mayor de la pareja y le siguió una hermana. Cuando Bertha tenía cinco años, Marcial decidió llevar a la familia a su tierra para trabajar con su padre. Rosa nunca había estado en la sierra; no conocía las María Angélica Matarazzo de Benavides • 61 costumbres ni el trabajo que realizan los campesinos y tuvo dificultad en adaptarse. Pero Bertha desde un primer momento estuvo encantada, porque le divertía salir con la abuela a los cultivos, a pastar las cabras en las lomas, a cosechar las tunas, abundantes en esa zona, e ir a veces a las ferias. La casa de los abuelos era de adobe y quincha. El techo era de tejas, con una parte plana para el secado del maíz. Formaba un solo espacio que no contenía muebles a no ser algunos troncos que se utilizaban como banquitos para sentarse. De noche se dormía sobre pellejos de vaca o cabra; pero como estos eran muy delgados, se les ponía encima una piel de carnero que conservaba toda su lana original y que se podía adquirir en la feria mediante trueque. El cuarto tenía un altillo donde se guardaban las cosechas. Se accedía al altillo por un tronco hecho escalera mediante el corte de unos pasos. Al lado de la entrada había otro cuarto grande donde se cocinaba a leña y donde se refugiaban todos cuando llovía o caía granizo. El humo del fuego había negreado totalmente las paredes y el techo. Todo estaba negro excepto el hueco del centro por donde salía el humo. Marcial tenía un trabajo muy duro: ayudaba a su padre en las labores agrícolas e iba a la minca donde otros agricultores. La minca es un trabajo recíproco: hay que trabajar para otros campesinos, especialmente en la cosecha, para que ellos a su vez vengan a trabajar cuando se les necesite. Después de algunos meses, Marcial se encontró con un primo lejano que trabajaba en la selva. Este lo animó a mudarse allá para ganar más y ser independiente. Marcial viajó, dejando a su esposa y a las niñas al cuidado de los abuelos. En las comunidades de la sierra, cada agricultor tiene chacras en varios lugares que pueden estar más o menos apartados del hogar. En algunas de esas chacras había frutales: naranjas, granadillas, tunas y paltas. En otras chacras se sembraba maíz en forma escalonada, de manera que no se cosechaba todo simultáneamente, sino de manera espaciada, con tres o cuatro semanas de diferencia. Se procuraba sembrar maíz en las chacras que quedaban cerca de la pista porque una tercera parte de la cosecha era para la venta que necesitaba ser transportada por camión. Cuando las hojas del maíz empezaban a cambiar de color y se habían formado los choclos en los tallos, se cosechaban las mazorcas, que se apilaban en montículos en la chacra misma. La cosecha requería de muchas manos y era motivo para que siete u ocho “compadres” vinieran a ayudar en pago por la minca 62 • Tríptico recibida. La abuela preparaba una gran olla común con mote, papa, y charqui de cabra o de vaca. Dependiendo del tamaño de la chacra, había que cosechar un día o dos. En el segundo caso, el abuelo reunía tallos fuertes que colocaba en forma de pirámide. Dentro de ese espacio dormía con uno de los ayudantes y también con Bertha y algún otro niño, para cuidar la cosecha hasta el día siguiente. Venía un camión chico con baranda alta de madera para llevarse el choclo tierno. La forma de pago era al contado; el chofer del camión le pagaba con dinero al abuelo. Se necesitaba dinero en efectivo para comprar herramientas de trabajo y ojotas o yanques en la feria de San Miguel, y algún otro artículo que no se podía adquirir mediante el trueque. Las ojotas son los únicos calzados que suelen utilizar los campesinos prácticamente en toda la sierra del Perú. Son sandalias confeccionadas con llantas desechadas de autos o camiones. El restante de la cosecha se llevaba a la casa. El abuelo tenía un burro chico que podía llevar una parte de las mazorcas; las demás se cargaban a la espalda, en las mantas. Al llegar, se despancaban las mazorcas y se tendían al sol: una parte en el techo y el resto en el patio. No todas las mazorcas tenían los granos completos; siempre había algunas corontas con pocos granos. Tampoco eran todas de color uniforme: algunos tallos tenían una de sus dos o tres mazorcas de colores. Podían ser de color oscuro, y en ese caso se les llamaba “morocho”. Otra de las mazorcas del mismo tallo podía tener algunos granos “pintados”. Cuando las mazorcas estaban secas, se desgranaban manualmente frotándolas unas con otras. Las corontas servían como combustible y se quemaban junto con la leña. El maíz desgranado se tendía de nuevo al sol. Si los días eran soleados, podían secarse en una semana; pero si el cielo se nublaba era un gran problema, porque se debía estar volteando los granos constantemente con una herramienta de madera en forma de T. Menos de la mitad de los granos secos son para consumo del hogar, y consistían en el mote pelado para la sopa, además de los granos sin pelar para el mote sancochado, para la cancha y para la harina de maíz. Los granos defectuosos, muy pequeños o que no se habían secado bien, se molían para alimento de unas cuantas gallinas y pollos, y tres chanchitos. El abuelo asumía la responsabilidad de escoger y separar los granos para lo que se consideraba lo más importante: las semillas de la próxima siembra. Él era muy María Angélica Matarazzo de Benavides • 63 orgulloso de la calidad de sus semillas, especialmente cuando incluían granos de colores diferentes y llamativos. Los mejores granos eran para la semilla o para el intercambio de semillas. Una parte se ponía en un costalillo o en un poto, y se guardaba cuidando que no entrara el gorgojo. Otra pequeña cantidad se intercambiaba con personas conocidas en zonas aledañas o el abuelo las llevaba a las ferias para intercambiarlas con semillas de lugares más distantes. El abuelo ponía las semillas para intercambio en la manta que se amarraba a la espalda y las llevaba donde los compadres que también habían cosechado maíz, o a la feria. Era importante obtener semillas de otros lugares para la próxima siembra, y no depender exclusivamente de las propias semillas de la siembra anterior. La abuela escogía los granos restantes. De estos, los mejores eran para el trueque. Bertha acompañaba a la abuela cuando ella iba con el burro cargado a una pequeña feria en San Miguel, capital de la provincia de La Mar, en fechas importantes. Salían a pie con el burro antes del amanecer, para llegar a la feria antes del mediodía. Disponían de poco tiempo porque tenían que regresar al hogar antes del anochecer. En la feria había pastores de altura con sus llamas, que traían productos como la oca, la mashua, el chuño y la papa nativa para el trueque con el maíz. También traían los pellejos de oveja con lana, que sirven para dormir, sentarse o abrigarse. Además, la abuela apreciaba mucho los tejidos de lana de alpaca, de llama y de oveja, que se vendían en las humildes casas alrededor de la feria: mantas, fajas para que las mujeres se amarraran en la cintura, cinturones para los hombres y correas gruesas para asegurar la carga en el burro. En el distrito de San Miguel no hay llamas, alpacas, ni ovejas. Si sobraban granos de maíz después del trueque con los pastores, o si la abuela había llevado algo de dinero de la venta de los choclos, podía comprar una pollera o una chompa. También solía desaparecerse en busca de hojas de coca, cuya venta en aquella época estaba prohibida. Los granos para el mote debían estar perfectamente secos, lo cual se podía comprobar cuando se ponían livianos y al partir un grano, se comprobaba que el almidón de adentro estaba seco. Se escogían los granos de color más blanco para la sopa de mote pelado. Para pelarlos, se les hacía hervir con la ceniza del tronco de la leña. Después de hervir por unos veinte minutos, los granos cogen un color amarillento, y luego son lavados en un cernidor rústico para quitarles el olor y final- 64 • Tríptico mente frotados entre sí para pelarlos manualmente. La sopa de mote pelado tiene que hervir por muchas horas, desde las 11 de la noche hasta las 5 de la mañana del día siguiente, para que reviente el grano. Normalmente se acompaña con carne de res y con papas de la chacra. La olla que utilizaba la abuela para la sopa de mote era una caldera grande de fierro, muy pesada. Tenía una sola asa en curva que permitía colgarla cuando no estaba en uso. Cuando la abuela preparaba sopa de mote, era suficiente para el desayuno, el almuerzo y la cena. Lo consumían todos los del hogar y también se les invitaba a los vecinos, porque ellos hacían otro tanto cuando tenían cosecha. La sopa de mote se preparaba especialmente en días festivos, como el día de la Virgen, el día del sol y el día de la tierra. El mote sin pelar se utilizaba para el mote sancochado. Una vez sancochado, se dejaba enfriar y secar, y se utilizaba de varias maneras: revuelto con manteca de cerdo caliente y acompañado con agua de la hoja tierna del naranjo; como acompañamiento de las comidas y las sopas; con la leche para el desayuno y también con queso o charqui en modo de merienda para llevar a la chacra. El mote sin pelar se utilizaba también para hacer una sopa que se llama chochoca. Para preparar esta sopa, el mote tiene que estar perfectamente seco; se trituran los granos una o dos veces en un molino manual de fierro, atornillado en una mesa rústica que estaba colocada afuera, al lado de la entrada de la casa. Cuando el mote está triturado se hace hervir y se cocina junto con carne o charqui. La cancha se preparaba con maíz sin pelar. Se ponían los granos en una olla de barro sobre la leña y se movían con un palo de madera sin agregarle cosa alguna y cuidando que el grano al saltar no saliera de la olla. Se utilizaba la cancha en todas las comidas y también como merienda para llevar al campo o de viaje. También se podía hacer sopa de harina de maíz con granos secos triturados en el molino de fierro. Se obtenía una harina tosca que se disolvía en agua fría en un poto, y se volcaba al agua hirviendo en la olla obteniendo una sopa espesa que se acompañaba con charqui o papas. La abuela no preparaba chicha de jora, pero sí preparaba la chicha de molle, que también es ligeramente alcohólica. Las dos chichas se repartían durante las festividades. Se tomaban acompañando la sopa de mote y otras comidas típicas como el chuño, el picante de cuy, y alguna comida hecha con charqui de cabra o vaca. Estas comidas se preparaban en la feria o en las festividades. María Angélica Matarazzo de Benavides • 65 Las chalas y los tallos del maíz son muy valiosos. La chala vienen a ser las hojas del tallo, y sirve como alimento para las vacas y las cabras. El tallo seco con la chala sirve como cerco provisional. Tiene aspecto de una caña y su savia es dulce; y cuando está verde se puede partir y chupar como la caña de azúcar. La panca, o sea, las hojas que envuelven la mazorca, son mayormente alimento de los cuyes. Como la abuela no tenía cuyes, regalaba la panca a las vecinas que sí los tenían; y ellas, a su vez, de vez en cuando la compensaban con un cuy. Había también suplementos vegetales: alrededor de la casa, la abuela sembraba algunas papas, algunas plantas de yacón y, en un pedacito de chacra aledaña, sembraba porotos (frijoles de tamaño pequeño) y una pequeña cantidad de arvejas. Los porotos y las arvejas no se consumían verdes, sino que se secaban para que tuvieran mayor duración. Una o dos veces al mes, en los puquios aledaños, se podían cosechar los “yuyos”, que son unas hierbas silvestres parecida a los berros. Se hacían hervir los yuyos y luego se exprimían con las manos para quitarles la humedad. Estos eran utilizados en la preparación del picante de cuy. Los campesinos llamaban picante a cualquier combinación de varios ingredientes que llevara manteca de cerdo. No significaba que fueran apimentados o aderezados con ají. El abuelo tenía unas pequeñas plantas de ají, y era el único que consumía sus frutos, chancados en un pequeño mortero que tenía en la cocina y que era una piedra con un hoyo pequeño y una piedra chica que servía de “mano”. No sé si se puede considerar la coca como alimento suplementario. Para todos los trabajos agrícolas, se acostumbraba armar la “bola” de coca que se llevaba en una mejilla de la boca. Los abuelos la utilizaban; y especialmente la abuela, solía armar su bola en la noche y chacchar durante las veladas alrededor de la fogata delante de la casa. La fogata y la tenue luz de las luciérnagas eran la única iluminación, a no ser la luz de las estrellas y la luna en las noches despejadas. Bertha tiene un recuerdo muy claro de todo lo relacionado con los alimentos, y con las actividades de los abuelos. Pero fue casi con sorpresa, y como respuesta a una pregunta mía, que se acordó de que durante la estadía en la casa de los abuelos, había nacido un hermanito. Su madre dio a luz en la casa; fue asistida por su esposo y por una comadre que solía atender los partos. Ese bebe y la hermanita no jugaron papeles muy importantes en los recuerdos de esta época. Ella supone que su padre había venido desde la selva para atender a su esposa en esa oportunidad. Pero su 66 • Tríptico visita no debió haber sido larga, pues su padre tenía que continuar el trabajo que tenía en la selva y que todavía no le permitía llevar a la familia. Recuerdos de la infancia en la selva del Cusco Bertha no sabe cuánto tiempo duró la estadía con los abuelos, pero calcula que debe haber sido más de un año, porque el hermanito que había nacido en Ninabamba tenía más de un año cuando se trasladaron a la selva. El detonante fue la amenaza de terrorismo cuando Sendero Luminoso se hizo presente en el distrito de San Miguel y, en modo particular, en una hacienda aledaña a la comunidad de Ninabamba. Esto fue motivo para que se adelantaran a lo previsto, a pesar de que la choza que estaba levantando Marcial para recibirlos estaba recién con el armazón terminado y faltaba colocarle el techo y las paredes. Viajaron desde San Miguel al pueblo de San Francisco, capital del distrito de Ayna, provincia de La Mar, que funciona como puerto en el río Apurímac. En San Francisco tomaron un bote chico con motor fuera de borda y hélice que, cuando cargado, navegaba prácticamente al ras del agua. Los llevó río arriba al pequeño puerto de Mapitunari. Allí tomaron una balsa para cruzar el río hasta el muelle de Nueva Esperanza, que está en la otra orilla del río y que pertenece al distrito de Kimbiri, provincia de La Convención, departamento de Cusco. Hay que notar que el río Apurímac es muy caudaloso a esa altura, y Bertha siempre habla de él como “el río Amazonas”, a pesar de que ahora sabe que su nombre a esta altura es Apurímac. Pero, en el fondo, tiene razón, porque sus aguas son las más abundantes en el gran río que da su nombre a toda la cuenca. Ella recuerda lo impactante que es ver cuando un afluente vierte sus aguas en el río más grande. El afluente normalmente trae aguas de un color diferente de las aguas del río mayor, y por un trecho largo demoran en mezclarse y uniformizar sus colores. En el área plana que limitaba con el río y que abarcaba hasta las primeras laderas había haciendas que producían coca, café y cacao, y donde crecían algunos árboles frutales que producían paltas, naranjas, mandarinas y un fruto parecido a la chirimoya localmente llamado momi. Atrás de las haciendas se levantaban colinas y, a lo lejos, cerros elevados; todo ello cubierto de monte, es decir, de bosque tropical. María Angélica Matarazzo de Benavides • 67 En la hacienda que pertenecía a un señor Guillermo, Marcial había trabajado como peón cuando recién llegó, junto con el primo que también trabajaba allí. Los peones dormían bajo un techo de calamina y Marcial se dio cuenta de que era imposible llevar a la familia a ese lugar; debía buscar otra forma de vida más independiente. La esposa del señor Guillermo era una guapa indígena asháninca. Su nombre era Maxi, y es posible que fuera por intermedio de ella que Marcial llegó a conocer al jefe asháninca denominado Satuco, quien le indicó donde podía sembrar y donde podía levantar una choza. Se trataba de un lugar distante que requería subir una cuesta del monte situado atrás de las haciendas a través de una trocha que pasaba cerca de la vivienda de Satuco; atravesar un río menor, afluente del Apurímac, y luego trepar hasta una loma. Todo ese recorrido duraba unas cuatro horas. Es aquí donde Marcial, con la ayuda de Satuco, había levantado el armazón de la choza. La estructura dependía de cuatro grandes horcones, uno en cada esquina, que vienen a ser troncos de árboles con madera muy dura y resistente cuya base está enterrada en el suelo. Sobre los horcones se había armado la estructura que soportaría el techo. También se habían preparado las rumas de troncos de palmera camuna (las que producen la chonta comestible) partidos y las hojas trenzadas de palmera que servirían para las paredes y el techo respectivamente. Desde luego, no era posible utilizar la vivienda en ese estado. El señor Guillermo y Maxi les ofrecieron hospedaje hasta tanto que pudieran mudarse a su nuevo hogar. Dormían bajo el techo de calamina, junto con los cuatro o cinco peones que trabajaban en el fundo. Durante el día, Rosa ayudaba en la cocina. Todos los días, al amanecer, Marcial y Bertha recorrían el largo camino que se necesitaba para pasar el río. Llegaban primero a lo que Marcial llamaba la “Chacra Nº 1”. Se trataba de una ladera donde estaban sembrados los almácigos de coca, café y cacao, y donde crecían papayas que habían nacido de las semillas esparcidas alrededor. Desde allí trepaban la cuesta hasta llegar a la “Chacra Nº 2”: el área con arbustos de coca; y, en una loma casi plana, la choza sin terminar; sembríos de yuca, plátanos y plantas de cacao. En el lugar los esperaba Satuco, con su cushma, sus hermosos collares de semillas multicolores y su arco con flechas. Él les enseñaba a trenzar las hojas de palmera abiertas para hacer el techo. Satuco subía con Marcial, y Bertha les alcanzaba las palmeras trenzadas que ellos aseguraban en el armazón con las fuertes lianas sacadas de los árboles que trepaban el tronco. Completar el techo 68 • Tríptico les demoró aproximadamente una semana. Esta primera etapa les permitió mudarse y dormir en el suelo sobre los pellejos de oveja que habían traído de Ninabamba. Luego se trató de levantar las paredes y de crear un altillo. La choza terminada cubría un área de aproximadamente 30 m2 en un rectángulo algo irregular. La pared, hecha de troncos de árboles entrelazados, abarcaba el extremo donde sería la cocina y el espacio alrededor de ella que se utilizaba para estar. El espacio restante debía quedar desocupado porque se le utilizaría, toda vez que lloviera, para jalar los grandes paños de jerga tendidos al sol con las hojas de coca, con los granos de café o con las semillas de cacao después de las respectivas cosechas. Tanto la coca como los granos de café y las semillas de cacao debían estar secos para poder embolsarlos y venderlos en San Francisco. La choza tenía las características de las viviendas ashánincas: cuatro fuertes horcones que sostenían el techo de hojas de palmera trenzadas entre sí formando una cúpula en punta; paredes delgadas que consistían en palmeras camuna partidas y amarradas entre sí con las fuertes lianas del lugar. La vivienda tenía un altillo al que se accedía mediante un tronco de madera en el cual se habían cortado con hacha unos peldaños. Se entraba al altillo por una abertura cuadrada hecha en el piso formado por troncos de camuna y hojas de palmera. Se dormía sobre tapetes del mismo material trenzado. En ese particular, la choza difería de las viviendas ashánincas, puesto que ellos no duermen en altillos, sino que utilizan hamacas en el área formada por los horcones y paredes menos completas y más rústicas que las que levantó Marcial, o duermen en el suelo. En los bajos funcionaba la cocina que Marcial construyó especialmente para que la pudiera utilizar Rosa con la mayor comodidad posible. Él inventó una estructura con las camunas y con el barro disponible, que sin embargo no era tan arcilloso como se hubiera necesitado. En la parte baja, se ponía la leña que era el combustible utilizado; y en la parte alta, calculada para la baja estatura de Rosa, se abrían los huecos para las ollas o sartenes. El techo tenía dos aberturas en forma de triángulo por donde podía penetrar la lluvia. En una oportunidad, debe haber entrado por ahí un murciélago que durante la noche mordió a Bertha en la nariz sin que ella se diera cuenta. Al amanecer, tenía toda la cara ensangrentada y una herida en la nariz, que su padre curó mediante la savia de una planta que le siguió aplicando durante días hasta su completa curación y que, sin embargo, le dejó una señal marcada. María Angélica Matarazzo de Benavides • 69 En otra oportunidad, apareció una serpiente colgada desde uno de los huecos del techo. Según Marcial no era una serpiente venenosa, pero de todas maneras la mató. Separó la grasa de la serpiente, que utilizaba para frotaciones en su espalda cuando le dolía porque trabajaba largas horas en posición agachada; y con la piel se vendó la muñeca derecha que le causaba problemas por el continuo uso del sable: la herramienta que se prefiere al machete para el trabajo en la selva. Es difícil imaginar cómo pueden adaptarse a vivir en la selva un hombre y una mujer cuya experiencia ha sido exclusivamente en la costa y en la sierra: las lluvias torrenciales, las serpientes, los insectos, los murciélagos y vampiros, la precariedad de la vivienda construida. Pero según Bertha, su madre estaba alegre. Ella tenía una pequeña radio con pilas Rayovac en la cual conseguía escuchar alguna música y, cuando escuchaba una marinera, se ponía a bailar porque decía que ella era bailadora de marinera y se reía con los niños. Las pilas eran muy valiosas y, cuando ya no funcionaban, las ponían al sol para que duraran un poco más. Había que cuidarlas, porque el lugar donde vivían pertenecía propiamente a la selva nublada a más de 800 m s. n. m. y asoleaba menos que en las haciendas ubicadas en un nivel más bajo. Era frecuente una ligera llovizna que podía malograr las pilas, y que creaba problemas para el secado de las hojas de coca después de cosechadas. Satuco evidentemente tenía suficiente autoridad, por lo menos entre los ashánincas, para permitir la presencia de un foráneo y para autorizar los cultivos de coca, café y cacao. Satuco no permitía que se talaran árboles en cualquier lugar, sino que le indicaba a Marcial dónde podía hacerlo. Marcial lo visitaba periódicamente, y generalmente llevaba a Bertha. Recordaremos que la vivienda de Satuco era bastante distante, y requería bajar la cuesta empinada y cruzar el río afluente del Apurímac. En la época de lluvias, se debía pasar por un puente artesanal que consistía en el tronco de un árbol tumbado para ese propósito. Marcial iba por delante y Bertha detrás, sentados sobre el tronco, avanzando con las manos y pies; con la recomendación de no mirar abajo sino adelante, para no marearse y caer al agua. En épocas de sequía, se podía pasar este río por un vado en el cual el agua les llegaba apenas a las pantorrillas. Ese vado no era fácil de cruzar: había que ayudarse con dos palos, cuidando de no pisar las piedras y de evitar chocarse con los pedrones. 70 • Tríptico Luego se recorría la trocha en el bosque hasta llegar a la vivienda de Satuco, donde vivía con dos esposas: la primera, Aurelia, era la principal. La segunda, Victoria, era más querida pero de rango inferior; tenía un hijo de doce años que se llamaba Gregorio, que generalmente estaba preparando las flechas que utilizaba para la caza. Ellos vestían cushma y usaban collares muy bonitos hechos de semillas y frutos. Había también otros niños. Bertha se hizo amiga de Victoria, aunque ninguna de las dos entendía el idioma de la otra. Marcial conseguía comunicarse con Satuco mediante señas y las pocas palabras que cada uno había aprendido de la lengua ajena. Victoria permitía que los niños jugaran con Bertha y sus hermanos. Los niños ashánincas les enseñaron cómo pescar en el río: abrían una poza en la ribera y, cuando los peces entraban a la poza, ellos los cogían con las manos. Cuando yo le pregunté por qué los peces entraban a la poza, Bertha respondió que el río estaba lleno de peces que entraban por los rinconcitos en busca de alimento y que ellos cogían solamente los más grandes, y los chiquitos les habían enseñado que se debían devolver al río. Esta familia asháninca fue prácticamente el único contacto humano que tuvieron Rosa y sus hijos durante los años que vivieron en la selva. Había otros colonos, gente de la sierra que se había establecido en la selva. Pero las distancias eran enormes entre unos y otros, y Bertha no recuerda haberlos conocido. Más bien, Bertha a veces iba a trabajar por minca a la hacienda del señor Guillermo; con lo que conseguían que algunos peones fueran a ayudar a su papá en la cosecha de la coca, del café y del cacao. Dos o tres veces al año, cuando habían cosechado, Marcial y Bertha hacían el largo recorrido que representaba llegar al puerto de San Francisco con dos o tres costalillos de sus productos en busca de los comerciantes que venían de distintos lugares para adquirir los productos de la selva. No era fácil vender la pequeña cantidad que él tenía, porque la mayoría de los comerciantes eran mayoristas y no se interesaban por los pequeños productores. Con el dinero de la venta, se adquirían los elementos indispensables que requería la familia: sal, azúcar, aceite Friol en galonera, dos o tres latas de portola (trozos de atún en salsa de tomate), alguna medicina, las herramientas indispensables (sables y hachas) y botas de jebe para todos los miembros de la familia. Los ashánincas andaban descalzos, pero María Angélica Matarazzo de Benavides • 71 toda la gente de afuera debía usar botas para evitar las mordeduras de las serpientes venenosas y las picaduras de insectos peligrosos. Una vez, Bertha se sacó una bota y le picó el insecto de la uta que le creó una úlcera cutánea que le causó gran sufrimiento. Finalmente, Satuco la curó con hierbas, pero le quedó para toda la vida una gran cicatriz en la pierna. Bertha, por ser la mayor, tenía que ayudar a su padre: llevarle el almuerzo, ayudarle en la cosecha. A Bertha también le tocaba traer el agua desde una poza que quedaba en una hondonada cuyo trayecto en subida le costaba mucho, cargando los baldes con agua. En varias oportunidades, Marcial viajó a Ninabamba a visitar a sus padres, preocupado por la presencia de Sendero en la zona. Según cuenta Bertha, Rosa y sus hijos no temían quedarse solos durante la ausencia de Marcial, puesto que ya se habían acostumbrado a vivir allí y estaban contentos. Marcial traía maíz para preparar cancha y, en una oportunidad en que la chancha de su mamá había tenido crías, trajo un chanchito bebé que se volvió la mascota de la casa y al cual Bertha le puso por nombre Pepe. Pepe aprendió a alimentarse con las yucas que conseguía desenterrar con su hocico. Después de las lluvias torrenciales, en que aprovechaba para revolcarse en el lodo, sabía encontrar gusanos en la tierra mojada que le servían de alimento. La mamá de Bertha había aprendido a cocinar los alimentos disponibles: sabía hacer ricos guisos con plátanos y papayas verdes, puesto que las frutas muy raras veces llegaban a madurar; apenas empezaban a hacerlo se las comían los pájaros. También preparaban la chonta y la yuca. Después de las lluvias, se formaban larvas en las camunas, y estas se podían freír y eran ricas de comer. En las camunas también se formaban unos ramilletes de setas que eran comestibles y sobre la corteza de un viejo tronco caído crecían hongos de color marrón cuyos capullos se ponían a secar y servían para aderezar las comidas. Había también las llamadas papas del monte que crecían silvestres y que eran harinosas como la papa amarilla pero tenían un color plomo y no eran fáciles de encontrar. Cuando Marcial traía maíz de la sierra, se sembraban algunos granos para lograr plantas de maíz, que crecían fuertes y lozanas, pero que tenían mazorcas con pocos granos o con granos muy chicos, que aun así eran muy apreciados y comidos con alegría. Algunas veces faltaban ciertos alimentos, pero la yuca era siempre la salvación para no pasar hambre. 72 • Tríptico En algunas oportunidades, Marcial consiguió que un peón amigo le prestara una escopeta con municiones y le enseñara cómo utilizarla. Marcial sabía que Satuco lo desaprobaba, pero confiaba en que no llegaría a saber que él salía de noche para cazar lo que él llamaba chancho de monte (probablemente tapir); buscando las señas reconocibles por las huellas típicas, puesto que las patas de los chanchos silvestres tienen tres uñas. Algunas veces regresaba con las manos vacías, pero dos o tres veces vino con un bulto, con gran alegría de todos. Por dos días seguidos, se comía la carne del chancho, puesto que no había cómo procesar y guardar la carne como charqui. Al momento de mudarse desde la hacienda del señor Guillermo a la choza, la asháninca Maxi les había regalado una linda gallina negra con plumas en las patas y un hermoso gallo con cresta de colores al que le pusieron de nombre Cholín, y estos se reprodujeron abundantemente. A veces Rosa mataba un gallo o una gallina para hacer una sopa. Había que cuidar mucho estas aves, por los depredadores, tanto pájaros como otros animales; especialmente las comadrejas, que las acechaban y a las que había que espantar. Los pollos y las gallinas buscaban su propio alimento recorriendo los alrededores y picando insectos y semillas. Pero volvían siempre al gallinero que había construido Marcial, donde dormían sobre los palos atravesados colocados debajo del techo. Bertha tiene un recuerdo maravilloso de los años vividos en la selva. En modo particular, recuerda la belleza de la naturaleza, la neblina que ellos llamaban el “humo”, que formaba diseños y modificaba el entorno, las aguas cristalinas que parecían brotar de las paredes de roca en que se aferraban las raíces de los helechos. Recuerda una vez que vio el pájaro llamado gallito de las rocas, cuyo nombre recién encontró en un libro de aves en mi casa. Las emociones del río donde se bañaban y donde, excepcionalmente, Satuco permitía que se pescara. Pero recuerda también el miedo que sentía cuando tenía que hacer un recorrido sola y se cruzaba con una serpiente amenazante. Lo que más le impresionó fue cuando su madre tuvo unos cólicos terribles. Gritaba sin cesar y se agarraba de los postes que sostenían el techo de la cabaña y gritaba y lloraba desesperadamente hasta que Marcial fue en busca de Satuco quien le dijo que lo siguiera. Anduvieron por una trocha subiendo una cuesta hasta un lugar donde el asháninca le dijo a Marcial que lo esperara ahí y él por muchas horas se desapareció volviendo con un gran fajo de hierbas. Al retornar a la María Angélica Matarazzo de Benavides • 73 cabaña Satuco preparó un cocimiento para que Rosa tomara y a los pocos minutos Rosa se tranquilizó y cayó en un profundo sueño del que despertó sin dolor alguno y grandemente aliviada. Bertha explica que los ashánincas eran buenos y generosos con los colonos serranos y les enseñaban muchas cosas indispensables para poder sobrevivir en la selva. Pero había secretos que no compartían y lugares donde no dejaban que se sembrara cosa alguna. Cuando Marcial quiso sembrar arroz Satuco le indicó el lugar donde podía hacerlo, cerca del río para que no le faltara humedad, así como le había indicado para la coca, el café y el cacao. El sembrío del arroz se llamaba la “Chacra Nº 3”. Rosa aprendió a pelar el arroz seco con el sistema indígena: en un trozo de tronco parado se abría un hueco en el cual se colocaba el arroz y se pilaba con un mazo de madera golpeándolo de arriba abajo hasta separar el grano de la paja. Luego se aventaba haciendo caer los granos desde un poto cuando corría viento. Los granos caían por gravedad y el viento se llevaba la paja. Por supuesto que no todos los granos estaban perfectamente pelados, pero se podía completar el trabajo partiendo el arroz con el uso de un batán hecho con la raíz extremadamente dura de un árbol, en el cual se podían moler con una gran piedra aovada sacada del río. Rosa molía el arroz para lograr el llamado “arrocillo”, que sirve para espesar la sopa. Después de varios años habían logrado un sistema de vida con el que se sentían realizados. Marcial estaba satisfecho de poder vivir sin tener un patrón y sin depender de un sueldo. Estaba logrando mantener a su familia por el esfuerzo mancomunado de él y de su esposa, y Bertha también participaba en ese esfuerzo y disfrutaba viendo el entusiasmo y los logros de su padre. Pero luego la situación cambió drásticamente: empezaron a escuchar rumores de que el terrorismo del que habían escapado en la sierra se estaba haciendo presente también en la selva. Luego supieron que los senderistas habían ocupado un pampón en Nueva Esperanza, donde habían montado un campamento, que consistía en chozas del tipo asháninca, solo que unas tenían techo de palmeras y otras de calamina. Reunieron allí a colonos que se habían establecido en la zona, aunque posiblemente algunas de las familias eran los mismos senderistas. Había en total unas veinte familias, cada una con una choza donde cocinaban y dormían. Los que eran colonos estaban obligados a presentarse en el lugar, donde se pasaba lista y se les tenía estrechamente controlados. Exigían 74 • Tríptico que se hicieran presentes desde el viernes por la tarde hasta el lunes en la madrugada, en que debían formar fila y se tomaba la lista. Luego les decían “rompan filas” y podían ir a sus chacras hasta el siguiente fin de semana, en que debían de nuevo presentarse. Algunas veces permitían salir solo a los hombres, y las mujeres y niños debían quedarse en el campamento. Pero con más frecuencia permitían que se fuera toda la familia. Rosa empezó a matar las gallinas para poder cocinarlas en el campamento. Llevaba también yucas, plátanos y papayas de la chacra. El chancho Pepe, que ya había crecido, los acompañaba en todas sus idas y vueltas. Pero en una oportunidad no regresó al campamento con ellos y el lunes siguiente, al llegar a la casa, Rosa encontró que Pepe había creado algún problema. Se molestó con él y a lo mejor le tiró algo. Pepe se asustó y se escapó al monte, y nunca más se supo de él; lo que causó una gran tristeza a Bertha. Ella entró en depresión y no quería ayudar a su padre ni hacer ninguna otra cosa. Y ahora, al acordarse de Pepito, le gusta pensar que él pudo haber sufrido algunas mutaciones y haberse emparejado con una chanchita de la selva y vivido feliz con ella. Los terroristas eran mayormente hombres pero también había algunas mujeres. A Bertha le parecieron más rudos que los senderistas que había conocido en Ninabamba: ella recordaba a dos señoritas que habían sido cariñosas con ella y que vestían buena ropa y estaban maquilladas. Después de algunos meses de llevar esa rutina agobiante, empezaron a correr rumores de que, en otros lugares donde estaban establecidos los senderistas, desaparecían los niños mayores, porque los senderistas los llevaban para adoctrinarlos y entrenarlos para ser como ellos. Marcial entendió el peligro y pensó quedarse solo y mandar a Rosa con los niños de vuelta a la costa. Él esperaría la cosecha del arroz, del café y de la coca, que ya se acercaba, para poder vender sus productos y enviarles el dinero. Más tarde vendería las chacras y la choza para reunirse con ellos. En un primer momento, Rosa estuvo de acuerdo; pero luego empezó a temer por la vida de su esposo, porque se sabía que en algunos casos los senderistas habían matado personas. Ella lo convenció de que vendiera sus chacras enseguida para viajar todos juntos. Marcial encontró un comprador, pero tuvo que aceptar un pago menor de lo que había esperado. Tuvieron que abandonar su hogar con todos los enseres: las ollas, las herramientas. Temían que los senderistas sospecharan que querían viajar y, por tanto, María Angélica Matarazzo de Benavides • 75 tenían que hacerlo en un día de semana en el cual supuestamente estaban en sus chacras. Muy de madrugada, y prácticamente solo con la ropa que tenían puesta y Marcial con el dinero recibido en sus bolsillos, tomaron la balsa hasta Mapiturani, y de ahí un botecito a San Francisco donde llegaron a mitad de mañana. Marcial se puso a buscar movilidad y, después de muchas dificultades, consiguió viajar con la familia en la tolva de una camioneta que llevaba carga a Tambo. Bertha recuerda poco de ese viaje, quizás por la tristeza de tener que dejar las chacras casi listas para la cosecha y el hogar donde habían vivido bien y contentos; recuerda que en Tambo la familia compartió dos platos de sopa antes de seguir viaje. Viajaron toda la noche y la mañana siguiente hasta llegar a Chosica y Chacra Sana. Los años en Chacra Sana y en La Molina Bertha recuerda que se apearon del bus en la pista a la altura de Chacra Sana. Había unos hombres caminando y Rosa reconoció a su tío Alberto al que ella acostumbraba llamar tío Winchi. Se puso a llamar: “¡Tío Winchi, tío Winchi!”. Alberto paró, los miró y siguió caminando. Entonces todos corrieron atrás de él gritando “¡Tío Winchi, tío Winchi!” y él paró, se volteó, los miró y les dijo: “¿Rosario? ¿Marcial?” Y vino y los abrazó. Luego les preguntó: “¿Y dónde están los bultos? ¿El café? ¿La coca?” Ahí tuvieron que explicarle que no tenían nada, que lo habían tenido que abandonar todo. Bertha, cuando lo recuerda, se da cuenta de que eran refugiados del terrorismo. Alberto había estado en camino a su trabajo en el club de la policía, pero desistió de trabajar esa tarde y los acompañó a la casa de sus padres. La mamá de Rosa los recibió emocionada, y llorando abrazaba a su hija. La casa no era grande y estaban alojados muchos miembros de la familia, pero les hizo un espacio en la sala-comedor, que a la vez era cocina. Al día siguiente, Marcial compró una cama camarote para los niños y una tarima para él y Rosa. Con el dinero de la venta de las chacras que le había sobrado de los pasajes, y con la ayuda de su suegro, Marcial levantó un cuarto pegado a la casa; y ahí se mudó con Rosa y los niños. Por no gastar mucho, la mezcla de la construcción había sido pobre y a veces se desprendían pedazos de la pared. 76 • Tríptico La primera preocupación de Marcial fue matricular a los niños en una escuelita de Chosica, donde fueron los primeros días con su misma ropa y solamente más tarde se pudieron comprar los uniformes de color plomo que eran obligatorios en esa época. Bertha sentía vergüenza porque los demás niños la miraban con sorpresa. Bertha ingresó directamente a tercer grado, porque ya tenía once años, y sabía leer y escribir, sumar y restar, porque su papá siempre había dicho “Lo primero es el estudio”. En Ninabamba había asistido a una escuelita en donde se enseñaba en quechua y en castellano. Mientras estaban en la selva, practicaban la lectura en los letreros pegados en la lata de Friol y en cualquier otro papel que encontraran; su papá les escribía las letras en el suelo mojado por la lluvia con la punta del sable. Él sabía de aritmética y les enseñaba los números. Marcial encontró un trabajo en construcción en uno de los clubes vecinos, y Rosa trabajó un tiempo en el camal de caracoles Corpesca que no quedaba lejos de la casa. Al camal llegaban los camiones con jabas llenas de caracoles marinos frescos que se colocaban en redes y se hervían en calderas enormes. Luego se esparcían en largas mesas cubiertas con un capa metálica; con filas de mujeres a ambos lados, que retiraban los caparazones y las heces y amontonaban los moluscos limpios en las jabas. Luego se pesaban y cada mujer recibía unas monedas según el peso de lo que habían podido procesar durante la faena cumplida. El pago era poco, sin embargo nunca faltaban las mujeres que querían participar en el trabajo. Algunas veces Bertha y su hermana llegaban del colegio a tiempo para llevarle a su mamá el almuerzo y para ayudarla en el trabajo. Al poco tiempo, Rosa salió embarazada y dejó el trabajo. En Chacra Sana nacieron los dos hermanos menores de Bertha. En un segundo momento Marcial trabajó en construcción en La Molina, donde se estaban levantando casas en un condominio. Al terminarse una de las casas, le pidieron que se estableciera allí como guardián y a la vez vigilante de la calle principal del condominio. Marcial aceptó con la condición de que pudiera llevar allí a su familia; y fue así que Bertha inició muy joven una vida de trabajo. Su primer trabajo fue en una casa en Chacarilla, donde le correspondía atender a los dos perros, darles sus alimentos, cuidarlos en el jardín y limpiar sus deposiciones. Ella se sentía muy triste y solitaria y de noche subía a llorar en la azotea. Los perros subían y trataban de consolarla. El señor de la casa la matriculó en el primer año de secundaria acelerada en el colegio que tenían las madres de la María Angélica Matarazzo de Benavides • 77 parroquia del Santísimo Nombre de Jesús, en Chacarilla. El horario era de 4 de la tarde a 9 de la noche, de lunes a viernes. En la familia donde trabajaba había un hijo adulto que era epiléptico y la mamá le pedía a Bertha que lo entretuviera. Quizás fue allí donde nació su vocación por la enfermería, porque sentía el deseo de poder ayudar a personas con dificultades de salud y de comportamiento. Pero al mismo tiempo empezó a sentir un cierto recelo por el comportamiento del joven hacia ella y por ese motivo salió de ese trabajo y luego consiguió otro en Barranco, donde también pudo matricularse en una escuela acelerada y seguir sus estudios de secundaria. La familia consistía en una señora que era azafata en los aviones de Aeroperú y se ausentaba con frecuencia; su esposo que tenía una fábrica de carros blindados para transporte de valores; y un niño de 6 años que ella debía atender. Bertha aprendió a tomar la movilidad de La Molina a Barranco para llegar al trabajo y le gustaba hacer ese recorrido en cada salida los domingos. Ella se acuerda del parque donde llevaba al niño a jugar. Lo que más le gustaba era llevarlo a las fiestas de cumpleaños de sus amiguitos porque podía comer los sándwiches y los dulces. Ella te puede explicar con lujo de detalles exactamente cómo eran los sándwiches y cómo eran los dulces. En esos momentos se olvidaba de sus temores, de su soledad, de su inseguridad. Bertha trabajó dos años con esa familia y terminó la secundaria acelerada. Cuando la familia se mudó a Magdalena del Mar, ella pasó a trabajar con una señora en Barranco que vivía con su hijo de 8 años que se llamaba Alejandro. Como el niño estaba todo el día en el colegio, ella podía llevar cursos de enfermería técnica en la escuela que tenían las madres de la clínica Tezza, en Surco. Durante un tiempo la señora le pagaba la mensualidad del curso; pero cuando dejó de hacerlo Bertha salió del trabajo y regresó a vivir con sus padres en La Molina. Hasta ahora recuerda las palabras en inglés que le enseñaba Alejandro; y le gustaría verlo ahora que es adulto y preguntarle si se acuerda de la que él llamaba Tita. En La Molina, en sus horas libres, Bertha agarraba todos los trabajos que le ofrecían, tanto en limpieza de casas como de lavaplatos en los restaurantes campestres; siempre buscando la manera de pagar sus estudios. Cuando estuvo en los últimos ciclos, pudo atender a enfermos haciendo turnos nocturnos tanto en la misma clínica como a domicilio. Había pensado especializarse en fisioterapia después 78 • Tríptico de graduarse como técnica en enfermería; pero mientras tanto, había conocido a Antonio, el que sería su esposo, y estaba embarazada. Se mudó a la casa de su suegra en el barrio de La Perla, en Chaclacayo, al lado del puente de Los Ángeles; y de allí viajaba todos los días a Surco para terminar el último ciclo. Al poco tiempo de dar a luz a su hijo Mauricio, Bertha siguió viajando todos los días a Surco para tomar sus clases y también para agarrar trabajo nocturno. Su marido se hacía cargo del bebe. Ella le dejaba la leche materna para el biberón y su esposo aprendió a atender al niño a la perfección. Los años recientes Yo conocí a Bertha cuando ella cursaba el último ciclo del curso de enfermería técnica en la clínica Tezza. Oscar, mi marido, estaba internado en la clínica y necesitábamos a alguien que lo acompañara durante la noche. Yo pregunté a sor Beatriz, la encargada de esos servicios, si habría una enfermera disponible, y ella me propuso que lo hiciera Bertha. A los pocos días, dieron de alta a Oscar, pero nos pareció conveniente que Bertha siguiera atendiéndolo de noche en la casa de Camacho donde vivíamos. Bertha siguió atendiendo a mi marido aún después cuando nos mudamos a Chacarilla en el año 2001, y hasta su fallecimiento el primero de junio del 2004. Desde allí, mantuve contacto esporádicamente con Bertha. En algún momento ella fue niñera de las hijitas de mi nieta Mariana Benavides, que estaban alojadas en mi casa. A medida que crecía Mauricio, Bertha sentía la necesidad de salir de la casa de sus suegros, y gracias a su trabajo con mi marido pudo pagar las cuotas del último lote de 200 m2 en la zona baja de Chacra Sana, muy cerca de donde habían vivido sus abuelos maternos. Poco a poco levantaron la casa y se mudaron allí cuando existían las paredes y el techo y todavía faltaban colocar la puerta y las ventanas. Los niños del vecindario los venían a mirar hasta que finalmente colocaron un triplay en forma provisoria en el lugar de la puerta y de alguna manera taparon las ventanas al exterior. Bertha mantuvo una estrecha relación con su suegra, la señora Julia. Bertha entró a trabajar conmigo en turno nocturno en el 2012, cuando yo estaba viviendo todavía en el departamento de Chacarilla. Algunas veces, en el verano, María Angélica Matarazzo de Benavides • 79 Bertha me acompañó a Boca León a pasar el fin de semana en la casa de playa de mi hija Livia. La primera vez, al ver las rompientes encrespadas de espuma que vienen una tras otra a morir en la playa, me dijo: “Debe haber una gran catarata ahí atrás que hace estas olas”. Y no se atrevía a llegar siquiera hasta la misma orilla del mar. Las dos veces que Bertha viajó conmigo a Brasil y nos ausentamos por cuatro semanas, sus tres cuñadas se turnaban cuidando a Mauricio durante el día, hasta que Antonio llegaba en la noche, puesto que él trabajaba en construcción en forma eventual. En el año 2013 me mudé a los Cerros de Camacho, Surco, a un departamento con vista sobre el Golf Los Incas. En las dos oportunidades que Bertha me acompañó a Brasil estuvimos diez días en São Paulo y tres semanas en Rio de Janeiro. Bertha llegó a conocer a mis hermanas Filomena y Livia. Le interesó mucho la casa de Filomena y recuerda en modo especial las mascotas siempre presentes: el perro salchicha y el papagayo chico llamado Paco, que se soltaba en el comedor. Mi hermana Livia vive en un fundo a 150 km de la ciudad y Bertha se entusiasmó cuando vio una manada de capibaras (el más grande roedor del mundo, típico de América del Sur) al otro lado del lago. En Rio de Janeiro nos alojamos en casa de mi hija Cristina donde frecuentemente se ven pequeñas manadas de monos chicos que corretean por los cables entre los postes de la calle y se trepan en el árbol del jardín. Cristina suele ponerles plátanos, de los cuales son golosos. En la ruta que recorríamos para llegar a Angra dos Reis, donde Cristina y su esposo Luigi tenían casa y velero, Bertha iba reconociendo plantas que había conocido en los años en la selva de Nueva Esperanza. Le emocionó salir en el velero y navegar entre las islas de Angra, famosas por su belleza y por la naturaleza tropical que llega hasta el agua. También le emocionaron las lluvias torrenciales con truenos y relámpagos, tanto en São Paulo, donde por la ventana se veía que la calle se había transformado en un río, como en Rio de Janeiro en que había que correr a cerrar las ventanas y bajar las persianas. Me dijo que está bien que haya lluvias torrenciales en la selva, pero ¿cómo es posible que haya también en las ciudades? A partir del año 2014, por la gentil invitación de Alberto Benavides Ganoza, empecé a visitar periódicamente el fundo Samaca en el valle bajo del río Ica. Entre el año 2014 y el actual año 2020, Bertha y yo hemos visitado el fundo Samaca diez veces. A veces hemos ido con alguno de mis hijos y nietos; el más asiduo ha 80 • Tríptico sido mi hijo Juan Felipe (Pipo). Bertha se interesa por todo lo que hay en Samaca y, como tiene mejor vista que yo, me señala las plantas del bosque seco tropical, y las otras introducidas. En la huerta se entusiasma por la calidad de las verduras cultivadas; y se interesa tanto por visitar los viveros como por la cría de los cuyes, gallinas orgánicas y patos. En el museo de sitio le interesan especialmente los grandes batanes prehispánicos. De noche, cuando yo ya me retiro a dormir, conversa con las personas encargadas de la cocina, de la huerta, y de las llamas y se interesa por comprender mejor el funcionamiento del fundo. Las hermosas llamas que Alberto cría le gustan como a todos les tienen que gustar. Pero igual aprecia las vacas que Alberto quisiera eliminar porque él dice: “Yo crío llamas, no ganado vacuno”. Pero a todos les gusta la deliciosa leche en el desayuno y el queso fresco que el cocinero, Alipio, sabe preparar. En mis visitas a Samaca, nos hemos alojado en distintos lugares: dos veces en la Huarango Wasi, la casa de Alberto; y tres o cuatro veces en el dormitorio atrás de la biblioteca, que es la cabaña ubicada más cerca a la sala-comedor, el punto central del fundo. Otras veces hemos dormido en otra cabaña ligeramente más distante; y también en la cabaña de Catalina, la hija de Alberto. En el espacio entre estas cabañas y la cocina hay sillones de madera donde sentarse y gozar del ambiente escuchando el trino de los pajaritos en los huarangos que filtran los rayos solares creando una semisombra. Alberto suele regalarnos plantones de huarango y semillas de algodón. Bertha ha plantado un huarango en el descampado cerca de su casa. Cada 15 días lleva un balde para regarlo y dice que el huarango ya está grande y fuerte, y ya mide casi 2 metros. En el pequeño espacio alrededor de su casa tiene plantas variadas. Hay un plátano y un palto; los dos producen abundantemente. En los lavatorios de plástico, ya inservibles para el lavado de ropa, siembra perejil, culantro y espinaca. Me dice que el perejil crece como malahierba y hay que tener cuidado porque es invasivo. Tiene una planta de romero que ha crecido como un arbusto y una planta de tomate que tiene un fruto hermoso. Tiene cinco orquídeas dendrobium, reproducidas de un tallo que le di del que yo tenía y que se secó. En mi sala tengo la fotografía del dendrobium de Bertha que floreció en grande el año pasado. Bertha es conversadora y le gusta relacionarse con todo el mundo. En la práctica su vida alterna entre el trabajo y el hogar. Su relación con los vecinos es cordial, María Angélica Matarazzo de Benavides • 81 pero no de intimidad; más bien visita mucho a la suegra, que ha enviudado recientemente y que suele organizar reuniones familiares en las cuales cada uno participa con ingredientes comestibles y horas de preparación. Las comidas preparadas son típicamente huancavelicanas con una base casi obligatoria de sopa de mote cocinada durante toda la noche al aire libre sobre un fuego de leña. Algunas veces celebra el cumpleaños de su madre invitándola a un almuerzo en el mercado Josfel, en Ate, cerca de Vitarte. En ese mercado y en otro conocido con el nombre Centro Comercial y Mercado Plaza Vitarte, Bertha suele detenerse algunas veces en su trayecto entre el trabajo y el hogar. Le gusta charlar con las mamachas que llevan pollera, y preparan humitas y sopas serranas. Todo ese mundo de los mercados de Ate es dominado por la población de provincias. Temprano llegan los camiones directamente de la sierra sin detenerse en los mercados de Chosica y Chaclacayo. También llegan los productos que vienen directamente desde la selva central. Hay expendio mayorista y minorista; se escuchan las lenguas quechua y amazónicas, y los diferentes dejos peruanos que reflejan la procedencia de cada uno. Bertha nunca regresó a la sierra ni a la selva, pero su sueño es volver a Nueva Esperanza a buscar a Satuco, o por lo menos a su hijo Gregorio y ver el lugar donde vivieron. Recuerda perfectamente el camino para llegar a su vivienda. Marcial la acompañaría; pero él en verdad lo que quiere es volver a la sierra a visitar a su madre y a vivir en Ninabamba. Rosa está dispuesta a acompañarlo. Por ahora, siguen viviendo en la casa de La Molina donde cumplen la función de guardianía. Bertha los visita y con frecuencia la conversación gira sobre los recuerdos de su infancia. 82 • Tríptico Conclusión A l terminar de leer este libro el lector quizás se pregunte cuál es el nexo entre las tres partes de este Tríptico. La respuesta es que el nexo soy yo. Pero también es la trama misma de los textos: la Asociación Pro Jardín Botánico Nacional de Lima le debe mucho a Alberto Benavides Ganoza quien desde el primer momento apoyó y ayudó a su formación. Bertha me acompañó en los diez viajes a Samaca. Me ayudó a ver las plantas y a entender las conversaciones. Se apasionó por las plantas, sembró plantones de huarango y de algodón de colores, de Samaca, en el pedacito de terreno detrás de su modesta vivienda. Debo a Bertha gran parte de mi apreciación de Samaca y lo que representa: un ejemplo único en el Perú y posiblemente en el mundo. El nexo es, pues, que son vistos desde un mismo punto de vista, que es el mío. Pero también se relacionan entre sí por el enfoque naturalista y, quizás, por un criterio taoísta que respeta el flujo de los hechos y está dispuesto a aceptar lo inevitable. Yo creo que es posible que las cosas que los seres humanos creamos en un cierto momento adquieren una vida propia, y que se vuelven ellos mismos los líderes y fluyen por su propia fuerza. Este sería el caso de la campaña por un jardín botánico, del fundo Samaca y de este escrito que no tiene pretensiones literarias, pero que quizás transmite un mensaje. María Angélica Matarazzo de Benavides • 83 Bibliografía (Incluye fuentes digitales) Parte I: Asociación Pro Jardín Botánico Nacional de Lima (https://www.facebook.com/ ProJbnl/). Botanic Gardens Conservation International (BGCI) (https://www.bgci.org/) (He leído con atención su valioso manual que describe los varios pasos para la creación de un jardín botánico). British Council Perú (https://www.britishcouncil.pe/). CONCYTEC (https://portal.concytec.gob.pe/). Floralíes Asociación Peruana de Clubes de Jardines (afiliado al National Garden Club USA, NAFAS de Gran Bretaña y WAFAS Asociación Mundial de Artistas Florales). (https://www.facebook.com/floralies.peru). Gratzfeld, Joachim (2020) Presentación en Powerpoint de la explicación “¿Qué cosa es un jardín botánico?” Taller organizado por CONCYTEC y British Council en Lima, Perú. María Angélica Matarazzo de Benavides • 85 Jardín Botánico de Quito (http://www.jardinbotanicoquito.com/ ). Newton Fund (https://www.newtonfund.ac.uk/). Sociedad Peruana de Cactus y Suculentas (SPECS) (https://specs.pe/). Wikipedia “Marc Dourojeanni” (https://es.wikipedia.org/wiki/Marc_Dourojeanni), consultada el 30 de agosto del 2020. Parte II: Benavides Ganoza, Alberto (s.f.) “Samaca: Reflexiones alrededor de una ilusión o una luz”. Manuscrito, 28 págs. . (2015) La ruta natural: artículos y conferencias. Lima, Antares Cultura y Desarrollo para su sellos editorial Biblioteca Abraham Valdelomar. Beresford-Jones, David (2014) Los bosques desaparecidos de la antigua Nasca: Estudio de un caso de colapso ecológico y cultural. Primera edición en español. Auspiciada por la Compañía de Minas Buenaventura. Lima, Antares Cultura y Desarrollo. Matarazzo de Benavides, María Angélica (2010) Pura Vida: Todo es verdad, todo es mentira. Lima. Whaley, Oliver (2010) Plantas y vegetación de Ica, Perú: Un recurso para su restauración y conservación. Primera edición. Lima, The Royal Botanic Gardens, Kew. Kantor, Miguel (2017) “Samaca: recuperación ecológica en el desierto” (visita diciembre 2016) (https://www.youtube.com/watch?v=8FH6jz15yPE). . (2017) “Samaca: un paraíso en el desierto” (visita febrero-julio 2017) (https://www.youtube.com/watch?v=f8GgX-O7520). 86 • Tríptico Ministerio del Ambiente (2013) AmbienTV – “Samaca (1)” (https://www.youtube.com/watch?v=zi4YNyN1GoM). . (2013) AmbienTV – “Samaca (2)” (https://www.youtube.com/watch?v=HInZyyLov4g). . (2013) AmbienTV – “Samaca (3)” (https://www.youtube.com/watch?v=ADK7coc9A8A). Movistar Plus Perú (2013) Tiempo de viaje – “Fundo Samaca” (https://www.youtube.com/watch?v=ETmHjL3IpmY). Parte III: Benavides, María Angélica (2003) “La Tapada y Los Cóndores”. En Hueso Húmero, Nº 42, 186 – 195. El Comercio (2017) “Chaclacayo: así quedó el distrito tras caída de nuevo huaico”. (https://elcomercio.pe/lima/chaclacayo-quedo-distrito-caida-nuevo-huaico-161132-noticia/) Municipalidad de Chaclacayo (2020) “Historia de Chaclacayo”. (http://munichaclacayo.gob.pe/portals/Historia.html) María Angélica Matarazzo de Benavides • 87 Se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Tarea Asociación Gráfica Educativa Pasaje María Auxiliadora 156 - Breña Correo e.: tareagrafica@tareagrafica.com Página web: www.tareagrafica.com Teléfs. 332-3229 / 424-8104 / 424-3411 Octubre 2020 Lima - Perú A l terminar de leer este libro el lector quizás se pregunte cuál es el nexo entre las tres partes de este Tríptico. La respuesta es que el nexo soy yo. Pero también es la trama misma de los textos: la Asociación Pro Jardín Botánico Nacional de Lima le debe mucho a Alberto Benavides Ganoza quien desde el primer momento apoyó y ayudó a su formación. Bertha me acompañó en los diez viajes a Samaca. Me ayudó a ver las plantas y a entender las conversaciones. Se apasionó por las plantas, sembró plantones de huarango y de algodón de colores, de Samaca, en el pedacito de terreno detrás de su modesta vivienda. Debo a Bertha gran parte de mi apreciación de Samaca y lo que representa: un ejemplo único en el Perú y posiblemente en el mundo. El nexo es, pues, que son vistos desde un mismo punto de vista, que es el mío. Pero también se relacionan entre sí por el enfoque naturalista y, quizás, por un criterio taoísta que respeta el flujo de los hechos y está dispuesto a aceptar lo inevitable. Yo creo que es posible que las cosas que los seres humanos creamos en un cierto momento adquieren una vida propia, y que se vuelven ellos mismos los líderes y fluyen por su propia fuerza. Este sería el caso de la campaña por un jardín botánico, del fundo Samaca y de este escrito que no tiene pretensiones literarias, pero que quizás transmite un mensaje. ISBN: 978-612-00-5560-1 9 786120 055601