Tiempo de Matar (A Time to Kill, 1996)

Se supone que eso de tomarse la justicia por tu mano es algo propio de sociedades poco evolucionadas. En el mundo actual, son la policía y la Justicia quienes deben velar por hacer cumplir las leyes. Hasta que un par de fanáticos extremistas violan a tu hija de diez años. Entonces, ¿qué harías?

Carl Lee Hailey (Samuel L. Jackson) es un humilde padre de familia que sobrevive como puede en uno de los barrios negros más pobres de alguna perdida ciudad de Mississippi. Un día, dos supremacistas blancos se cruzan con su hija pequeña y deciden divertirse un poco golpeándola, rompiéndole la mandíbula, violándola, colgándola de una cuerda y meándose encima de ella, hasta dejarla por muerta. Pero la niña sobrevive y llevan a los dos asaltantes a juicio, en cuyo desarrollo Carl Lee los mata delante de todo el mundo con una escopeta.

Carl Lee es arrestado y llevado a juicio de inmediato, y para su defensa escoge a Jake Brigance (Matthew McConaughey), un joven e idealista abogado blanco que consigue a duras penas pagar sus facturas. Jake entiende las motivaciones de Carl Lee y se siente culpable por no haberle disuadido en su momento o haber hecho algo más por evitarlo, pero se enfrenta a la compleja tarea de justificar la muerte de dos personas a plena luz del día, con decenas de testigos presenciales, con un acusado que admite los hechos y una sociedad en contra.

¿Homicidio justificado? ¿Asesinato a sangre fría? ¿Un intento de hacer justifica donde las leyes se quedan cortas? ¿Un ser humano desquiciado por el daño que han hecho a su hija? La mitad del pueblo está a favor del padre, pues comprende su reacción, mientras que la otra mitad quiere colgarlo de un árbol, al más puro estilo del Western clásico, porque es intolerable que alguien se tome la justicia por su mano, y mucho menos «esa gente».

Con estos elementos y con la polarizada sociedad del sur de Estados Unidos de fondo, en donde parece que el racismo nunca va a dejar de estar presente, John Grisham elaboró una entretenida historia de drama judicial que fue su primera novela, por lo que no era de extrañar que la llevaran al cine tras el éxito de La Tapadera, también basada en una novela de Grisham, en 1993.

No sólo es que la historia nos enfrente a un dilema ético importante, sino que los personajes son interesantes, ya que no hay nadie completamente recto, ni en un sentido ni en otro. El mentor de Jake (Donald Sutherland) es un alcohólico al que echaron de la profesión jurídica. El amigo de Jake (Oliver Platt) es un alcohólico y cínico que se jacta de lo mucho que gana con sus demandas de divorcio. El testigo estrella de Jake (M. Emmet Walsh) es un psiquiatra alcohólico que esconde un turbio antecedente en su pasado. La asistente de Jake (Sandra Bullock) es una idealista «hija de papá» que quiere participar como sea en un caso de pena de muerte para reivindicar sus ideales. El fiscal del distrito (Kevin Spacey) es un oportunista al que no le interesa demasiado la justicia del caso, sino la oportunidad de escalar puestos en su carrera política. El hermano de uno de los asesinados (Kiefer Sutherland) es un supremacista blanco que aspira a convertirse en el líder del Ku Klux Klan en la zona. Y así con un largo número de secundarios que casi convierten la película en una obra coral, porque ninguno de ellos es el protagonista, pero sin cualquiera de ellos la historia pierde mucho valor.

Tenemos, por tanto, una historia con profundos conflictos éticos y morales, un elenco de personajes llamativos, interpretados por actores de gran valía, y una dirección muy eficaz por parte de Joel Schumacher, que dos años antes había realizado otra adaptación de una novela de Grisham con bastante éxito al dirigir El Cliente. Claro, que al año siguiente nos aterrorizaría a todos con su versión de Batman Forever.

El resultado es una película muy entretenida, aunque es un poco larga y eso se acusa en algunos momentos. Con sus 149 minutos de metraje, hay momentos en los que claramente se para la acción y te preguntas si tienes tiempo para ir al baño o mirar los mensajes pendientes del móvil, cosa que nunca debería ocurrir.

El problema es de fondo e implicó al propio escritor, que acusó públicamente a Oliver Stone de haber alentado la violencia en Estados Unidos (y una tragedia muy cercana) cuando estrenó Asesinos Natos en 1994. Claro, no puedes acusar a alguien de glorificar la violencia, cuando tu mismo elaboras un complejo escenario en el que prácticamente estás justificando el asesinato. En su momento, la controversia saltó a los medios y avivó un debate muy intenso en la sociedad americana.

Pero esto es algo deseable en el cine, que no sólo puede ser un buen producto de entretenimiento, como lo es esta película, sino también una excusa para reflexionar sobre nuestra época y lanzar dudas éticas al espectador.

Por mi parte, no puedo deja de recomendártela. No llegará nunca al nivel de Matar a un Ruiseñor o Arde Mississippi, pero puede situarse por méritos propios entre las mejores películas de drama judicial relacionadas con los problemas del racismo en Estados Unidos.

Tiempo de Matar (1996)

7.9

Premisa

8.5/10

Guión

7.5/10

Interpretación

8.5/10

Producción

8.0/10

Factor "La volvería a ver"

7.0/10

Pros

  • La premisa, provocativa
  • Las interpretaciones, muy buenas
  • El desarrollo, interesante

Cons

  • Sandra Bullock, desaprovechada
  • Demasiado larga. Le sobran 20 minutos