MITO Y POES�A EN LA EDAD DE ORO

MONOGRAFICOS

MITO Y POES�A EN LA EDAD DE ORO

MYTH AND POETRY IN THE SPANISH GOLDEN AGE

Eduardo Francisco HOPKINS RODR�GUEZ
Pontificia Universidad Cat�lica del Per�, Per�

MITO Y POES�A EN LA EDAD DE ORO

Arte Nuevo, vol. 8, pp. 297-314, 2021

Universit� de Neuch�tel

Recepci�n: 22 Enero 2021

Aprobaci�n: 18 Febrero 2021

Resumen: Este art�culo examina los usos de la mitolog�a en la poes�a hisp�nica del Siglo de Oro, estudiando diversos ejemplos de Garcilaso y Quevedo a la luz de reflexiones sobre mitos de mit�grafos como P�rez de Moya o comentaristas como Fernando de Herrera.

Palabras clave: Mitolog�a, mitograf�a, poes�a del Siglo de Oro.

Abstract: This article examines how Golden Age Hispanic writers used mythology, analyzing several examples by poets such as Garcilaso de la Vega and Francisco de Quevedo in the light of opinions by myto- graphers such as P�rez de Moya and commentators such as Fernando de Herrera.

Keywords: Mythology, Mythography, Golden Age Poetry.

El uso de alusiones mitol�gicas aparece desde la Antig�edad en la poes�a griega1. Los casos y los personajes de la poes�a hom�rica constituyen ejemplos y referencias tomados constantemente en consideraci�n por poetas griegos posterio res. Homero, adem�s de emplear las divinidades mayores del Olimpo, presenta vicios y virtudes personificados (envidia, ceguera, discordia, exceso, soberbia, etc.) al servicio de los dioses. La literatura latina contin�a la tradici�n estableciendo nuevas relaciones. En la Espa�a de la Edad de Oro el sistema de alusiones mitol�gicas es fundamental para la construcci�n y comprensi�n de significados en la poes�a l� rica. P�rez de Moya anuncia en la portada de su Filosof�a secreta (1585) que �es materia muy necesaria para el entendimiento de poetas� (1611).

Debemos observar que los poetas espa�oles del periodo prefieren, de acuerdo con la tradici�n humanista, usar el t�rmino f�bula en lugar de mito. De esta forma, enfatizan el aspecto ficticio de estos relatos, separ�ndolos de las narraciones verdaderas. Un inter�s particular, al respecto, tiene que ver con la problem�tica religiosa cristiana. Es un tema de amplia discusi�n en la cultura europea, generalmente re- suelto mediante la armonizaci�n de las f�bulas con la doctrina cristiana. Frente a esta, los dioses del Olimpo, por ejemplo, no son dioses. Dante en La divina Commedia, al separarse de Virgilio en el Purgatorio, impl�citamente se�ala la distinci�n entre lo pagano y lo cristiano (Canto XXX, 49-54). En Infierno, hab�a dicho: �al tempo degli dei falsi, e bugiardi� (en tiempo de los dioses falsos y enga�osos) (Canto I, 72). Y en Para�so especifica: �le genti antiche, nell’antico errore� (los pueblos antiguos, en el antiguo error) (Canto VIII, 6). Fernando de Herrera, comentando el soneto XVII de Garcilaso de la Vega, puntualiza: �fingieron los antiguos� (Anotaciones, p�g. 401). Juan de Horozco y Covarrubias, en sus Emblemas morales (1591), es insistente en especificar la �ndole ficticia de las f�bulas mitol�gicas: �las f�bulas fingieron� (p�g. 34); �averse fingido esta f�bula� (p�g. 242). Se usa “fingir” para se�alar que no es verdad cristiana; de esta manera, se especifica una distancia religiosa y moral con respecto al relato mitol�gico. Frases de este tipo son comunes en la �poca. Francisco de Rojas y Guzm�n, en la presentaci�n del libro de Baltasar Elisio de Medinilla, Limpia Concepci�n de la Virgen Se�ora Nuestra (1617), comenta:

Mas ya que hemos tocado en la f�bula, ser� justo advertir, que los poetas no fingieron las mismas cosas porque fueran van�simos, sino a las ya hechas aumentaron color, y hermosura, porque su licencia se dilata a traducir la verdad con figuras, y ambages: pero con decoro a la voluntad depravada, que la desprecia y aborrece, si bien descubierta, como insin�a en el principio de su Gofredo el Torquato Taso, porque tales mentiras no consisten en el hecho, sino en el nombre. (sin paginaci�n)

Destacamos en esta declaraci�n el aspecto de mito como ficci�n, as� como las intervenciones de los poetas al adoptar los mitos, transform�ndolos en cuanto a color y hermosura. Todo lo cual corresponde a lo que Rojas llama “licencia” de poetas, definida como traducci�n, es decir, traslado. Quevedo las denomina �mentiras tan autorizadas� (Obras, Ep�stola 25, p�g. 525), por la profusa erudici�n que suele acompa�arlas.

Otis H. Green, al revisar las discusiones ante la problem�tica de la presencia de figuras de la mitolog�a pagana en la literatura espa�ola desde la Edad Media hasta el Renacimiento, concluye que la mayor�a de las opiniones apoyan el �mbito ficcional de las participaciones mitol�gicas bajo el principio de que “fingir no es mentir”, en el sentido de que lo ficticio oculta verdades y virtudes provechosas (1970: 121- 122).

Es muy interesante examinar el l�xico que los cr�ticos y poetas del periodo utilizan al referirse a las f�bulas. Fernando de Herrera dice “toqu�”, “puse”, cuando indica que us� un relato de este tipo. Otros escritores dicen “aplicar”. Herrera con- signa �declarar la f�bula� (Anotaciones, p�g. 371) para advertir que proceder� a explicarla. Cuando Juan P�rez de Moya examina f�bulas de tema mitol�gico recurre a una variada terminolog�a que permite orientar acerca de su forma de leer y considerar estos relatos. A la manera de Herrera, tambi�n propone “declarar la f�bula”; otras indicaciones aparecen como: �den�tase con esta f�bula� (Filosof�a, p�g. 138); �en sentido hist�rico� (Filosof�a, p�g. 138) (alude a una comprensi�n literal del relato); �es que…� (Filosof�a, p�g. 152) (es decir, ‘significa que’); �nos amonesta que no seamos curiosos� (Filosof�a, p�g. 153); �desto est� clara la aplicaci�n de la f� bula� (Filosof�a, p�g. 182); �lo dem�s que acerca desto dize la f�bula que aqu� no declaramos, sirve de solo ornato� (Filosof�a, p�g. 223) �fingi�se esta f�bula� (Filosof�a, p�g. 251); �f�bulas para exortar� (Filosof�a, p�g. 468); �podemos colegir desta f�bula� (Filosof�a, p�g. 494); �en la narraci�n desta f�bula se ponen muchas cosas por hermosura y buena disposici�n, sin alguna significaci�n� (Filosof�a, p�g. 521). P�rez de Moya sintetiza as� las principales funciones de las f�bulas en la poes�a. Es claro que, principalmente, le interesa la significaci�n; cabe su orientaci�n ejemplarizante y tambi�n su intervenci�n como ornato sin mayor significado. El mismo autor, sobre las f�bulas mitol�gicas, dice: �Mitol�gica es un habla, que con palabras de admiraci�n significa alg�n secreto natural, o cuento de historia� (Filosof�a, p�g. 2). En cambio, las f�bulas geneal�gicas son �las que tratan del linaje, o parentesco de los Dioses fingidos de la Gentilidad� (Filosof�a, p�g. 3).

En cuanto a la declaraci�n o interpretaci�n de la f�bula, es decir, la problem�tica de la significaci�n, P�rez de Moya propone cinco modos: �Literal, Aleg�rico, Anag�gico, Tropol�gico, y F�sico, o natural� (Filosof�a, p�g. 4). El sentido literal remite a la letra, a lo narrado o hist�rico. El sentido aleg�rico, corresponde a lo moral. El anag�gico, concierne a lo Divino. El tropol�gico, se basa en la analog�a. El sentido f�sico, se refiere a aspectos de la naturaleza (Filosof�a, p�g. 4). P�rez de Moya aclara que en su libro examina solamente los sentidos hist�rico, f�sico y moral (Fi losof�a, p�g. 5).

Otro t�rmino interesante para el l�xico cr�tico en torno a las f�bulas mitol�gicas es “reducir”, como se aprecia en la portada del libro titulado Las transformaciones de Ovidio: Traduzidas del verso latino, en Tercetos, y Octavas Rimas, Por el Licenciado Viana. En lengua vulgar Castellana. Con el Comento, y Explicaci�n de las Fabulas, reduziendolas a Philosophia natural, y moral, y Astrolog�a, e Historia. (1589). El poema que dedica el Licenciado Martinez Polo al traductor y comentarista de este libro, especifica el proceso de reducci�n: �Autor de mil mara�as, y mentiras, / eras, liviano, torpe, deshonesto, / mas Viana te ha dado vida nueva / qual �l la sabe dar, pues si te miras, / verdadero est�s ya, grave, modesto, / y seguro que nadie se te atreva�.

Giovam Battista Strozzi en su discurso �Se sia bene il servirsi delle favole delli antichi�, concluye su defensa del uso de las f�bulas mitol�gicas en la poes�a enumerando sus funciones art�sticas y significativas: �servianci delle favole, e de favolosi non per suggetto principale, ma per framesso, per condimento, per passaggio nelle descrittioni de tempi, nelle comparationi, negl’esempli, per dilettare, per recrear gl’animi, per eccitar maraviglia� (p�gs. 137-138). En suma, para Strozzi, los objeti- vos de la incorporaci�n de f�bulas en poes�a son: la intercalaci�n, el adorno, la referencia temporal, la comparaci�n, el ejemplo, el deleitar, el recrear el �nimo, el maravillar. En su discurso, Strozzi acude con frecuencia a la interpretaci�n aleg�- rica y moral de las f�bulas mitol�gicas, siguiendo la lectura cristiana de las mismas. Con lo cual enfatiza el plano del significado.

La f�bula mitol�gica recibe de parte de Pedro de Peralta y Barnuevo una es- pecial distinci�n como elemento indispensable de la poes�a: �esta es la Lengua que se habla en las eminencias del Parnaso, y en lo mejor de las Monta�as del Pindo y de Helicon� (Lima, Pr�logo). Para el poeta, importa en las figuras mitol�gicas su valor simb�lico y la condensaci�n de contenidos de diversa complejidad. Resuelto, en la pr�ctica y en la teor�a de la poes�a, el asunto de la adopci�n en el contexto cristiano de los dioses paganos mediante su transposici�n a simbolog�a catequizada, concluye que su uso es norma po�tica obligada: �hase tenido esta Ley por tan pre- cisa, que a varios se ha multado en el aprecio, por no haberla cumplido en el discurso� (Lima, Pr�logo).

Jos� Mar�a de Coss�o, en su libro F�bulas mitol�gicas en Espa�a, al considerar que la f�bula es un relato, una representaci�n, concluye en que, como tal, puede ser aludida, ir impl�cita en la materia po�tica o aparecer como ejemplo (1998: 91).

Rosa Romojaro realiza un amplio examen acerca de las funciones del mito cl�sico en el periodo. Toma en cuenta las posibilidades denotativas y connotativas del mito, y destaca diversas intenciones en los procesos de imitatio y de demostraci�n de erudici�n. Cabe incluir los usos particulares, las preferencias de cada autor, lo que supone recurrencia tem�tica y simb�lica implicando indicios personales, constituci�n de un paradigma m�tico personal o una simbolog�a personal (1998: 11- 12). Romojaro distingue diferencias en el tratamiento po�tico de los mitos cl�sicos en consonancia con �pocas o contextos hist�ricos y culturales. Entre las m�ltiples funciones del mito propone: funci�n t�pico erudita (act�a mediante nominaci�n mitol�gica sustitutiva, per�frasis, locuci�n sinon�mica explicativa, alusi�n, apela ci�n, mitologizaci�n, actualizaci�n, hip�stasis simb�lica); funci�n comparativa (s�mil, met�fora, alegor�a); funci�n ejemplificativa (estructuras alusivas, a manera de avisos; estructuras emblem�ticas, como apoyo doctrinal); funci�n re-creativa o metam�tica (recreaci�n est�tica, innovaci�n m�tico literaria); funci�n burlesca (humor, iron�a, parodia, s�tira) (1998: 13).

En el �mbito espa�ol, el mito no solamente es lo aludido, o es parte del decorado del texto, sino que constituye un sistema de significaci�n. Los significados son el resultado de la identificaci�n, por parte del lector, del mito y sus componentes en el poema. El receptor reconoce y asume las significaciones que la tradici�n mito- gr�fica ha asignado al mito. Finalmente, se requiere entender la forma en que el mito ha sido incorporado al poema y el campo de los significados espec�ficos del texto po�tico. Aparte de los usos generalizados que siguen los escritores, corresponde entender tanto la t�cnica de la inclusi�n del mito, como la frescura de la interpretaci�n personal que le otorga el poeta. Debe tomarse en cuenta que la alusi�n mitol�gica puede ser expl�cita o encubierta. En ocasiones, se alude de manera enigm�tica o se oculta la referencia. Sobre este �ltimo aspecto, un procedimiento interesante consiste en la dispersi�n, acumulaci�n e integraci�n de mitemas proce dentes de diferentes mitos. La versi�n propia de un mito, elaborada en un poema sin pretensi�n significante personal, es parte de un reto art�stico.

Estudiaremos algunos tipos de incorporaci�n mitol�gica en la poes�a de la Edad de Oro, tomando en cuenta varios factores: totalidad, fragmentaci�n, escena, �cfrasis, transposici�n, proyecci�n, participaci�n (la integraci�n o la incorporaci�n al mito), agregaci�n de referentes m�ticos, auto mitificaci�n, grados de aproximaci�n o distancia respecto del mito, gestos, motivos, iconograf�a.

El mito se adopta como totalidad, �til para la comparaci�n del caso o situaci�n del yo l�rico, a manera de una formulaci�n para amplificar y proyectar el yo (“soy como…”). Por otro lado, los mitos pueden ser fragmentados en bloques mayores o en unidades m�nimas. El fragmento significa por s� mismo o por su relaci�n con el mito al que pertenece. Como parte de la fragmentaci�n del mito, los atributos de los personajes tienen un valor meton�mico: Eros (alas, vendas, flechas), Orfeo (poder del canto, gesto, infierno), �caro (plumas, cera, ca�da, sol, mar), N�mesis (flechas), F�nix (fuego, cenizas).

En los textos dedicados a la contemplaci�n del mito, este es asumido como un espect�culo o un cuadro representando una escena. Aqu� el mito es motivo de observaci�n en su desenvolvimiento, pudiendo elegirse la focalizaci�n en una parte del relato apropiada a los objetivos significativos del poema. Cuando el mito se examina como representaci�n o relato de �ndole pict�rica, estamos ante una �cfrasis2 del mito, tal como ha sido configurado en pinturas, grabados, etc. Es pertinente anotar que no necesariamente el poeta se basa en una representaci�n pl�stica real, concreta, sino que elabora una descripci�n o un relato a partir de su propia imaginaci�n, bas�ndose en lecturas, etc. Este dise�o puede aparecer incorporado dentro del poema, luego se procede a desenvolver su respectiva �cfrasis. Es lo que pone en ejecuci�n Garcilaso de la Vega en la ��gloga III� (Poes�a, versos 105 y siguientes), en el pasaje de las ninfas que pintan y tejen en sus telas relatos mitol�gicos de amor. Garcilaso destaca la �ndole pict�rica de su modelo mediante los verbos “figurar” y “pintar”:



Estaba figurada la hermosa
Eur�dice, en el blanco pie mordida
de la peque�a sierpe ponzo�osa,
entre la hierba y flores escondida;
descolorida estaba como rosa
que ha sido fuera de saz�n cogida,
y el �nima, los ojos ya volviendo,
de su hermosa carne despidiendo.



Figurado se v�a estensamente
el osado marido que bajaba
al triste reino de la escura gente,
y la mujer perdida recobraba;
y c�mo despu�s desto �l,
impaciente por miralla de nuevo, la tornaba
a perder otra vez, y del tirano
se queja al monte solitario en vano. (Poes�a, vv. 129-144)

La l�rica se sirve de m�ltiples formas de transposici�n, entre las cuales la proyecci�n del yo l�rico en el mito constituye una figura fundamental. El sujeto busca la participaci�n, la integraci�n o la incorporaci�n al mito. En ocasiones, es solo un intento, un deseo. Otra modalidad de transposici�n consiste en la mitificaci�n del caso mediante la integraci�n de componentes o part�culas de mitos, m�s all� de mi- tos espec�ficos completos o totales. La auto mitificaci�n del yo l�rico puede darse con relaci�n a mitos conocidos, de funcionalidad gen�rica compartida por otros poetas, o con relaci�n a mitos a los que est� vinculado de forma m�s personal. Cuando la transposici�n va del mito hacia el yo l�rico, se produce composiciones de gran intensidad.

El sistema de la alusi�n al mito o a mitos es una forma de cultismo que remite a convenciones y tradiciones. Aqu� cabe el mito como parte del ornato del poema. En sentido m�s profundo, la alusi�n produce una amplificaci�n del significado del suceso en el texto, generando resonancias que enriquecen lo po�tico.

Las gradaciones de aproximaci�n y de distancia con respecto al mito son importantes. El enunciador l�rico pone en pr�ctica su mayor o menor cercan�a o alejamiento frente al mito.

Es recomendable analizar el m�todo usado en cada poema: paralelismo; mitificaci�n (como proceso); funci�n metaf�rica, ejemplar o proyectiva; acumulaci�n de referencias mitol�gicas; representaci�n m�tica; per�frasis mitol�gica; inversi�n del mito; ocultamiento, dispersi�n de componentes mitol�gicos.

Examinaremos, a continuaci�n, algunos poemas de Garcilaso de la Vega y de Francisco de Quevedo con el objetivo de mostrar espec�ficamente c�mo operan en cada texto los procesos involucrados con relaci�n a la materia mitol�gica. Lo usual en la poes�a de la Edad de Oro es la simple alusi�n nominal, comparativa o metaf�rica, (Dafne, Apolo, Orfeo, Leteo, Marte, Venus, F�nix, etc.). M�s importante es la configuraci�n compleja que el mito adquiere para la construcci�n de significados de gran densidad, intenci�n que va m�s all� de una simple alusi�n. Los poemas que analizaremos pertenecen a este grupo. En ciertos casos, se involucra un solo mito. Otras composiciones integran varias unidades m�ticas. Particularmente, es interesante con respecto a los procesos de significaci�n apreciar la distancia involucrada en el poema con relaci�n al mito, as� como la gestualidad espec�fica del relato m�tico aludida. Igualmente productivo resulta examinar la fragmentaci�n del mito y la seriaci�n correspondiente en la que se ve involucrado. En los textos elegidos predomina la tem�tica amorosa, lo que determina la selecci�n, la combinaci�n y la significaci�n de los materiales.

Garcilaso de la Vega. Soneto XI

Hermosas ninfas, que en el r�o metidas
contentas habit�is en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;
agora est�is labrando embebecidas
o tejiendo las telas delicadas;
agora unas con otras apartadas,
cont�ndoos los amores y las vidas;
dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme
y no os detendr�is mucho seg�n ando;
que o no podr�is de l�stima
escucharme, o convertido en agua aqu� llorando,
podr�is all� de espacio consolarme.

Fuente: (Poes�a, p�gs. 185-186)

Garcilaso escenifica brevemente el mito pastoril de las ninfas que habitan bajo el agua contando historias de amor, mientras realizan sus labores. El poeta desarrolla el t�pico de la invocaci�n a las ninfas sumergidas cuando el sujeto l�rico solicita ser escuchado desde la orilla, o pide ser consolado estando bajo el agua entre las ninfas. Un detalle tradicional en este t�pico consiste en el gesto solicitado a las ninfas de levantar la cabeza para ser mirado y escuchado. El elemento acu�tico sirve de conexi�n en “l�stima”, aludiendo a las l�grimas de ellas, y en la transformaci�n del amante en l�grimas acompa�ando a las ninfas en su mundo. El deseo de morir anuncia la incorporaci�n del yo po�tico al espacio acu�tico del mito en que las j�venes intercambian sucesos de amor, a�adiendo, de esta manera, un nuevo caso de amor a sus historias. La distancia m�tica ha sido eliminada progresivamente.

Soneto XIII

A Dafne ya los brazos le crec�an,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu’el oro escurec�an.
De �spera corteza se cubr�an
los tiernos miembros, que a�n bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas ra�ces se volv�an.
Aquel que fue la causa de tal da�o,
a fuerza de llorar, crecer hac�a
el �rbol, que con l�grimas regaba.
�Oh miserable estado, oh mal tama�o!
�Que con lloralla cresca cada d�a
la causa y la raz�n porque lloraba!

Fuente: (Poes�a, p�g. 187)

En este soneto, el yo po�tico contempla (“vi”) desde una distancia m�nima una escena mitol�gica de metamorfosis. El poeta no da indicios de visualizaci�n de una obra pict�rica, como s� lo hac�a en sus �cfrasis de la ��gloga III�. Se evita narrar la historia completa, el poema se concentra en el momento de la transformaci�n de la ninfa, que es el motivo generalmente atendido en literatura y arte. El yo l�rico no interviene en la escena, pero s� extrae una dolorosa lecci�n: las culpas y penas de amor (�la causa de tal da�o�, �la causa y la raz�n�) incrementan la pasi�n. El gesto del llanto de Apolo ante Dafne transformada es otro motivo fundamental para la significaci�n de la obra. Observando a Apolo, el yo se reconoce a s� mismo, y en Dafne descubre a la persona amada. Precisamente, es la monstruosa metamorfosis de su dama, por culpa del yo po�tico, lo que el sujeto l�rico contempla y lamenta. Esta es la mutaci�n que interesa. Es el momento de eliminaci�n de la distancia m�tica.

Canci�n Quinta (Oda a �La flor de Gnido�)

tanto pudiese el son, que en un momento
aplacase la ira del animoso viento,
y la furia del mar y el movimiento;
y en �speras monta�as con el s�ave canto
enterneciese las fieras alima�as,
los �rboles moviese,
y al son confusamente los trajese;
no pienses que cantado
seria de m�, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor te�ido;
ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados.
Mas solamente aquella
fuerza de tu beldad ser�a cantada,
y alguna vez con ella
tambi�n ser�a notada
el aspereza de que est�s armada;
y c�mo por ti sola
y por tu gran valor y hermosura
convertido en v�ola,
llora su desventura
el miserable amante en su figura.
Hablo de aquel cativo,
de quien tener se debe m�s cuidado,
que est� muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.
Por ti, como sol�a,
del �spero caballo no corrige
la furia y gallard�a,
ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya le aflige.
Por ti con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzo�osa.
Por ti su blanda musa,
en lugar de la c�thera sonante,
tristes querellas usa,
que con llanto abundante
hacen ba�ar el rostro del amante.
Por ti, el mayor amigo
le es importuno, grave y enojoso;
yo puedo ser testigo
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo.
Y agora en tal manera
vence el dolor a la raz�n perdida,
que ponzo�osa fiera
nunca fue aborrecida
tanto como yo d�l, ni tan temida.
No fuiste t� engendrada
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de s� destierra.
H�gate temerosa
el caso de Anaj�rete, y cobarde,
que de ser desde�osa
se arrepinti� muy tarde;
y as� su alma con su m�rmol arde.
Est�base alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido,
cuando abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante all� tendido.
Y al cuello el lazo atado,
con que desenlaz� de la cadena
el coraz�n cuitado,
que con su breve pena
compr� la eterna punici�n ajena.
Sinti� all� convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
�Oh tarde arrepentirse!
�Oh �ltima terneza!
�C�mo te sucedi� mayor dureza?
Los ojos se enclavaron
en el tendido cuerpo que all� vieron,
los huesos se tornaron m�s duros y crecieron,
y en s� toda la carne convertieron;
las entra�as heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura;
hasta que, finalmente,
en duro m�rmol vuelta y transformada
hizo de s� la gente no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
No quieras t�, se�ora,
de N�mesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas
den inmortal materia,
sin que tambi�n en verso lamentable
celebren la miseria
d’alg�n caso notable
que por ti pase triste y miserable.

Fuente: (Poes�a, p�gs. 174-178)

Garcilaso acude a la convergencia de mitos, tanto de forma gen�rica, como bajo una amplificaci�n particular. Las distancias respecto de los mitos var�an en este poema, yendo desde la alusi�n hasta la escenificaci�n. La canci�n plantea como argumento inicial que, si el yo po�tico tuviera el poder de la m�sica de Orfeo sobre las fuerzas de la naturaleza, no cantar�a sobre la guerra (Marte), sino sobre la fiereza de la dama con el objetivo de aplacarla en favor del amigo enamorado. La concha de Venus es un motivo asociado ahora a una emblem�tica nave-prisi�n para un galeote de amor. El relato de Anaj�rete e Ifis, un caso de tard�o arrepentimiento de la amada indiferente, castigada mediante una metamorfosis del cuerpo en m�rmol, sirve de advertencia dirigida a la destinataria del poema (�H�gate temerosa�). No se cuenta toda la historia, pero s� se expone detalladamente el proceso de transformaci�n de la figura femenina, intensificando, de esta forma, la admonici�n. Garcilaso prolonga la duraci�n del gesto final de Anaj�rete mirando desde su ventana para siempre el cuerpo de Ifis, quien se hab�a ahorcado ante su puerta (�abajo mirando� �los ojos se enclavaron / en el tendido cuerpo que all� vieron�). Aqu� resalta la pro- ximidad de la escena mitol�gica. El soneto culmina avisando que N�mesis (�no quieras t�, se�ora, / de N�mesis airada las saetas probar�) podr�a transformar tam bi�n a la dama en otro paradigma po�tico de “aspereza” culpable, conden�ndola, como a Anaj�rete, a �eterna punici�n� l�rica.

Veremos, ahora, algunos m�todos de utilizaci�n de mitos en dos sonetos de Francisco de Quevedo:



A todas partes que me vuelvo veo
las amenazas de la llama ardiente,
y en cualquiera lugar tengo presente
tormento esquivo y burlador deseo.
La vida es mi prisi�n, y no lo creo;
y al son del hierro, que
y al son del hierro, que perpetuamente
pesado arrastro, y humedezco ausente,
dentro en m� proprio pruebo a ser Orfeo.
Hay en mi coraz�n furias y penas;
en �l es el amor fuego y tirano,
y yo padezco en m� la culpa m�a.
�Oh due�o sin piedad, que tal ordenas,
pues, del castigo de enemiga mano,
no es precio, ni rescate l’armon�a.

Fuente: (Poes�a, N� 297)

Observamos asociaciones muy personales con el mito de Orfeo en el momento del gesto de voltear a la salida del Hades para ver a Eur�dice (�me vuelvo / veo las amenazas de la llama ardiente�). Probar a �ser Orfeo�, significa tratar de rescatarse a s� mismo de su infierno de amor, ordenado y presidido por Eros, mediante la poes�a (�l’armon�a�). Pero esto no da resultado, lo que constituye una hip�rbole sobre la fuerza superior de Eros, dado el poder extraordinario que se atribuye a la m�sica de Orfeo. El texto manifiesta una reducci�n de la distancia m�tica en favor de la interiorizaci�n del mito de Orfeo. La frase �Castigo de enemiga mano�, alude a Eros, �fuego y tirano�. El yo po�tico no puede escapar del acoso del amor. El arte no consuela ni protege. Eros vence a Orfeo, lo expulsa y se apodera del sujeto. Se suprime, de esta manera, toda distancia.



Cerrar podr� mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco d�a,
y podr� desatar esta alma m�a
hora a su af�n ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejar� la memoria, en donde ard�a:
nadar sabe mi llama la agua fr�a,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un Dios prisi�n ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejar�, no su cuidado;
ser�n ceniza, mas tendr� sentido;
polvo ser�n, mas polvo enamorado.

Fuente: (Poes�a, N� 472)

Aqu� la presencia del mito de Leteo est� semioculta, repartida en varios motivos indicados en �no,…en la ribera, / dejar� la memoria�, �nadar sabe mi llama la agua fr�a�3. El mito de Hero y Leandro sostiene, por oposici�n, la orgullosa afirmaci�n del yo po�tico en �nadar sabe mi llama la agua fr�a�, frente al no saber, no poder nadar de la llama de la pasi�n en Leandro. Igualmente, se evoca, esta vez n�tidamente, a Eros en el verso �Alma a quien todo un Dios prisi�n ha sido�. Mucho m�s rec�ndita, (no detectada por la cr�tica para este famoso poema de Quevedo4), acumulada en fragmentos dispersos y en serie, es la remisi�n al ave F�nix (ard�a,

llama, fuego, ardido, ceniza, polvo) que sustenta la permanente renovaci�n del voto amoroso en el poema. �Desatar� es un verbo que usa con frecuencia Quevedo, generalmente formando sintagma con ceniza o cenizas5. El Soneto �Arder sin voz de estr�pito doliente� (Poes�a, N� 322) trae el verso ��Y ordenas, Floris, que en tu llama ardiente / quede en muda ceniza desatado / mi coraz�n sensible y animado, / v�ctima de tus aras obediente?�. (Poes�a, 452). En met�fora de G�ngora, desatar describe una mariposa quem�ndose: �Mariposa en cenizas desatada� (Soledad I, 89). Estamos ante una imagen frecuente en la poes�a de la Edad de Oro (Trueblood, 1977; Cabello, 1990, 1991). La idea de retorno del mundo de la muerte hacia la vida concierne al mito de Orfeo, aunque, en esta oportunidad, en versi�n inversa: la amada, o Eur�dice, permanece en la vida, y Orfeo (el amante) en el infierno, no la olvida, pese al Leteo. En todos los casos, estos mitos son parte de una serie de imposibles que el yo po�tico declara superar gracias a la intensidad del amor. Observamos en el poema la anulaci�n de la distancia m�tica: el yo es Orfeo derrotando al Leteo.

Concluimos esta exposici�n resaltando la importancia del an�lisis de las formas de elaboraci�n de relaciones mitol�gicas complejas en textos po�ticos, en tanto son parte constitutiva de los sistemas de significaci�n y de composici�n art�stica.

OBRAS CITADAS

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Notas

1 El presente trabajo es una version del art�culo que expuse en el �Coloquio internacional sobre poes�a. Cl�sicos y barrocos. En torno a la obra, el tiempo y las fuentes cl�sicas de Baltasar Elisio de Medinilla: homenaje a los 400 a�os de su muerte�, en la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina, el 23 de octubre de 2020.
2 James Heffernan explica la �cfrasis como �representaci�n verbal de la representaci�n visual� (1993: 3, 4). Entre texto e imagen interviene una serie de mediaciones. Al respecto, Ruth Webb propone que �all descrip- tions […] are mirrors that must in some way “distort” their subjects. At the same time, by the very act of selecting, ordering, and presenting material they can act as a sort of commentary on their subjects� (1999: 61).
3 En el soneto �Si hija de mi amor mi muerte fuese� (Poes�a, N. 460), esta vinculaci�n con Leteo surge expl�cita: �De esotra parte de la muerte dura, / vivir�n en mi sombra mis cuidados, / y m�s all� del Lethe mi memoria�.
4 Antonio Ramajo Ca�o, en 1993, apuntaba en esta direcci�n, sin desarrollar su idea: �nos preguntamos si en la expresi�n feliz polvo enamorado, en la que se cifra la uni�n de la muerte (polvo) y el triunfo de la vida post- mortem (enamorado) no se encuentra un sutil�simo recuerdo del mito del ave F�nix, resucitadora en sus cenizas, como el amado resucita, por el calor de la llama amorosa, en las suyas� (1993: 328). Con respecto a este soneto, el tema del F�nix no se toma en cuenta en el amplio estudio de Antonio Gargano dedicado al Ave F�nix en Quevedo: �“Animales so�ados”: Quevedo y el ave f�nix�, publicado en 2015.
5 Sandra Romano Mart�n establece la conexi�n de �desatar esta alma m�a� en Quevedo con �animam…re- solveret� en la Eneida de Virgilio (IV, 693-5), 1994: 81.
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