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En 2024 una película sobre la pandemia es casi como una película de época. ¿Tiene algún sentido ambientar hoy una película en la primavera de 2020 que prácticamente reproduce las filmaciones de aquellos momentos? Para Olivier Assayas se ve que sí, que tenía necesidad de hablar de esos tiempos que hoy parecen tan lejanos y por eso ambienta Hors du temps, título muy apropiado, en la casa familiar donde compartió con su hermano y su pareja varios meses de confinamiento. Una home movie por lo tanto, pero, decía, de época. Assayas nos habla en primera persona de la historia de la casa y, sobre todo, de la figura de su padre. Esta es la vertiente documental de la película, con diferencia la más interesante. Pero hay otra de ficción o recreación en la que a Assayas, entendemos que es él, lo interpreta Vincent Macaigne, el personaje se llama Paul y es también un cineasta (en el epílogo de la película tendrá una breve aparición la que se supone es la alter ego de Mia Hansen-Løve). Uno pudiera pensar que es su hermano Etienne (Micha Lescot), un crítico musical, quien responde más al estereotipo de Assayas, pero quizás lo interesante de la operación sea poner a Mascaigne en su piel, la de un cineasta muy neurótico que va y viene, que vive en una especie de paraíso renoiriano (el confinamiento de los ricos) y que está obsesionado con el legado familiar, con la transmisión de la herencia, ahora hacia su hija. Es un tema que Assayas ya había tratado en alguna película anterior (Las horas del verano) y que suena a algo ya visto, casi como una cuña o una coda que hay que meter a toda costa para salvar un film menor que solo parece justificarse por un impasse en la carrera de su director o, simplemente, porque una gran idea (esa pieza documental sobre la casa del padre se va diluyendo poco a poco a medida que avanza el metraje) apenas daba para un cortometraje. Si la mayoría de las películas de la pandemia respondían a una necesidad de urgencia, Hors du temps suena a mero y tardío compromiso.

Jaime Pena