El Sobrino de Rameau, D. Diderot

Novela postuma en forma de diálogo (1823); aunque Goethe ya había publicado una traducción alemana en 1805

Un día, después de cenar, el narrador (Yo) conoce en el «Café de la Régence» al sobrino del célebre músico Ra­meau (Él) un hombre antojadizo y anticonformista, una «extraña mezcla de elevación y de bajeza». Se entabla una briosa conversación llena de paradojas e intercalada de pantomimas, durante la cual se abordan diversos te­mas.

Rameau cuenta su vida; evoca luego la figura de su tío, el genial músico pero avaro y pésimo padre y mari­do, y tiene así oportunidad de arremeter contra los lla­mados hombres de genio. Sucesivamente, se jacta de su habilidad en comer de gorra y en recibir regalos de la gen­te adinerada, gracias a su talento como conversador divertido. La conversación cambia luego a la educación de los hijos y a las teorías musicales, para llegar a abordar lo que Rameau define como los «idiotismos mo­rales», o lo que es lo mismo, «las excepciones a la con­ciencia general», de las cuales aporta numerosos ejem­plos.

Poco a poco Rameau va ganando en seguridad y afirma la supremacía de su inmoralismo contra el tradi­cionalismo del narrador: a éste, defensor de que la feli­cidad consiste en socorrer a los desgraciados, le opone él una realidad que muestra a infinitas personas honestas desgraciadas y a muchos seres felices deshonestos. Llega a afirmar sin más que él necesita alcanzar «lo sublime en el mal». Perturbado por tales declaraciones, el narrador conduce la conversación hacia otro tema, el del arte mu­sical como imitación, y nuevamente se reanuda la discu­sión.

Al final del diálogo, tras haber sabido que Rameau educa a su hijo enseñándole el valor del dinero, el narra­dor plantea la pregunta inevitable: ¿cómo Rameau no ha conseguido hacer nada de valor? Dotado de una natura­leza demasiado impulsiva y carente de autodisciplina no le ha sido posible afirmarse en una sociedad que obliga a los individuos a no ser ellos mismos cuando tienen ne­cesidad de alguna cosa. La conversación concluye con el último desafío de Rameau: «quien ríe el último, ríe mejor».