En El príncipe, tal vez el primer clásico de la ciencia política, Maquiavelo no dice que el fin justifique los medios. Dice, sí, que la acción política hay que juzgarla por sus resultados y no por las intenciones, y que el objetivo de toda política es la estabilidad, de modo que, entre otras virtudes, el príncipe y las instituciones de un Estado deberán tener la de adaptarse a las circunstancias, ser flexibles. De esta idea se toma José Antonio Viera-Gallo para traer al presente, incluso a Chile, al autor que, dicen, abrió el camino del pensamiento político moderno. Vivimos en un momento “maquiaveliano”, es decir, de transición, lleno de interrogantes: “¿Cómo no traer a colación a Maquiavelo cuando afirma que toda sociedad está atravesada por la tendencia de los poderosos a abusar de su autoridad y del pueblo a defender sus derechos y libertades? De cómo se resuelva ese conflicto depende, según el florentino, la suerte de la sociedad”, se lee en el prólogo con el que Viera-Gallo acompaña su traducción de El príncipe. Se trata, en realidad, de una buena introducción a las ideas de Maquiavelo, a su vida, y al derrotero del maquiavelismo desde el Renacimiento hasta nuestros días. La edición incluye también una carta del autor italiano que permite conocer sus circunstancias vitales al momento de escribir su obra mayor, y una selección de extractos de sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio.

Calificar de clásica una obra puede tener el efecto de hacerla parecer lejana, incluso difícil; nada de eso ocurre con El príncipe, al menos en esta traducción, pues su estilo es directo, su lenguaje llano y, en el caso de situaciones o personajes desconocidos para el autor, se incluyen las notas justas para resolver las dudas./ Juan Rodríguez M.