Mummery, un verdadero alpinista

Mummery, un verdadero alpinista

El genio británico fue el primero en intentar ascender una montaña de ocho mil metros, el Nanga Parbat en 1895

Jorge Jiménez Ríos

Mummery, un verdadero alpinista
Mummery, un verdadero alpinista

El verdadero alpinista es el que intenta nuevas ascensiones.

Un hombre sólo mantiene las pupilas firmes, tras los cristales de sus gafas, en un caos de roca, hielo y demonios que se estiran hasta una cumbre de más de ocho mil metros. El Nanga Parbat, altivo, no devuelve el gesto, y permanece atento a los horizontes dentados y a un cielo desde el que los dioses del viento arrojan implacables sus lamentos. Ese hombre, tan pequeño ante el titán que retiene su mirada, es Albert Mummery, impulsor de una nueva forma de alpinismo, el más puro y arriesgado montañero de su tiempo, y no iba a regresar nunca del primer intento por usurpar uno de los catorce techos de la mundo.

Inglés, nacido en 1855, Mummery daría paso a una nueva forma de entender las ascensiones, primando los itinerarios por vencer y el estilo con el que se afrontan, siendo considerado el padre del alpinismo moderno y precursor del “by fair means" seguido hoy en día por la vanguardia del alpinismo. Actividades ligeras, rápidas, acrobáticas y sin guías, son las líneas que fundamentan las grandes gestas que seguirán en los Alpes y el Himalaya, heredadas por prohombres de la montaña como Bonatti o contemporáneos como Steve House. Todos los que alguna vez se han batido con dificultades extraordinarias, más por el hecho de superarlas que por acceder al tesoro que esconde la cima, han bebido de la célebre cita del británico: “Cuando todo indica que por un lugar no se puede pasar, es necesario pasar. Se trata precisamente de eso".

Mummery, un verdadero alpinista

Ilustración: Adrian Blokin

Espigado y de aspecto frágil, con problemas de vista y de columna, Albert Frederick Mummery compensaría sus carencias físicas con una vivacidad y un tesón sin igual, para finiquitar las aventuras alpinas del siglo XIX, inventando además equipos livianos con los que enfrentar sus problemas de espalda.

A los quince años acomete la escalada del Cervino (1871), tan sólo seis años después de la primera ascensión. Aunque su primera etapa en los Alpes y el Cáucaso todavía no ha desarrollado en profundidad el nuevo estilo con el que atacar las cumbres -encordándose a guías como el voluntarioso suizo Alexander Burgener, con quien rubrica la primera a la arista Zmutt del Matterhorn- será al regresar de la ascensión del Dychtau (Rusia), cuando su espíritu pone de relieve esa nueva concepción hacia las líneas de escalada, cosechando fantasiosos éxitos en los Alpes: la travesía del Grepón, la Brenva o el Dru son un ejemplo de esa mirada que contagiaría a las siguientes generaciones.

De personalidad extrovertida y afilada, reflejada en sus escritos, traba amistad con uno de los personajes más extraordinarios de los tiempos dorados de la exploración, el Duque de los Abruzzos, con quien comparte una de sus seis ascensiones al Cervino, también en compañía de otra de las figuras de la época, John Normal Collie.

Y en 1985 decide trasladar su filosofía a los colosos de Asia, marchando a Pakistán para acometer una de las montañas más fieras y trágicas de los anales montañeros. El Nanga Parbat no sería escalado hasta seis décadas más tarde, a cuenta de Hermann Buhl, quien definiría al inglés como uno de los alpinistas más relevantes de todos los tiempos. Compartiendo las ambiciones de Mummery, se encuentran Norman Collie, G. Hastings y Charles Grandville Bruce, además de dos gurkas. Los primeros intentos los realizan por la monstruosa vertiente Diamir, llegando a pisar cerca de los siete mil metros, algo más que loable para aquellos días. Descartada la pared del Rupal, quizá el muro de hielo y roca más aterrador del planeta, deciden estudiar el flanco norte, la vertiente Rakhiot. Allí Mummery imagina un itinerario por la arista que conecta el Ganalo Peak con el Nanga, por encima de los seis mil metros. Mientras Collie y Hastings aguardan en el extremo contrario, Mummery se aventura con los dos gurkas. Sepultados por un alud, no se les volvería a ver.

El impacto de la desaparición de Albert Frederick Mummery haría que las siguientes acometidas a los ochomiles fueran más conservadoras, con expediciones numerosas y jerarquizadas, incapaces de plasmar en aquellos lienzos imposibles un estilo que si tendría su continuidad en los Alpes. El Himalaya “by fair mains" tendría que esperar. Como escribió Collie: “Su memoria perdurará, no será olvidado". Aún hoy, Mummery forma parte del futuro del alpinismo.

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