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Distante distinción
Es una de las grandes damas del cine. Parisina de pura cepa, fría para algunos y atractiva para otros, ha trabajado con muchos de los mejores directores europeos. Su persona desprende un extraño magnetismo que no ha disminuido con la edad y con cada uno de los papeles de su extensa carrera.
Y es que son más de un centenar las películas que componen la filmografía de Catherine Deneuve, una cosecha que no muchas actrices pueden exhibir. Ella mantiene intacta su ilusión de juventud: “Mi ambición es hacer películas que me interesen, con directores que me interesen”. Pero esa faceta artística ha sido olvidada con frecuencia por los espectadores, presas de la enorme belleza de la Deneuve, una de esas rubias epatantes que el cine catapulta de vez en cuando a fenómeno cultural. Y aunque en Estados Unidos su carrera no cuajó, en Europa siempre fue considerada desde su exitoso inicio una de las grandes divas del séptimo arte.
Nacida en París el 22 de octubre de 1943, Catherine Deneuve, cuyo nombre real es Catherine Fabienne Dorléac, es hija de también actor Maurice Dorléac y de Renée Deneuve, ocasional actriz de teatro. Es la tercera de cuatro hermanas, una de las cuales, la también actriz Françoise Dorléac, falleció en accidente de tráfico en 1967, cuando sólo tenía veinticinco años. Según cuenta Catherine, vivió en una familia muy unida y tuvo una infancia normal, sin lujos pero sin estrecheces, sintiéndose una niña muy querida. Y aunque feliz, con los años Catherine también se mostraba algo tímida y no le gustaba vestirse de modo elegante, ni asistir a bailes de etiqueta. Le agradaba, eso sí, cantar y bailar. Muy pronto se interesó por el cine y recuerda su fascinación de niña hacia el cartel de Cuando ruge la marabunta, película que su padre no le dejó ver debido a su corta edad. Más tarde, hacia los 15 años, iba con sus amigos a ver películas de grandes directores como Sergei M. Eisenstein o Orson Welles y se hizo asidua de los cine-clubs. Y fue a esa edad adolescente, estando todavía en la escuela, cuando le ofrecieron su primer papel en una película.
Su hermana mayor Françoise ya había empezado a trabajar como actriz y le había pedido a Catherine que le acompañara en el set. Y el director se fijo en ella. Tras el permiso paterno, debutó en Les collégiennes (1957) con el nombre de Catherine Dorléac. Después la actriz regreso a sus estudios en la escuela, hasta que años después volvieron a acudir a ella. En 1960 rodó con su hermana Les portes claquent, ya adoptando en su nombre artístico el apellido de su madre para que no la confundieran con Françoise. Y ese mismo año compartió película con dos grandes del cine, Danielle Darrieux y Mel Ferrer, en L'homme à femmes. Catherine sabía que la elegían por su fotogenia y la actriz no se tomaba muy en serio su carrera, en el sentido de que no la concebía como un trabajo y una dedicación para su vida. Eso llegaría más tarde. Entretanto siguió rodando filmes discretos, como Les parisiennes (1962), Et Satan conduit le bal (1962) o Le vice et la vertu (1963). Lo más destacado de esas películas fue que trabajó en ellas, como guionista o como director, Roger Vadim. Catherine se enamoró locamente de él: “Dejé a mis padres, que se quedaron muy tristes. Pero estaba muy enamorada y me fui a vivir con él”. Con Vadim la actriz tuvo a su hijo Christian, cuando ella contaba tan sólo 19 años: “Tenía un deseo de tener hijos absolutamente increíble”. Sin embargo, la pareja se rompió al poco tiempo y Catherine quedó con el hijo a su cargo, una responsabilidad que según ella era demasiado grande para una chica de veinte años.
El momento clave de su carrera fue cuando Jacques Demy la fichó para protagonizar Los paraguas de Cherburgo (1963), delicioso musical en el que Catherine hizo maravillas con su voz y alcanzó la fama instantáneamente. Ella acababa de dar a luz y no estaba segura de si iba a ser actriz. “La película fue realmente mi nacimiento al cine”, afirmaba Deneuve. A partir de ese momento empezó a participar en películas de mayor entidad, con grandes directores. En 1965 comenzó a labrarse esa fama de mujer hermética y distante, una etiqueta que ya le acompañaría para siempre. Lo cierto es que en Repulsión de Roman Polanski estuvo perfecta con su papel de joven desequilibrada. Por aquel tiempo se casó con el fotógrafo y más tarde director de cine David Bailey. El matrimonio duró hasta 1972 en que ambos se divorciaron. Catherine Deneuve nunca más se casó e incluso en una ocasión declaró con resignación y tristeza el motivo: “No veo ninguna razón para casarme cuando existe el divorcio”.
En 1967 repitió en otro encantador musical de Demy, Las señoritas de Rochefort, donde estuvo acompañada por su hermana Françoise, quien moriría poco después en un accidente. Su muerte “fue el dolor más grande de mi vida”, dice, y sentencia: “Durante años me sentí como un zombi. (...). Me convertí en una actriz importante pero me sentía completamente desconectada de la realidad”. Su primer trabajo con Luis Buñuel, Bella de día, data de ese mismo año, y aunque es su película más célebre con el director de Calanda, ella prefiere Tristana (1970). Respecto a Buñuel, no duda en afirmar que su relación con él “no se puede llamar de amistad. Era severo, sombrío y no fuimos más allá de una relación profesional. Se relacionaba más con los actores”. En 1969 entró en liza en su carrera otro de los directores que mayor partido ha sacado de la actriz, François Truffaut. Con él rodó La estupenda La sirena del Mississippi, junto a Jean-Paul Belmondo. Y once años después repetiría con el director en otra de sus mejores y más emocionantes películas, El último metro. Entre medias había probado sin suerte en Hollywood, con Los locos de abril y después rodado el film de cine negro Crónica negra (1972), con el gran Jean-Pierre Melville. También había conocido a Marcello Mastroianni, con quien filmó un buen puñado de películas, como Angustia de un querer (1971), Liza (1972), No te puedes fiar ni de la cigüeña (1973) o No tocar a la mujer blanca (1974). La relación de Deneuve con el astro galo fue más allá de lo profesional y ambos mantuvieron un largo idilio, cuyo fruto fue la segunda hija de la Deneuve: Chiara Mastroianni, nacida en 1972.
La filmografía de la actriz siguió creciendo y creciendo durante los 80 y los 90, pero sin títulos muy memorables, aunque trabajó con cineastas galos de prestigio como Alain Corneau (Fort Saganne), André Téchiné (El lugar del crimen, Mi estación preferida, Los ladrones), Régis Wargnier (Indochina, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera, La vida prometida), Manoel de Oliveira (El convento) o Nicole Garcia (Place Vendôme). Pero entre su filmografía hay también algunos títulos singulares, como El ansia (1983), extraño film dramático de vampiros dirigido por Tony Scott, la extraordinaria Bailar en la oscuridad (2000), de Lars von Trier o la miniserie televisiva Princesa María (2004). Y en los últimos tiempos, esta gran dama del cine ha destacado en películas como 8 mujeres (2002), ¡Palacio real! (2005), Un cuento de Navidad (2008), La chica del tren (2009) y Potiche, mujeres al poder (2011).
Premios
Ganador de 1 premio
- Copa Volpi a la mejor actriz Place Vendôme
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