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Leonid Kuchma

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Actualización: 23 enero 2024

Ucrania

Presidente (1994-2005); primer ministro (1992-1993)

  • Leonid Danylovych Kuchma
  • Mandato: 19 julio 1994 - 23 enero 2005
  • Nacimiento: Chaykino, óblast de Chernihiv, 9 agosto 1938
  • Partido político: sin filiación
  • Profesión: Ingeniero aeronáutico

Presentación

La Revolución Naranja de noviembre de 2004 marcó en Ucrania el final de la década larga de presidencia republicana de Leonid Kuchma, cuyo favorito para sucederle, el primer ministro Viktor Yanukovych, tuvo que ceder ante el candidato opositor Viktor Yushchenko y la presión popular tras quedar de manifiesto un grosero fraude electoral. Antiguo ingeniero de misiles y patrón del complejo militar-industrial soviético, Kuchma desempeñó dos mandatos controvertidos donde confluyeron las reformas pro mercado, el influjo perturbador de los poderosos lobbies empresariales y regionales, los menoscabos al sistema democrático y una política exterior pretendidamente equilibrada pero un tanto errática que empezó apostando por la inserción en el flanco occidental y terminó orientándose a la alianza con Rusia.

(Texto actualizado hasta febrero 2005)

Biografía

1. Ingeniero de misiles atómicos en Dnipropetrovsk
2. Un rápido ascenso político en la esfera del oficialismo poscomunista
3. El primer mandato presidencial: orientación prooccidental y zozobra económica
4. Reelección en 1999, síntomas autocráticos y final de la crisis económica
5. Deterioro de la calidad democrática del régimen y auge de los clanes político-empresariales
6. Decepción en la apuesta euro-atlántica y giro prorruso de la política exterior
7. Prolegómenos, desarrollo y consecuencias de la Revolución Naranja de 2004


1. Ingeniero de misiles atómicos en Dnipropetrovsk

Huérfano desde los seis años del padre, muerto en 1944, en el penúltimo año de la Segunda Guerra Mundial, cuando luchaba como soldado del Ejército soviético contra los alemanes (la tumba de Danylo Kuchma no fue localizada hasta 1996, concretamente en la ciudad rusa de Velikiy Novgorod), el niño creció bajo el cuidado de su madre, una trabajadora de granja colectiva, en su terruño de Chernihiv, óblast norteño al este del río Dniéper y lindante con las repúblicas socialistas soviéticas de Rusia y Bielorrusia.

En 1960 se graduó en el Departamento de Ingeniería Física de la Universidad Estatal de Dnipropetrovsk con el título de ingeniero de cohetes. Ese mismo año, se afilió al Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y comenzó a desempeñar la profesión de ingeniero proyectista en el Buró de Diseños Yuzhnoye —en idioma ucraniano, Buró de Diseños Pivdenne—, principal exponente de la industria aeroespacial soviética, con sede en Dnipropetrovsk. En 1975 se convirtió en secretario del Comité del Partido Comunista Ucraniano (KPU, la sección republicana del PCUS) en la compañía, con lo que pasó a realizar tareas de tipo más burocrático. En 1982 fue promovido al puesto de primer subdirector general de la Yuzhnoye. Capacitación y méritos propios al margen, en el ascenso profesional de Kuchma pudo ejercer una influencia positiva su matrimonio con Lyudmyla Tumanova, hija de un preboste local del PCUS, con la que tuvo una hija, Olena.

En este período de servicios al Estado en su condición de ingeniero de alto nivel trabajó también como director de pruebas en un proyecto secreto conducido en el polígono de vuelos espaciales de Baykonur, en Kazajstán. Pero su posición más reputada, desde 1986, fue la de director general de la empresa constructora de misiles balísticos con capacidad nuclear Yuzhmash, en Dnipropetrovsk, que plasmaba los diseños enviados por la Yuzhnoye. A Kuchma se le atribuye un papel fundamental en el desarrollo y construcción de los misiles de alcance intermedio RT-21M, codificados por la OTAN como SS-20 Sinner, que fueron desplegados en los países satélites de Europa oriental en 1977 y desmantelados en virtud del Tratado INF de 1987, así como de los más temibles misiles intercontinentales R-36M, conocidos en Occidente como SS-18 Satán y unos de los objetos de los tratados de reducción de misiles estratégicos START I y II de 1991 y 1993; con un alcance de 11.000 km y una ojiva capaz de contener 10 cabezas nucleares de hasta 550 kilotones cada una o bien una única bomba de hidrógeno de 20 megatones, el enorme SS-18 era la joya del arsenal nuclear soviético y de hecho el arma construida en serie más mortífera de la historia.

Kuchma, como otros muchos capitostes del aparato militar-industrial y de los escalafones burocráticos del PCUS, irrumpió en la política en la recta final de la Perestroika de Mijaíl Gorbachov, cuando en Ucrania cobraban ímpetu las fuerzas nacionalistas. En los primeros comicios plurales al Soviet Supremo de la todavía República Socialista Soviética Ucraniana, en marzo de 1990, salió elegido diputado en las listas del KPU, y en el hemiciclo estuvo activo en el Comité de Defensa y Seguridad del Estado. Tras el fallido golpe de Estado del 19 de agosto de 1991 en Moscú, al que siguieron la declaración unilateral de independencia de Ucrania y la autodisolución del PCUS, Kuchma perteneció al Congreso de Diputados Populares, el superparlamento soviético interino que durante unas semanas diseñó el esquema institucional de la nueva Unión de Estados Soberanos, entidad pensada para suceder a la URSS pero que nunca vio la luz. Como diputado en el Parlamento de Kíev, Kuchma fue uno de los artífices del Bloque Interregional de Reformas (MBR), bancada legislativa que fue catalogada como centrista.

Con el acceso del país a la plena independencia en el seno de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), en diciembre de 1991, Kuchma se concentró en el servicio público del flamante Estado ucraniano y clausuró su prolongada etapa de ingeniero de misiles. Ingresó en la plantilla docente de su antigua universidad y, paso decisivo en su incipiente carrera política, se vinculó al entorno del presidente de la República, Leonid Kravchuk, un ex apparatchik del KPU que, con una mezcla de oportunismo y convicciones sinceras, hizo suyo una parte sustancial del discurso nacionalista y prooccidental de la oposición parlamentaria. A comienzos de 1992 Kuchma era ya uno de los rostros señeros de la vida nacional como jefe del MBR y miembro destacado del llamado clan de Dnipropetrovsk, poderoso lobby político-empresarial basado en la gran ciudad industrial del oriente ucraniano, mayoritariamente rusófono.


2. Un rápido ascenso político en la esfera del oficialismo poscomunista

Acreditado como un buen conocedor de las capacidades productivas del país y como un partidario de las políticas de libre mercado, Kuchma fue nombrado primer ministro por Kravchuk el 13 de octubre de 1992 en sustitución de Valentyn Symonenko y con la misión fundamental de presidir un comité interministerial de emergencia que atajara la calamitosa situación económica, que era la consecuencia automática de la desarticulación de los mercados internos de la extinta URSS. El fracaso de su Gobierno a la hora de contener la devaluación brutal de la moneda nacional, el karbovanets, una divisa provisional emitida en 1992 con un tipo de cambio paritario con el rublo, y su funesto efecto, la hiperinflación, tal que entre diciembre de 1992 y diciembre de 1993 el índice de precios alcanzó la descomunal cifra del 4.900%, así como la negativa del Parlamento a otorgarle mayores poderes, precipitaron su dimisión el 21 de septiembre de 1993.

En diciembre de 1993 Kuchma pasó a presidir la Unión Ucraniana de Industriales y Empresarios, y en los meses siguientes fue perfilando una plataforma política para presentarse a las elecciones de 1994. En las legislativas del 27 de marzo, primeras desde la independencia, el MBR, ya registrado como partido, sólo obtuvo cuatro escaños, entre ellos el suyo, pero tras las rondas del 7 de abril y el 24 de julio, necesarias para terminar de cubrir los asientos de la Verjovna Rada o Consejo Supremo, se informó que la mayoría de los 163 candidatos electos como independientes eran, de hecho, allegados al MBR. El Partido del Renacimiento Democrático de Ucrania (PDVU), animado por antiguos funcionarios del PCUS y directores de empresa, era otra fuerza del arco parlamentario flanqueado por los izquierdistas prorrusos y los conservadores nacionalistas, que había apoyado a Kuchma en su etapa de primer ministro. El grupo parlamentario más nutrido era el del nuevo KPU.

De cara a las elecciones presidenciales del 26 de junio, la candidatura de Kuchma volvió a recibir la etiqueta de centrista porque defendía las reformas de mercado pero sin radicalismos, respetando los intereses corporativos del antiguo aparato industrial soviético. Además, el ex primer ministro era partidario de establecer unas relaciones constructivas y de buena vecindad con la Rusia de Borís Yeltsin, con la que Kravchuk estaba manteniendo un durísimo forcejeo —que en 1992 había alcanzado tintes prebélicos— por la titularidad de la flota de la antigua Armada soviética en el mar Negro, y de levantar todas las barreras que impedían la creación de un espacio económico único en la CEI. Ahora bien, Kuchma propugnaba también la introducción de una nueva moneda nacional, para demostrar que el acercamiento a Rusia no tenía porqué suponer "la entrada en la zona del rublo y la desaparición del Estado ucraniano". No obstante este discurso moderado, de calculada ambigüedad en torno a la exigencia de comunistas y socialistas de tender puentes con Rusia con vistas a una futura unión o confederación, para el movimiento nacionalista Ruj, ferviente defensor de la independencia ucraniana, Kuchma era simplemente un "proimperialista ruso".

Como sucedió en las legislativas, las elecciones presidenciales del 26 de junio de 1994 mostraron un fraccionamiento territorial de las preferencias electorales. Por Kuchma votaron masivamente los habitantes de las regiones meridionales y orientales, donde se concentra la importante minoría rusófona. Esta afinidad fue más acusada en la república autónoma de Crimea, causa de disputa con Rusia —a la que había pertenecido hasta 1954, cuando las autoridades soviéticas la transfirieron a Ucrania— y presidida desde enero por el separatista prorruso Yuriy Meshkov, y en la región carbonífera de Donbass, formada por los oblasts de Donetsk y Luhansk, donde los dirigentes locales exigían el reconocimiento del ruso como lengua oficial al mismo nivel que el ucraniano.

Por el candidato reeleccionista, Kravchuk, se decantaron en masa y con la aquiescencia del Ruj, que no presentó postulante propio, los electores de las regiones occidentales. En la primera vuelta, Kravchuk se adelantó con el 37,6% de los votos frente al 31,2% sacado por Kuchma, al que siguieron Oleksandr Moroz, del neocomunista Partido Socialista de Ucrania (SPU), y el liberal Volodymyr Lanovoi. En Kíev, Kuchma sólo mereció la confianza del 16% de los votantes. Pero en la segunda vuelta, el 10 de julio, el voto útil de toda la izquierda le otorgó la victoria con el 52,1%.


3. El primer mandato presidencial: orientación prooccidental y zozobra económica

Tras tomar posesión el 19 de julio para un período de cinco años, Kuchma no tardó en distanciarse de los postulados más acusadamente prorrusos, para, lenta y sutilmente, terminar articulando un discurso prooccidental y hasta discretamente proatlantista. El nuevo Ejecutivo aceptó con naturalidad la situación creada tras la firma en febrero por el anterior Gobierno del documento marco del programa de la OTAN Asociación para la Paz (ApP), tal que en septiembre de 1995, el ministro de Exteriores nombrado por Kuchma, Hennadiy Udovenko, recogió en Bruselas el Programa Individual de Asociación elaborado por la OTAN.

En esta cautelosa evolución el mandatario tuvo en cuenta la situación geográfica de Ucrania, país populoso, de innegable potencial industrial pese a la postración socioeconómica del momento y encrucijada de la red de ductos que permitía a Rusia y a las repúblicas ex soviéticas transcaucásicas y asiáticas exportar sus hidrocarburos a Europa, con los consiguientes ingresos para Ucrania por los derechos de tránsito. En este primer mandato, la gestión de Kuchma resultó fructífera por la desactivación de los graves contenciosos con Rusia heredados de la Administración anterior.

En primer lugar, se cerró el capítulo de la desnuclearización, ya avanzada por Kravchuk, al aprobar la Rada el 16 de noviembre de 1994 la adhesión del país al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), tal como venía demandando Estados Unidos como condición para liberar su ayuda económica, que se prometía ingente. El 5 de diciembre siguiente, Kuchma entregó el documento de adhesión al TNP durante la cumbre en Budapest de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).

De hecho, la desnuclearización de Ucrania eliminaba el último obstáculo para la entrada en vigor del START I, tal que el mismo día y en el mismo escenario, Kuchma y sus homólogos de Rusia, Yeltsin, Estados Unidos, Bill Clinton, Kazajstán, Nursultán Nazarbáyev, y Bielarús, Alyaksandr Lukashenko, firmaron un protocolo sobre el intercambio de los instrumentos de ratificación del tratado de reducción de misiles estratégicos. En cumplimiento de los compromisos adquiridos, en octubre de 1995 Ucrania desactivó sus 46 misiles balísticos de cabezas múltiples SS-24 y la mayoría de los 130 misiles SS-19, y el 1 de junio de 1996 las últimas unidades fueron transferidas a Rusia. Poco antes de este traslado, el 19 y el 20 de abril, Kuchma asistió como invitado a la cumbre del G-8 que se celebró en Moscú con una agenda centrada en la seguridad nuclear.

En segundo lugar, se apaciguó también el conflicto con Crimea mediante una combinación de firmeza de las autoridades estatales y posibilismo de las regionales. Así, el 17 de marzo de 1995 la Rada declaró nulos la Constitución y el Ejecutivo independentistas, y el 1 de noviembre siguiente el propio Parlamento crimeano aprobó el primer artículo de una nueva Constitución regional donde se definía a Crimea como “parte autónoma” de Ucrania y por ende se reconocía la soberanía de Ucrania sobre el territorio. Kuchma no desaprovechó la oportunidad abierta para distender las relaciones con Yeltsin y cerrar otros capítulos del enfrentamiento bilateral.

En el plazo de dos años, los presidentes suscribieron un acuerdo prácticamente definitivo sobre el correoso asunto del reparto de la flota del mar Negro, el 9 de junio de 1995 en la ciudad costera rusa de Sochi, así como el largamente postergado Tratado de Amistad, Cooperación y Asociación, el 31 de mayo de 1997 en Kíev, en la que fue la primera visita oficial de Yeltsin a Ucrania, el cual incluyó una cláusula de arriendo a Rusia por veinte años de parte de la base naval crimeana de Sebastopol. Este tratado marcó el final del cuestionamiento por Moscú de la soberanía ucraniana sobre la península ribereña del mar Negro, aunque el Parlamento ruso tardó dos años en ratificarlo, un paso que sólo fue dado después de que la Rada ratificara la nueva Constitución crimeana. Otro potencial conflicto interestatal, con Rumanía a propósito del tercio sur de la antigua Besarabia rumana, ahora territorio ucraniano, quedó superado con la firma de un Tratado de Amistad bilateral con el presidente Emil Constantinescu el 2 de junio de 1997 en Neptun.

En el terreno económico, los gobiernos de Kuchma tuvieron muchas más dificultades para revertir una situación calificada con toda justicia de catastrófica. Una de las repúblicas que más se resintió de la desintegración de la URSS, cuyo mercado interno absorbía el 80% de su producción industrial, minera y agropecuaria, Ucrania sufrió en 1994 una contracción del PIB del 19% y una tasa de inflación del 493%. Oficialmente, el desempleo era casi inexistente, pero había mucho paro técnico por el bajísimo rendimiento de los macrocentros fabriles que continuaban perteneciendo al Estado.

La aprobación por la Rada de los sucesivos proyectos de legislación en favor del libre mercado y de unos presupuestos tendentes a achicar el déficit pareció responder más a unos intentos de agradar al FMI para que desbloquease sus líneas de crédito que a una voluntad asumida de avanzar hacia un sistema capitalista sin tapujos. En efecto, la parsimonia en la aplicación de los ajustes correctivos, el exceso de burocracia y la omnipresencia de la corrupción en la administración pública, así como la incapacidad del Estado para absorber las economías sumergidas, dificultaban enormemente la obtención de fondos financieros. Sin reconocerlo abiertamente, Kuchma temía el impacto social de la racionalización económica a ultranza, esto es, que el cierre de las empresas públicas en números rojos, buena parte de las cuales se levantaba en el este fabril, minero y rusófilo, creara tensiones capaces de desvertebrar la sociedad hasta el punto de romper la propia unidad nacional. Por otro lado, existían fuertes resistencias a la superación de los antiguos métodos de gestión por parte de los grupos de presión industriales, que era precisamente el entorno donde Kuchma había levantado su coto político y sin cuya ayuda nunca habría llegado al poder.

Así que el mandatario ucraniano descartó la terapia de choque y optó por el gradualismo. Para 1997, el programa de reformas no radicales había cosechado algunos logros, como la contención del retroceso económico a sólo un -3,2% del PIB y, mucho más llamativo, el estrangulamiento de la inflación hasta el 10%. El proceso de privatización de las tierras cultivables y el parque empresarial del Estado se aceleró, y la relativa estabilidad monetaria permitió la puesta en marcha, el 2 de septiembre de 1996, de una nueva divisa nacional, el hryvnya, para sustituir al desahuciado karbovanets, que entonces cotizaba a 176.000 unidades por dólar en el mercado oficial y a 200.000 unidades en el no oficial. La mudanza monetaria había sido acariciada por Kuchma desde su etapa de primer ministro con el objeto de proteger a Ucrania de la influencia perniciosa del rublo, pero sólo ahora pudo verla hecha realidad, con un valor de canje de 100.000 karbovanets por hryvnya. Por el contrario, los partidos de la izquierda prorrusa y los patrones de empresa ex comunistas acogieron con recelo al hryvnya, al que en efecto costó varios años ganarse la confianza de los mercados y zafarse de las tensiones especulativas antes de empezar a cotizar con estabilidad.

Con los acuerdos bilaterales de índole política arriba citados, Kuchma pensó que ya había dado satisfacción a todas las pretensiones rusas relacionadas con Crimea, así que podía concentrarse en las no menos complicadas negociaciones económicas. Aunque era un intercambio en declive, Rusia seguía siendo con diferencia el principal cliente y proveedor comercial de Ucrania, así como un suministrador vital de energía, dependencia que sería más acuciante cuando dejara de estar en servicio la central nuclear de Chernobyl. La estrategia consensuada consistió en vincular la anulación de la deuda energética contraída con Rusia a la participación de capital privado ruso en las empresas ucranianas abiertas a licitación. Esta nueva forma de subordinación a Rusia vino a incrementar los riesgos de una excesiva ligazón a las fortunas económicas de la nación vecina, como se observó en la tormenta monetaria del verano de 1998, cuando el desplome del rublo arrastró al hryvnya tras de sí.

Puesto que enfocaba sus relaciones con Rusia desde un punto de vista práctico, Kuchma, desdiciéndose de lo asegurado durante la campaña electoral de 1994, no quiso saber nada de los intentos de Moscú de dotar a la endeble CEI de órganos supranacionales, al creer que sólo serían útiles a los intereses estratégicos, con ínfulas de vuelta al estatus de superpotencia y a la hegemonía sobre el espacio ex soviético, de los rusos. Mientras que Armenia, Kazajstán o Tadzhikistán basaban su seguridad y su proyección económica en la cooperación dócil con Rusia, Kuchma se preocupó por limitar la dependencia, inevitable por los agudos déficits estructurales y carencias del país, a ámbitos estrictamente económicos.

El Tratado de Amistad de 1997, valedero por diez años, obligaba a no suscribir acuerdos de seguridad con países terceros que fueran en detrimento de una de las partes. Esto descartaba el establecimiento en Ucrania de bases militares extranjeras. Kuchma no firmó el Tratado de Seguridad Colectiva de la CEI, que preveía la vigilancia integral, en la práctica, por tropas rusas, de las fronteras exteriores de los países signatarios y unos mecanismos de intervención conjunta en caso de conflicto bélico. Más que boicotear por sistema los trabajos de la CEI, Kuchma adoptó una postura de parte interesada, pero renuente y quejosa, permanentemente disgustada por la tendencia a proponer un sinfín de proyectos de integración en materia económica sin antes haber desarrollado los anteriores, lo que no hacía sino agravar las inercias de la organización.

Mientras que su vecino Bielarús, dirigido con mano autocrática por Lukashenko (también elegido en las urnas en 1994), se decantó por una vinculación íntima con Rusia con perspectivas de unión confederal, Ucrania se aproximó a Georgia y Azerbaidzhán, cuyos presidentes, Eduard Shevardnadze y Heydar Alíev, eran también antiguos hombres de Moscú que tras llegar al poder con los parabienes del Kremlin no tardaron en realizar movimientos que buscaban impedir la consolidación de cualquier tutela. Ahora bien, el caso de Ucrania era más llamativo, entre otras razones porque compartía cultura eslava e historia con Rusia, la cual, no sin fundamento (Kíev fue en el siglo IX la capital del primer reino ruso unificado), consideraba a aquella la cuna de su pueblo.

El alineamiento georgiano-ucraniano-azerí, al que luego se sumaron Moldova y Uzbekistán, tomó cuerpo en 1996 y adoptó el nombre de GUUAM, sigla formada con los nombres de los cinco países miembros. Aunque en los primeros años no pasó de ser un foro de consultas y cooperación en cuestiones de interés común, como la seguridad transfronteriza, los corredores regionales y la participación en los ejercicios militares con la OTAN en el marco de la ApP, Kuchma deseaba dotar al GUUAM de naturaleza jurídica, pese a que su imbricación en la CEI se auguraba problemática.

Hasta la cumbre presidencial del 7 de junio de 2001 en Yalta, el GUUAM no se dotó de una Carta con la que se pretendía formalizar e institucionalizar la alianza, elevándola al estatus de organización subregional dentro de la CEI, si bien Kuchma y sus colegas no fueron capaces de acordar un área de libre comercio. Kuchma extendió sus cordiales relaciones con Shevardnadze y Aliev al presidente moldavo, Petru Lucinschi, con el que el 11 de marzo de 1997 se reunió en Chisinau para establecer una unión aduanera entre los dos países. Luego, el 4 de agosto de 1998, los primeros ministros, Valeriy Pustovoytenko por Ucrania y Ion Ciubuc por Moldova, adoptaron en Kíev un acuerdo que cerró la disputa fronteriza en el delta del Danubio.

Sin abandonar la región pero ya en el ámbito multilateral exterior a la CEI, Kuchma participó en las cumbres de la Cooperación Económica del Mar Negro (CEMN), organización que reunía a once estados ribereños y aledaños, y de la Iniciativa Centroeuropea (ICE), compartida por 16 estados. Uno de los países que más apreció la postura de Kuchma favorable al flanco europeo occidental fue Polonia, que se sintió segura con un vecino al que no le importaba —más bien, todo lo contrario— tener a un miembro de la OTAN pegado a sus fronteras. De hecho, responsables de seguridad de Polonia y Hungría afirmaron que si Ucrania daba un viraje y volvía al redil de Rusia, sus gobiernos podrían solicitar a la Alianza Atlántica la instalación de armas nucleares tácticas en sus territorios.

El 9 de noviembre de 1995 Ucrania se convirtió en miembro del Consejo de Europa, lo cual podía valer como un certificado de conducta democrática, y el 9 de julio de 1997 Kuchma firmó en Madrid la Carta de Asociación Especial con la OTAN. Ésta abarcaba un ámbito de asociación inferior al definido por el Acta Fundacional OTAN-Rusia, pero superior al contemplado en el marco del Consejo de Asociación Euro-Atlántica (CAEA), igualmente puesto en marcha en la cumbre de Madrid y en el que entraron la mayoría de los países europeos. Entonces, Kuchma declaró que, por el momento, no tenía intenciones de solicitar el ingreso de Ucrania en la OTAN.

Cuando en marzo de 1999 la OTAN emprendió bombardeos aéreos contra la República Federal de Yugoslavia —contra Serbia, en la práctica— por la represión antialbanesa en la provincia de Kosovo, Kuchma se abstuvo de condenar los ataques y consideró que sólo la retirada de las fuerzas de seguridad serbias traería la paz a Kosovo. Producida aquella, Ucrania contribuyó con varios centenares de soldados a la Fuerza de pacificación comandada por la OTAN, la KFOR, tropas que se sumaron a las que ya cumplían misión en Bosnia-Herzegovina bajo la bandera de la Fuerza de Estabilización (SFOR).

Kuchma intentó establecer con la Unión Europea (UE) un nivel de partenariado similar al alcanzado con la OTAN, pero hubo de contentarse con un Acuerdo de Asociación y Cooperación (AAC), con todo, el primero de este tipo suscrito con un país de la antigua URSS. Firmado el 16 de junio de 1994 y en vigor, luego de ser ratificado por todos los estados miembros de la UE, desde del 1 de marzo de 1998, el ACC incluía un diálogo político institucionalizado y la previsión de evolución a un área de libre comercio. Con el fin de desarrollar sus aspectos comerciales sin tener que esperar a su entrada en vigor, Kuchma suscribió en Bruselas el 1 de junio de 1995 un Acuerdo Interino que entró en vigor el 1 de febrero del año siguiente. Desde la aprobación del Tratado de Ámsterdam en 1997, la UE continuó aplicando con Ucrania una estrategia común centrada en la contribución al desarrollo de una democracia estable e indisolublemente ligada a las cuestiones de seguridad nuclear, con el desmantelamiento incentivado de la central de Chernobyl (desde la catástrofe de 1986, la central había estado más tiempo parada que en funcionamiento por las crónicas averías y disfunciones) como objetivo prioritario.

Menos reservas hubo en las relaciones con Estados Unidos. La Casa Blanca mimó a Ucrania como contrapeso de Rusia en Europa oriental, hasta el punto de convertirla, después de haber hecho bien los deberes en los capítulos del desarme y la no proliferación nucleares, en su tercer receptor de ayuda oficial detrás de Israel y Egipto. Kuchma viajó a Washington en noviembre de 1994, febrero de 1996, mayo de 1997, y abril y diciembre 1999, mientras que el presidente Clinton visitó por segunda vez Kíev el 11 y el 12 de mayo de 1995, y de nuevo el 5 de junio de 2000. En esta última cita, los mandatarios acordaron que el 15 de diciembre del año en curso fuera apagado el último reactor que continuaba operativo en la central de Chernobyl, el número tres.

Fue la primera vez que Kuchma fijó un día concreto para una clausura de la que antes sólo había dado fechas tope de modo genérico. No en vano, Clinton había prometido que Estados Unidos ejercería su influencia en el G-8 para liberar los cientos de millones de dólares en ayudas prometidas para que Ucrania pudiera construir dos centrales nucleares de moderna tecnología y un nuevo sarcófago de cemento para el reactor responsable del desastre radioactivo de 1986. Además, Estados Unidos se comprometió a conceder de manera inmediata 80 millones de dólares a título particular.

Rusia asistió a estas efusividades entre Ucrania y Estados Unidos con contrariedad, malestar que Kuchma trató de mitigar visitando a Yeltsin en Moscú el 27 de febrero de 1998, en el primer viaje de esta naturaleza desde que llegó al poder, y otra vez el 1 de abril de 1999. En estas cumbres presidenciales se adoptaron diversos convenios de cooperación económica y de desarrollo del Tratado de Amistad de 1997, pero con la llegada al sillón del Kremlin del delfín de Yeltsin, Vladímir Putin, en diciembre de 1999, la desconfianza mutua y el cruce de palabras altisonantes volvieron por sus fueros. En la primavera de 2000, los ejecutivos de Kíev y Moscú se enzarzaron en una pendencia verbal a propósito de la política de Kuchma de generalizar el uso obligatorio del idioma ucraniano en la enseñanza y la función pública. Tras la desavenencia se atisbaba la irritación de Moscú por el doble rasero empleado por el presidente ucraniano a la hora de dotar de sustancia a las relaciones con Rusia y Estados Unidos, potencias definidas por él como “los dos socios estratégicos de Ucrania”.


4. Reelección en 1999, síntomas autocráticos y final de la crisis económica

En la recta final de su primera presidencia, Kuchma empezó a acumular acusaciones, de dentro y de fuera del país, de flirtear con el autoritarismo por recurrir con creciente frecuencia a la prerrogativa del decreto-ley y por sus intentos de convertir la Rada en una mera correa de transmisión de las decisiones del Ejecutivo, soslayando la pluralidad ideológica de la Cámara. Las elecciones legislativas del 29 de marzo de 1998, segundas desde la independencia, certificaron la fuerza del KPU, que se hizo con el 24,6% de los votos y 119 escaños.

El centroderecha nacionalista, liberal y prooccidental, encarnado casi en solitario por el Ruj de Vyacheslav Chornovil —dirigente opositor que iba a fallecer en un accidente de tráfico en marzo de 1999—, quedó relegado a la inoperancia. Puesto que no disponía de un partido político propio y tampoco existía una formación propresidencial fuerte, siendo los pequeños partidos Democrático Popular (NDPU) y Agrario (APU) los únicos grupos que aprobaban sus políticas, Kuchma dependía del tornadizo grupo de los diputados no adscritos, 114, muchos de ellos hombres de negocios, para sacar adelante los proyectos de ley y los presupuestos elaborados por el Gobierno

Ya la nueva Constitución promulgada el 28 de junio de 1996 confirmó y extendió los poderes ejecutivos del presidente, incluyendo el de nombrar el primer ministro a su libre criterio, no con arreglo a los resultados electorales y la relación de fuerzas en la Rada (aunque luego el titular designado debía ser validado por los diputados), y el de sortear el control parlamentario en lo relativo a la salvaguardia de la propiedad privada. El 16 de abril de 2000, un referéndum nacional aprobó, con más de un 80% de votos afirmativos, una serie de enmiendas constitucionales que reforzaban las atribuciones del presidente sobre el Parlamento: ahora, por ejemplo, Kuchma podía disolver la Rada si ésta no aprobaba los presupuestos generales del Estado en el plazo de un mes. Además, los diputados perdieron la inmunidad parlamentaria frente a una acusación criminal y el hemiciclo se redujo de los 450 a los 300 escaños.

El presidente justificó estos cambios para agilizar la aplicación de reformas vitales, pero la oposición habló de intento de imponer un régimen de poder vertical con rasgos oligárquicos. Al oeste de Ucrania se trazaron comparaciones con el caso de Bielarús, donde en 1996 el prorruso Lukashenko había recurrido al plebiscito para arrogarse la facultad de disolver el Parlamento y extender su mandato presidencial hasta 2001 sin necesidad de elecciones. El Consejo de Europa expresó su descontento con el referéndum ucraniano por parecerle difícilmente compatible con los estándares democráticos y advirtió que podría suspender la membresía del país. Entonces, empero, prevaleció la condescendencia de los gobiernos de Estados Unidos y UE debido a que Kuchma se atenía al discurso económico reformista y prooccidental, así que ninguna amenaza de sanción se concretó.

El referéndum de abril de 2000 lo convocó Kuchma después de ganar la reelección, de nuevo a dos vueltas, el 31 de octubre y el 14 de noviembre de 1999. En aquella ocasión se impuso a una tríada de candidatos izquierdistas formada por Petro Symonenko por el KPU, Moroz por el SPU y Nataliya Vitrenko por el Partido Socialista Progresista de Ucrania (PSPU). En la primera vuelta el titular sacó el 36,6% de los votos y en la segunda batió a Symonenko con el 56,3%. Quedó de manifiesto que si las izquierdas hubiesen acordado una candidatura unitaria, Kuchma habría sido superado en la primera ronda, pero en la segunda habría aunado igualmente la totalidad del voto útil de la derecha y el centro, donde espantaba la posibilidad de que el comunista Symonenko llegara a la Presidencia.

El 17 de diciembre de 1999, tras haber tenido cinco primeros ministros (dos de ellos en funciones) en su primer lustro en la Presidencia, Kuchma nombró para el puesto al muy liberal Viktor Yushchenko, antiguo magnate financiero próximo al Ruj, gobernador del Banco Nacional de Ucrania desde 1993 y artífice de la introducción del hryvnya y del diálogo crediticio con el FMI, por todo lo cual gozaba de prestigio en los círculos financieros occidentales. Kuchma otorgó a Yushchenko lo más parecido a una carta blanca para dar a las reformas estructurales el vigoroso impulso urgido desde los organismos multilaterales de crédito y las capitales occidentales, y para suprimir el déficit presupuestario mediante un drástico recorte de los gastos corrientes y la previsión de mayores ingresos fiscales gracias a la recuperación económica.

En efecto, en 2000, por primera vez desde la independencia, el PIB registró un comportamiento positivo, siendo el crecimiento del 4,2%, y dejó atrás una recesión acumulada, verdaderamente colosal, del 82%. En 2001 la tendencia se acentuó, con una tasa de crecimiento del 9,1% y la inflación rebajada a la mitad, el 12%. La estadística oficial informaba que el desempleo estaba estabilizado en torno al 3,5%, pero esta cifra obedecía a una definición nacional no armonizada y no tenía en cuenta a los parados no registrados. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimaba que el paro real estaría entre el 9% y el 10%. Desde luego, el panorama distaba de ser idílico. La pobreza imperaba por doquier y extensas zonas del país mostraban cuadros de desarrollo humano francamente bajos.


5. Deterioro de la calidad democrática del régimen y auge de los clanes político-empresariales

La salida del túnel económico coincidió, paradójicamente para algunos, con un cambio de talante político en Kuchma, que fue alejándose del comedimiento y el reformismo. Al cumplirse el sexto aniversario de su llegada al poder, el presidente aún no había decidido en qué esfera geopolítica anclar a Ucrania, aunque la orientación europea occidental, oficialmente, seguía vigente. Esta irresolución, camuflada por las autoridades con la teoría de la “diplomacia multivectorial”, impacientaba a Rusia, pero no menos a la izquierda y a la derecha ucranianas, dando pábulo a tensiones políticas. Kuchma parecía encontrarse incómodo ante la crónica incapacidad para obtener de las potencias occidentales apoyos incondicionales a sus políticas económicas, que hasta la llegada de Yushchenko al Gobierno habían sido tachadas de vacilantes.

Desde finales de 2000, una serie de movimientos fácticos tolerados o, supuestamente, instigados por Kuchma fueron interpretados por los sectores liberales y prooccidentales como el comienzo de una reacción conservadora y autoritaria del presidente. En noviembre, el Consejo Nacional de Seguridad y Defensa, órgano al servicio del jefe del Estado cuyo responsable era el ex primer ministro Yevhev Marchuk, en un informe sobre el estado del sector energético, permanente telón de Aquiles de la economía nacional, acusó al Gobierno de presentar “datos poco fiables” sobre los niveles de ingresos por el cobro de servicios y de reservas para el consumo invernal. Kuchma terció en la polémica para expresar su descontento porque Yushchenko apostara ahora por pagar a Rusia, aprovechando que la caja del Estado tenía superávit, sus suministros de gas en metálico, en lugar de no cobrarle derechos de tránsito de sus exportaciones del hidrocarburo hacia Europa.

En enero y febrero de 2001, la destitución por Kuchma de la viceprimera ministra encargada del sector energético, Yuliya Tymoshenko, seguida de su arresto y encarcelamiento tras ser acusada por la Fiscalía General de haber cometido diversos delitos de corrupción en su etapa como directora general de la compañía privada Sistemas Unificados de Energía de Ucrania, la mayor importadora de gas ruso, fueron enmarcados por los observadores en una “declaración de guerra” lanzada contra Yushchenko y el círculo liberal por una potente coalición de oligarcas conservadores que miraban sobre todo por la defensa de sus intereses corporativos y cuyos negocios estaban íntimamente ligados a los emporios rusos.

Era evidente que la gestión revisionista de Tymoshenko venía perjudicando a una serie de empresas ucranianas proveedoras de gas ruso, las cuales estaban acostumbradas a desarrollar parte de sus operaciones en la economía sumergida y a amasar inmensas fortunas privadas mediante el compadreo, los procedimientos mercantiles más heterodoxos o la corruptela sin discreción. Tymoshenko había negociado el pago de la deuda de Naftohaz Ukrayiny, la compañía estatal que establecía las cuotas anuales de importación del gas que luego distribuían a sus clientes las compañías privadas, con Gazprom, el vendedor del país vecino, y elevado los pagos en metálico a Rusia en detrimento de los suministros gratuitos.

También, se había propuesto terminar con la práctica inveterada del robo de gas ruso a partir de la red de conducciones y con la mala costumbre de las distribuidoras ucranianas, extraordinariamente lucrativa para ellas, y de muchos clientes jurídicos de cobrar y abonar las tarifas eléctricas con servicios no dinerarios o las más diversas fórmulas de trueque, con el consiguiente perjuicio para el erario público. Por si fuera poco, la viceministra ahora defenestrada había anunciado que el Gobierno se disponía a emprender la reconversión y la privatización del sector del carbón, una reforma que iba a afectar de lleno, y negativamente, a los intereses del llamado clan de Donetsk. El cabeza político de este grupo era el gobernador del óblast desde 1997 y líder en la sombra del nuevo Partido de las Regiones (PR), amén de gran aliado de los poderes rusos, Viktor Yanukovych.

Por el momento, no estaba claro qué grado de participación o responsabilidad tendría en estas hostilidades Kuchma, que de cara al público se revistió de un no muy convincente manto de neutralidad. Algunos comentaristas conjeturaron que si existía una conspiración para echar del Gobierno a Yushchenko y su gente, al frente de la misma debían estar personas del lobby económico del Donbass. En otras palabras, el clan de Donetsk, que venía librando una enconada pugna con el clan de Dnipropetrovsk.

Éste siempre había sido el partido informal que más había arropado a Kuchma y sustentado al siempre difuso y cambiante partido del poder. Sin embargo, desde la caída en desgracia de su jefe oficioso, Pavlo Lazarenko, en junio de 1997, cuando fue apartado por Kuchma de la jefatura del Gobierno con un pretexto de incapacidad por enfermedad, los de Dnipropetrovsk estaban en clara desventaja. Kuchma ya no se sentía obligado a guardar fidelidad o mostrar favoritismo a sus antiguos allegados, sino que magnificaba o achicaba los cotos de poder de uno u otro grupos en función de sus intereses coyunturales. Tymoshenko estaba vinculada al clan de Dnipropetrovsk y debía buena parte de sus éxitos empresariales y políticos al patrocinio de Lazarenko. La viceprimera ministra prefirió identificar como el principal incitador de sus desgracias a Viktor Medvedchuk, potentado financiero al frente de un tercer grupo de influencia, el clan de Kíev, quien también era líder del Partido Social Demócrata de Ucrania-Unido (SDPU-o) y vicepresidente primero de la Rada.

Aunque la actitud de Kuchma hacia su persona empezaba a ser dudosa, Yushchenko hizo exhibición de lealtad al jefe del Estado e incluso suscribió con él y con el presidente de la Rada, Ivan Plyushch, un pronunciamiento conjunto en el que los tres se conjuraban contra las “fuerzas destructivas” que amenazaban con llevar a Ucrania a la “bancarrota política”. Se referían al Foro de Salvación Nacional (FNP), un grupo formado por diputados y políticos opositores de resultas de la caída en desgracia de Tymoshenko, cuya excarcelación exigían en la calle, y de la desaparición y asesinato en septiembre 2000 del periodista independiente Heorhiy Gongadze, conocido por sus críticas a Kuchma.

El caso Gongadze se convirtió en un formidable problema para Kuchma, aunque al final se las arregló para capear el temporal. Los cabecillas del FNP y Moroz, el líder del SPU, levantaron la tormenta política a finales de noviembre con la divulgación de una comprometedora grabación magnetofónica que les había facilitado por Mykola Melnychenko, un antiguo guardaespaldas del presidente, la cual parecía probar que los asesinos del periodista fueron sicarios al servicio del poder. En la cinta, podía escucharse una voz que se asemejaba enormemente a la del presidente, si es que no era la suya propia, impartiendo la orden de liquidar a una persona que se suponía era Gongadze.

El escándalo Kuchmagate, como lo bautizó la prensa, generó manifestaciones contra el presidente y violentos disturbios en varias ciudades del país, pero nada parecido a un verdadero movimiento de masas. El FNP, Ucrania sin Kuchma y Por la Verdad, los tres grupos de oposición cívica creados expresamente para exigir el esclarecimiento del caso Gongadze y derribar a Kuchma mediante destitución parlamentaria o bien obligarle a impulsar una reforma constitucional en aras del sistema de Gobierno parlamentario, sólo consiguieron aglutinar en Kíev a unos pocos miles de manifestantes en el momento álgido de las protestas. El objetivo de las mismas se exoneró de cualquier implicación en la muerte de Gongadze y habló de una “fuerza bien organizada”, cuya filiación no concretó, como la urdidora de un complot para desacreditarle y arruinar su presidencia. Además, la Fiscalía General rechazó emprender acciones en relación con el documento sonoro porque a su juicio era una falsificación.

El siguiente capítulo de la marejada política fue, no por esperada menos impactante, la destitución de Yushchenko por la Rada el 26 de abril de 2001, en una moción de censura iniciada por el KPU y respaldada entre otros por los bloques del SDPU-o, el PR y el NDPU. De nada le sirvió a Yushchenko haber conseguido el reescalonamiento de pagos de la deuda externa, desbloqueado el impago de los salarios de los trabajadores del Estado y las pensiones gracias a la recuperación de la liquidez, reducido la inflación y aliviado los impuestos a los productores agrícolas.

Sin pretenderlo, Yushchenko se había convertido en el político más popular del país y su nombre empezaba a ser coreado por quienes intentaban poner a Kuchma contra las cuerdas y exigían una regeneración democrática en Ucrania. Kuchma nombró nuevo primer ministro a Anatoliy Kinaj, presidente de la Unión de Industriales y Empresarios Ucranianos, que más tarde dio lugar a un partido homónimo, el PPPU. En julio siguiente, Yushchenko puso en marcha una protoalianza de fuerzas del centro-derecha reformista, liberal y prooccidental, el Bloque Nuestra Ucrania (BNU), luego denominado Bloque Viktor Yushchenko Nuestra Ucrania (BVYNU), que adoptó un discurso opositor firme, aunque no tan radical como el del Bloque Electoral de Tymoshenko (ByuT), a medida que fue ganando adhesiones partidarias.

A las elecciones legislativas del 31 de marzo de 2002, vistas por todo el mundo como el prefacio de las trascendentales presidenciales de 2004, el partido del poder llegó muy baqueteado por la metralla de acusaciones lanzada por la constelación de fuerzas opositoras: según éstas, Kuchma y su régimen, de día en día, no hacían más que agravar la impunidad de la corrupción, la opacidad de los mecanismos de toma de decisiones, el descontrol del “capitalismo oligárquico” que le daba soporte y la censura de toda crítica, en especial la procedente de los medios de comunicación no afectos.

Más grave aún, se sucedían los atentados contra la vida de las personas, al estilo de lo sucedido en Serbia bajo la autocracia de Slobodan Milosevic, crímenes de fuerte regusto político que ponían en tela de juicio los principios más elementales del Estado de derecho: desde 1996, además de Gongadze, habían muerto por las balas de asesinos no identificados o en equívocos accidentes de circulación cuatro personalidades del mundo de los negocios, entre ellos los ex ejecutivos bancarios —y allegados a Yushchenko— Vadym Hetman y Oleksandr Veselovskiy, así como el diputado de la Rada y mandamás del clan de Donetsk Yevhen Shcherban, y un periodista estrella de la televisión. Incluso la defunción de Vyacheslav Chornovil en el accidente de 1999 no se libraba de sospechas.

Tal como vaticinaron las encuestas, el BVYNU, que cobijaba a diez partidos, ganó por mayoría simple con el 23,6% de los sufragios y 112 diputados. Al bloque de Yushchenko le siguieron en fuerza: el KPU de Symonenko, quien ya había roto con el oficialismo y se consideraba en la oposición; la coalición propresidencial Por una Ucrania Unida (ZYU), que integraban el PR de Volodymyr Semynozhenko, el APU de Myjailo Hladiy, el NDPU del ex primer ministro Pustovoytenko, el PPPU de Kinaj y la Ucrania Laborista de Serhiy Tihipko, y cuyo conductor era el entonces jefe de la Administración de Kuchma, Volodymyr Lytvyn; el ByuT de Tymoshenko; el SPU de Moroz; y, el SDPU-e de Medvedchuk. El bloque Unidad (Yednist) que lideraba el alcalde de Kíev, Oleksandr Omelchenko, otro aliado de Kuchma, sólo recogió el 1,1% de los votos, pero metió cuatro diputados.

Los comicios dejaron un panorama muy complicado para formar una mayoría legislativa que a su vez sostuviera al nuevo gobierno. Yushchenko, aunque era el claro ganador, valoró con timidez su situación de fuerza y se descartó como candidato a primer ministro en la convicción de que no pasaría la investidura del hemiciclo, aunque dejó patente que su bloque de partidos debía ser el eje en torno al cual se constituyera la nueva mayoría. Nada más lejos de las intenciones de Kuchma, quien se aprestó a hacer tabla rasa del veredicto de las urnas sin ningún rebozo.

Primero, en mayo, el ZYU, gracias a que se había convertido en el primer grupo parlamentario, desbancando al BVYNU, tras captar para sus filas, mediante presiones, chantajes y probablemente sobornos también, a varias decenas de diputados que habían sido elegidos como independientes o en circunscripciones uninominales por el sistema mayoritario, maniobró con el SDPU-o para repartirse la presidencia, que fue para Lytvyn, la vicepresidencia primera y la vicepresidencia segunda de la Rada. Luego, en junio, el intrigante Medvedchuk fue premiado por Kuchma con el nombramiento para el puesto de jefe de la Administración Presidencial. Por último, el 16 de noviembre, Kuchma dio la puntilla a las esperanzas de Yushchenko de construir una mayoría legislativa y un gobierno de coalición transversales que incluyeran a su Bloque y elementos del partido del poder al nombrar primer ministro al regionalista Yanukovych.

La designación del gobernador de Donetsk, que se había ganado una fama de duro en la dialéctica oficialismo-oposición, para sustituir al anodino Kinaj pareció responder al deseo de Kuchma de contrapesar la promoción de Medvedchuk. Pero la situación creada alarmó vivamente a la oposición: los capitostes respectivos de los clanes de Kíev y Donetsk ostentaban los dos puestos estratégicos del poder ejecutivo supeditados al presidente.

En cuanto al clan de Dnipropetrovsk, seguía gozando de los privilegios del poder. Su miembro más descollante, el oligarca y diputado Viktor Pinchuk, era ni más ni menos que el esposo de Olena Kuchma. El yerno del presidente, dueño de un imperio industrial, Interpipe, de varios canales de televisión y del periódico Fakty i Kommentariy, estaba considerado el segundo hombre más rico del país con una fortuna estimada en 1.500 millones de dólares, patrimonio sólo superado por el de Rynat Ajmetov, dueño del holding SCM y a su vez muy bien relacionado con Yanukovych. En junio de 2004, los dos magnates, asociados en consorcio, iban a comprar por 800 millones de dólares la emblemática compañía metalúrgica Kryvorizhstal, principal productora de acero de Ucrania y contratadora de 57.000 trabajadores. La Kryvorizhstal fue sacada a privatización en una pública subasta que en realidad no fue tal porque no se permitió pujar a inversores occidentales y rusos que ofrecían cantidades superiores a los 1.000 millones. Entonces, la oposición al presidente calificó de “escándalo” un proceso de licitación que más pareció una adjudicación a dedo.


6. Decepción en la apuesta euro-atlántica y giro prorruso de la política exterior

Mientras en casa cortaba las alas al reformismo liberal y permitía que los oligarcas camparan por sus respetos, Kuchma imprimió también un cauteloso viraje prorruso a su política exterior, orientación que fue adquiriendo nitidez a medida que crecían las críticas occidentales a su régimen de gobierno pero que nunca fue del todo consistente. El 12 de febrero de 2001 sostuvo con Putin en Dnipropetrovsk una cumbre en la que los dos firmaron un ramillete de acuerdos de cooperación en los terrenos energético y aeroespacial. Vinieron después una serie de “cumbres sin corbatas” que escenificaron el nuevo clima de entendimiento bilateral. Aunque el mandatario ucraniano suscribió la Carta del GUUAM, la organización pentapartita perdió las ínfulas de resistencia a la supremacía rusa en el espacio ex soviético y entró en estado letargoso.

Con todo, en absoluto se produjo la vuelta al redil de Moscú que algunos vaticinaron. En el nuevo escenario internacional abierto tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el hombre fuerte de Kíev, haciendo encaje de bolillos con sus bazas estratégicas, tal vez sobrevaloradas, volvió a invocar las bondades de la “diplomacia multivectorial” y adoptó pasos como ofrecer el espacio aéreo nacional a los aviones estadounidenses de transporte militar movilizados en la Operación Libertad Duradera y enviar a Irak 1.650 soldados en misión de pacificación tras la invasión anglo-estadounidense de marzo de 2003, tropas que se subordinaron al mando polaco dentro de la División Multinacional Centro-Sur, donde conformaron una de las tres brigadas.

El 31 de mayo de 2002, en su discurso anual a la Rada, Kuchma anunció a bombo y platillo una estrategia de “Elección Europea” con la cual Ucrania podía y debía insertarse en la UE en la próxima década. El presidente avizoró una serie de plazos factibles: en 2004 se crearía un área de libre cambio y se firmaría un Acuerdo Europeo de Asociación (AEA) para reemplazar el menos ambicioso AAC de 1994; para 2007 tendrían que estar operativa una unión aduanera y en vigor el AEA; y en 2011, tras cumplir todos los criterios políticos y económicos, el país estaría en condiciones de convertirse en Estado miembro de la UE. El 8 de julio siguiente, haciéndolo coincidir con la visita a Kíev del secretario general de la OTAN, George Robertson, Kuchma emitió un decreto presidencial que ejecutaba la decisión adoptada en mayo por el Consejo Nacional de Seguridad y Defensa de modificar la doctrina militar de Ucrania para dar cabida al objetivo de la pertenencia a la OTAN como elemento esencial de la seguridad nacional.

La UE sobre todo, pero también la Alianza Atlántica, se encargaron de enfriar estas optimistas perspectivas al considerar que el país estaba bien lejos de satisfacer los exigentes requisitos de todo tipo, técnicos, estructurales y legales, y no quisieron comprometerse con ningún horizonte temporal para las respectivas adhesiones, luego la fecha del 2011 parecía obedecer más a un deseo que a una posibilidad. La verdad era que las capitales euro-atlánticas no mostraban el menor entusiasmo con el futuro ingreso, ni siquiera a largo plazo, de un país extenso (4.600 km de fronteras terrestres y 2.800 km más costa, algunos de los cuales todavía seguían siendo motivo de disputa con Rusia y Rumanía), de 49 millones de habitantes, lleno de desequilibrios, con un nivel de desarrollo comparativamente bajo y con unas instituciones políticas a merced de todo tipo de influjos no democráticos.

Las relaciones con Estados Unidos, de las que tanto alardeaba el presidente, sufrieron un grave traspiés en septiembre de 2002 cuando la Administración republicana de George W. Bush suspendió un programa de ayuda de 54 millones de dólares tras descubrir, gracias a un registro sonoro que llegó a sus manos —de nuevo, una cinta magnetofónica comprometedora—, que dos años atrás Kuchma había autorizado la venta a Irak de unos radares antiaéreos de alta tecnología. Esta transacción clandestina irritó también a la OTAN. Kuchma negó saber nada de la venta de radares al régimen de Saddam Hussein, pero luego intentó apaciguar a los estadounidenses enviando al Irak ocupado el nutrido contingente militar citado arriba.

Kuchma y Bush se entrevistaron al socaire de la cumbre de la OTAN en Estambul, a finales de junio de 2004, pero el ucraniano no debió de salir contento de esta cita y tampoco de la reunión de la Comisión Ucrania-OTAN, ya que semanas más tarde, el 26 de julio, la Oficina Presidencial decretó la remoción en la nueva doctrina militar de Ucrania, texto que precisamente acababa de ser presentado en Estambul, de la mención expresa al deseo de ingresar en la OTAN. Un retroceso similar en el terreno declarativo se produjo tras la cumbre Ucrania-UE celebrada el 8 de julio en La Haya, donde Kuchma no consiguió la “señal” que venía demandando para saber si los europeos veían factible su cronograma de integración a culminar en 2011.

Esta sucesión de fracasos en el diálogo con el mundo euro-atlántico, donde su imagen democrática estaba ya muy deteriorada, empujó a Kuchma a concentrar su mirada en el flanco oriental. Ahora bien, el deseo del presidente de estar a bien con Putin tenía mucho que ver con la convicción de que el respaldo de Rusia era imprescindible para que el oficialismo pudiera ganar las elecciones presidenciales de 2004 a una oposición reorganizada y crecida. Un acuerdo bilateral con Rusia para formar un consorcio de transporte de gas a Europa occidental fue visto como una concesión de Kuchma a Putin a cambio de su apoyo político, aunque Moscú no dio su brazo a torcer en la disputa por la soberanía de la diminuta isla de Tuzla, en el estrecho de Kerch que da acceso al mar de Azov.

No por casualidad, Kuchma recuperó también el interés en la integración de la CEI. Así, el 29 de enero de 2003, por decisión de Putin, a quien tomó el relevo, se convirtió en el primer no ruso al frente del Consejo de Jefes de Estado de la organización. El 18 y el 19 de septiembre del mismo año el mandatario ucraniano fue el anfitrión en Yalta de una cumbre de la CEI en la que firmó con Putin, Lukashenko y Nazarbáyev el Tratado del Espacio Económico Único entre Ucrania, Rusia, Bielarús y Kazajstán.


7. Prolegómenos, desarrollo y consecuencias de la Revolución Naranja de 2004

Todo 2003 y el arranque de 2004 estuvieron entreverados de tensiones por el progresivo calentamiento de los mensajes del oficialismo y de la oposición. Empezó a respirarse un clima de polarización política sin precedentes desde la independencia. El poder recrudeció la campaña de amenazas y agresiones físicas contra militantes opositores y periodistas críticos. El BNU de Yushchenko multiplicó los actos conjuntos con el BYuT, el SPU y el KPU para exigir la dimisión de Kuchma y el cese del “terror político” en Ucrania.

El 10 de julio de 2003 Kuchma declaró enfáticamente que en 2004 no buscaría la continuidad en la Presidencia “bajo ninguna circunstancia”. En efecto, la Constitución le impedía el tercer mandato consecutivo, pero el presidente diseñó una estrategia tan apresurada como artificiosa para prolongar su férula y la de las élites que habían medrado a su sombra. Reforma constitucional mediante, Kuchma pretendía ahora que el presidente de la República fuera elegido por la Rada en lugar de por sufragio directo y, de paso, que fueran recortados sus amplios poderes ejecutivos en beneficio del Consejo de Ministros y el Legislativo. En otras palabras, el sistema de gobierno pasaría de presidencialista a parlamentario. Con la mudanza estaban de acuerdo la mayoría de los grupos parlamentarios, si bien la oposición tendió a verla como una maniobra oportunista de última hora.

Puesto que la reforma se aplicaría en 2006, se abría la puerta para el retraso hasta ese año de las elecciones presidenciales, haciéndolas coincidir con las legislativas. Pocos dudaban de que Kuchma, pese a sus repetidos mentís, se disponía a prolongar su presidencia dos años más de alguna manera, bien automáticamente, para cubrir la “interinidad” hasta 2006, bien presentándose a la reelección si las votaciones, que serían las últimas directas, se celebraban finalmente en 2004, por más que las encuesta decían que el 70% de la población no quería ver a Kuchma presidiendo el país más allá de 2004.

El 30 de diciembre de 2003 la Corte Constitucional abonó las suspicacias con un pronunciamiento que facultaba a Kuchma a presentarse de nuevo si lo deseaba porque, a su juicio, la cuenta de los mandatos presidenciales de cinco años empezaba en 1999 ya que la elección de 1994 había tenido lugar sin estar promulgada la Carta Magna. Otra especie decía que Kuchma buscaría la manera de ser primer ministro, y con poderes reforzados, cuando abandonara la jefatura del Estado. Cábalas al margen, lo que sí resultaba evidente de esta reforma constitucional era que daba por altamente probable que Yushchenko ganara en las urnas a cualquier aspirante del oficialismo; al imponerle un traje institucional constreñido, se le segaba la hierba a sus pies.

Sin embargo, el 3 de febrero de 2004, la Rada eliminó del paquete legislativo de la reforma política el punto concerniente a la modalidad de la elección presidencial. Habría elecciones presidenciales este año y serían directas al igual que las siguientes, que serían en 2009 y no en 2006. Esta derrota obligó al oficialismo a definir como candidato presidencial a Yanukovych, quien no se molestó en suspender su ejercicio gubernamental para excusar imputaciones de jugar con ventaja desde su posición de poder. Otro aspecto fundamental del proyecto de reforma política elaborado por el Ejecutivo, la supresión de la cuota de elección de diputados por el sistema mayoritario, sí obtuvo el voto afirmativo de la Rada, el 25 de marzo, con el boicot de los bloques de Yushchenko y Tymoshenko. Pero el núcleo de la reforma, el reequilibrio de los poderes en detrimento de la Presidencia, no superó la votación celebrada el 8 de abril.

Kuchma aparentó distanciamiento durante una campaña electoral convulsionada al máximo por la virulencia de los mensajes, el antagonismo de los proyectos de país confrontados, el respaldo expreso dado a Yanukovych por Putin, quien se desplazó a Kíev pocos días antes de las elecciones —en tanto que Estados Unidos y la UE abogaron tácitamente por su contrincante—, y, sobre todo, por el misterioso síndrome que atacó a Yushchenko, quien sufrió graves disfunciones fisiológicas y una aparatosa desfiguración del rostro, hasta dejarle irreconocible. Las sospechas de un envenenamiento por algún agente químico con un trasfondo criminal afloraron desde el primer momento, y posteriormente fueron confirmadas por los análisis médicos: Yushchenko había sufrido una intoxicación masiva con dioxinas, seguramente provocada por una mano negra que habría pretendido incapacitarle o matarle.

Esta muestra de crudeza de las asechanzas criminales en la Ucrania de Kuchma tuvo los efectos de magnificar las posibilidades de victoria del candidato opositor por el efecto de simpatía y de convertir al país eslavo en el foco de la atención internacional durante semanas enteras. Kuchma restringió su protagonismo con pruritos de neutralidad, pero los funcionarios a sus órdenes brindaron un soporte descarado al primer ministro, que tuvo a su disposición todos los medios del Estado y una presencia hegemónica en los espacios de difusión públicos y en los privados pertenecientes a los grupos empresariales progubernamentales.

En estas tensas circunstancias se llegó a la votación del 31 de octubre, cuyo desarrollo fue vigilado por 4.000 monitores internacionales. Con una participación del 76% y al cabo de un parsimonioso escrutinio, la Comisión Electoral Central (CEC) situó al candidato de la coalición Fuerza del Pueblo en cabeza con el 39,9% de los votos; pisándole los talones aparecía Yanukovych, con el 39,3%. Eliminados para la segunda vuelta quedaron Moroz (5,8%), Symonenko (5%) y Vitrenko (1,5%). Otros 18 candidatos, entre los que estaban el ex primer ministro Kinaj y el alcalde Omelchenko, no superaron el 1% de los votos.

Los observadores de la OSCE denunciaron irregularidades y consideraron que la primera ronda había incumplido un "considerable número" de requisitos democráticos, fundamentalmente el disfrute por la propaganda de Yanukovych de un flagrante privilegio con cargo a los recursos del Estado. Entre vuelta y vuelta, Kuchma presentó la Fundación Ukrayina, un think tank del que se haría cargo cuando dejara la Presidencia y cuyos cometidos iban a ser “trabajar por el desarrollo y consolidación de la sociedad civil y defender los derechos y las libertades de los ciudadanos”, y revivió a toda prisa la reforma política constitucional que asentaría el sistema republicano parlamentario. Por el contrario, el mandatario saliente se negó a firmar una ley aprobada por los diputados con el fin de prevenir fraudes electorales. Yushchenko advirtió a sus partidarios de que las autoridades podrían perpetrar una falsificación a gran escala y les pidió que estuvieran alerta.

Estas crispaciones de última hora envolvieron la trascendental votación del 21 de noviembre, que registró un índice de participación muy elevado, el 79%. Los primeros resultados facilitados por la CEC dando a Yanukovych la victoria por una diferencia de casi seis puntos soliviantaron a las huestes de Yushchenko, que se echaron a las calles de Kíev luciendo prendas y agitando banderas de color naranja, el color escogido por Fuerza del Pueblo para simbolizar su alternativa política. El candidato provisionalmente perdedor denunció que el avance de porcentajes del escrutinio oficial no era creíble y que en Ucrania estaba en curso un “golpe de Estado iniciado en el cuartel general de Yanukovych en Donetsk”, por lo que solicitó la anulación de los comicios en cierto número de circunscripciones problemáticas y una sesión de emergencia de la Rada.

Independientemente de si el fraude había sido mayor o menor, y de si éste iba a ser determinante en la adjudicación de la Presidencia, las elecciones pusieron de manifiesto una vez más la división del voto geográfico: las populosas regiones situadas al este del Dniéper o cruzadas por el río en su tramo meridional —Jarkiv, Luhansk, Donetsk, Dnipropetrovsk, Zaporizhzhya, Jerson y Crimea—, así como las dos costeras al oeste de dicha cuenca —Mykolayiv y Odessa—, votaron Yanukovych en un porcentaje no inferior al 50%. Exactamente lo mismo cabía decir de los 16 restantes oblasts del país que se decantaron mayoritariamente por Yushchenko. Los extremos de este cisma, preocupante para cualquiera que fuera el sucesor de Kuchma, estaban en los centros urbanos de Donetsk al este y Ternopil al oeste, donde más del 90% de los votantes se decantaron por el primer ministro en el primer caso y por su predecesor en el puesto en el segundo. En Kíev, el 75% votó por Yushchenko.

Desde el 22 de noviembre, decenas de miles de partidarios de Yushchenko se instalaron permanentemente en el centro histórico de Kíev siguiendo el llamamiento del aspirante presidencial a organizar un “movimiento de resistencia”. El 23 de noviembre, galvanizado por la denuncia de la OSCE sobre “serias irregularidades” en la segunda vuelta, incluidos episodios de violencia e intimidación contra observadores, miembros de los colegios y votantes, por la amenazas de Estados Unidos y la UE a Kuchma con “revisiones” y “consecuencias” en las relaciones bilaterales si el Gobierno no investigaba las acusaciones de abuso y fraude, y por las declaraciones de lealtad de las asambleas municipales de Kíev y otras importantes ciudades occidentales, Yushchenko intentó que la Rada aprobara una moción de rechazo a los resultados electorales.

La ausencia de los diputados del ZYU y el KPU frustró el necesario quórum; entonces, Yushchenko escenificó la jura del cargo presidencial, en un acto tan inválido a efectos jurídicos como peligroso, ya que suponía un desafío abierto a las autoridades. Yanukovych se consideraba el legítimo presidente electo (Putin ya le había felicitado como tal) y Kuchma parecía dispuesto a seguir con el proceso institucional como si nada sucediese. Con todo, Yushchenko insistió en ofrecer una salida pacífica a la crisis consistente en la anulación de los resultados y la repetición en el plazo de unos meses de la segunda vuelta con las debidas garantías de “limpieza y transparencia”.

La respuesta del poder fue, el 24 de noviembre, anunciar los datos definitivos del escrutinio, que confirmaban el triunfo de Yanukovych, aunque por un margen recortado de votos: el aún primer ministro había obtenido el 49,46% de los sufragios y su adversario el 46,61%. Yushchenko rechazó de plano el informe de la CEC, se reafirmó en sus denuncias de fraude —que cifró en más de tres millones de papeletas, supuestamente a su favor y borradas del cómputo—, convocó una “huelga política general” para paralizar el país como medio de presión y anunció la creación de un Comité de Salvación Nacional (KNP) “para defender la democracia”. El 25 de noviembre, el bloque opositor se apuntó una victoria táctica al ordenar el Tribunal Supremo la suspensión de la publicación de los resultados oficiales por el Gobierno, hasta que se pronunciara sobre las irregularidades notificadas. Se hizo notar cómo en esta dialéctica Yushchenko se situó en un lugar intermedio entre la más radical Tymoshenko, principal propaladora de los mensajes de desobediencia civil, boicot activo, bloqueo de las comunicaciones y ocupación de los centros de poder del oficialismo, y el más moderado Moroz, que insistía en las fórmulas legalistas para arreglar el conflicto.

La que la prensa internacional y sus propios protagonistas, del orden de cientos de miles, vinieron en llamar la revolución naranja, estaba en marcha en Ucrania. El referente de emulación era la revolución rosa que hacía exactamente un año, en circunstancias muy parecidas —unas elecciones legislativas fraudulentas que provocaron la reacción expeditiva de la oposición—, había acabado en la también ex soviética Georgia con el régimen de Eduard Shevardnadze y aupado a la presidencia a Mijeil Saakashvili. Aunque la confrontación política era máxima y los riesgos de un enfrentamiento civil o de una fractura nacional por sus costuras territoriales eran muy elevados, la sangre no llegó al río, y esto dicho en su sentido más literal, gracias al ejemplar sentido cívico de los manifestantes pro Yushchenko y de los contramanifestantes movilizados por Yanukovych, a la pronta intervención diplomática internacional y, como resultado de la misma, a la renovada disposición de los dirigentes enfrentados al diálogo.

La capital fue visitada por el presidente polaco, Aleksander Kwasniewski, el presidente lituano, Valdas Adamkus, el alto representante de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la UE, Javier Solana, el secretario general de la OSCE, Ján Kubis, y el presidente de la Duma de Rusia, Boris Gryzlov. La quíntuple misión mediadora, que, salvo en el caso del enviado ruso, mostraba una comprensión hacia las reclamaciones opositoras, dio lugar a una mesa redonda en la que Kuchma, Yushchenko y Yanukovych acordaron establecer un grupo de trabajo mixto para solucionar el trance por medios pacíficos, aunque la transacción se reveló una meta en extremo dificultosa. En los días posteriores al primer cara a cara de los tres líderes involucrados en la crisis poselectoral y en paralelo a las conversaciones del grupo de trabajo, la tensión revivió con fuerza por una serie de actuaciones unilaterales.

Así, el 27 de noviembre, la Rada, con la ausencia de los diputados oficialistas y comunistas, declaró inválida la segunda ronda electoral. Una jornada más tarde, la asamblea regional de Donetsk convocó para el 5 de diciembre un referéndum que permitiera convertir al óblast en una república autónoma, cambio de estatus que para sus promotores suponía un necesario paso hacia la federalización de Ucrania pero que para la oposición de Kíev era la génesis de la separación de toda la parte oriental del país. El mismo día, un congreso de regidores municipales de 15 regiones reunido en Severodonetsk reconoció como presidente electo a Yanukovych —quien estaba presente en el acto— y amenazó con celebrar el 12 de diciembre un referéndum para modificar el sistema de administración territorial y alumbrar la “autonomía del sudeste”.

La reacción fulminante del KNP fue dar a Kuchma un plazo de 24 horas para que destituyera al primer ministro y a los gobernadores regionales (los de Donetsk, Luhansk y Jarkiv) comprometidos con la “ruptura de Ucrania”, y ordenara al fiscal general la apertura inmediata de una investigación contra los “secesionistas”. El 29 de noviembre, el Tribunal Supremo admitió a trámite el recurso de impugnación electoral presentado por Yushchenko, decisión judicial que inclinó tímidamente a su favor la balanza del conflicto.

De manera simultánea, el anuncio por Yanukovych de que no se oponía a repetir las elecciones en aquellas circunscripciones donde se comprobara la comisión de fraude y de que estaba dispuesto, si su victoria electoral era confirmada por el Supremo, a proponer a su archirrival para el cargo de primer ministro revestido de atribuciones reforzadas, y, más importante, la sugerencia por Kuchma, quien estaba genuinamente alarmado por las iniciativas soberanistas de los oblasts del Donbass, las cuales condenó el 29 de noviembre, y más dispuesto a ejercer un arbitraje con ínfulas suprapartidistas, de que podrían repetirse las elecciones íntegramente como la única salida "para preservar la paz" del país, fueron indicios de que el oficialismo se avenía a contemporizar.

Desde el 1 de diciembre, lentamente, empezó a desactivarse la crisis. Mientras la Rada sacaba adelante, al segundo intento, una moción de censura contra Yanukovych, el grupo de trabajo Gobierno-oposición, con el auspicio de los mediadores internacionales, acordó convocar unas nuevas elecciones presidenciales cuyas características, candidaturas y fechas serían determinadas en consonancia con el inminente fallo del Tribunal Supremo. A cambio, Yushchenko aceptaba el desbloqueo de los edificios administrativos por sus partidarios y el sometimiento a la Rada de un paquete legislativo que incluía la tan traída y llevada reforma constitucional para redistribuir los poderes del Ejecutivo; en adelante, la institución suprema sería el Consejo de Ministros, responsable ante el presidente y el Parlamento, del cual emanaría y a cuyo control se sometería. Yushchenko también transigió con la generalización del sistema proporcional sobre listas partidarias en las elecciones parlamentarias.

El 3 de diciembre el Tribunal Supremo confirmó que la ronda del 21 de noviembre había estado trufada de casos de fraude en perjuicio de Yushchenko y que la CEC se había precipitado en el anuncio de resultados oficiales sin antes examinar las denuncias recibidas, por lo que declaró nula esta votación y fijó su repetición el 26 de diciembre. El fallo del Supremo supuso una doble victoria para un eufórico Yushchenko, ya que el alto tribunal optaba por su fórmula de la “tercera ronda” en vez de volver al punto de partida y hacer que volvieran a enfrentarse las múltiples candidaturas que tomaron parte en la votación del 31 de octubre, cual era la pretensión de Kuchma y Putin, los cuales fijaron su posición común en Moscú en una visita relámpago realizada por el primero el 2 de diciembre. El 8 de diciembre, la Rada, con el respaldo de 402 diputados, pasó la ley de reforma constitucional, la cual debía entrar en vigor, bien en septiembre de 2005, bien, en el caso de haberse aprobado hasta entonces otras enmiendas constitucionales sobre el autogobierno local, en la primavera de 2006.

El 26 de diciembre Yushchenko venció con el 51,99% de los votos a Yanukovych, cuyo 44,19% fue netamente superior al porcentaje que le habían aventurado las encuestas. El primer ministro se negó a reconocer su derrota, impugnó los resultados ante el Tribunal Supremo por "irregularidades sistemáticas y falsificación", y se propuso reasumir sus funciones, desempeñadas durante la campaña por el viceprimer ministro y ministro de Finanzas, Mykola Azarov. No opinaban lo mismo la CEC, que habló de “irregularidades sin importancia”, y la OSCE, que se felicitó porque esta votación se hubiera “acercado mucho más a los estándares” de la organización. Días más tarde, el Supremo rechazó los recursos presentados por Yanukovych, quien el 31 de diciembre se vio obligado a transigir en la dimisión como primer ministro, ineludible desde la moción de censura de primeros de mes.

El 10 de enero de 2005 Yushchenko fue proclamado por la CEC vencedor oficial de los comicios presidenciales y el 23 de enero su toma de posesión puso el punto y final a la presidencia de Kuchma. El antiguo diseñador de misiles se marchaba —lo que no dejaba de resultar irónico— con parte de su descrédito subsanado gracias a su actuación posibilista y responsable de última hora, dando su brazo a torcer en el forcejeo electoral, descartando el uso de la fuerza para disolver a los manifestantes —opción que le habrían urgido a aplicar, de creer algunas informaciones periodísticas, Yanukovych y Medvedchuk—, y ofreciendo un gesto postrero de buen perder al pedir a la población que apoyara al nuevo presidente. A mayor abundamiento, Kuchma legaba a Yushchenko una coyuntura macroeconómica excepcionalmente buena, con un nivel récord de divisas, 12.000 millones de dólares, y una tasa de crecimiento anual del 12%.

Leonid Kuchma posee la Orden de la Bandera Roja del Trabajo, otorgada por el Estado soviético en 1976, y otras condecoraciones oficiales del Estado ucraniano. Ha escrito los libros (títulos traducidos al español) Creo en el pueblo ucraniano (2000), Sobre lo más importante (2001) y Siguiendo el camino propio: Pensamientos sobre la reforma económica en Ucrania (2004). Es doctor honoris causa por la Universidad Nacional Taras Shevchenko de Kíev y la Universidad Técnica Gediminas de Vilnius, Lituania.

(Cobertura informativa hasta 1/2/2005)