SAN NIC�FORO, PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA

 

13 de marzo

 

SAN NIC�FORO
PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA

(† 829)

 

No eran muy halag�e�os para la Iglesia de Oriente los tiempos en que vino al mundo en Constantinopla, hacia el a�o 750, el peque�o Nic�foro. Su padre, Teodoro, era secretario del emperador Constantino Copr�nimo, hombre caprichoso y sectario, que, siguiendo la pol�tica iniciada por su padre, Le�n III el Is�urico, iba llevando hasta sus �ltimas consecuencias de crueldad y de tiran�a la lucha iconoclasta contra la ortodoxia cat�lica. La oposici�n a las im�genes, nacida en un ambiente de cesaropapismo oriental y en la man�a dogmatizante de sus emperadores, llevaba en su misma ra�z otras influencias no menos peligrosas. No se trataba ya de la lucha m�s o menos descarada contra una representaci�n de la divinidad o de los santos, sino que llevaba consigo, m�s bien, uno de los grandes acontecimientos de la historia universal, cuyas consecuencias fueron incalculables.

A m�s de perturbar por una larga serie de a�os los asuntos religiosos y sociales del Imperio, daba lugar a una oposici�n cada vez m�s abierta contra las directrices que pod�an llegar de Roma, que ciertamente poco hab�a de esperar de unos emperadores que se constitu�an a la vez en herejes y perseguidores, interviniendo en todos los asuntos internos de la Iglesia, y que iban metiendo insensiblemente en el pueblo y en las altas jerarqu�as la idea de la separaci�n definitiva y del cisma. Eran necesarios hombres de grande fe, de fortaleza y de prudente serenidad para detener, siquiera fuera por momentos, el terrible mal que se avecinaba. Uno de ellos iba a ser nuestro santo, Nic�foro de Constantinopla.

El padre de Nic�foro, siendo �ste todav�a ni�o, es despojado de su cargo y viene a morir en el destierro, por no doblegarse ante las �rdenes imperativas del Copr�nimo. Educado en este hero�smo de fe, bajo la tutela de su madre Eudoxia, y con los mejores maestros de la ciudad. va recibiendo el joven Nic�foro una formaci�n sobresaliente en lo religioso y en lo intelectual.

Con los a�os, nuestro Santo es conocido por todos como hombre bueno y prudente, amigo de hacer el bien, y ac�rrimo defensor de la ortodoxia. En el per�odo de paz que se inicia con la emperatriz Irene y su hijo Constantino VI por el a�o 780, es llamado a la corte, concedi�ndosele con todos los honores el mismo cargo de secretario imperial que hab�a desempe�ado su padre. Desde este momento, Nic�foro va a poner toda su influencia en desarraigar del Imperio los antiguos resabios de la herej�a.

Como legado del emperador asiste al segundo concilio de Nicea, VII de los ecum�nicos (a. 787), donde brilla, era lego todav�a, por su s�lida formaci�n literaria, el conocimiento profundo de las cuestiones eclesi�sticas, y por su gran elocuencia. A pesar de esto, hay en nuestro Santo unas tendencias m�s se�aladas, que le llevan al retiro y a la oraci�n del claustro, donde parece encontrar el medio m�s adecuado para una labor de apostolado. Con este fin se retira a las orillas del B�sforo, en la costa asi�tica, donde construye por su cuenta un monasterio para entregarse al estudio, a la austeridad y a la oraci�n, sin que por ello reciba el h�bito de religioso. El emperador, por su parte, cuidando de aprovechar sus buenas cualidades, le llama de nuevo a la corte, pero Nic�foro seguir� su vida de monje aun en medio de todo el boato imperial.

Modelo de virtud, se dedica a hacer la caridad entre los necesitados. Por designaci�n del pr�ncipe se hace cargo del hospital general de Bizancio y por su cuenta recorre las casas de los pobres, deja en ellos su dinero y su hacienda, llenando a todos de la suavidad de su trato y de su abnegada solicitud.

A nadie pues pod�a extra�ar, fuera de algunos monjes que no ve�an con buenos ojos la elevaci�n de un lego directamente al pontificado, el que Nic�foro, a la muerte del patriarca Tarasio, fuera designado por el pueblo y por el emperador para sucederle. De este modo, el 12 de abril del a�o 806, habiendo vestido antes el h�bito de monje, y recibidas las �rdenes anteriores, el humilde funcionario de la curia imperial se sentaba en el trono patriarcal de Santa Sof�a. Bien sab�a Nic�foro a lo que le destinar�a su dignidad y, como previ�ndolo, durante su consagraci�n tuvo aferrado entre las manos un memorial, que �l mismo hab�a compuesto en defensa del culto a las im�genes, y renovando el juramento de defenderlo en el acto de la posesi�n, fue a depositarlo detr�s del altar mayor como testimonio p�blico de las intenciones que llevaba en el momento de recibir su alto y dif�cil cometido.

La subida al pontificado de San Nic�foro no hab�a agradado del todo a las diversas tendencias religiosas que por entonces pululaban en la capital del Imperio de Oriente. Muchos entreve�an una nueva intromisi�n del emperador en los asuntos reservados de la Iglesia; y otros aun de buena fe, como el famoso San Teodoro Studita, tem�an cierto servilismo de parte del patriarca a todas las iniciativas de la corte. El nuevo elegido logra, a fuerza de mansedumbre y de paciencia, inspirar confianza a todos aun teniendo que renunciar, como a veces hiciera, a ciertas prerrogativas de su dignidad en la noble intenci�n de no suscitar divergencias, dada la situaci�n delicada en que se encontraban todav�a las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El mismo da cuenta de su modo de actuar en una carta, que env�a al papa Le�n III, donde admite humildemente que, si es cierto que hubo de ceder en algunas cuestiones transitorias ante el emperador, no lo hizo sino llevado del bien de la paz y aun de la misma libertad de la Iglesia.

Con todo, esta paz deseada no iba a ser, por desgracia, duradera. Y es ahora, cuando ya entran en juego no solamente los principios vitales de la fe, sino los derechos inviolables de la misma Iglesia, cuando Nic�foro ser� el primero que se inmolar� a la cabeza de su pueblo por defender la verdad ante la insolencia y sectarismo de sus perseguidores. Mientras llega el momento, �l trabaja como buen pastor de su grey en la mudanza y total reforma de las costumbres y sus preceptos dados desde el p�lpito recibir�n doble fuerza por la conducta y fiel ejemplo de su vida.

Durante este tiempo empieza San Nic�foro el copioso apostolado de su pluma, que le colocar� entre uno de los m�s prestigiosos escritores de la Iglesia de Oriente. Sus obras, y m�s a�n las que escribe en el destierro, dan noticia de su esp�ritu elevado, un conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras y de la literatura patr�stica, de su amplitud de doctrina, unido todo ello a una dial�ctica sutil y a una fina observaci�n.

El 10 de julio del a�o, 813 el patriarca Nic�foro coronaba emperador a un buen soldado, gobernador de la provincia de Natolia, Le�n V el Armeno, que hubiera sido un excelente monarca, de no haberse dado a resolver cuestiones de teolog�a en nada aptas a su cargo y condici�n. Tal vez por seguir el ejemplo de los Copr�nimos o por creer que con ello iba a robustecer m�s su poder�o, de hecho, ya desde el principio de su reinado, empieza a declararse contra lo que �l llamaba "la herej�a de las im�genes", rechazando todo lo decretado en el concilio anterior de Nicea. Con su conducta consigue adeptos entre algunos obispos y hombres de influencia, como el gram�tico Juan Hylilas. Pero el emperador busca, sobre todo, ganarse la voluntad del patriarca. Pronto se da cuenta, sin embargo, de la ineficacia de sus recursos y la situaci�n se va agravando con ello m�s y m�s cada d�a.

Ya no se hace solamente cuesti�n del culto de las im�genes, sino de la intervenci�n o no intervenci�n de la autoridad civil en materia religiosa. El emperador trata con ruegos y concesiones de atraer al pont�fice, pero �ste permanece inflexible, llegando a decirle en una ocasi�n: "Nosotros no podemos mudar las antiguas tradiciones: respetamos las im�genes santas, como lo hacemos con la cruz y con los libros del Evangelio". (Notemos que los iconoclastas adoraban la Cruz y los Evangelios, pero no las im�genes del Se�or y de los santos). El emperador no se aviene y a veces hasta usa de estratagemas para ir debilitando la decisi�n del Santo. Una noche anima secretamente a unos soldados de su guardia para que con todo descaro se mofen de una imagen de Cristo que estaba en la gran cruz colocada sobre las puertas de la ciudad. De ello toma ocasi�n para mandar que se quitaran las im�genes de todas las cruces, con el pretexto de evitar nuevas profanaciones. El patriarca ve ya lo que se avecina y con sus obispos y abades se entrega al silencio de la oraci�n y de la penitencia.

No tarda mucho en reunir el emperador en su palacio a todos los obispos, ortodoxos y herejes, para que discutan en su presencia las diversas cuestiones. Los primeros, con Nic�foro a la cabeza, le piden con toda humildad que deje libre el gobierno de la Iglesia a sus pastores; pero Le�n V, enfurecido, les arroja de su presencia, rode�ndose de sus adictos, a quienes constituye en jefes de la Iglesia oriental. Pronto se re�nen �stos en concili�bulo y citan al patriarca para que d� raz�n ante ellos de sus hechos. Nic�foro se presenta, y movido de santa indignaci�n les increpa: "�Qui�n os ha dado esta autoridad? �Ha sido el Papa o alguno de los patriarcas? Os excomulgo, ya que en mi di�cesis no ten�is jurisdicci�n y la hab�is usurpado". Los obispos le quieren deponer, pero esperan a que se decida el emperador.

La ocasi�n llega pronto, con motivo de las fiestas de Navidad del a�o 814. Le�n V, siguiendo la costumbre tradicional, se presenta en este d�a al lado del patriarca en la bas�lica de Santa Sof�a para venerar los sagrados iconos, pero, instigado por los suyos, se niega a hacer lo mismo en la de la Epifan�a. A seguida, y ya sin miramientos, empieza una tremenda persecuci�n contra todos los adictos a la ortodoxia cat�lica. Pronto el patriarca se ve abandonado por la mayor�a de los obispos. Estos quieren hacerle comparecer de nuevo ante ellos y, como se negara, prohiben que se hiciera conmemoraci�n de su nombre en los oficios divinos, instando a la vez al emperador para que, deponi�ndole, le condenara definitivamente al destierro.

No mirando a que el venerable anciano estaba retenido en el lecho por una enfermedad, deciden su deposici�n al principio de la Cuaresma. Llev�ndole en unas angarillas en la noche del 13 de marzo del 815, le arrojan en una barca, que le hab�a de conducir a la orilla asi�tica del B�sforo, a Sc�tari, para ser internado en el monasterio de San Teodoro, que �l mismo hab�a construido a poca distancia de la ciudad. Desamparado de todos, ultrajado, manda en seguida su abdicaci�n a los de Constantinopla, y se dispone a pasar sus �ltimos d�as en la soledad y el recogimiento, que tanto a�orara en la juventud. En su destierro Nic�foro sufre y ora, se consuela con los libros santos y escribe a su vez, siempre con el prop�sito de desarraigar de su pueblo la herej�a y el error.

Con el advenimiento al trono de Miguel el Tartamudo (a. 820) los ortodoxos quieren reivindicar de nuevo a su patriarca. Pero el nuevo emperador es tambi�n hereje y pretende ganarse al santo var�n, haciendo que rechace de plano la doctrina que la Iglesia y los concilios hab�an sostenido sobre las im�genes. San Nic�foro prefiere seguir padeciendo por la verdad y de este modo, lleno de fatigas y de trabajos, en su pobre celda del destierro y a los setenta a�os de edad, muere gloriosamente el 2 de junio del a�o 829. Cuando m�s tarde, en la paz que dan a la Iglesia de Oriente San Metodio y la emperatriz Teodora, vuelve a sonar con gloria el nombre de Nic�foro, sus reliquias son trasladadas con todo esplendor a la bas�lica de los Santos Ap�stoles de Bizancio, el d�a 13 de marzo del a�o 847. De nuevo se iba a encontrar el pastor entre su pueblo; martirizado, pero con la luz de la gloria, y tambi�n con la humildad y mansedumbre en que siempre hab�a vivido.

La Iglesia griega da a nuestro Santo el t�tulo de confesor de la fe y celebra su fiesta el 2 de junio, aniversario de su muerte. La Iglesia latina lo hace el 13 de marzo, aniversario a su vez de la traslaci�n de sus reliquias.

FRANCISCO MART�N HERN�NDEZ