¿Quién fue Enrique IV de Castilla?
Era hijo de Juan II y de María de Aragón, y hermano paterno de Isabel, que se proclamó reina a su muerte. Algunos historiadores le llamaron despectivamente «el Impotente».
El 20 de julio de 1454 falleció el rey Juan II de Castilla y al día siguiente, su hijo Enrique fue proclamado Rey de Castilla.
Las dos décadas de su reinado (1454-1474), donde muchos nobles hicieron y deshicieron a sus anchas, fueron cantadas por los cronistas como uno de los más calamitosos de todos los que el reino español sufrió a lo largo de su Historia.
A la edad de 15 años el infante Enrique se casó con la Infanta Blanca de Navarra, hija de Blanca I de Navarra y de Juan II de Navarra. Enrique alegó que había sido incapaz de consumar sexualmente el matrimonio, a pesar de haberlo intentado durante más de tres años, el período mínimo exigido por la Iglesia.
En 1453, el obispo de Segovia, Luis Vázquez de Acuña, declaró nulo su matrimonio con Blanca I de Navarra, atribuyéndole una impotencia sexual producida a raíz de un maleficio, un hechizo en toda regla.
El Papa Nicolás V corroboró la nulidad y los nuevos esponsales entre Enrique IV y Juana de Portugal tuvieron lugar, pero sus detractores cuestionaron su virilidad alegando que aquel matrimonio era una farsa.
Evidentemente, la nulidad respondía a cuestiones políticas. El todavía príncipe, intuyendo la inminente muerte de su padre, buscaba una excusa para romper su alianza con Navarra y acercarse a Portugal a través de un matrimonio con Juana, la hija de los reyes lusos.
El problema de la descendencia
Uno de los grandes enigmas en la historia de España es qué clase de patología o problema tenía Enrique IV de Castilla para no poder dejar un heredero. Al menos uno que resultara creíble, puesto que su única hija, Juana «la Beltraneja», fue llamada así por ser el más que probable fruto de la relación adúltera de la reina con el valido del rey Beltrán de la Cueva.
Desprestigiado por la propaganda al servicio de los futuros Reyes Católicos y ninguneado por muchos nobles como el primer Duque de Alba, quien explotó como nadie las debilidades del monarca, Enrique IV fue acusado de homosexual y de instigar con gusto las relaciones extramatrimoniales de su segunda esposa.
El objetivo era deslegitimar su reinado y dinamitar los derechos de su única hija. Lejos de las intoxicaciones políticas de entonces, en 1931 el prestigioso médico Gregorio Marañón creyó encontrar la solución al misterio cuatro siglos después.
Dedujo que el rey sufrió una displasia eunucoide –definida hoy en día como una endocrinopatía– o bien los efectos asociados a un tumor hipofisario (la parte del cerebro que regula el equilibrio de la mayoría de hormonas). En ambos casos, la impotencia del rey Enrique IV de Castilla encontraba por fin una explicación científica.
Sin embargo, hoy en día sigue sin encontrarse ningún documento ni prueba que pueda demostrar que Juana «la Beltraneja» no fuera hija del Rey. Sus restos fueron pérdidos y no es posible hacer una prueba de ADN.
Sin embargo, el propio monarca debía tener dudas sobre la paternidad pues, tras enormes vacilaciones a la hora de defender los derechos dinásticos de Juana «la Beltraneja», su firma en el pacto de Guisando (1468) desheredaba definitivamente a su hija a favor de su hermana Isabel «la Católica».