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La fuerza de la constancia
El tiempo pasa rápido, sobre todo para Naomi Watts. Anteayer, una desconocida, hoy una digna finalista a los Oscar con una carrera que empieza a ser importante.
Hace sólo tres años nadie hubiera apostado por ella a no ser que estuviera loco. Así que tuvo que llegar un director excéntrico y arriesgado, con fama de no estar demasiado en sus cabales, David Lynch, que la convirtió en protagonista de Mulholland Drive, una de sus locuras cinematográficas. Recién llegada al Olimpo del estrellato, esta tentación rubia salida de las Antípodas llevaba quince años de arduo trabajo sin comerse una rosca, saliendo adelante a base de tesón, cuando las circunstancias parecían obligarla a tirar la toalla.
En 21 gramos conmovió a las plateas con su papel de madre de familia enfrentada a la peor de las pesadillas, cuando su marido y sus hijas mueren en un accidente de coche. Pero la actriz no parece creerse aquello de “cría buena fama y échate a dormir”. Cuando alcanzan la cima de su carrera, la mayoría de los intérpretes prefieren andar con pies de plomo y pensárselo mucho antes de escoger su siguiente papel, temerosos de dar un paso en falso. Pero Naomi Watts sigue la estrategia contraria, pues tiene fama de aceptar antes de leer el guión, si confía en los directores y asegura que nació para rodar. “El plató es mi elemento natural. No me siento natural en la alfombra roja, ni haciendo promoción, ni hablando sobre mi vida. Todas esas cosas pueden ser necesarias para la carrera de un actor, pero no se me dan bien”, ha declarado. Los proyectos en que está involucrada son de lo más variopinto. Dos ya están terminados: Ya no somos dos, sobre dos matrimonios amigos; y El asesinato de Richard Nixon, que la empareja de nuevo con Sean Penn, basada en una conspiración auténtica contra el polémico presidente estadounidense. Acaba de rodar dos thriller: Tránsito, con Ewan McGregor y Extrañas coincidencias, con Jude Law y Dustin Hoffman. Por si fuera poco, se confirma su participación en otros dos nuevos proyectos, la secuela de The Ring (La señal) y la nueva versión de King Kong que prepara Peter Jackson, tras su triunfante adaptación de la trilogía de Tolkien.
Hasta los diez años Naomi Watts vivió en Shoreham (Gran Bretaña), donde había nacido el 28 de septiembre de 1968. De pequeña no era la típica niña cursi que jugaba con muñecas, sino que le gustaban más los muñecos de los niños, y se subía a los árboles con los amigos de su hermano Ben, que acababan siendo más amigos suyos que de él. Tras el fallecimiento de su padre, técnico de sonido de conocidos grupos musicales británicos, su madre cambiaba continuamente de residencia, porque no tenía una profesión definida. Finalmente, la familia acabó instalándose en Australia, donde residía la abuela materna, cuando la joven Naomi tenía 14 años. “Fue un choque cultural muy grande, pero al final nos acostumbramos. Acabó gustándome tanto ese país que pienso que ir allí fue la mejor decisión que tomó mi madre”. Entonces empezó a estudiar interpretación, a trabajar como modelo, y a presentarse a cualquier casting del que tuviera noticia en busca de una oportunidad como actriz.
En las pruebas coincidía con Nicole Kidman, entonces también desconocida, y entre ambas surgió una amistad que dura hasta hoy. Naomi admira de Kidman su capacidad para lidiar con la fama, y llevarse bien con los medios de comunicación. “Me alegra que cuando yo empecé a ser conocida ella fuese una estrella, porque pude pedirle consejos y además observarla y aprender de su experiencia”. Antes de salir de Australia, Naomi sólo tuvo la oportunidad de mostrar sus cualidades en un par de películas menores, como La primera experiencia, donde coincidió con la propia Kidman, y en alguna serie televisiva. Tampoco fueron demasiado prometedores sus pinitos en el cine estadounidense. Debutó en Hollywood con un pequeño papel en Matinee, homenaje de Joe Dante al cine de serie B que pasó inadvertido, y la mediocre Tank Girl, subproducto que no le abrió precisamente la puerta de nuevos contratos.
Resignada, Naomi siguió interpretando bodrios como Los chicos del maíz IV, hasta que le llegó una gran oportunidad de la mano de David Lynch. Éste pretendía hacer una serie televisiva, Mulholland Drive, y fichó a la actriz como protagonista. Al final, la cadena ABC desestimó el proyecto, y el cineasta reconvirtió el guión en largometraje. “Nadie creía en mí excepto Lynch, que tuvo que convencer a todo el mundo de que yo podía hacerlo bien”, dice Naomi Watts, con quien la crítica se deshizo en elogios, y que a partir de ese momento pudo elegir entre proyectos de más entidad. Se decantó por una película de terror, The Ring (La señal), remake de la película japonesa. También fue capaz de provocar risas, en sus dos incursiones en la comedia: Funerarias S.A. y Le divorce.