Isaac Asimov, el ‘extraterrestre’ que escribía desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche

Isaac Asimov, el ‘extraterrestre’ que escribía desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche

Genios

Se edita en español ‘Yo, Asimov. Memorias’, las memorias del genio de la ciencia ficción, que escribió su autobiografía dos años antes de morir

El escritor Isaac Asimov en Nueva York, 1990 (Photo by Rita Barros/Getty Images)

El escritor Isaac Asimov en Nueva York, 1990 (Photo by Rita Barros/Getty Images)

Getty Images

Isaac Asimov (1920-1992), uno de los mejores escritores de ciencia ficción, escribió dos años antes de morir una fantástica autobiografía con un sentido del humor galáctico. En Yo, Asimov. Memorias (Arpa) el autor de la trilogía de Foundation, entre otras sagas futuristas, habla a tumba abierta sobre sus amigos, su filosofía de vida y las lecturas que inspiraron su extensísima obra.

En total, este neoyorkino de origen ruso (idioma que no hablaba, pues sus padres emigraron a Nueva York cuando él tenía tres años) dejó para la eternidad casi 500 libros que incluyen desde tratados sobre Shakespeare (a quien leyó, línea por línea en su juventud) hasta libros de historia (su verdadero amor). Su curiosidad enciclopédica abarcaba la medicina, la zoología, la etimología o la física, siendo incluso capaz de responder, si alguien se lo preguntaba, cuál era la longitud de onda de los chillidos de los murciélagos. 

Asimov, en un congreso sobre ciencia ficción, junto a Robert Silverberg y un joven aficionado

Asimov, en un congreso sobre ciencia ficción, junto a Robert Silverberg y un joven aficionado

Jay Kay Klein

Asimov también escribió relatos cortos de misterio (le encantaba Agatha Christie y el detective Hércules Poirot), libros de acertijos, canciones para un musical (una de sus pasiones era Gilbert y Sullivan, unas operetas que creaban un mundo al revés), incluso una antología con sus 640 chistes preferidos (Isaac Asimov´s Treasury of Humor), pues era un bromista empedernido al que le encantaba hacer reír, algo que conseguía muy a menudo.

En muchos sentidos, Asimov fue un extraterrestre. Su individualismo y el no someterse a ninguna norma que desafiara a su inteligencia le llevó a ser una gota malaya para sus superiores jerárquicos. En cambio, fue extraordinariamente leal con sus muchos amigos, con quienes intercambiaba insultos geniales.

Autobiografía

Autobiografía de Asimov, 'Yo, Asimov. Memorias de Isaac Asimov' 

Arpa

Entre estos, cabe destacar a Arthur Charles Clarke. “Arthur y yo compartimos las mismas opiniones sobre la ciencia, las cuestiones sociales y la política. Nunca he estado en desacuerdo con él en ninguna de estas cosas, lo que demuestra la brillantez de su inteligencia. Por supuesto, hay diferencias entre los dos. Él es calvo, es más de dos años mayor que yo y no tan guapo, pero no está nada mal para ser el segundo”, escribió sobre el autor de Las arenas de Marte o El fin de la infancia. 

Asimov y Clarke firmaron en un trayecto de taxi el Tratado de Park Avenue, por el cual se comprometían a decir, cuando eran preguntados, que el mejor escritor mundial de ciencia ficción era su amigo (lo creyeran o no), aunque también les estaba permitido declarar, si insistían, “que le voy pisando los talones en la carrera”. Asimov también fue muy amigo de Lester del Rey o de Lyon Sprague de Camp.

Asimov y sus amigos eran conocidos por sus bromas e insultos irónicos entre ellos

Otro ejemplo del afilado sentido del humor de Clarke y Asimov ocurrió al estrellarse un avión y morir la mitad del pasaje. Sorprendentemente, uno de los pasajeros que sobrevivió al accidente declaró haber conservado la calma leyendo una novela de Arthur C. Clarke, noticia que apareció en un artículo del periódico. Clarke, como era su costumbre, hizo cientos de copias del artículo y se las envió a todo el mundo que conocía, aunque sólo fuera de oídas. Asimov recibió una de esas copias de su amigo Arthur Clarke con una nota escrita a mano en el margen inferior: “Que pena que no estuviera leyendo una de tus novelas. Habría seguido durmiendo durante toda la terrible experiencia”. A Asimov no le llevó un minuto responderle: “Al contrario, la razón por la que estaba leyendo tu novela era porque si el avión se estrellaba, la muerte llegaría como una liberación celestial”, le dijo en su carta de respuesta.

Los detractores de Asimov, en cambio, le echaron en cara tener “un ego del tamaño del Empire State” por su tendencia a echarse flores, aunque la mayoría de las cosas de las que presumía eran tan ciertas como que la Tierra gira alrededor del Sol. Sin embargo, con 26 años cumplidos, Asimov aprendió a no hacer gala continuamente del síndrome de “yo lo sé todo”. El momento clave se produjo Hawái, justo después de ser reclutado por el ejército para ir a probar la bomba atómica en el atolón de Bikini, en el océano Pacífico. Al escuchar a los militares en un barracón de Honolulú explicar “todo al revés” sobre la bomba nuclear, Asimov fue capaz, casi por primera vez en su vida, de mantener la boca cerrada y no hacer gala de su inteligencia para corregir los innumerables errores.

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El mayor sueño de Asimov era poder encerrarse en su despacho con las persianas bajadas (hiciera sol o nevara) desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche, una costumbre que mantuvo desde que empezó a escribir en la tienda de caramelos judíos de su padre con 11 años. Una vez le preguntaron en una entrevista: "si un médico le diera seis meses de vida, ¿Qué haría? 'Teclear más deprisa'”, contestó.

El estilo de sus libros era luminoso como una mañana de primavera. A su juicio, la mejor lección literaria que recibió en toda su vida sólo duró diez segundos. “¿Sabes –le preguntó su editor Walter Bradbury– como diría Hemingway: ´El sol salió al día siguiente´?”. Asimov dijo que no moviendo la cabeza. “Diría: ´El sol salió al día siguiente´”, respondió Bradbury.

Los padres de Asimov Anna y Judah

Los padres de Asimov: Anna y Judah

cedida

Respecto a su familia, su padre, Judah Asimov, fue educado como un judío ortodoxo, aunque en el fondo de su corazón no se sintiera como tal. Su madre, Anna Rachel Berman, era una campesina rusa que medía poco más de metro y medio y tenía un carácter tan fuerte como los rábanos picantes con huevo duro que preparaba. A diferencia de sus progenitores, Isaac nunca se sintió tentado por ninguna religión. “El hecho es que no siento ningún vacío espiritual. Tengo mi filosofía de vida, que no incluye ningún aspecto sobrenatural y que encuentro totalmente satisfactoria. En resumen, soy un racionalista y solo creo lo que me dice la razón”.

A lo largo de su vida, Asimov defendió a los afroamericanos y no perdonó a Roosvelt que dejara en la estacada a los republicanos españoles. En cambio, se mostró muy crítico con el sionismo. “No creo que los judíos tengan el derecho ancestral de ocupar una tierra solo porque sus antepasados vivieron allí hace mil novecientos años. Este tipo de razonamiento nos obligaría a entregar América del Norte y del Sur a los indios, y Australia y Nueva Zelanda a los aborígenes y maoríes”, anota en sus memorias. 

¡No hay naciones! Solo existe la humanidad

Isaac Asimov

“Tampoco considero válidas legalmente las promesas bíblicas hechas por Dios de que la tierra de Canaán pertenecería para siempre a los hijos de Israel (sobre todo, porque la Biblia fue escrita por los hijos de Israel). Por lo tanto, no soy un sionista porque no creo en las naciones. ¡No hay naciones! Solo existe la humanidad. Y si no llegamos a entender esto pronto, las naciones desaparecerán, porque no existirá la humanidad”, añadió.

En el plano amoroso, la vida de Isaac Asimov se repartió entre dos mujeres, aunque con 21 años seguía siendo virgen. Gertrude, la mujer con la que se casó y tuvo dos hijos, fumaba demasiado, pero ese pequeño gran detalle terminó por arruinarlo todo. La campaña de Asimov para que su mujer dejara de fumar, o si eso no era posible, para que fumara menos o, por lo menos, para que dejara de fumar en el dormitorio, en el coche o cuando comían, no tuvo ningún éxito. Con los años, este asunto se convirtió en una llaga que, de tanto frotarla e irritarla, generó ampollas cada vez más dolorosas. 

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En 1970, después de 24 años de matrimonio, Asimov entendió que el divorcio era la única salida, así que cargó su librería, su máquina de escribir eléctrica y sus estanterías en un camión de mudanza y regresó a Manhattan, después de ejercer durante años de profesor Bioquímica en la Universidad de Boston. Como curiosidad, Asimov nunca quiso tener hijos (tanto David como Robyn llegaron inopinadamente) por creer que uno de los mayores problemas del planeta era la superpoblación.

Su segundo matrimonio fue con Janet Jepsson, a quien conoció en el año 1956 a través de su hermano pequeño, John, quien había ido a sus clases de Bioquímica y era un gran aficionado a la ciencia ficción, al igual que ella. Un día, mientras estaba Asimov firmando libros, ella se le acercó para que le dedicara su ejemplar de Segunda fundación. “¿A qué se dedica?”, le preguntó Asimov para inspirarse en la dedicatoria. “Soy psiquiatra”, respondió. “Estupendo. Tumbémonos juntos en el sofá”, dijo él casi sin mirarla, malhumorado por los cálculos renales que le atormentaban. Janet se marchó pensando: “Bien, puede que sea un buen escritor, pero es un borde”.

Janet e Isaac Asimov

Janet e Isaac Asimov

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Sin embargo, años después, volvieron a coincidir y todo fue distinto. Estuvieron carteándose 14 años y, luego de casarse por lo civil en el salón de la casa de Janet (él con 50 años y ella con 47), vivieron felices en Nueva York casi veinte años. Como pequeña curiosidad, justo el día antes de casarse, Asimov encontró a Janet llorando y le preguntó alarmado qué era lo que iba mal. “No puedo evitarlo, Isaac. Me siento como si fuera a perder mi identidad”, confesó ella. “Tonterías. No perderás tu identidad, ganarás subordinación”, respondió él. Janet estalló en carcajadas, y todo fue bien. Janet fue, sin lugar a dudas, la mujer de su vida.

Dentro de la ciencia ficción, Asimov fue un futuriano. Este grupo minoritario, surgido a mediados de la década de 1930, pensaba que los aficionados a la ciencia ficción debían adoptar posturas más antifascistas, mientras que el núcleo mayoritario sostenía que la ciencia ficción estaba por encima de la política.

Además de futuriano, Asimov fue un liberal (en el mejor de los sentidos…) y un humanista convencido. Por lo demás, los argumentos de sus novelas siempre tendieron a celebrar los triunfos de la tecnología más que sus desastres, por lo que cabe considerarle (al igual que a Robert Heinlein y Arthur Clarke) como “tecnológicamente” optimista.

Respecto a las lecturas que le influyeron, la lista es interminable (en su biblioteca se apilaban los 2.000 libros que más le habían gustado). Uno de ellos era La Ilíada. Siendo muy joven, cuenta en sus memorias, la solicitaba en la biblioteca siempre que podía y la volvía empezar por el primer verso en cuanto había llegado al último. Otro de sus libros predilectos era Historia de la decadencia y caída del imperio romano, de Edward Gibbon. También disfrutó mucho con Shakespeare (especialmente con La comedia de las equivocaciones y Mucho ruido y pocas nueces), así como con Charles Dickens (en su autobiografía reconoce haber leído Papeles póstumos del club Pickwick veintiséis veces, y Vida y aventuras de Nicholas Nickleby diez veces).

Asimov como miembro de la Gilbert and Sullivan Society

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Janet Asimov

Pese a llegar a los 60 años en un estado de salud aceptable, sus problemas (sobrepeso, cálculos renales, retención de líquidos, triple bypass, etc.) empezaron a pasarle factura conforme se acercaba a la setentena, razón por la que decidió escribir entonces su autobiografía, ya que temía no poder llegar al año 2.000, cuando le hubiera gustado publicarla.

No obstante, se tomó la muerte con serenidad. “Cuando muera, todo lo que habrá será una eternidad hecha de nada. Después de todo, el Universo existía quince mil millones de años antes de que yo naciera”, puede leerse la última parte de su autobiografía de 655 páginas.

“¿Y si muere -le preguntaron en una entrevista- y se encuentra cara a cara con Dios? ¿Entonces qué?”, a lo que Asimov respondió: “Le diría: Señor, deberías habernos dado más pruebas”.

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