Luchas anticoloniales : ayer y hoy - Centre tricontinental
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Luchas anticoloniales : ayer y hoy

El anticolonialismo, tema de instrumentalización y memoria dispareja, alcanzó su apogeo a mediados del siglo pasado. Si bien se cruza con las teorías decoloniales y antiimperialistas, lo hace desde una perspectiva diferente en la historia y el espacio social, que nos invita a alejarnos de la narrativa del Estado nación y la identidad. Su relevancia radica en la asignatura pendiente de la descolonización y en la pertinencia de las esperanzas que alimenta.

El editorial del último número de Alternatives Sud : Anticolonialisme(s)

El 20 de junio de 2022, un diente de Patrice Lumumba fue restituido por Bélgica a la República Democrática del Congo (RDC). El ex Primer Ministro congolés fue asesinado el 17 de enero de 1961 por las autoridades congolesas en connivencia con funcionarios belgas. Su cuerpo, desmembrado, fue disuelto en ácido. Un policía belga que participó en la operación le sacó los dientes y le cortó dos dedos a modo de trofeo.

¿Fue la restitución una oportunidad no para dar vuelta a la página, sino para volver a analizar la situación actual, que también es consecuencia del pasado colonial ? Lamentablemente, por parte de la potencia congolesa, regularmente sacudida por casos de corrupción, fue una oportunidad para acciones oportunistas, tratando de capturar parte del prestigio del icono anticolonial que declaró que “entre la libertad y la esclavitud ¡no hay compromiso !”. Del lado belga, una comisión especial encargada de “examinar el pasado colonial de Bélgica y sus consecuencias” terminaría, unos meses después, fracasando y sepultando –temporalmente– cualquier perspectiva de disculpas y reparaciones.

El 7 de abril de 2023, con motivo del 220 aniversario de su muerte, se rindió homenaje en el Panteón a Toussaint Louverture, un antiguo esclavo que se convirtió en una de las grandes figuras del anticolonialismo. Reconocimiento -por fin- de la revolución haitiana y de la responsabilidad de Francia. Pero un reconocimiento fragmentario y parcial, plagado de contradicciones. Así, Haití estuvo representado por su embajador, portavoz de un gobierno ilegítimo, en un proceso de rápida gangsterización, llamando a la “comunidad” internacional a intervenir militarmente en territorio haitiano, supuestamente para luchar contra las pandillas y, más ciertamente, asegurar su poder.

Francia, por su parte, estuvo representada por el ministro de Educación, Pap Ndiaye, autor de libros sobre la “condición negra” y discípulo del presidente Macron, quien, a pesar de sus declaraciones iniciales, pronto adoptó la lógica de la “Françafrique” y del rechazo de la responsabilidad del Estado francés por la deuda impuesta a Haití en 1825 para compensar a los antiguos colonos. Mientras tanto, el pueblo haitiano seguía enfrentándose solo a la violencia y la impunidad perpetradas por un gobierno apoyado a distancia por Washington y París.

Por diferentes que sean ambos casos, revelan los problemas y antagonismos en juego, las tensiones y diferencias históricas y geográficas -entre el pasado y el presente, entre los problemas del Norte y del Sur- y la difuminación de las lecturas. Estas contradicciones son tanto más pronunciadas cuanto que las autoridades públicas utilizan las ceremonias de diferentes maneras con fines de (re)legitimación, y cuanto que la memoria de las luchas anticoloniales está fragmentada, es conflictiva y controvertida.

Anticolonialismo(s)

Esta entrega se titula « Anticolonialismo(s) » -con la “s” entre paréntesis, en referencia a la multiplicidad de luchas contra diversas fuentes y formas de colonialismo- en lugar de “decolonial”, que es la palabra de moda del momento. Es también la distancia entre estos dos conceptos -que es igualmente una distancia con respecto de la historia- lo que este número de Alternatives Sud pretende explorar.

Del mismo modo, se exploran las similitudes y diferencias entre las nociones de anticolonialismo y antiimperialismo. Esta última puede basarse en un corpus sustancial de escritos marxistas de principios del siglo pasado (Hilferding, Lenin, Luxemburg, etc.). Estos análisis tienen sus raíces en las mutaciones del capitalismo globalizado. Sin embargo, sus orígenes se han reconfigurado parcialmente para centrarse en la geopolítica, y el imperialismo se contempla ahora más a través del prisma de las relaciones internacionales, centrándose en el papel dominante de Estados Unidos.

Estas páginas se centran en la resistencia popular y la inserción de los conflictos en la larga historia de luchas anticoloniales que culminaron entre 1940 y 1970 ; desde la declaración de independencia de Indonesia en 1945 hasta la independencia de Zimbabue en 1980, pasando por la Revolución Cubana en 1959, por citar sólo algunas fechas clave.

¿Es el anticolonialismo cosa del pasado, o su relevancia se funde con la oposición al proyecto imperial ? ¿Qué carga -memorial pero también material- impone este pasado a nuestro presente ? ¿Deberíamos pasar de “anti” a “post” -por poscolonialismo- o cambiarla por decolonial para estar a la altura del discurso contemporáneo ? Estas son las preguntas que recorren los once artículos aquí reunidos.

Gran parte del debate sobre el (anti)imperialismo, reavivado en los últimos meses por la invasión de Ucrania, se centra en el equilibrio de poder entre los Estados en la escena mundial, haciendo hincapié en la continua injerencia de Estados Unidos y, desde principios de este siglo, en el ascenso al poder de los llamados países emergentes en general y de China en particular. ¿Implica esta nueva reconfiguración geopolítica el resurgimiento del movimiento de los no alineados y la emergencia de un mundo multipolar ?

Mientras que este debate sigue limitándose en gran medida a los contornos de las relaciones interestatales, el pensamiento decolonial desarrolla una crítica de las condiciones simbólicas e intelectuales de la “colonialidad de poderes”, intrínsecamente ligadas a la modernidad occidental y al eurocentrismo. De ahí la inflación de llamamientos a descolonizar : la cooperación, la universidad, la lengua, etc.

Sin embargo, al cuestionar la herencia y la permanencia de la lógica colonial desde horizontes diferentes, incluso simétricos, las dos perspectivas parecen evitar una reflexión más desarrollada sobre las relaciones conflictivas o antagónicas entre los estados del Sur y las poblaciones sujetas a ellos y entre estos últimos y categorías de personas del Norte. Relaciones sociales de raza, participación en una historia común de colonialismo -pero, precisamente ¿qué tan común es ? – y el racismo serían decisivos. En todo caso, más que anclajes sociales y territoriales (Thomas, 2023).

El riesgo de fetichizar el Estado, por un lado, corresponde al riesgo de fetichizar las identidades, por el otro. Por tanto, la representación de los pueblos del Sur –ya sea obra de sus gobiernos o de sus “hermanos y hermanas” del Norte– aparece como un bloque homogéneo, libre de disonancias y conflictos, que presta poca atención a la hibridación de identidades movilizadas de manera contradictoria por distintos actores y actrices. Además, en ambos casos el capitalismo permanece un tanto al margen. El énfasis está en la “metanarrativa” occidental previa o en la realpolitik posterior.

Finalmente, parece que la historia situada de las descolonizaciones y sus extensiones se disuelven en la sistematicidad de la occidentalización modernista y “blanca” o del imperialismo estadounidense.

Neocolonialismo

Tras la independencia, cuando el proceso de descolonización se enfrentó a las maniobras de las antiguas potencias coloniales y a la estructura asimétrica del comercio, la cuestión de la soberanía económica se hizo cada vez más patente. Y con frustración. Al mismo tiempo, crecían las críticas al neocolonialismo. Los artículos de este número se inspiran en gran medida en esta fuente.

En uno de sus libros de referencia, L’Afrique doit s’unir (1963), el líder ghanés Kwame Nkrumah escribió que el neocolonialismo, “la última etapa del imperialismo”, es “el mayor peligro al que se enfrenta África hoy en día” y que “su principal instrumento es la balcanización”. Por ello, “los jóvenes Estados africanos necesitan una nación fuerte y unida, capaz de ejercer una autoridad central”. De ahí la desconfianza ante cualquier afirmación “categorial”, regional o comunitaria, percibida como una forma de debilitar al Estado nación y siempre sospechosa ser manipulada solapadamente por las antiguas potencias coloniales con la finalidad de dividir para gobernar.

Las dos principales vías de resistencia al neocolonialismo fueron la industrialización y el internacionalismo. La primera pretendía liberar a estos territorios de su posición subordinada en la división internacional del trabajo. Habían quedado reducidos a ofrecer recursos naturales y mano de obra barata para la metrópoli. Las escasas infraestructuras creadas en el periodo colonial estaban orientadas a la exportación y servían sobre todo, si no exclusivamente, en beneficio de la potencia colonial.

Se trataba, pues, de crear un mercado local, de aprovechar más y mejor las materias primas intentando transformarlas localmente, a una economía más compleja y diversificada y de formar a los trabajadores y trabajadoras. Era necesario activar la palanca económica para asegurar una soberanía real, no cambiar dependencia por independencia sin recursos, y escapar a la subordinación impuesta por la doble configuración del mercado internacional y las relaciones Norte-Sur.

El proyecto de modernización de la industrialización no debe entenderse simplemente como un signo de la huella colonial de la que los líderes del Sur no han logrado desprenderse, sino como un intento de asumir el doble reto del desarrollo y la restauración de una auténtica libertad de acción (Adesina, 2022). Sesenta años después, es fácil ver el fracaso, la falacia e incluso el espejismo del propio concepto de desarrollo. Sin embargo, es importante recordar que este concepto aún resuena en muchos países del Sur, y no pasar por alto, cualesquiera que sean sus debilidades y limitaciones, lo que fue, en palabras de Lumumba, “una lucha diaria, (...) apasionada e idealista".

Por último, a pesar de algunas suposiciones, la mayoría de los líderes “modernistas” del Sur también lucharon contra la dominación cultural de las antiguas potencias coloniales. Thomas Sankara (1986), por ejemplo, pedía “sobre todo una purificación de nuestra mentalidades para librarnos de los reflejos de los neocolonizados”. Sin embargo, tendían a asociar esta colonización cultural a determinadas clases sociales (burguesía y pequeña burguesía).

La otra vía fue el internacionalismo centrado en el Sur : panarabismo, panafricanismo, movimiento tricontinental, etc. La Conferencia de Bandung (Indonesia, 1955) marcó la entrada de los antiguos países colonizados en la escena diplomática mundial y el inicio de un movimiento de países no alineados que se negaron a integrarse a los bloques del Este o del Oeste. Según Mohammed Bedjaoui, entonces asesor jurídico del Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia, “un concepto geopolítico basado en la pertenencia a una zona geográfica, el hemisferio sur, un periodo histórico, la colonización, y una situación económica, el subdesarrollo” (citado en Blanc, 2022). Sin embargo, esta triple conexión no borró la heterogeneidad, los intereses divergentes ni, por último, lo desarrollos divergentes.

La Conferencia de Bandung fue ante todo “un asunto de Estados en general, y de los Estados de Asia y Oriente Medio en particular” (África sólo estuvo representada por cinco países). No fue tanto una estrategia conjunta como un choque simbólico y un golpe mediático, ya que los países participantes coincidieron más en aquello a lo que se oponían : la colonización, la injerencia y la dependencia.

La Guerra Fría –algunas veces “caliente” en el Sur- limitó los contornos del no alineamiento. Además, la balanza se inclinaba a favor del mundo comunista, que apoyaba el movimiento de descolonización. Sin embargo, para muchos gobiernos del Sur, carentes de recursos y de legitimidad, el alineamiento con el mundo libre era un medio -pragmático, ideológico u oportunista- de consolidar su poder. A partir de entonces, la solidaridad internacional del Sur dio un ligero giro, como demuestra la creación de la Organización para la Unidad Africana (OUA, precursora de la actual Unión Africana) en 1963, que frenó en gran medida las ambiciones del panafricanismo (véase el artículo de Shivji en este número de Alternatives Sud).
Esta pérdida de impulso internacionalista repercutió en las estrategias de desarrollo puestas en marcha, dejando a cada Estado solo ante un mercado internacional cuya organización le era desfavorable, y frente al neocolonialismo, que, al socavar la soberanía económica, restringió aún más el margen de maniobra de los gobiernos del Sur. El autoritarismo estatal, que también reflejaba factores endógenos, se vio reforzado. En consecuencia, actuó más como catalizador que como freno al endeudamiento y a la ola neoliberal que se impuso a partir de los años ochenta y acabó hipotecando en gran medida la soberanía de estos países.

¿Un nuevo imperialismo ?

Hace veinte años, el 20 de marzo de 2003, comenzó la invasión de Irak por una coalición internacional liderada por Washington. Quince meses antes, Afganistán había sido atacado. ¿Marcaba esta « guerra contra el terrorismo » una nueva era ? ¿Habíamos pasado de un neocolonialismo que operaba de forma encubierta, a nivel de una red de relaciones económicas, bajo el edificio de gobiernos independientes, a un intervencionismo armado mucho más demostrativo ? ¿Se trataba de un nuevo imperialismo (Harvey, 2010) ?

El debate se ha desarrollado y se ha intensificado en el contexto de intervenciones militares, numerosas intervenciones directas o indirectas y trastornos en la arquitectura global. David Harvey (2010) vio dos lógicas imperiales en juego : la lógica geopolítica de las potencias estatales que buscan controlar territorios y la lógica más difusa de la acumulación capitalista que consagra la captura de espacios por parte de los agentes internacionales del capital.

¿Pueden estas dos dinámicas, que Harvey considera distintas pero estrechamente entrelazadas, superponerse, estar en tensión o incluso en contradicción ? ¿El acceso a los recursos naturales y el control de las intersecciones estratégicas constituyen su eje común y la (única) clave de interpretación ? ¿Se ha vuelto tan neoliberal la lógica del “imperialismo capitalista” que se ha liberado del control estatal, no reconoce las lealtades nacionales e impone sus propios intereses, incluso a Estados Unidos ?

Cualesquiera que sean las respuestas a estas preguntas, la continuidad de esta doble lógica imperial parece imponerse : el imperialismo no representa una fase pasada y superada de la historia del capitalismo, sino una modalidad que le es intrínseca, “el carácter permanente de su expansión globalizada” (Amin, 2005).

Estados Unidos sigue siendo, de lejos, la potencia financiera, política y militar más importante del mundo, pero su hegemonía está en crisis. La proliferación de sus intervenciones es a la vez causa y consecuencia de ello. El artículo de Katz sobre la creciente dificultad de Washington para aplicar la Doctrina Monroe en América Latina y el Caribe -por no hablar del resto del mundo- ilustra este punto.

¿Significa esto que las relaciones internacionales se limitan a los caprichos de las estrategias imperiales del gigante estadounidense ? En un momento en que China y (al menos) las potencias regionales -los BRICS, pero también Turquía, México, Nigeria, Arabia Saudí, etc.- se imponen cada vez más en la escena internacional, ¿cómo interpretar las tensiones y rivalidades entre Estados, acaso como la emergencia de contrapoderes y la transición hacia un mundo multipolar ?

Los autores y autoras de este número expresan opiniones divergentes al respecto, pero todos y todas se muestran especialmente críticos·as con la idealización de esta multipolaridad por parte de ciertas corrientes de izquierda. Insuflar un espíritu de rebelión a los BRICS es, según Patrick Bond, una fantasía. Por su peso geopolítico, los países emergentes ejercen una hegemonía regional y se asemejan a Estados subimperialistas. Bond muestra tanto las asimetrías que los dividen como su convergencia con las potencias imperialistas en un “multilateralismo neoliberal arraigado en Occidente” que beneficia a las élites del Sur.

Por su parte, Promise Li ve el actual desarrollo del mundo multipolar como una “reconfiguración imperial” que conduce a una “rivalidad interimperialista” entre “autoritarismos capitalistas rivales”. El ascenso de China y de otros países capaces de desafiar la hegemonía de Washington no sólo no es automáticamente sinónimo de antiimperialismo y antineoliberalismo, sino que de hecho se ha adaptado a él, o incluso ha reproducido sus lógicas. Además, como denuncia enérgicamente la feminista comunista india Kavita Krishnan (2022), al hacer de la multipolaridad “la brújula que guía la comprensión de la izquierda en las relaciones internacionales”, no permite resistir a los proyectos fascistas y/o autoritarios de los regímenes que han hecho del mundo multipolar su mantra para mejor “disfrazar su guerra contra la democracia como una guerra contra el imperialismo”.

Lejos de desaparecer, las lógicas imperiales y coloniales se han renovado y multiplicado. Sus dinámicas de injerencia extranjera, apropiación y control de los recursos locales, sometimiento y clientelismo, y una división internacional del trabajo asimétrica y racializada siguen manifestándose a diversos niveles : desde la salud -esto fue especialmente evidente en la época de la producción de vacunas contra el covid- hasta Internet, pasando por el turismo y las políticas migratorias.

Por eso se habla de colonialismo “verde” y “de fronteras”, para denunciar los intentos de Europa de trasladar la carga de la transición energética y la gestión de las migraciones a los países del Sur mediante “asociaciones” especialmente desiguales. Sin embargo, la insistencia en actualizar y diversificar las relaciones coloniales no debe ocultar la persistencia de formas “tradicionales” de colonización que siguen operando en el siglo 21, especialmente en Cachemira, Tíbet, Sáhara Occidental y Palestina.

Este número aborda los dos últimos casos. Los artículos muestran que la situación actual hunde sus raíces en el pasado colonial, y ponen de relieve el doble entrelazamiento de las dimensiones política y económica, nacional e internacional, de la ocupación - y de la resistencia a ella. Los autores y las autoras insisten también en la necesidad de partir de los actores y actrices sobre el terreno para pensar las luchas anticoloniales.

Retórica anticolonial y autoritarismo

Defender los valores y la soberanía africanos frente a las presiones imperialistas y las imposiciones neocoloniales, ¿un proyecto decolonial ? Sí, pero también es la arenga del presidente ugandés, Yoweri Museveni, para justificar la aprobación de leyes que penalizan la homosexualidad, presentada como una importación occidental. La amarga ironía es que la homofobia en Uganda (y en otros lugares de África) tiene sus raíces en la legislación colonial -mientras que las sociedades precoloniales eran mucho más abiertas- y ha sido mantenida en parte por los evangelistas norteamericanos desde entonces (Cheeseman y Smith, 2023).

En el poder desde hace treinta y seis años, Museveni utiliza cínicamente el anticolonialismo y la homofobia para distraer a la población de los problemas sociales y del fracaso democrático del régimen. Hasta el punto de la caricatura, encarna un fenómeno general : la movilización e instrumentalización de la retórica anticolonialista por parte de gobiernos autoritarios “que prestan legitimidad a sus proyectos reaccionarios mediante una reivindicación artificial pero siempre poderosa” (Valluva y Kapoor, 2023).

Esta retórica pretende ocultar la incoherencia de las políticas estatales. Samir Amin (2005) ha criticado las estrategias distorsionadas de muchos Estados del Sur que han rechazado el imperialismo pero han abrazado el neoliberalismo. Esta antinomia entre política y economía pronto adoptó una forma más orgánica, que él resumió en la frase : “hablar a la izquierda, caminar a la derecha”. Bond llegó a hablar de esquizofrenia. Pero esta contradicción tiene causas estructurales y consecuencias de gran alcance.

Esta instrumentalización no significa, por supuesto, que el concepto de anticolonialismo haya perdido su significado, pero sí exige un mayor rigor en su uso y una consideración crítica de su aplicación. Aquí es donde radica a menudo el problema de las amplias corrientes decoloniales y antiimperialistas. Desarrollan una “metanarrativa” imbuida de oposiciones totalizadoras y fijas -Occidente/Sur Global, moderno/tradición, etc.- que se prestan fácilmente al uso indebido del término. Éstas tienden a perpetuar una esencialización colonial de los valores, identidades, epistemologías y pensamiento del Sur que son necesariamente híbridos y están en constante reorganización. Además, la convergencia entre sus argumentos y los de las voces conservadoras permanece incontestada y a veces incluso ignorada.

Tal visión proporciona una crítica selectiva de los abusos imperiales y no ofrece resistencia a las manifestaciones autoritarias en el Sur que adoptan la apariencia de un proyecto antiimperialista, a pesar de que estas protestas han ido en aumento en los últimos años (Krishnan, 2022). Peor aún, las legitima en nombre de una clasificación entre enemigos primarios y secundarios, clasificación cuyo costo siempre corre a cargo de los pueblos.

La paradoja es que mientras que el pensamiento antiimperialista y decolonial está (a menudo con razón) obsesionado con la mala fe y la instrumentalización de las críticas a los Estados del Sur, es sorprendentemente ciego ante la manipulación del discurso anticolonial por parte de esos mismos Estados. Tanto es así que suelen preferir la retórica a la crítica genuina -aunque sea obra de ciudadanos del Sur- y los “carnavales y bombos” a las luchas sociales (Fanon, 2001).

Si no tenemos en cuenta las situaciones específicas, si no prestamos atención a la “geopolítica de las relaciones de poder” y a la dinámica itinerante de las teorías, así como a la capacidad de los actores del Sur para apropiárselas y seguir sus “reverberaciones” (véase el artículo de Hoda Elsaddy aquí), En el nombre mismo del antiimperialismo, acabamos redoblando la opresión de los Estados o fuerzas conservadoras, contribuyendo a descalificar ciertas luchas cuyo lenguaje y métodos están (todavía) demasiado marcados por el “universalismo”, y silenciando a sus portadores.

Si el antiimperialismo retórico está tan extendido, es porque corresponde a frustraciones muy reales y responde a la legítima cólera ante unas relaciones internacionales marcadas por la injerencia y la desigualdad. Además, como hemos visto, funciona y se presta fácilmente a una aplicación elástica, sin referencia a la práctica. Pero también ofrece a los intelectuales apresurados una forma sencilla de validar sus presuposiciones, y a los gobiernos del Sur necesitados de legitimidad una manera cómoda de ocultar su despotismo e incompetencia bajo un manto heroico.

Agentes locales

La desilusión ante la descolonización se explica por la tenaz resistencia de las antiguas potencias coloniales y la estructuración del comercio, pero también por dinámicas endógenas. Ya en 1961, Frantz Fanon, en Les damnés de la terre (Los condenados de la tierra), dedicó magníficas páginas - magníficas y terribles- al ascenso de la protoburguesía durante las luchas de liberación nacional (Fanon, 2001 ; Thomas, 2023).

La retoma del aparato estatal colonial, poco o mal descolonizado -Gopal evoca respecto de la India, en la entrevista reproducida aquí, “una simple entrega del poder a las élites”-, la desconfianza en las organizaciones populares que encabezaban la lucha, la influencia del modelo soviético, la concentración de poder para compensar las maniobras neocoloniales, y las características de la clase social que tomó el poder, fueron elementos que confluyeron en el establecimiento de regímenes autoritarios.

Muchos líderes populares que emprendieron el camino de la emancipación fueron asesinados por las fuerzas imperialistas o con su complicidad. Sin embargo, hay que reconocer que incluso auténticos líderes anticoloniales y panafricanos, como Nkrumah en Ghana, recurrieron al autoritarismo. Más que hablar de traición o de maldición, hay que reconocer que la toma del poder corresponde al modus operandi de estas nuevas clases dirigentes a la cabeza de Estados que se proclaman fuertes y que muy pronto conciliarán con las antiguas potencias coloniales y se adaptarán a su posición subordinada en la escena internacional.

Samir Amin concluyó en 2005 que “la connivencia entre las clases dominantes africanas y las estrategias globales del imperialismo es, por tanto, en definitiva, la causa última del fracaso [de África]”. Esta connivencia se vio facilitada y catalizada por la forma del Estado y la naturaleza de la clase dirigente. Como pone de manifiesto el caso haitiano, estudiado aquí por Sabine Manigat, lejos de ser meras víctimas o receptores pasivos del imperialismo, los Estados del Sur son a menudo agentes locales proactivos del mismo, sin que ello les impida recurrir a una retórica anticolonial.

Las clases dominantes del Sur entablan así regularmente una asociación desigual que les conviene tanto más cuanto que esta posición subordinada es una fuente de beneficios y ganancias, pero también de poder que les permite consolidar su dominación sobre las poblaciones. Su destino está así ligado al de las potencias imperialistas. Ruy Marini sostiene incluso que existe una “cooperación antagónica” entre Estados imperialistas y subimperialistas que refleja sus intereses comunes (Valencia, 2021). Sin embargo, muchos análisis decoloniales y antiimperialistas parecen ignorar esta convergencia de intereses y acomodos recíprocos, la sustitución de los movimientos de liberación nacional por Estados autocráticos y corruptos, y lo que Samir Amin (2005) denomina “la ‘compradorización generalizada’ de las clases dominantes y los poderes en todas las regiones del Sur”.

Del mismo modo, se ha prestado muy poca atención a la oleada de autoritarismo y conservadurismo que ha envuelto muchas sociedades y Estados en los últimos años, incluso en el Sur : desde Modi en India a Ortega en Nicaragua, Erdogan en Turquía y Ferdinand Marcos Jr. en Filipinas. Promise Li toma en serio este auge del autoritarismo y lo considera “un síntoma de la competencia interimperialista entre Estados nación”, mientras que Aasim Sajjad Akhtar examina el caso de Pakistán a través del prisma de esta competencia.

Reanudación de las luchas

La actualidad de la lucha anticolonial corresponde a un hecho fundamental : el carácter incompleto de la descolonización. Y este carácter incompleto es particularmente evidente a nivel del aparato estatal y del mercado mundial. Muy a menudo, como señala Manigat en el caso de Haití y Gopal en el de la India, el Estado colonial, especialmente sus aspectos más centralizados, autoritarios y represivos, no ha sido verdaderamente desmantelado. Gopal concluye que en el sur de Asia “somos, por tanto, depositarios del colonialismo : nunca hemos roto con el régimen colonial”.

Posteriormente, al despojar aún más a las instituciones públicas de sus prerrogativas sociales, el neoliberalismo no ha hecho sino reforzar la dimensión autoritaria de los Estados (Harvey, 2010). Además, el hecho de que las luchas se circunscribieran al espacio de los Estados nación, asumiendo las fronteras coloniales y más allá de ellas, las divisiones y asignaciones de identidades heredadas o recodificadas por la colonización, fue una fuente de conflictos. Lejos de superponerse, las lógicas estatales, nacionales y populares entraron en tensión, al igual que los intentos de alinear o fusionar pueblo y nación dentro de las estructuras de un Estado centralizado.

El tema central de las luchas de liberación nacional era la de la soberanía, incluida -¿sobre todo ?- la soberanía económica. Para que la independencia no fuera una mera palabra y los Estados no fueran meros clientes de las antiguas potencias coloniales, había que revisar radicalmente la división internacional del trabajo y la integración de los Estados descolonizados en el mercado mundial, lo que en última instancia significaba poner el mercado mundial patas arriba. Fue un fracaso.

El marco del Estado nación sólo se ha adaptado imperfectamente a esta apropiación y se ha visto afectado a su vez por la persistencia y la acentuación de la asimetría de los intercambios en la escena mundial. La lucha contra el franco CFA, examinada en estas páginas por Demba Moussa Dembélé, es a la vez un indicador de este desafío y de la distancia que sigue existiendo hoy en relación con esta ambición.

El internacionalismo y la solidaridad en el Sur, de los que el panafricanismo fue una importante manifestación, trataron tanto de promover la cooperación entre los Estados nación como de crear un equilibrio de poder capaz de cambiar el sistema mundial de relaciones comerciales. Sin embargo, impulsadas por intereses estatales, perdieron gran parte de su fuerza. Y el antiimperialismo se recicló en gran medida como forma de reposicionamiento frente a la hegemonía estadounidense (y occidental) dentro de un mercado capitalista en gran medida inalterado.

La elección no es entre la Pax America y el autoritarismo chino (u otro). Como dice Chenoy (2022), los países del Sur “no son modelos de virtud normativa”. Por encima de todo, “priorizan los intereses nacionales e incluso particulares sobre la estabilidad de sus propios regímenes”. Esta estabilidad les lleva regularmente a reprimir movimientos sociales, mucho más propensos a promover valores emancipadores.

Quizá la principal conclusión que puede extraerse de los artículos de este número es que necesitamos centrarnos en los movimientos sociales, en sus especificidades, pero también en sus contradicciones y potencialidades. Esto significa revisar las narrativas decoloniales y antiimperialistas que ofrecen imágenes distorsionadas de luchas pasadas en nombre de configuraciones teóricas actuales (Adesina, 2022). Y devolver el anticolonialismo a sus raíces. Es una cuestión de soberanía. Una soberanía que no es sólo nacional, y mucho menos estatal, sino también económica y, sobre todo, popular.

De ahí la necesidad de un doble descentramiento : de la dimensión estatal y de la liberación nacional, para dar prioridad a la emancipación social y hacer hincapié, como nos insta a hacer Shivji, en las dinámicas y desafíos entrecruzados de las cuestiones de clases sociales y feminismo. Y añadir a esto la importantísima cuestión ecológica. Y (de nuevo) dar a las luchas anticoloniales un carácter (más) libertario.


bibliographie

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  • Cheeseman N. et Smith J. (2023), « Exporting Prejudice : How the West promotes homophobia in Africa », The Africa Report, 17 avril, https://www.theafricareport.com/.
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  • Valencia V. (2021), Subimperialismo y dependencia en América Latina. El pensamiento de Ruy Mauro Marini, Buenos Aires, Clasco.
  • Valluvan S. et Kapoor N. (2023), « Sociology after the postcolonial : Response to Julian Go’s ‘thinking against empire’ », The British Journal of Sociology, janvier.

Anticolonialisme(s)

Anticolonialisme(s)

Cet article a été publié dans notre publication trimestrielle Alternatives Sud

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