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Una ascensión a la cima del Teleno, el Olimpo de los astures en los montes de León

Excursión al pico más alto de la cordillera leonesa, un enclave en el que se fusiona su interés paisajístico con el histórico, geológico, minero e incluso religioso

Cima del Teleno, montes de León
Sones de gaita en la cumbre del Teleno.

Uno de los entornos más interesantes del noroeste peninsular es el Teleno, la montaña sagrada de los astures; con sus 2.188 metros, la cima más elevada de los montes de León. El Teleno se alza entre los valles del Duerna (la Somoza) y el Eria (La Cabrera), y a su entorno se puede llegar en coche desde Ponferrada, Astorga o la Bañeza. Cada año, salvo en el invierno, cuando la cima puede estar cubierta de nieves, muchos amantes de la montaña ascienden hasta lo más alto, desde donde se contemplan no solo buena parte de las provincias de León y Zamora, sino también lejanas cumbres en las que se funden los paisajes más escarpados de León con los de Cantabria, Asturias y Galicia.

En el conjunto de los montes de León aparecen 26 cimas que superan los 2.000 metros de altitud. Después del Teleno, la segunda más elevada es la de Peña Trevinca, la montaña más alta de Galicia, que se levanta sobre territorio de Zamora y Ourense. Pero el Teleno es un ámbito mítico, especialmente por su interés paisajístico, histórico, geológico, minero e incluso religioso, pues, según se cuenta, hace 2.000 años este era el Olimpo de los astures, el monte de Tilenus, la divinidad que en tiempos romanos, propicios para el sincretismo religioso, recibió la denominación de Marte Tileno.

El ascenso al Teleno es para muchos un ritual sagrado. Hay quien lo realiza cada año, para recitar en la cima poemas a los dioses y a la madre Tierra. Entre ellos está el escritor José Antonio Martínez Reñones, que lleva ya 25 años seguidos ascendiendo a esta gigantesca palestra de cuarcita desde donde un día declamó: “¡Salve, Tilenus!,/ dios de los dioses de nuestros padres/ y de los padres de nuestros padres/ y de cuantos nos preceden/ hasta el alfa de los tiempos! ¡Salve, Tilenus!/ Madre mineral, la de las fértiles caderas;/corazón de sílice y negras escamas de pizarra/ con relatos de glaciares y mareas…/”.

Corporales es un buen lugar para acercarse a la cima. La población está ubicada entre los valles del Eria y Cabrera. Fue uno de los núcleos astures que rechazaron el dominio de Roma, y por ello su castro fue totalmente destrozado por los invasores en el siglo I antes de Cristo. Para el viajero interesado en los aspectos geográficos, este es también un punto especial. Desde aquí se puede contemplar la espectacular captura de la cabecera del río Eria por el Cabrera. En edades remotas, el Eria nacía en Peña Trevinca y continuaba hacia el oeste para alcanzar el Órbigo cerca de Benavente. Sin embargo, tras la captura de parte de su cuenca, las aguas pasaron a engrosar las del Cabrera. El observador puede ver cómo la corriente que viene de Peña Trevinca en dirección este hace una inmensa curva para tomar la dirección opuesta y desembocar en el Sil, en Puente de Domingo Flórez.

Varias sendas para el ascenso

Desde Corporales se puede tomar la carretera que va a Ponferrada. Tres kilómetros más adelante se halla un puentecillo sobre el Eria. Junto a él, donde el río se encuentra con el arroyo de las Rubias, hay una explanada en la que se puede dejar el vehículo para iniciar la subida a pie: unos 4,5 kilómetros de recorrido. Es la ruta con mayor pendiente —se asciende de cota prácticamente un kilómetro—, pero resulta la más corta, a la par que la más atractiva desde el punto de vista paisajístico.

Una segunda ruta de acceso sale un kilómetro más adelante del punto de partida anterior. La trocha sube cercana al arroyo Mascariel para alcanzar la peña de la Citera y la cima. Es algo más larga y más difícil por la ausencia de una senda definida.

Vista desde lo alto del Teleno, con sus 2.188 metros, la cima más elevada de los montes de León.
Vista desde lo alto del Teleno, con sus 2.188 metros, la cima más elevada de los montes de León.

Por esta misma carretera que conduce a Ponferrada se puede alcanzar, unos tres kilómetros más adelante, otra ruta que tan solo exige ascender de cota unos 500 metros. Esta arranca cerca del collado del Palo para seguir por el alto de Mascariel y continuar a la cima. El avance, por las alturas de los montes, es duro y peligroso a causa de los difíciles pedreros. Aún hay otro acceso más adelante, desde el Llano de las Ovejas; más llano, pero más largo.

Desde la vertiente del Duerna hay tres rutas bastante utilizadas: desde Filiel, Boisán y Molinaferrera. Todas ellas son más largas que las primeras, aunque las pendientes son menores.

El ascenso por todas las vías es duro. El caminante ha de cuidarse de no resbalar en las piedras sueltas de pizarra y cuarcita. El zurrón resulta también duro de transportar porque en él conviene llevar unos bocadillos, ropa de abrigo y abundante agua para resistir la jornada.

La belleza del paisaje va creciendo a medida que se asciende y la vista se expande por un ámbito inmenso. Todo el territorio está sembrado de restos romanos, especialmente canales y pequeños embalses que el profano, a veces, tendrá dificultad para identificar. La cima, grandiosa, embargará de emoción especialmente a los amantes de la historia y la arqueología, quienes descubrirán una espectacular acumulación longitudinal de construcciones derruidas por el paso de los tiempos. Bajo las inmensas acumulaciones de rocas, yacen, con seguridad, restos de templos y explotaciones mineras.

Las huellas de la primera “fiebre del oro”

Toda esta zona es clave en la historia de la minería romana. Los espacios del Teleno y Las Médulas son el mayor muestrario de la ingeniería minera de la Antigüedad, donde se desarrolló la primera “fiebre del oro” de la historia, tal como escribió Roberto Matías Rodríguez, uno de los grandes expertos en la materia.

El paisaje de Las Médulas, cerca de la localidad de Ponferrada, en la provincia de León.
El paisaje de Las Médulas, cerca de la localidad de Ponferrada, en la provincia de León.David Santiago Garcia (GETTY IMAGES)

Los sistemas de explotaciones y canales de Las Médulas y el Teleno están absolutamente relacionados. En el entorno del monte hay una red de 135 kilómetros de canales y más de un centenar de depósitos de agua y embalses que facilitaban la tecnología hidráulica de aprovechamiento aurífero. Al viajero experto que pisa estas trochas en medio de brezos, sobre un suelo de areniscas, pizarras y cuarcitas, no le pasará desapercibido, tal vez, el brillo de oro de las cuarcitas auríferas. ¡Lástima que en esta tierra abandonada de los dioses del progreso no haya habido capacidad ni voluntad para hacer un centro de interpretación del territorio! Por su contenido histórico, geográfico y minero, el Teleno bien pudiera estar en la lista del patrimonio mundial de la Unesco.

Toda esta tierra, castigada por el abandono de las instituciones, también ha sido calcinada por los incendios forestales. Pese a ello, el amante del paisaje encontrará por la zona pinares, encinares y robles, densas extensiones de urces, matas de torvisco, peonías y cantuesos… En los espacios de roquedo abundan los piornos espinosos, y en las cumbres, bellísimos ejemplares de juníperos rastreros que parecen esconderse entre las propias rocas, para protegerse de la dureza de este ámbito de vientos y nieves.

Entre la fauna, corzos, lobos, zorros, jabalíes, águilas reales, calzadas y culebreras, aguiluchos, halcones, azores y —aunque difíciles de ver— urogallos y, según algunos testimonios de gentes de la zona, incluso osos divagantes.

Y, tras la bajada, una sugerencia: cenar en alguno de los restaurantes populares de la Somoza, sencillos y tradicionales. Hay dos especialmente recomendables: Casadela, en San Martín del Agostedo, y el Mesón Casa Lucinio, en Valdespino de Somoza.

Aunque generalmente se estima que el ascenso a la cima es de una dificultad moderada, no es recomendable hacerlo sin fondo físico ni buena equipación. Es fundamental llevar buenas botas, que sujeten bien el tobillo y ropa cómoda. No olvidarse de alguna prenda de abrigo e incluso un chubasquero para protegerse ante cambios bruscos de la climatología. Las tormentas en la cumbre son muy violentas y no es raro que, en pocas horas, una jornada apacible se torne en un auténtico infierno. Hace apenas cuatro o cinco años, Antonio Colinas escribió un poema donde relata una de estas experiencias. En los versos del poeta late el pasmo y el miedo: “No esperaba —escribe— regresar del territorio de los rayos / (....) En la cumbre de la montaña / la tormenta llegó, inesperada / trayendo de su mano / a la muerte, / que deseaba lamer nuestros labios”.

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