Mary Shelley | Crítica | Película | Cine Divergente

Mary Shelley

La moderna Prometeo Por Paula López Montero

No cabe duda de que Frankenstein o el moderno Prometeo (Mary Wollstonecraft Shelley, 1816) es uno de los mejores relatos del siglo XIX que por su diagnóstico de la soledad, el abandono y la monstruosidad del ser humano como creador y creatura se ha convertido en fuente inagotable de interpretaciones, apropiaciones y reproducciones. Unido a la mirabilia cinéfila que ha capturado al monstruoso Frankenstein casi como motor del cine – reanimación de los cuerpos muertos, recuerdo en este sentido La invención de Morel (Bioy Casares, 1940)- aparecen desde bien temprano un basto número de productos cinematográficos que girarán en torno a la figura de Frankenstein. Recordando las primeras apariciones: Frankenstein (J. Searley Dawley, 1910), Life without soul (J. Smiley, 1915), Il mostro di Frankenstein (Eugenio Testa, 1921), El doctor Frankenstein (Frankenstein, James Whale, 1931), La novia de Frankenstein (The Bride of Frankenstein, James Whale, 1935) o La sombra de Frankenstein (Son of Frankenstein, Rowland V. Lee, 1939); es desde luego de estudio que, desde aquel primer cortometraje de Searley Dawley, la frecuencia con la que aparece en las pantallas la criatura del Dr. Frankenstein la haya convertido en una de las figuras que más haya explotado la industria cinematográfica.

Ahora bien, lo que sí es más cuestionable es cuando se pone en duda la autoría de la novela, igual que se puso en entredicho en su tiempo la capacidad de una mujer de escribir un relato así, en realidad, que una mujer pudiera escribir. Y es que en ese sentido no estamos tan lejos de aquel siglo XVIII. Seguimos teniendo que justificar que Mary Shelley es la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo en vez de darlo por hecho como nadie cuestiona que El Quijote sea de Cervantes. Bajo mi punto de vista, que Frankenstein o el moderno Prometeo sea uno de los relatos más importantes de los últimos tiempos debería ofrecer un análisis de su obra mucho más específico y a los que pocos se han asomado. Lejos de esto, Frankenstein ha sido rebajado con tanta reproducción y malinterpretación al consumo pobre, vacío y de mera apariencia. Y es que considero que Frankenstein o el moderno Prometeo ofrece una visión de cierta masculinidad, de cierto colapso de una tradición científica liderada por hombres, en los ojos de una mujer. Una mujer que más bien se identificaría con aquel monstruoso Frankenstein abandonado y cuestionado. Y en eso acierta al dejarlo claro la película de Haifaa al-Mansour. Mientras que la masculinidad ha jugado con los cuerpos y la vida a su antojo, para la feminidad la muerte, el dolor y el abandono son la otra cara del relato de Frankenstein que pone luz a aquella tradición analítico-cientificista donde no hay sentimientos, relaciones con lo que creamos y donde la vida es terreno de ese mismo juego.

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En fin, pero no estamos aquí para hablar de la novela de Mary Wollstonecraft Shelley sino del biopic de Mary Shelley que hace la directora saudí Haifaa al-Mansour. Mary Shelley va de la vida de la biografiada pero también de su espíritu que, puesto bajo la mirilla del cinematógrafo, pierde su carácter fantasmal y especulativo para hacerse realidad. Mary Shelley toma cuerpo y presencia ahora ante la mirada de los que desconocían su obra, se empodera y puede que tras dos siglos de su fallecimiento el cinematógrafo le devuelva poco a poco la realidad que merece.

Ahora bien, entre los muchos méritos que tiene el presentar esta película empiezan los matices. La propuesta de Haifa al-Mansour se parece a muchas cosas. Cierto es que ambientar el Romanticismo puede caer en el estereotipo y en la escenificación de los clichés que conforman la atmósfera que todos más o menos conocemos a través de lo que se nos ha educado, pero ciertamente Haifa al-Mansour se decanta por un cine mucho más comercial y estético más que proponer una identidad personal. Es una elección, no un error. Pero Mary Shelley me recuerda a Stoker de Park Chan-wook (2013), aunque se queda a medias dándole sombra, oscuridad y profundidad a su discurso; a Lady Macbeth de William Oldroyd (2016) pero se ancla en un relato mucho más puritano y no se adentra en las pasiones y visceralidades de la autora y también respira ese aire de La seducción (Sofia Coppola, The Beguiled, 2017), no solo por la aparición de Elle Fanning que bajo mi punto de vista le ayuda a desenvolverse en el terreno de empoderamiento de la mujer, aunque la venganza presente en La seducción es suplantada por una fácil reconciliación. Por otra parte me chirría la caracterización de la figura de Lord Byron tanto como lo hace la interpretación de Douglas Booth haciendo de Percy Bysshe Shelley. Se nota que Haifa al-Mansour ha trabajado mejor sus personajes femeninos y, quizá, los masculinos los haya descuidado o le sirvan también como palanca para realzar a una Elle Fanning que, como viene siendo habitual, está grandiosa y lleva con soltura las riendas del relato. Pero ese exceso de trabajo sobre la figura de Mary Shelley no sé si le hace un flaco favor, sospecho que detrás de Frankenstein o el moderno Prometeo se encuentra una autora con mucha más sombra y oscuridad que la que le confiere al-Mansour.

No obstante y a pesar de que Mary Shelley no me parece original, creo que acierta en la construcción del relato, que las elecciones históricas y biográficas están bien elegidas para llegar a donde quiere llegar y que consigue su propósito: el de reflejar el empoderamiento de la mujer gracias a la literatura. Sin embargo, mucho hay que trabajar y ahondar para que por fin las mujeres devolvamos con claridad y clarividencia a aquellos espectros femeninos y liminales de la literatura en su justo lugar. No valen los guiños fáciles, en realidad no vale ninguna simplicidad, facilidad y superficialidad tratándose de lo femenino. Sospechemos de cualquier aclaración a este respecto.

Con todo esto, Mary Shelley dirigida por Haifaa al-Mansour, cuyo filme La bicicleta verde (Wadjda, 2012) me parece destacable, es un válido ejercicio, al menos, de acercamiento. Por vez primera toma las riendas de un biopic y de un discurso como este una mujer, lo cual es reseñable, pero detesto decir que esta película es importante porque la ha dirigido una mujer, no. Mary Shelley es importante por sí misma, pero además es relevante porque probablemente estemos ante uno de esos pocos momentos en los que mujeres cuentan historias de mujeres.

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