Life for Ruth/Vida para Ruth, por Pedro Antonio López Bellón. - Cinetrópolis.

Life for Ruth/Vida para Ruth, por Pedro Antonio López Bellón.

Decía el mítico Cecil B. De Mille, que “Una película tenía que empezar como un terremoto y de ahí, ir hacia arriba”. Y eso es exactamente lo que sucede con Vida Para Ruth (Life for Ruth de Basil Dearden, 1962), una historia que, a pesar de no estar considerada como representativa de la corriente del Free cinema, que había iniciado su andadura unos años antes en Inglaterra, en mi opinión, sí que podría encuadrarse perfectamente dentro de esta interesante corriente cinematográfica.

El movimiento literario “Angry Young men”, impulsado por escritores como John Osborne o Kingsley Amis, inspiró a un grupo de jóvenes cineastas británicos a impulsar un soplo de aire fresco a la anquilosada producción cinematográfica británica. El inconformismo y la rebeldía, podrían ser, en última instancia, los elementos más definitorios, y que mejor resumen, las propuestas de este conjunto de autores para revitalizar las películas que hasta ese momento se venían realizando en este país. La obra teatral del mencionado John Osborne “Look back in anger” de 1956 supuso el nexo de unión entre ambas tendencias, la literaria y la cinematográfica, creando sinergias incluso en otras disciplinas como la musical, por ejemplo, como muy bien certifica la canción “Don’t look back in anger” debida al grupo Oasis.

Un tratamiento fílmico cercano al documental, el rodaje en exteriores, el acercamiento a los seres humanos, un marcado carácter social y una cerrada defensa de las clases trabajadoras son algunas de las características principales que nombres como Tony Richardson, Lindsay Anderson o Karel Reisz otorgaron a las obras que surgieron de esta nueva corriente que, como vengo diciendo, pretendían establecer una ruptura con un tipo de cine que consideraban que, tanto formal como argumentalmente, estaba anclado en el pasado y no mostraba la realidad de la sociedad británica de la época. En Vida para Ruth podemos encontrar, aunque sea de forma tangencial, todos estos elementos. El Free cinema iría evolucionando progresivamente hasta llegar al conocido como “realismo social británico”, del que Ken Loach, se convertiría como su mayor y más eficaz representante.

Tengo que reconocer que, de forma general, es un movimiento con el que, desde un punto de vista estrictamente formal, no he logrado nunca conectar de manera convincente. Pero hay dos títulos que, a pesar de no encontrarse entre los más representativos del Free Cinema, sí que me parecen de los mejores que alumbró el movimiento, y que me tienen absolutamente robado el corazón. Uno de ellos es Un lugar en la cumbre de Jack Clayton, monumental drama romántico donde Simone Signoret compone un papelón de esos que se quedan fijados para siempre en la memoria. Y el otro el título que acapara el protagonismo de estas líneas.

Basil Dearden es un director que, hasta el momento de la visión de la magnífica película que hoy nos ocupa era, para mí, un completo desconocido. Pero es un autor que, sin ninguna duda, merece una reivindicación y una revisión urgentes. Podríamos definir a Dearden como un “artesano” capaz de sacar adelante con solvencia cualquier proyecto que pasara por sus manos. Drama histórico, cine negro y policiaco, incursiones en el género fantástico, películas de denuncia social, comedia, aventuras… Nada se le resistía a este, como digo, eficaz director.

Como suele ocurrir con muchos de los cineastas que están considerados de, digámoslo así, “segunda fila”, o que no tienen el reconocimiento debido, no es fácil encontrar muchas de sus películas. Pero, después de tener la oportunidad de ver varios de sus títulos, la impresión que me queda, es la de un director con una gran habilidad para manejar el concepto de “entretenimiento” Películas que son fáciles de ver. Muy correctas. Provistas de una narrativa transparente y eficaz. Y donde el cinéfilo siempre encuentra elementos de interés adicionales al puro placer y pasatiempo de contemplar la historia que se nos está narrando.

Es lo que sucede con Vida para Ruth. Nos encontramos ante un entretenimiento excepcional. Una película que me atrevería a calificar como perfecta, en el sentido de que no le falta ni le sobra ni un plano o secuencia para transmitir al espectador lo que se nos quiere contar. Aunque quizá, su mayor virtud, es el distanciamiento que Dearden logra imponer sobre un argumento cargado de polémica. Es capaz de situarnos frente al espejo de los hechos para que seamos nosotros mismos los que tomemos partido ante el devenir de unos acontecimientos impregnados de ética, moral y creencias religiosas (o definidos por la falta de todo ello). En Vida para Ruth, todos los personajes tienen sus argumentos, aunque estén desprovistos de toda razón. De esta manera, el espectador queda implicado mientras el desconcierto, la rabia, la vergüenza, la impotencia, la incomprensión, la tristeza o la duda se van sucediendo delante de la pantalla.

Los que, como es mi caso, estamos enamorados del cine desde muy niños, solemos tener varias manías u obsesiones alrededor del mismo. Uno de estos ejercicios a los que, últimamente, me entrego con mayor placer y entusiasmo, es el de la búsqueda de títulos desconocidos para mí. De películas que no figuran entre las más populares o divulgadas de la Historia del séptimo arte, o que están fuera de los circuitos más comerciales, pero que tienen una calidad fuera de toda duda. Y que comparten dos atributos esenciales a los que otorgo toda la importancia debida: aúnan arte y entretenimiento. Así fue como descubrí esta pequeña joya que hoy nos ocupa. Como vengo comentando, en la filmografía de Dearden, hay otros muchos títulos que merecen la pena. Pero, para el que no conozca la obra del británico, quiero hacer mención a uno de ellos, que es otra película realmente excepcional: Victima (1961), una hábil mezcla entre cine negro y lúcida reflexión sobre la condición de la homosexualidad en medio de una sociedad claramente hostil y combativa hacia ella. Dearden fue un cineasta realmente valiente, pues introdujo en el argumento de sus películas, temáticas polémicas y espinosas que estaban mayoritariamente mal vistas en la sociedad de la época en la que fueron rodadas. Víctima es un claro ejemplo de ello. Hay que recordar que la homosexualidad quedo despenalizada legalmente en el Reino Unido en el año 1967.

Pero bueno, a lo que íbamos, Vida para Ruth es uno de estos descubrimientos de los que os vengo hablando. Una obra un tanto olvidada, pero cuya visión merece absolutamente la pena. Un desafortunado accidente es el punto de partida de esta historia: Ruth necesita una transfusión de sangre para sobrevivir, pero sus padres, motivados por creencias religiosas, se niegan a que le sea realizada. Y no contaré nada más por respeto a los lectores que no hayan visto la película. Aunque también aclaro, que el conocimiento del argumento de Vida para Ruth, no es un impedimento para el disfrute de esta historia llena de matices y poblada de unos personajes complejos atrapados en una sociedad dominada por las costumbres, los tópicos y las tradiciones. Comunidades que se resisten a avanzar, a cambiar y a mejorar. Que están ancladas en el pasado.

Afortunadamente, nada en Vida para Ruth queda reducido a una simple lucha entre posiciones antagónicas. No se limita a plantearnos una dualidad del bien y del mal. En los hechos que se presentan en pantalla, no existe la verdad absoluta. Todos los comportamientos son poliédricos y llenos de aristas y matices. Y el espectador torna en una pieza más de este puzle moral, no tan sencillo de solucionar, como pudiera parecer a primera vista. Y esto que digo, será muy fácil de comprobar para cualquiera que vea la película. Por supuesto que no hace falta enfatizar la repulsa y el rechazo que producen decisiones como la del protagonista de la película, John Paul Harris (Michel Craig), un hombre que, desde los primeros minutos del metraje, se nos muestra bueno, noble y educado. Aquí lo verdaderamente esencial e importante es lo que lleva al protagonista a tomar ciertas decisiones fatales de las que luego, estará tremendamente arrepentido y le causarán enormes tormentos. Y aquí entra en juego uno de los temas claves de la película: la educación, qué, en mi opinión, queda un tanto “oculto” bajo la polémica que toma mayor protagonismo en la historia: la de las creencias religiosas. Así que amigos, esta es, ante todo, una película que nos invita a meditar sobre el valor y la importancia de la educación.

Como digo, la complejidad ética y moral de los personajes que pueblan la película es inmensa. Personajes que dudan constantemente, aunque a veces no lo parezca, que se cuestionan todo, que sufren, que aman, que se arrepienten, que temen. Personajes que experimentan una bajada a los infiernos –y nunca mejor dicho-, de la que es muy difícil de salir. Personajes que se enfrentan a dilemas que, aparentemente, no tienen solución. Como cuando la esposa de John Paul Harris, Pat (Janet Munro), acude desesperada a pedir consejo a su antiguo asesor espiritual y éste, no solo no sabe que aconsejarle, si no que en su rostro queda reflejada la evidencia de sus terribles dudas y disquisiciones. Es asombrosa la evolución de los personajes en Vida para Ruth. Van cambiando, prácticamente, en cada escena. En cada plano. En cada mirada. Las miradas son fundamentales en Vida para Ruth. En ellas encuentran la válvula de escape, el miedo, la ira, la incomprensión o la piedad. Y la piedad es, otra de las claves de la película, entendida como un reflejo de nuestra facultad para sacar lo mejor de nosotros mismos. De nuestra capacidad para el perdón, como un modo de contrarrestar lo horrible e inhumano de ciertos actos. Porque –y ya no os aburro más- yo lanzo la siguiente pregunta que me gustaría que os contestarais a vosotros mismos una vez vista la película: ¿estamos libres alguno de nosotros de cometer alguna grave equivocación a lo largo de nuestra existencia?

No entendáis, en ningún momento, esta reflexión como una justificación de nada ni de nadie. Simplemente intento mostrar la complejidad y el crisol que suponen nuestros sentimientos, y cuan condicionados estamos por la educación recibida y las experiencias vitales acumuladas en nuestra existencia. En vida para Ruth, nada es sencillo. Nada queda al azar. Ni siquiera el nombre de la niña protagonista de la película, con esa referencia bíblica tan evidente, o ese faro que a lo largo del metraje aparece en varias ocasiones y que podemos entender como una metáfora de un ente superior, de un gran hermano, que vigila nuestras vidas y nuestros movimientos.

Con estas premisas, hubiera sido muy sencillo caer en los excesos, en la lagrima fácil. En un planteamiento narrativo que únicamente buscara emocionar al espectador con algún giro argumental inesperado, sobreactuaciones o histrionismo. Pero es todo lo contrario. Se opta por la austeridad. Por la contención. Por la pureza. Se busca (y se consigue) agitar nuestras conciencias antes que provocar la lágrima deslizándose por la mejilla. Vida para Ruth es una invitación a pensar y a reflexionar. A sacar nuestras propias conclusiones. Y todo ello, es tremendamente oportuno en estos tiempos donde, la dictadura de la imagen, los grandes grupos mediáticos, las fake news y las redes sociales, pretenden dárnoslo todo “pensado”…

Dearden huye absolutamente de cualquier sentimentalismo gratuito para entregarnos una narración clásica pero ya influenciada por esa corriente de aire fresco que supuso el Free Cinema. Con unos estupendos diálogos debidos a Janet Green, guionista y colaboradora habitual de Basil Dearden, esta es una de esas historias que no dejan indiferente a nadie y que permanecen en la memoria del espectador mucho tiempo después de ser vistas.

En definitiva, os recomiendo apasionadamente esta película. Una obra incómoda, áspera y dramática a la que os aconsejo que os enfrentéis despojados de todo tipo de prejuicios. Y una vez finalizada, llevéis a cabo un sincero ejercicio de reflexión. Al terminar, probablemente, y de manera prácticamente inconsciente, os hayáis convertido en mejores personas.

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