"El hombre debe extraer de todo conflicto humano un método que rechace la venganza, la agresión y el ajuste de cuentas", anunció Martin Luther King, Jr. durante su discurso de aceptación del premio Nobel de la paz en 1964. "La fundación de ese método es el amor". 'Selma' se abre en este preciso instante en la vida del Dr. King, más de un año después de su revolucionario "I Have a Dream" y sólo cuatro antes de su asesinato. El hecho de que deje fuera acontecimientos tan trascendentales nos da una pista de las intenciones de Ava DuVernay (la primera cineasta afroamericana nominada al Oscar a la Mejor Película, pero no a Mejor Directora): rechazar todos los lugares comunes del biopic hagiográfico de un Gran Hombre y, por el contrario, centrarse en el Movimiento por los Derechos Civiles como un ente colectivo, integrado por una coalición de agentes sociales —desde los militantes de base hasta los medios de comunicación— que posibilitaron el cambio en un momento crucial para la democracia norteamericana. La doctrina del amor que deberá surgir de todo conflicto pasado, así como la acción directa a través de la no violencia, sigue siendo tan relevante hoy como lo fue en 1964: los asesinatos de (entre otros) Eric Garner y Michael Brown revelan la capacidad del cine histórico para remover conciencias en el presente.

DuVernay sólo captura un instante muy concreto (la marcha de Selma a Montgomery) dentro de un proceso que duró casi quince años, desde el Caso Brown contra el Consejo de Educación en 1954 hasta el último sermón del Dr. King, pronunciado sólo un día antes de su muerte en 1968. No obstante, todos los momentos vitales del movimiento están encapsulados en 'Selma': la gran escena de Oprah Winfrey (una de las productoras de la película) se plantea como un homenaje al personaje real que interpreta, la activista Annie Lee Cooper, pero es imposible no leer en ella un cierto recuerdo a Rosa Parks. Del mismo modo, la película integra el atentado de Birmingham, la influencia de Malcolm X y las experiencias de los freedom riders a su narrativa, algo que (si somos justos) ya hizo unos meses antes un trabajo especialmente maltratado por la crítica: 'El mayordomo' (2013), de Lee Daniels, basada en el testimonio real de un hombre que sirvió en la Casa Blanca desde 1957 hasta 1986 (es decir, bajo el mandato de siete presidentes).

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Tanto 'El mayordomo' como 'Selma' son películas que no se podrían haber hecho a mediados de los 60, sin la perspectiva histórica de un movimiento que estaba en un punto tan caliente que sólo se podía afrontar de dos formas: a través de ficciones excéntricas y metafóricas... o a través del documental, de la crónica pura y dura de los hechos. A la primer grupo pertenece la extraña 'Black Like Me' (Carl Lerner, 1964), inspirada en el caso real de un periodista blanco que decidió hacerse pasar por negro para experimentar, de primera mano, los efectos de la segregación por debajo de la línea Mason-Dixon. Como explican 'Selma' y un ensayo de Todd Purdum recientemente publicado, 'An Idea Whose Time Has Come: Two Presidents, Two Parties, and the Battle for the Civil Rights Act of 1964', una cosa era la aprobación en el Congreso de la Ley de Derechos Civiles y otra su aplicación práctica en los estados del Sur, capaces de poner en marcha una serie de trabas burocráticas para impedir que derechos como el voto o incluso una mesa en un restaurante estuvieran al alcance de todos los ciudadanos. 'Black Like Me' es grotesca y (debido a su uso del black face) difícil de ver hoy día, pero su denuncia de estas realidades hizo mucho para convencer al público de la época de lo necesario de un movimiento como el de los Derechos Civiles. Lo mismo va para 'Watermelon Man' (Melvin Van Peebles, 1970), la historia de un supremacista blanco que, un buen día, se levanta con otro color de piel. El concepto puede parecer un poco 'The Twilight Zone' —de hecho, John Landis utilizó uno parecido para su segmento en la película de 1983—, pero su final parecía avanzar el origen del Black Power, para el que el director Melvin Van Peebles se convirtió en algo así como su trobador oficial.

En cuanto a los documentales, ninguno tan poderoso como 'King: A Filmed Record... Montgomery to Memphis' (1970), una épica de tres horas dirigida por Sidney Lumet y Joseph L. Mankiewicz. Descrito por el periódico Los Angeles Times como "una pieza histórica con un poder inmenso", este es el texto principal para el resto de biografías sobre Martin Luther King, Jr., esencialmente debido a su uso exhaustivo de material de archivo y fragmentos de noticieros de la época. En el propio año 64, punto de inflexión donde los haya, Charles Guggenheim dirigió el galardonado 'Nine from Little Rock', sobre los nueve primeros muchachos afroamericanos que se matricularon en un colegio sólo para blancos de Arkansas. 'El autobús' (Haskell Wexler, 1965) se centraba en los grupos de personas que lo dejaron todo para acudir a la Marcha en Washington de 1963, concretamente en la delegación de San Francisco. Sin embargo, la televisión pública ganó la partida a todos los demás cuando estrenó el monumental 'Eyes on the Prize' (1986), compuesto de nada menos que catorce horas. Cualquiera que desee convertirse en un experto en el Movimiento por los Derechos Civiles debería empezar por aquí.

El Hollywood más sofisticado no se empezó a interesar realmente por la lucha hasta finales de los 80. Y, cuando lo hizo, centró su atención en una figura dramática especialmente frustrante: ese héroe caucásico que está dispuesto a dejarse la piel por los derechos de sus amigos negros. Es lo que el crítico Ashley Clark ha bautizado como "cine de salvador blanco" en las páginas de Sight & Sound, y puede que tenga su origen en 'Grita libertad' (Richard Attenborough, 1987), donde el protagonista no era el activista negro interpretado por Denzel Washington, sino el periodista blanco que investiga su muerte. Del mismo modo, 'Arde Mississippi' (Alan Parker, 1988), 'Forrest Gump' (Robert Zemeckis, 1994), 'Fantasmas del pasado' (Rob Reiner, 1996) o 'Criadas y señoras' (Tate Taylor, 2011) giran en torno al compromiso de los blancos en la causa, una estrategia que suele minimizar la lucha afroamericana o, en el peor de los casos, adopta una visión paternalista de la misma. Algo de lo que no debemos preocuparnos con Spike Lee: su 'Malcolm X' (1992) es un relato en dos partes sobre la conversión de un hombre sin rumbo en, de algún modo, la versión radicalizada del Reverendo King, o el enemigo visible de esa América Blanca que, a sus ojos, no se iba a dejar convencer a través de la no violencia. Lee también dirigió un documental, '4 Little Girls' (1997), acerca del horrible atentado de Birmingham: es menos conocido que su biopic sobre X, pero está liberado de la presión de rodar una película que podía ser enseñada en las clases de historia y, por tanto, incluye mucha más rabia justificada.

Las tres últimas películas con las que 'Selma' comparte causa no fueron estrenadas en los cines, sino en la televisión. La miniserie 'Martin Luther King' (1978) fue tan impactante en su momento que espoleó una investigación sobre el atentado por parte del Congreso, dispuesto a reabrir el caso después de que una ficción televisiva se atreviese a sugerir que había una conspiración implicada. Sus resultados no fueron concluyentes, pero está claro que la interpretación de Paul Winfield tuvo un impacto decisivo en la versión del reverendo que nos entrega ahora un gigantesco David Oyelowo. Por su parte, 'Selma, Lord, Selma' (Charles Burnett, 1999) es exactamente la versión Disney de la película de Ava DuVernay: didáctica, llena de buenos sentimientos y exenta por completo de cualquier apunte sobre las debilidades y frustraciones del Dr. King. Terminamos con 'The Rosa Parks Story' (Julie Dash, 2002), protagonizada por Angela Bassett y recorrida por el mismo convencimiento profundo que 'Selma'. Estados Unidos es, tantos siglos después del "We the People", un país aún en construcción, pero su voluntad de progreso siempre ha emanado del mismo lugar: de los hombres y mujeres comunes que, sencillamente, no pudieron seguir tolerando una injusticia.